En El Hotel Bertram (22 page)

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Authors: Agatha Christie

—Sí. Pero ¿por qué?

—Si usted no lo sabe, ¿cómo puedo saberlo yo? —replicó el policía—. Ella es su hija. Seguramente es usted quien mejor la conoce.

—No sé absolutamente nada de ella —señaló Bess con un tono de amargura—. No la veo ni he tenido nada que ver con ella desde que tenía dos años, cuando huí de mi casa y abandoné a mi marido.

—Sí, todo eso ya lo sé. Me pareció curioso. Verá, lady Sedgwick, los jueces por lo general otorgan a la madre, incluso si son la parte culpable en un caso de divorcio, la custodia de los hijos menores si ella lo solicita. Aparentemente, usted prefirió no presentar la petición. ¿No la quería?

—Creí que era lo más conveniente.

—¿Por qué?

—No creía que fuera conveniente para ella.

—¿Una cuestión moral?

—No, la moral no tuvo nada que ver. En la actualidad, el adulterio es algo muy corriente. Los niños tienen que saberlo, deben aprender a vivir con el problema. No. Me refiero a que yo no soy una persona segura con la que se pueda vivir en paz. Mi vida no se puede decir que sea segura. No puedes evitarlo si has nacido de una determinada manera. Estoy hecha para vivir peligrosamente. No soy una persona respetuosa con las leyes ni convencional. Creí que lo mejor para Elvira sería una educación inglesa tradicional. Protegida, bien cuidada, quizás aburrida pero feliz.

—¿Pero sin el amor de una madre?

—Consideré qué si aprendía a quererme acabaría por ser muy desgraciada. Quizá no quiera usted creerme, pero es lo que sentía en aquellos momentos.

—Comprendo. ¿Todavía cree que obró correctamente?

—No, no lo creo. Ahora me doy cuenta de que probablemente cometí una gran equivocación.

—¿Su hija conoce a Ladislaus Malinowski?

—Estoy segura de que no lo conoce. Ella mismo lo dijo. Usted la escuchó.

—Sí, la escuché.

—¿Entonces?

—Mientras estuvo sentada aquí tuvo miedo. En nuestra profesión, sabemos reconocer el miedo cuando lo encontramos. Ella tenía miedo. ¿De qué? Da lo mismo si los bombones estaban envenenados o no. Esta noche atentaron contra su vida. La historia del Metro bien puede ser cierta.

—Fue ridícula. Como sacada de una novela.

—Quizá. Sin embargo, esas cosas ocurren, lady Sedgwick, y con mucha más frecuencia de lo que cree. ¿Puede darme alguna idea sobre quién podría querer matar a su hija?

—¡Nadie, nadie en absoluto! —exclamó Bess con vehemencia.

El inspector jefe Davy exhaló un suspiró meneando la cabeza.

Capítulo XXII

El inspector jefe Davy había aguantado pacientemente la interminable perorata de Mrs. Melford. Había sido una entrevista extraordinariamente improductiva. La prima Mildred se había mostrado incoherente, incrédula y, en general, como una cabeza de chorlito. Al menos, esa era la opinión privada del Abuelo. El relato sobre los encantadores modales de Elvira, su buen carácter, los problemas odontológicos y las inverosímiles excusas telefónicas, habían planteado serias dudas sobre si Bridget, la amiga de Elvira, era en realidad una amistad conveniente. Todos estos temas le habían sido presentados al inspector en un gran y muy confuso batiburrillo. Mrs. Melford no sabía nada, no había oído nada, no había visto nada y, aparentemente, había deducido muy poco.

Una breve llamada telefónica al coronel Luscombe, el tutor de Elvira, había sido incluso más improductiva, aunque por fortuna sin tanta palabrería.

—Más monos sabios —le comentó por lo bajo al sargento mientras colgaba el teléfono—. No han visto nada, no han oído nada ni han dicho nada. El problema es —añadió— que todos los que han tenido algo que ver con esta muchacha han sido personas demasiado agradables, no sé si me entiende. Demasiado buenas personas que no saben ni una palabra sobre la maldad. No son en absoluto como mi vieja dama.

—¿Se refiere a la anciana del hotel Bertram's, señor?

—Sí, la misma. Se ha pasado toda la vida atenta a la maldad, sospechando de su existencia en todo, y siempre dispuesta a enfrentarse a ella si se presentaba la ocasión. Vamos a ver qué le podemos sacar a su amiga, la tal Bridget.

Las dificultades de la entrevista con Bridget estuvieron centradas desde el principio en la figura de la madre de la joven. El Abuelo se vio obligado a apelar a toda su astucia y zalamerías para conseguir hablar con Bridget sin la colaboración de la insoportable progenitora, aunque reconoció para sus adentros que no lo hubiera conseguido sin la inestimable colaboración de la propia Bridget. Después de unas cuantas preguntas y respuestas de lo más rutinarias y las exclamaciones de horror de la madre de Bridget al escuchar el relato de cómo Elvira se había salvado por los pelos de morir asesinada, Bridget comentó:

—Mamá, recuerda que debes ir a la reunión del comité. Dijiste que era muy importante.

—Cierto, cierto —exclamó la buena señora.

—Sabes muy bien, mamá, que si no estás presente no sabrán ni por donde empezar.

—En eso tienes toda la razón. Acabarán liándose y al final no harán nada. Pero quizá tendría...

—No es necesario, señora —intervino Davy con su mejor expresión de persona seria y responsable—. No tiene por qué preocuparse. Vaya a su reunión. Ya he acabado con todo lo importante. Usted me ha dicho todo lo que necesitaba saber. Ahora sólo me quedan un par de preguntas de mera rutina sobre algunas personas de Italia que seguramente su hija podrá contestarme.

—Bueno, si tú crees que podrás arreglártelas sola, Bridget.

—Claro que podré arreglármelas, mamá.

Por fin, después de muchas protestas y lamentaciones, la madre de Bridget se marchó a su reunión del comité.

—¡Ya era hora! —exclamó Bridget en cuanto volvió a la sala después de acompañar a su madre hasta la puerta principal—. ¡La verdad es que las madres son lo que no hay!

—Es lo que me han dicho —asintió el inspector—. Muchas de las jóvenes con las que me cruzo tienen infinidad de problemas con sus madres.

—Hubiese dicho que usted lo consideraría desde el punto de vista opuesto.

—Se equivoca, aunque las jóvenes muchas veces no me creen. Ahora, por favor, cuénteme un poco más.

—No podía hablar con franqueza delante de mi madre —se disculpó Bridget—. Pero, por supuesto, soy consciente de que usted necesita saber todo lo posible sobre este asunto. Sé que Elvira está terriblemente preocupada por algo y que tiene miedo. Nunca admitiría que está en peligro, pero lo está.

—Eso mismo pensaba yo. Pero claro que no se lo podía preguntar delante de su madre.

—Oh, no, no queremos que mi madre se entere de nada de todo este asunto —proclamó Bridget—. Cualquier cosa la desespera y no tardaría ni un segundo en ir a contárselo a todo el mundo. Quiero decir que, si Elvira no quiere que un asunto como éste se divulgue, no podemos contarle ni una palabra a mi madre.

—En primer lugar —dijo Davy, iniciando el interrogatorio—, quiero aclarar el asunto de una caja de bombones que Elvira recibió en Italia. Por lo que me ha dicho, existe la posibilidad de que los bombones estuvieran envenenados.

A Bridget los ojos se le abrieron como platos.

—¿Envenenados? De ningún modo, no lo creo. Al menos...

—¿Pasó algo?

—Eso sí. Trajeron una caja de bombones y Elvira se dio un atracón. Aquella noche se puso enferma con un dolor de barriga tremendo.

—¿Dijo algo sobre veneno?

—No, bueno, mencionó que alguien intentaba envenenar a alguna de nosotras. Revisamos los bombones para ver si les habían inyectado algo.

—¿Cuál fue el resultado?

—No encontramos nada. Si había algo, nosotras no supimos encontrarlo.

—Cabe la posibilidad de que miss Elvira siguiera creyendo lo del veneno, ¿no es así?

—Sí, es posible, pero no volvió a mencionar el tema.

—¿Usted cree que tenía miedo de alguien?

—En aquel momento no lo creí ni tampoco vi nada que lo confirmara. En cambio, aquí sí.

—¿Qué sabe de aquel joven, el tal Guido?

Bridget se echó a reír.

—Estaba enamoradísimo de Elvira.

—¿Usted y su amiga se reunían con él en secreto?

—La verdad es que no me importa decírselo. Después de todo, usted es policía. Para usted estas cosas no tienen la menor importancia y supongo que las comprenderá. La condesa Martinelli era terriblemente severa o, por lo menos, eso creía. Como es natural, nosotras teníamos que inventarnos toda clase de historias y excusas. Nos cubríamos las unas a las otras.

—Supongo que se ponían de acuerdo para contar las mismas mentiras.

—Así es, pero, ¿qué se puede hacer cuando te enfrentas a alguien que sospecha de todo?

—O sea que se encontraban con Guido. ¿Alguna vez amenazó a Elvira?

—En ocasiones, aunque no creo que fuera en serio.

—Entonces, quizá tenía miedo de las amenazas de otra persona.

—Eso ya no lo sé.

—Por favor, miss Bridget, dígamelo. Podría ser vital.

—Sí, sí, ya le entiendo. Había alguien más. No sé quién era, pero sí que había alguien que a ella le importaba mucho. Iba en serio, me refiero a que era realmente importante.

—¿Se citaba con esa persona?

—Creo que sí. Muchas veces me decía que iba a ver a Guido, pero no se trataba de Guido, sino de otro hombre.

—¿Tiene alguna idea de quién era?

—No. —La voz de Bridget vaciló un poco.

—¿Por casualidad no será un piloto de carreras llamado Ladislaus Malinowski?

Bridget le miró pasmada.

—¿Así que ya lo sabe?

—¿Tengo razón?

—Sí, creo que sí. Tenía una foto que había arrancado de una revista. La tenía guardada en el cajón de la ropa interior.

—Quizá la guardaba porque era su ídolo o algo así.

—Sí, es posible, pero no lo creo.

—¿Sabe si se reunió con él en este país?

—No lo sé. Verá, sé muy poco de lo que ha estado haciendo desde que regresó de Italia.

—Vino a Londres para ir a ver al dentista —la ayudó Davy, tendiéndole una pequeña trampa—. Al menos eso es lo que dijo. En cambio vino a verla a usted. Llamó a Mrs. Melford y le contó no sé qué historia sobre una vieja gobernanta.

Bridget volvió a reír.

—No era verdad, ¿eh? —El inspector sonrió compartiendo la broma—. ¿Dónde fue?

—Se fue a Irlanda —respondió Bridget.

—¿A Irlanda? ¿Para qué?

—No me lo quiso decir. Dijo que necesitaba averiguar algo.

—¿Sabe usted a qué lugar de Irlanda?

—No exactamente. Mencionó un nombre. Bally no sé cuantos. Creo que dijo Ballygowlan.

—Comprendo. ¿Está segura de que viajó a Irlanda?

—La vi subir al avión en el aeropuerto de Kensington. Viajó en un avión de Air Lingus.

—¿Cuándo regresó?

—Al día siguiente.

—¿También en avión?

—Sí.

—¿Está usted completamente segura de que volvió en avión?

—¡Supongo que sí!

—¿Tenía pasaje de vuelta?

—No, eso sí que lo recuerdo. No tenía pasaje de vuelta.

—Quizá regresó por otro camino, ¿no le parece?

—Sí, es posible.

—Por ejemplo, podría haber regresado con el Irish Mail.

—No me dijo nada.

—Pero tampoco le dijo que regresara en avión.

—No —admitió Bridget—. Sin embargo, ¿qué sentido tendría regresar en barco y en tren cuando podía coger el avión?

—Si encontró lo que quería saber y no tenía ningún lugar donde pasar la noche, quizá consideró más conveniente y sencillo regresar con el expreso nocturno.

—Bueno, supongo que quizá lo hizo.

Davy esbozó una sonrisa.

—Me parece que a las jóvenes de hoy en día no se les ocurre que hay otros medios para viajar aparte del avión.

—En eso creo que tiene toda la razón.

—La cuestión es que regresó a Inglaterra. ¿Qué ocurrió después? ¿Vino a verla o la llamó por teléfono?

—Me llamó.

—¿A qué hora?

—En algún momento de la mañana. Sí, creo que fue alrededor de las once o las doce.

—¿Qué le dijo?

—Me preguntó si todo estaba en orden.

—¿Lo estaba?

—No, no lo estaba, porque Mrs. Melford había llamado y mi madre se puso al teléfono. Las cosas se complicaron y yo no sabía qué decir. Entonces Elvira me dijo que no vendría a Onslow Square, que se encargaría de llamar a la prima Mildred y que se inventaría cualquier excusa.

—¿Esto es todo lo que recuerda?

—Eso es todo —respondió Bridget, reservándose la historia de Mr. Bollard y el brazalete. Eso era algo que de ninguna manera estaba dispuesta a contarle al policía.

El Abuelo se dio cuenta de que la muchacha le ocultaba alguna cosa, y rogó para sus adentros que no fuera algo importante para la investigación.

—¿Cree que su amiga estaba realmente asustada de alguien o de algo?

—Sí, lo creo.

—¿Ella se lo mencionó o usted aludió el tema?

—Se lo pregunté directamente. Al principio me dijo que no, pero después admitió que estaba asustada. Sé que lo estaba —añadió Bridget con un súbito apasionamiento—. Estaba en peligro. Eso lo tenía muy claro. Pero no sé porqué ni cómo. La verdad es que no conseguí que me diera más detalles.

—¿Su convicción en este punto se relaciona con aquella mañana en particular, me refiero a la mañana en que regresó de Irlanda?

—Sí. Fue entonces cuando me convencí de que el peligro era real.

—¿La mañana en que quizá regresó en el tren expreso?

—No creo que regresara en el tren. ¿Por qué no se lo pregunta a Elvira?

—Creo que acabaré haciéndolo. Pero de momento no quiero llamar la atención sobre el tema. Existe la posibilidad de que si lo hago el peligro para ella sea todavía mayor.

Bridget le miró fijamente.

—¿A qué se refiere?

—Quizás usted no lo recuerde, miss Bridget, pero aquella fue la noche, o mejor dicho la madrugada, en que asaltaron el Irish Mail.

—¿Quiere decir que Elvira estuvo mezclada en ese asunto y que no me dijo ni una palabra?

—Estoy de acuerdo con usted en que es muy poco probable. Pero se me ocurrió que quizás ella viera algo o a alguien, o presenciara algún incidente relacionado con el Irish Mail. Pudo ver a alguien que conociera, y eso tal vez la puso en peligro.

—¡Vaya! —exclamó Bridget. Reflexionó durante unos segundos—. ¿Se refiere a que alguien que conocía estaba mezclado en el robo?

El inspector Davy se levantó.

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