El Universo holográfico (50 page)

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Authors: Michael Talbot

Tags: #Autoayuda, Ciencia, Ensayo

Lo cierto es que simplemente no tenemos la información necesaria para calcular cuántas especies no físicas comparten nuestro propio espacio. Aunque quizá resulte que el cosmos físico es un Sahara ecológico, las extensiones sin espacio y sin tiempo del cosmos interno pueden ser tan ricas en vida como la selva tropical o el arrecife de coral. Después de todo, la investigación de las experiencias cercanas a la muerte y de las experiencias de los chamanes sólo nos ha llevado, de momento, hasta la frontera de ese territorio envuelto en nubes. Todavía no sabemos cómo son de grandes sus continentes ni cuántos océanos y cadenas montañosas tiene.

Y si nos visitan seres de formas tan insustanciales y plásticas como los cuerpos en que se hallan las personas que tienen ECM una vez que salen al exterior, no puede sorprendernos que aparezcan en multitud de formas camaleónicas. De hecho, puede que su apariencia real escape a nuestra comprensión de tal forma que a lo mejor es nuestra propia mente, organizada según principios holográficos, la que les da tal apariencia. Al igual que convertimos en personajes históricos religiosos a los seres luminosos que encontramos durante las experiencias cercanas a la muerte y transformamos nubes de información en bibliotecas e instituciones de enseñanza, puede que la mente esté configurando igualmente la apariencia externa del fenómeno ovni.

Es interesante señalar que si fuera así, significaría que la realidad verdadera de esos seres sería aparentemente tan transmundana y extraña que tendríamos que sumergirnos en lo más profundo de la memoria popular y del inconsciente mitológico para encontrar los símbolos necesarios para darles forma. Significa también que debemos ser sumamente cuidadosos al interpretar sus acciones. Por ejemplo, acaso el reconocimiento médico, que es el punto central de muchos secuestros realizados por ovnis, sea sólo una representación
simbólica
de lo que está ocurriendo. Acaso esas inteligencias no físicas estén sometiendo a prueba, no ya nuestro cuerpo físico, sino una parte de nosotros para la cual no tenemos denominación en la actualidad, tal vez la anatomía sutil de nuestro ser de energía o incluso nuestra propia alma. Ésos son los problemas a los que uno se enfrenta si el fenómeno es verdaderamente una manifestación omnijetiva de una inteligencia no humana.

Por otro lado, si la fe de los ciudadanos de Knock y Zeitun puede hacer que aparezcan imágenes luminosas de la Virgen, si las mentes de los físicos pueden entretenerse divagando sobre la realidad del neutrino, y si yoguis como Sai Baba son capaces de materializar objetos físicos de la nada, sería lógico que nosotros nos viéramos también inundados de proyecciones holográficas de nuestras propias creencias y mitos. Al menos algunas experiencias anómalas podrían encuadrarse en esta categoría.

Por ejemplo, la historia nos dice que Constantino y sus soldados vieron una enorme cruz llameante en el cielo, un fenómeno que parece ser simplemente la exteriorización psíquica de las emociones que el ejército responsable de la cristianización del mundo pagano, nada menos, sentía la víspera de su empresa histórica. La muy conocida manifestación de los ángeles de Mons, en la Primera Guerra Mundial, en la que centenares de soldados británicos vieron una aparición inmensa de san Jorge en el cielo y un escuadrón de ángeles, mientras libraban lo que era, en un principio, una batalla perdida en el frente, en Mons, Bélgica, también parece encajar en la categoría de proyección psíquica.

Para mí está claro que lo que llamamos ovnis y otras experiencias folclóricas constituyen, en realidad, una amplia gama de fenómenos que comprenden probablemente todos los mencionados anteriormente. Durante mucho tiempo he sido de la opinión de que ambas explicaciones no son mutuamente excluyentes. También podría ser que la cruz llameante de Constantino fuera una manifestación de una inteligencia extradimensional. En otras palabras: cuando nuestras emociones y creencias colectivas adquieren la intensidad suficiente como para crear una proyección psíquica, quizá lo que hacemos realmente es abrir la puerta que separa este mundo del siguiente. Quizá el único momento en que esas inteligencias pueden aparecer e interactuar con nosotros es cuando nuestras creencias intensas crean una especie de nicho psíquico para ellas.

Hay otro concepto de la nueva física que puede venir igualmente al caso. Tras reconocer que la consciencia es el agente que hace que exista de golpe una partícula subatómica como un electrón, el físico de la Universidad de Texas John Wheeler nos advierte que no deberíamos concluir por ello que somos los únicos agentes en ese proceso creativo. En su opinión, creamos partículas subatómicas y por ende el universo entero, pero también ellas nos están creando a nosotros. Cada uno crea al otro en lo que él llama una «cosmología de autorreferencia».
[131]
Visto desde ese prisma, bien podría ser que las entidades ovnis fueran arquetipos del inconsciente colectivo de la humanidad, pero también podría ser que nosotros fuéramos arquetipos de su inconsciente colectivo. Podemos ser parte de sus misteriosos procesos psíquicos tanto como ellas lo son de los nuestros. Strieber se hace eco de este punto y afirma que el universo de los seres que le raptaron y el nuestro «son dos universos creándose uno a otro» en un acto de comunión cósmica.
[132]

En el catálogo de acontecimientos que estamos amalgamando en la amplia categoría de encuentros con ovnis se pueden incluir también fenómenos con los que ni siquiera estamos familiarizados todavía. Por ejemplo, los investigadores que creen que el fenómeno es una proyección psíquica de algún tipo dan por hecho invariablemente que se trata de una proyección de la mente humana colectiva. No obstante, como hemos visto en este libro, en un universo holográfico ya no se puede considerar que la consciencia esté confinada en el cerebro únicamente. El hecho de que Carol Dryer pudiera comunicar con mi bazo, y decirme que estaba preocupado porque yo le había gritado, indica que otros órganos del cuerpo poseen asimismo un tipo de mentalidad propia exclusiva. Los psiconeuroinmunólogos dicen lo mismo respecto de las células del sistema inmunitario y, de acuerdo con Bohm y otros físicos, hasta las partículas subatómicas poseen esta peculiaridad. Por estrafalario que suene, algunos aspectos de los ovnis y de otros fenómenos relacionados pueden ser proyecciones de la mentalidad colectiva. Algunos aspectos del encuentro de Michael Harner con seres que parecían dragones sugieren ciertamente que se estaba enfrentando a una especie de manifestación visual de la inteligencia de la molécula del ADN. En esa misma línea, Striber ha sugerido la posibilidad de que los seres de los ovnis sean, «el aspecto de la fuerza de la evolución aplicada a una mente consciente».
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Debemos permanecer abiertos a todas estas posibilidades. En un universo que es consciente hasta el mismísimo núcleo, los animales, las plantas y hasta la materia misma pueden estar participando en la creación de esos fenómenos. Lo que sí sabemos es que en un universo holográfico, un universo en el que ya no existe la separación y los procesos psíquicos más íntimos pueden desbordarse y convertirse en parte del paisaje objetivo, al igual que las flores y los árboles, la realidad misma se convierte en poco más que en un sueño de masas compartido. En las dimensiones superiores de la existencia, los aspectos similares al sueño se hacen aún más evidentes y, en efecto, muchas tradiciones han comentado este hecho. El Libro de los Muertos tibetano hace hincapié repetidamente en la naturaleza semejante al sueño del reino del más allá; y desde luego, ése es el motivo de que los aborígenes australianos se refieran a él como al «tiempo de ensoñación». Una vez que aceptamos la idea de que la realidad es omnijetiva en todos los niveles y tiene la misma categoría ontológica que el sueño, la pregunta es: ¿el sueño de quién?

La mayoría de las tradiciones religiosas y mitológicas que tratan esta cuestión dan la misma respuesta: es el sueño de una sola inteligencia divina, de Dios. Los vedas hindúes y los textos yóguicos afirman una y otra vez que el universo es el sueño de Dios. En el cristianismo, el sentimiento se resume en el dicho frecuentemente repetido de que todos somos pensamientos de la mente de Dios, o como dijo el poeta Keats, todos somos parte del «largo sueño inmortal» de Dios.

Pero ¿estamos siendo soñados por una sola inteligencia divina, por Dios, o estamos siendo soñados por la consciencia colectiva de todas las cosas: por los electrones, las partículas Z, las mariposas, las estrellas neutrón, los pepinos del mar, las inteligencias humanas y no humanas del universo? Aquí de nuevo chocamos de cabeza con las barreras de nuestras propias limitaciones conceptuales, porque en un universo holográfico la cuestión carece de sentido. No podemos preguntar si la parte está creando el todo o el todo está creando la parte, porque la parte es el todo. Así, tanto si llamamos «Dios» a la consciencia colectiva de todas las cosas como si decimos simplemente «la consciencia de todas las cosas», la situación no cambia. Lo que sostiene el universo es un acto de esa creatividad tan inefable y maravillosa que sencillamente no puede reducirse a esos términos. De nuevo es una cosmología de autorreferencia. O como dijeron tan elocuentemente los bosquimanos del Kalahari, «el sueño se está soñando».

C
APÍTULO 9

Regreso al tiempo de ensoñación
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Sólo los seres humanos han llegado a un punto donde ya no saben por qué existen. No emplean el cerebro y han olvidado el conocimiento secreto del cuerpo, de los sentidos y de los sueños. No utilizan el conocimiento que el espíritu ha puesto en cada uno de ellos; ni siquiera son conscientes de ello y por eso avanzan a trompicones por el camino de la nada: una carretera pavimentada que ellos mismos nivelan y alisan para llegar más deprisa al gran agujero vacío que encontrarán al final, esperando para tragárselos. Es una autopista rápida y cómoda, pero yo sé adónde conduce. Lo he visto. He estado allí en mi visión y tiemblo al pensarlo.

Ciervo Cojo, chamán lakota,

Ciervo Cojo, buscador de visiones

¿Adónde va el modelo holográfico desde aquí? Antes de examinar las posibles respuestas, tal vez queramos ver dónde ha estado anteriormente. En el presente libro me he referido al concepto holográfico como a una teoría nueva, lo cual es cierto en el sentido de que es la primera vez que se presenta en un contexto científico. Pero, como hemos visto, diversas civilizaciones antiguas ya habían anunciado varios aspectos de la misma. Y no son los únicos anuncios que ha habido, lo cual es intrigante porque indica que otros han encontrado asimismo razones para considerar que el universo es holográfico, o al menos para intuir sus propiedades holográficas.

Por ejemplo, la idea de Bohm de que se puede contemplar el universo como un compuesto de dos órdenes básicos, el implicado y el explicado, se puede encontrar en muchas otras tradiciones. Los budistas tibetanos llaman a esos dos aspectos el vacío y el no vacío. El no vacío es la realidad de los objetos visibles. El vacío, como el orden implicado, es el lugar donde se originan todas las cosas del universo, que manan de él en un «flujo ilimitado». Sin embargo, sólo es real el vacío; las formas del mundo objetivo son ilusorias y existen meramente por el flujo incesante que se produce entre los dos órdenes.
[1]

El vacío, a su vez, es algo «sutil», «indivisible» y «sin características apreciables». No se puede describir con palabras porque es un todo ininterrumpido.
[2]
Hablando con propiedad, ni siquiera se puede describir con palabras el no vacío, pues es igualmente una totalidad en la que la consciencia y la materia y todo lo demás es indisoluble y un todo. He aquí hay una paradoja, porque el no vacío, a pesar de su naturaleza ilusoria, contiene una «serie de universos infinitamente extensa». Y, sin embargo, sus aspectos indivisibles siempre están presentes. Como afirma John Blofeld, experto en el Tíbet, «en un universo así formado, todo penetra a todo y es penetrado por todo; en el vacío, igual que en el no vacío, la parte
es
el todo».
[3]

Los tibetanos prefiguraron asimismo parte del pensamiento de Pribram. Según Milarepa, yogui tibetano del siglo XI y el santo budista más conocido del país, el motivo de que no podamos percibir el vacío directamente es que el inconsciente (o, como dice Milarepa, la «consciencia interior») está demasiado «condicionado» en sus percepciones. Ese condicionamiento no sólo nos impide ver lo que él denomina «la frontera entre la mente y la materia» y nosotros llamaríamos «el dominio de frecuencias»; también hace que nos formemos un cuerpo cuando estamos en el estado entre vidas y ya no tenemos cuerpo. «En el reino invisible de los cielos… la mente ilusoria es el gran culpable», escribe Milarepa, que aconsejaba a sus discípulos que practicaran «la contemplación y la visión perfectas» para ser conscientes de esta «Realidad Última».
[4]

También los budistas Zen reconocen la indivisibilidad última de la realidad; el principal objetivo del pensamiento zen es aprender a percibir esa totalidad. En su libro
Games Zen Masters Play
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, Robert Sohl y Audrey Carr afirman, con palabras que podrían haber salido directamente de un artículo de Bohm: «Confundir la naturaleza indivisible de la realidad con las etiquetas conceptuales del lenguaje es una torpeza básica de la que busca liberarnos el budismo Zen. Las respuestas últimas de la existencia no pueden encontrarse en filosofías o en conceptos intelectuales por sofisticados que sean, sino más bien en un nivel de experiencia directa no conceptual [de la realidad]».
[5]

Los hindúes llaman Brahman al nivel implicado de la realidad.
[6]
Brahman no tiene forma, pero es el lugar de origen de todas las formas de la realidad visible, que salen de él y en él se envuelven de nuevo en un cambio infinito.
[7]
Al igual que Bohm, para quien se puede llamar espíritu al orden implicado sin problema ninguno, los hindúes personifican a veces ese nivel de la realidad y dicen que se compone de consciencia pura. Así pues, la consciencia no es meramente una forma más sutil de materia; es más fundamental que la materia; y según la cosmogonía hindú, la materia es lo que ha emergido de la consciencia y no al revés. O como dicen los Vedas, lo que da el ser al mundo físico es la facultad de la consciencia tanto de «velar» como de «proyectar».
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