El Viajero (56 page)

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Authors: John Twelve Hawk

Tags: #La Cuarta Realidad 1

Maya rebuscó en la bolsa y sacó el soplete de gas. Sus dedos se movieron nerviosamente al abrir la espita y aplicar el mechero. Una llama azul surgió con un suave zumbido. Sostuvo el soplete en alto y avanzó unos pasos.

Oscuras formas corrieron entre los pilares. Más risas. Los segmentados estaban cambiando de posición, trazando círculos alrededor de ellos. Maya y Hollis permanecieron espalda contra espalda en el pequeño círculo de luz.

—No se los mata con facilidad —le advirtió Hollis—. Y si les disparas, las heridas les cicatrizan enseguida.

—Habrá que darles en la cabeza.

—Si puedes, hazlo. Siguen atacando hasta que son despedazados.

Maya dio media vuelta y vio una manada de hienas a unos cinco metros de distancia. Había entre ocho y diez segmentados, que se movían deprisa. Pelaje amarillento moteado de negro. Hocicos fuertes y chatos.

Uno de los segmentados dejó escapar un agudo ladrido parecido a una risa. La manada se dividió, corrió entre los pilares y atacó desde lados opuestos. Maya dejó el soplete en el suelo y metió un cartucho en la recámara de la escopeta. Esperó a que los segmentados estuvieran un poco más cerca y entonces disparó al que iba primero. Las postas le acertaron de pleno en el pecho y lo lanzaron hacia atrás, pero los otros siguieron adelante. Hollis disparó su rifle contra el otro grupo.

Maya cargó y disparó hasta vaciar el cargador. Soltó la escopeta, agarró la espada y la apuntó hacia delante como si de una lanza se tratara. Un segmentado saltó por el aire y se ensartó en la hoja. El pesado cuerpo cayó a los pies de Maya que le arrancó desesperadamente la espada para asestar rápidas cuchilladas a los otros dos segmentados que la atacaban. Las bestias aullaron cuando la hoja se abrió paso por sus gruesos pellejos.

La Arlequín se volvió y vio a Hollis corriendo y alejándose de ella, intentando introducir un nuevo cargador en su rifle mientras tres segmentados lo perseguían. Se volvió, dejó la linterna en el suelo y, agarrando el rifle como un bate, golpeó de lleno al primero, arrojándolo a un lado. Las otras dos bestias saltaron sobre él, y Hollis cayó hacia atrás en la oscuridad.

Maya cogió el soplete con la mano izquierda, aferró la espada con la derecha y corrió hacia su compañero mientras éste forcejeaba con sus atacantes. De un tajo cortó la cabeza de un segmentado y al otro le clavó la espada en la barriga. Hollis tenía la chaqueta desgarrada y el rostro cubierto de sangre.

—¡Levántate! —gritó Maya—. ¡Tienes que levantarte!

Hollis se puso rápidamente en pie y metió otro cargador en el rifle. Un segmentado malherido intentaba alejarse arrastrándose, pero Maya lo decapitó de un tajo. Los brazos le temblaban cuando se incorporó. El segmentado tenía la boca abierta y la Arlequín le vio los dientes.

—Prepárate —avisó Hollis—. Aquí vienen de nuevo. —Alzó el rifle y empezó a murmurar una plegaria Jonesie: «Rezo a Dios con todo mi corazón. Que su Luz me proteja del mal que...».

Un aullido sonó a sus espaldas. Entonces fueron atacados desde tres direcciones distintas. Maya luchó con su espada, lanzando tajos y mandobles a los dientes y garras que se le echaban encima, a las rojas lenguas y los enloquecidos ojos que ardían de odio. Hollis empezó disparando tiro a tiro, pero enseguida cambió a ráfagas. Los segmentados siguieron atacando hasta que el último de ellos se lanzó contra Maya. La Arlequín blandió la espada, presta para abatirlo, pero Hollis se adelantó y descerrajó un tiro en la cabeza de la bestia.

Permanecieron juntos, rodeados de cadáveres. Maya se sentía aturdida, impresionada por la violencia del ataque.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Hollis con voz tensa y fatigada.

Maya se volvió para mirarlo.

—Eso creo. ¿Y tú?

—Uno de ellos me ha desgarrado el hombro, pero creo que todavía soy capaz de mover el brazo. Vamos. Hemos de seguir adelante.

Maya devolvió la espada a su estuche y, llevando la escopeta en la mano, buscó el camino hacia el otro extremo de sala subterránea. Sólo tardaron unos minutos en localizar una puerta de seguridad protegida por sensores electromagnéticos. Un cable iba desde ellos hasta una caja de conexiones que Hollis abrió. Había cables e interruptores por todas partes, pero estaban identificados por colores. Eso lo hizo más fácil.

—Aunque ahora ya saben que estamos dentro del edificio —explicó Maya—, no quiero que se enteren de que hemos llegado a la escalera.

—¿Qué cable hay que cortar?

—Nunca cortes nada. Eso siempre activa la alarma.

«Nunca evites una decisión difícil —le había dicho su padre en más de una ocasión—. Sólo los idiotas creen que pueden garantizar la respuesta correcta.»

Maya decidió que los cables que había que manipular eran el verde y el rojo que llevaban corriente. Utilizó el soplete para derretirles el aislante y a continuación los empalmó con unas pinzas.

—¿Funcionará? —preguntó Hollis.

—Quizá no.

—¿Nos estarán esperando?

—Probablemente.

—Suena prometedor.

Hollis sonrió ligeramente y eso hizo que Maya se sintiera mejor. Él no era como su padre ni como Madre Bendita, pero estaba empezando a pensar al modo Arlequín. Uno tenía que aceptar lo que deparara el destino y a pesar de todo demostrar coraje.

Cuando abrieron la puerta de hierro no ocurrió nada. Se encontraban debajo del todo de una escalera de emergencia con bombillas en cada rellano. Maya subió el primer peldaño y a continuación empezaron a moverse con rapidez.

Tenían que encontrar al Viajero.

57

Kennard Nash se dirigió a uno de los técnicos que controlaban el ordenador cuántico y le dijo algo. A continuación, le dio una palmada en el hombro, igual que un entrenador que envía a uno de sus jugadores de nuevo al campo, y volvió junto a Michael.

—Hemos recibido un mensaje preliminar de nuestros amigos —le explicó—. Eso normalmente significa que la transmisión principal tendrá lugar dentro de cinco o diez minutos.

Ramón Vega, el guardaespaldas del general, llenó los dos vasos de vino mientras Michael Corrigan mordisqueaba una galleta salada. El Viajero disfrutaba sentado en la oscura estancia y observando el tanque de cristal lleno de helio líquido. Pequeñas explosiones se sucedían dentro del verde líquido a medida que los conmutadores de electrones del corazón del ordenador eran manipulados dentro de una jaula de energía.

Los electrones existían en ese mundo, pero la propiedad cuántica de la superposición permitía que esas partículas estuvieran activas e inactivas, arriba y abajo, girando a la izquierda y a la derecha, todo al mismo tiempo. Durante un instante imperceptible, en un sitio y en otro, cruzando a una dimensión desconocida. Y en ese otro dominio, una civilización estaba esperando con otro ordenador. La máquina capturaba los electrones, los ordenaba en fragmentos de información y los devolvía.

—¿Está usted esperando algo en concreto? —preguntó Michael.

—Un mensaje de ellos. Y puede que también una recompensa. Hace tres días les transmitimos toda la información que conseguimos cuando usted entró en el Segundo Dominio. Eso era lo que esperaban de nosotros: que les proporcionásemos la ruta abierta por un Viajero.

Nash apretó un botón y tres televisores de plasma descendieron del techo. En el otro extremo de la sala, un técnico que contemplaba el monitor de un ordenador empezó a teclear instrucciones. Unos segundos después, una serie de puntos de luz y espacios de oscuridad aparecieron en el televisor de la izquierda.

—Eso es lo que nos están enviando. Se trata de un código binario —explicó Nash—. La luz y la ausencia de luz componen el lenguaje básico del universo.

Los ordenadores descifraron el código, y unos dígitos aparecieron en el televisor derecho. Se produjo una pausa. Luego, Michael vio un entramado de líneas que surgían en el del centro. Parecía el plano de un dispositivo complejo.

El general Nash actuaba como un creyente fervoroso que acabara de contemplar a Dios.

—Esto es lo que estábamos esperando —murmuró—. Michael, está usted viendo la próxima versión de nuestro ordenador cuántico.

—¿Y cuánto tiempo tardarán en construirlo?

—Mi gente analizará la información y después me comunicará una fecha aproximada de finalización de los trabajos. Hasta entonces, debemos mantener contentos a nuestros amigos. —Nash sonrió confiadamente—. Estoy jugando mi propio jueguecito con esa otra civilización. Nosotros deseamos incrementar el poder de nuestra tecnología; ellos, moverse libremente entre los distintos dominios. Usted será quien les muestre cómo se hace.

Un código binario. Números. Y después los planos del diseño de una nueva máquina. Los datos de una avanzada civilización fluían por los tres televisores, y Michael se sintió arrastrado por las imágenes que contemplaba. Apenas se dio cuenta de que Ramón Vega se acercaba al general y le entregaba un teléfono móvil.

—Estoy ocupado —dijo el general al que lo había llamado—. ¿Es que no puede esperar hasta que...?

De repente, la expresión del general cambió. Con aspecto tenso, se levantó y empezó a caminar por la habitación.

—¿Dónde está Boone? —preguntó—. ¿Se han puesto en contacto con él? Bueno, pues dese prisa y llámelo. Dígale que se presente de inmediato en el Centro de Ordenadores.

—¿Hay algún problema? —preguntó Michael cuando Nash hubo colgado.

—Alguien ha irrumpido en el centro de investigación. Seguramente se trata de uno de esos Arlequines fanáticos de los que le he hablado.

—¿Y ese individuo se encuentra en este edificio?

Semejante posibilidad desconcertó al general Nash. Miró a su guardaespaldas y controló su miedo.

—Claro que no. Eso es imposible. Lo tenemos todo bajo control.

58

Después de deambular por la sombría ciudad, Gabriel había conseguido hallar por fin la forma de volver. En esos momentos se sentía como si estuviera en el fondo de una honda piscina, mirando la oscilante superficie. El aire de sus pulmones lo empujaba hacia arriba, primero lentamente y después con creciente velocidad. Se hallaba cerca de la superficie, apenas a un metro, cuando entró de vuelta en su cuerpo.

El Viajero abrió los ojos y se dio cuenta de que no estaba tumbado en el camastro del campamento de la congregación, sino atado con correas en una camilla que alguien empujaba a lo largo de un corredor con plafones empotrados en el techo. Protegida por su funda, la espada de jade descansaba sobre su estómago y pecho.

—¿Dónde...? —preguntó entre susurros, pero tenía el cuerpo helado y le resultaba difícil hablar. La camilla se detuvo, y dos rostros lo contemplaron: Vicki Fraser y un hombre mayor vestido con una bata blanca.

—Bienvenido —le dijo el hombre.

Vicki tocó el hombro de Gabriel con aire preocupado.

—¿Estás bien, Gabriel? ¿Puedes oírme?

—¿Qué ha ocurrido?

Vicki y el hombre de la bata empujaron la camilla hasta un cuarto lleno de jaulas de animales vacías y le desataron las correas. Mientras Gabriel se incorporaba e intentaba mover los brazos, Vicki le contó que la Tabula había asaltado Arcadia y los había llevado en avión hasta un centro de investigación ubicado cerca de Nueva York. El hombre de la bata era un neurólogo llamado Phillip Richardson que la había liberado de su celda. Luego, entre los dos lo habían encontrado.

—La verdad es que yo no planeé nada de todo esto. Simplemente ocurrió. —Richardson sonaba asustado y emocionado al mismo tiempo—. Había un guardia de seguridad vigilándolo, pero lo llamaron. Según parece alguien ha irrumpido en el centro de investigación.

Vicki contempló a Gabriel, intentando calcular su fortaleza.

—El doctor Richardson cree que si nos las arreglamos para llegar al aparcamiento subterráneo quizá podamos escapar en una de las furgonetas de mantenimiento.

—Y después de eso, ¿qué?

—Estoy abierto a cualquier propuesta —dijo el neurólogo—. Tengo un viejo colega de la universidad que vive en una granja en Canadá, pero puede que tengamos problemas para cruzar la frontera.

Gabriel notó debilidad en las piernas al ponerse en pie, pero su mente estaba despejada y dispuesta.

—¿Dónde está mi hermano?

—No lo sé.

—Hemos de encontrarlo.

—Eso es demasiado peligroso. —El médico parecía inquieto—. Dentro de unos minutos el personal advertirá que usted y Vicki han desaparecido. No podemos luchar contra ellos. Es imposible.

—El doctor Richardson tiene razón, Gabriel. Quizá podamos volver más tarde para ayudar a tu hermano; pero lo primero es salir de aquí como sea.

Discutieron en voz baja hasta que Gabriel estuvo conforme con el plan, pero para entonces Richardson ya se estaba dejando llevar por el pánico.

—Seguramente lo sabrán todo —dijo—. Podrían estar buscándonos en este mismo instante. —Miró por la puerta entreabierta y después los condujo por el pasillo hasta los ascensores.

Unos segundos más tarde llegaron al nivel donde estaba el aparcamiento. Toda la planta no era más que una serie de pilares. Había tres furgonetas blancas aparcadas a poco más de diez metros de distancia.

—El personal suele dejar las llaves puestas —explicó el neurólogo—. Si logramos cruzar la puerta principal quizá tengamos una oportunidad.

Richardson se acercó al primer vehículo e intentó abrir la puerta del conductor, que estaba cerrada; a pesar de todo siguió tirando de la manija como si no pudiera creerlo.

Vicki se le acercó.

—No se preocupe, doctor. Intentemos con la siguiente.

Vicki, Gabriel y Richardson escucharon el chirrido que hizo la puerta de incendios al abrirse y unos pasos sobre el cemento. Un instante después, Shepherd salió por la escalera de emergencia.

—Vaya, menuda sorpresa —dijo pasando ante los ascensores y deteniéndose con una sonrisa—. Pensaba que los de la Tabula iban a prescindir de mí, pero ahora creo que incluso me darán un premio. Esta aspirante a Arlequín me va a arreglar el día.

Gabriel miró a Vicki y a continuación desenvainó la espada de jade. La blandió lentamente en el aire y se acordó de lo que Maya le había dicho: pocas obras salidas de la mano del hombre eran tan hermosas y puras como aquélla, y todas eran objetos de ambición y la avaricia.

Shepherd soltó un bufido burlón, como si estuviera presenciando una broma de mal gusto.

—No seas idiota, Gabriel. Puede que Maya no me considere un verdadero Arlequín, pero eso no disminuye mi habilidad en el combate. Fui entrenado en el manejo de espadas y cuchillos desde los cuatro años.

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