Read El vuelo del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
O la tenía, se preguntó Lessa, su mente reverberando aún a causa de la salvaje presciencia de peligro. Al oeste se encontraba el ancestral y único Fuerte legítimo de Fax. Al nordeste sólo había montañas desnudas y rocosas y el Weyr que protegía a Pern.
Lessa se desperezó, arqueando su espalda, aspirando el suave y puro viento matinal.
Un gallo cacareó en el patio-establo. Lessa se sobresaltó, súbitamente alerta, temiendo ser observada en una postura inusitada en ella. Soltó sus cabellos, dejando que cayeran alrededor de su rostro, semiocultándolo. Su cuerpo recuperó su fingido desmadejamiento. Bajó rápidamente la escalera, dirigiéndose hacia el wher guardián, que gritó en tono lastimero, con sus grandes ojos parpadeando contra la creciente claridad. Indiferente al hedor de su fétido aliento, Lessa atrajo la escamosa cabeza hacia ella, rascando sus orejas y sus párpados. El wher guardián estaba extasiado de placer, con su largo cuerpo tembloroso y sus cerradas alas vibrando. Era el único que sabía quién era Lessa y lo que se proponía, y era el único ser en todo Pern en quien ella había confiado desde el amanecer en que había buscado ciegamente refugio en su oscura y hedionda madriguera para escapar de las sedientas espadas que habían bebido con tanta avidez sangre de Ruatha.
Lessa se irguió lentamente, recordándole al wehr guardián que debía mostrarse tan arisco con ella como con todos los demás, por si había alguien cerca. El animal prometió obedecerla, oscilando hacia atrás y hacia adelante para subrayar su disgusto.
Los primeros rayos del sol resbalaron sobre la muralla exterior del Fuerte y, gruñendo, el wehr guardián penetró en su oscuro nido. Lessa regresó rápidamente a la cocina y a la quesería.
Desde el Weyr y desde el Cuenco,
Bronce y pardo y azul y verde,
Se elevan los dragoneros de Pern,
Arriba, en escuadrón, visibles, luego invisibles.
F'lar, sobre el gran cuello de bronce de. Mnementh, apareció el primero en los cielos encima del Fuerte principal de Fax, llamado Señor de las Altas Extensiones. Detrás de él, en correcta formación triangular, se hicieron visibles los hombres voladores, F'lar revisó la formación maquinalmente; era tan precisa como en el momento de su entrada al
inter
.
Mientras Mnementh se curvaba en un arco que les llevaría al perímetro del Fuerte, consecuente con la naturaleza amistosa de esta visita, F'lar observó con creciente aversión el mal estado de las defensas del espolón. Los pozos de pedernal estaban vacíos, y los canalones cortados en la roca que irradiaban de los pozos aparecían teñidos de verde con una vegetación musgosa.
¿No había un solo Señor en Pern que mantuviera rocoso su Fuerte, en cumplimiento de las antiguas Leyes? Los labios de F'lar se apretaron hasta formar una línea más estrecha. Cuando esta Búsqueda terminara y se realizara la Impresión, habría que celebrar un Consejo solemne y punitivo en el Weyr. Y por la dorada concha de la reina que él, F'lar, sería su moderador. Cambiaría el letargo por el trabajo. Barrería la verde y peligrosa escoria de las alturas de Pern, las briznas de hierba de sus estructuras de piedra. Ninguna cenefa verde sería indultada en ningún Fuerte y los diezmos que habían sido pagados con tanta tacañería, tan a regañadientes, afluirían, bajo pena de pedernalia, con honesta generosidad al Weyr de los Dragones.
Mnementh murmuró su aprobación mientras se disponía a posarse ligeramente sobre las losas veteadas de hierba del Fuerte de Fax. El broncíneo dragón plegó sus grandes alas, y F'lar oyó el claxon de aviso en la Gran Torre del Fuerte. Mnementh se dejó caer de rodillas cuando F'lar indicó que deseaba desmontar. El broncíneo jinete permaneció de pie junto a la enorme cabeza cuneiforme de Mnementh, esperando cortésmente la llegada del Señor del Fuerte. La ociosa mirada de F'lar se posó en el valle, caliginoso con la luz del sol de la cálida primavera. Ignoró las furtivas cabezas que espiaban al dragonero desde las troneras de los parapetos y las ventanas del acantilado.
F'lar no se volvió cuando una fuerte corriente de aire le anunció la llegada del resto de los jinetes. Supo, sin embargo, cuándo F'nor, el jinete pardo que era coincidentalmente su hermanastro, ocupaba la acostumbrada posición a su izquierda, una longitud de dragón detrás de él. Por el rabillo del ojo, F'lar vio como F'nor pisoteaba furiosamente con el tacón de su bota la hierba que crecía entre las piedras.
Una orden, embozada en un intenso susurro, surgió del interior del gran Patio, más allá de las poternas abiertas. Casi inmediatamente se hizo visible un grupo de hombres al frente de los cuales marchaba un robusto individuo de estatura mediana.
Mnementh arqueó su cuello, doblando su cabeza en ángulo de modo que su barbilla reposara sobre el suelo. Los ojos multifacetados de Mnementh, situados al mismo nivel que la cabeza de F'lar, se posaron con desconcertante interés en el grupo que se aproximaba. Los dragones nunca podrían comprender por qué inspiraban un miedo tan abyecto a las personas corrientes. En un solo momento de su vida atacaría un dragón a un humano, y eso podría ser disculpado atribuyéndolo a simple ignorancia. F'lar no podía explicarle al dragón la política que se ocultaba detrás de la necesidad de inspirar terror a los moradores de un Fuerte, Señor y artesanos incluidos. Sólo podía observar que el miedo y la aprensión que se reflejaban en los rostros de los hombres que avanzaban, y que intrigaban a Mnementh, resultaban extrañamente agradables para él, F'lar.
—Bienvenido, caballero bronce, al Fuerte de Fax, Señor de las Altas Extensiones. Él está a tu servicio —y el hombre hizo un saludo adecuadamente respetuoso.
Un meticuloso podría haber sospechado que el uso de la tercera persona del pronombre era un velado insulto. Esto encajaba con los informes que F'lar poseía de Fax, de modo que lo ignoró. Sus informes eran también correctos al describir a Fax como un hombre codicioso. Se reflejaba en los inquietos ojos que parpadeaban a cada detalle del ropaje de F'lar, en el leve ceño al observar el puño de la espada intricadamente grabado.
F'lar observó, a su vez, los valiosos anillos que resplandecían en la mano izquierda de Fax. La mano derecha del soberano permanecía ligeramente erguida, de acuerdo con la costumbre del espadachín profesional. Su túnica, de tela excelente, estaba manchada y no era demasiado nueva. Los pies del hombre, calzados con pesadas botas de piel de wher, estaban sólidamente plantados en el suelo, con el peso equilibrado hacia adelante sobre los dedos. Un hombre con el que había que tratar cautelosamente, decidió F'lar ya que no podía olvidar que era el conquistador de cinco Fuertes vecinos. Semejante audacia era una revelación en sí misma. Fax se había casado en un sexto Fuerte... y había heredado legalmente, a pesar de lo anormal de las circunstancias, el séptimo. Fax tenía fama de hombre lascivo. F'lar anticipó una provechosa Búsqueda dentro de aquellos siete Fuertes. Dejaría que R'gul marchara hacia el sur a continuar la Búsqueda entre las indolentes aunque encantadoras mujeres de allí. En esta ocasión el Weyr necesitaba una mujer fuerte; Jora había resultado mucho peor que inútil con Nemorth. Adversidad, incertidumbre: esas eran las condiciones que engendraban las cualidades que F'lar deseaba en una Dama para el Weyr.
—Estamos realizando un viaje de Búsqueda —anunció F'lar lentamente—, y solicitamos la hospitalidad de tu Fuerte, Señor Fax.
Los ojos de Fax se ensancharon imperceptiblemente a la mención de una Búsqueda.
—He oído decir que Jora había muerto —respondió Fax, renunciando bruscamente al uso de la tercera persona, como si F'lar hubiese superado alguna clase de prueba ignorándolo—. De modo que Nemorth ha puesto una reina, ¿eh? —añadió, proyectando su mirada a través de las filas de dragoneros, observando el disciplinado porte de los jinetes y el color saludable de los dragones.
F'lar no dignificó lo evidente con una respuesta.
—Y, mi Señor... —Fax vaciló, inclinando expectantemente su cabeza hacia el dragonero.
Por un instante, F'lar se preguntó si el hombre le estaba provocando deliberadamente con semejantes insultos sutiles. El nombre de los caballeros bronce tenía que ser tan bien conocido en todo Pern como el nombre de la reina dragón y su Dama del Weyr. F'lar mantuvo su rostro impasible, con sus ojos clavados en los de Fax.
Lentamente, con el adecuado aire de arrogancia, F'nor se adelantó, deteniéndose ligeramente detrás de la cabeza de Mnementh, con una mano negligentemente apoyada en la articulación de la quijada del enorme animal.
—El caballero bronce de Mnementh, Señor F'lar, pedirá alojamiento para él mismo. Yo, F'nor, caballero pardo, prefiero alojarme con mis compañeros. Somos, en total, doce.
A F'lar le gustó aquella intervención de F'nor, poniendo de relieve la fuerza del escuadrón, como si Fax fuera incapaz de contar. F'nor se había expresado con tanta habilidad que a Fax no le sería posible protestar por el insulto que acababan de devolverle.
—Señor F'lar —dijo Fax, a través de sus dientes fijados en una sonrisa—, las Altas Extensiones se sienten honradas con tu Búsqueda.
—La reputación de las Altas Extensiones quedará acrecentada —replicó F'lar suavemente— si una de ellas suministra al Weyr.
—Nuestra reputación se prolongará —replicó Fax con la misma suavidad—. En los viejos tiempos muchas notables Damas del Weyr procedían de mis Fuertes.
—¿De tus Fuertes? —preguntó F'lar, sonriendo, mientras subrayaba el plural—. Ah, sí, ahora eres soberano de Ruatha, ¿no es cierto? Ha habido muchas de aquel Fuerte.
Una extraña y tensa expresión cruzó por el rostro de Fax, reemplazada rápidamente por una sonrisa decididamente afable. Fax se apartó a un lado, haciendo un gesto a F'lar para que entrara en el Fuerte.
El jefe de los soldados de Fax ladró una orden apresurada y los hombres formaron dos hileras, con sus botas con bordes de metal arrancando chispas de las piedras.
Obedeciendo a una orden inexpresada, todos los dragones se irguieron con un gran remolineo de aire y polvo. F'lar avanzó indolentemente a través de las dos hileras formadas en señal de bienvenida. Los hombres ponían sus ojos en blanco con evidente alarma mientras los animales se deslizaban hacia los patios interiores. Alguien en la alta Torre profirió un aullido de terror mientras Mnementh ocupaba su posición en aquel punto privilegiado. Sus grandes alas enviaron aire que olía a fósforo a través del patio interior mientras trataba de acomodar su enorme estructura en el inadecuado espacio de aterrizaje.
Externamente indiferente a la consternación, temor y espanto que los dragones inspiraban, F'lar estaba secretamente divertido y más bien complacido por el efecto. Los Señores de los Fuertes necesitaban que se les recordara que debían tratar con dragones, y no sólo con sus jinetes, que eran hombres, mortales y asesinables. El antiguo respeto hacia los dragoneros así como hacia la raza de los dragones debía ser reinstilado en los pechos modernos.
—El Fuerte acaba de levantarse de la mesa. Señor F'lar —sugirió Fax—. Si... —No terminó la frase, ante la sonriente negativa de F'lar.
—Presentaré mis respetos a tu dama, Señor Fax —declaró F'lar, observando con íntima satisfacción el endurecimiento de los músculos de la mandíbula de Fax ante la ceremoniosa petición.
F'lar estaba gozando intensamente. No había nacido aún cuando tuvo lugar la última Búsqueda, la que por desgracia proporcionó a la incompetente Jora. Pero había estudiado los relatos de Búsquedas anteriores en los Antiguos Archivos, que incluían modos sutiles de confundir a los Señores que preferían mantener secuestradas a sus damas cuando los dragoneros cabalgaban. Para Fax, negarle a F'lar la oportunidad de presentar personalmente sus respetos habría representado un grave insulto, una ofensa que sólo podía dirimirse en un combate a muerte.
—¿No prefieres ver antes tu alojamiento? —inquirió Fax. F'lar sacudió una mota imaginaria de su suave manga de piel de wehr y agitó la cabeza.
—Mis respetos primero —dijo, en tono firme.
—Desde luego —asintió Fax, echando a andar, expresando con sus tacones la rabia que no podía expresar de otra manera.
F'lar y F'nor le siguieron a un paso más lento, a través de la entrada de doble puerta con sus grandes paneles metálicos, hasta el Gran Vestíbulo, labrado en la ladera del acantilado. La mesa en forma de U estaba siendo despejada por unos nerviosos servidores, que se sobresaltaron y dejaron caer algunas piezas de vajilla cuando entraron los dos dragoneros. Fax había llegado ya al otro extremo del Vestíbulo y aguardaba impacientemente junto a la abierta puerta de piedra, único acceso al Fuerte interior, que, como todos los Fuertes, penetraba profundamente en la roca y era el refugio de todos en momentos de peligro.
—No comen mal —observó F'nor casualmente, examinando los restos que quedaban sobre la mesa.
—Mejor que en el Weyr, al parecer —replicó secamente F'lar, disimulando sus palabras con su mano al ver a dos marmitones que se tambaleaban bajo el peso de una bandeja que contenía el esqueleto de un animal medio devorado.
—Joven y tierno —dijo F'nor en voz baja y tono mordaz—, a juzgar por su aspecto. En tanto que a nosotros nos envían animales viejos y depauperados.
Cuando estuvieron junto a Fax, F'lar dijo amablemente:
—Un Vestíbulo muy bien situado. —Luego, notando la impaciencia de Fax por continuar, F'lar se volvió deliberadamente de espaldas y le señaló a F'nor las ventanas en forma de troneras con las pesadas persianas de bronce abiertas al brillante cielo del mediodía—. Y encarado al este también, como es debido. Me han dicho que el nuevo Vestíbulo del Fuerte de Telgar está encarado al sur. Dime, Señor Fax, ¿eres partidario de las antiguas prácticas y montas una guardia del amanecer?
Fax frunció el ceño, tratando de analizar el significado de las palabras de F'lar.
—Siempre hay una guardia en la Torre.
—¿Una guardia oriental?
Los ojos de Fax se posaron en las ventanas, luego se deslizaron hacia el rostro de F'lar, pasaron al rostro de F'nor, y luego volvieron a posarse en las ventanas.
—Siempre hay guardias —respondió secamente— en todos los accesos.
—Oh, sólo en los accesos —y F'lar se volvió hacia F'nor y asintió juiciosamente.
—¿En qué otra parte? —preguntó Fax preocupado, mirando alternativamente a los dos dragoneros.
—Debes preguntárselo a tu arpista. ¿Tienes un arpista adiestrado en tu Fuerte?