En El Hotel Bertram (24 page)

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Authors: Agatha Christie

—¿¡Qué!? —Malinowski se levantó de un salto—. ¿Bess? ¿Que Bess quiere matar a su propia hija? Usted está loco. ¿Por qué Bess iba a querer matar a Elvira?

—Probablemente, porque, como el familiar más cercano, heredaría una cuantiosa fortuna.

—¿Bess? ¿Usted cree que Bess sería capaz de matar por dinero? Tiene dinero a montones que le dejó su marido norteamericano, o por lo menos dinero más que suficiente.

—Más que suficiente no es lo mismo que una cuantiosa fortuna —replicó el Abuelo—. Las personas asesinan cuando se trata de fortunas. Hay madres que han matado a sus hijos y también hijos que han matado a sus madres.

—Se lo repito, ¡usted está loco!

—Usted dijo que pensaba casarse con miss Blake. Quizá ya se ha casado con ella. En ese caso, usted podría ser quien heredaría una cuantiosa fortuna.

—¡Cuántas estupideces más es capaz de decir usted! No, no estoy casado con Elvira. Es una muchacha bonita. Me gusta y ella está enamorada de mí. Sí, lo admito. La conocí en Italia. Nos lo pasamos muy bien, pero eso es todo. Nada más, ¿me comprende?

—Vaya. Hace sólo un momento, Mr. Malinowski, decía usted con toda claridad que ella era la muchacha con quien iba a casarse.

—Ah, eso.

—Sí, eso. ¿Decía usted la verdad?

—Lo dije porque me pareció que sonaba más respetable. Ustedes son tan puritanos en este país.

—No me parece una explicación muy adecuada.

—Usted no entiende nada en absoluto. La madre y yo, bueno, somos amantes. No quería decírselo. Por eso sugerí que la hija y yo estábamos prometidos en matrimonio. Eso suena muy inglés y correcto.

—A mí me suena como muy traído por los pelos. Usted está desesperado por conseguir dinero, ¿no es así, Mr. Malinowski?

—Mi querido inspector, yo siempre estoy desesperado por el dinero. Es algo muy triste.

—No obstante, tengo entendido que hace unos meses estuvo derrochando dinero a manos llenas.

—Ah, tuve un golpe de suerte. Soy un jugador, lo reconozco.

—Eso me resulta mucho más creíble. ¿Puedo preguntar dónde tuvo ese golpe de suerte?

—Eso no se lo diré. No pensará que se lo voy decir.

—No lo pienso.

—¿Esto es todo lo que quería preguntarme?

—Sí, por el momento. Usted ha identificado la pistola como de su propiedad. Eso nos será de gran ayuda.

—No lo entiendo. No se me ocurre... —Se interrumpió y tendió la mano para coger la pistola—. Devuélvamela, por favor.

—Me temo que tendremos que retenerla por ahora, así que le daré un recibo por el arma.

Escribió el recibo y se lo entregó a Malinowski. El piloto de carreras se marchó dando un portazo.

—Un tipo temperamental —opinó el Abuelo.

—¿Veo que no insistió usted en el tema de la matrícula falsa y Bedhampton?

—No. Quería inquietarle, pero tampoco demasiado. Dejaremos que se preocupe de una sola cosa a la vez. Le aseguro que está preocupado.

—El jefe quiere hablar con usted, señor, tan pronto como quede libre.

El inspector asintió y fue inmediatamente al despacho de sir Ronald.

—Hola, Abuelo. ¿Cómo van las cosas? ¿Progresan?

—Sí. Las cosas marchan bien. Tenemos una buena cosecha en la red, aunque la mayoría son peces pequeños. Pero nos estamos acercando a los peces gordos. Todo en orden y controlado.

—Bien hecho, Fred.

Capítulo XXV
1

Miss Marple se apeó del tren en Paddington y vio la corpulenta figura del inspector Davy que le aguardaba en el andén.

—Ha sido muy amable de su parte, miss Marple —manifestó el Abuelo, al tiempo que la cogía por un brazo para guiarla a través de la barrera hasta donde les esperaba un coche. El conductor abrió la puerta, miss Marple subió, el inspector la siguió y el coche se puso en marcha.

—¿Dónde me lleva, inspector Davy?

—Al hotel Bertram's.

—¡Válgame Dios! Otra vez al hotel Bertram's. ¿Por qué?

—La respuesta oficial es: porque la policía cree que usted puede ayudarles en sus investigaciones.

—Eso me suena como algo muy conocido, pero también un tanto siniestro. A menudo es el preludio a un arresto, ¿no es así?

—No la voy a detener, miss Marple. —El Abuelo sonrió—. Tiene usted una coartada.

Miss Marple consideró la afirmación del inspector.

—Comprendo.

No dijeron nada más hasta que llegaron al Bertram's. Miss Gorringe les miró desde el mostrador de recepción cuando entraron, pero el inspector se llevó a miss Marple directamente hacia el ascensor.

—Segundo piso.

El ascensor los subió al segundo piso. Salieron y Davy abrió la marcha por el pasillo hasta llegar a la habitación número 18.

—Esta es la misma habitación que me dieron cuando estuve aquí —comentó miss Marple, mientras el policía abría la puerta.

—Efectivamente.

Miss Marple se sentó en la butaca.

—Una habitación muy cómoda —señaló, mirando a su alrededor. Exhaló un leve suspiro.

—Desde luego aquí saben perfectamente qué es la comodidad —asintió Davy.

—Parece usted cansado, inspector —afirmó miss Marple sin que viniera a cuento.

—He tenido que trotar mucho estos últimos días. Acabo de regresar de Irlanda.

—Vaya. ¿Desde Ballygowlan?

—¿Cómo diablos sabe usted lo de Ballygowlan? Lo siento, le ruego que me disculpe.

Miss Marple le perdonó con una sonrisa.

—Supongo que Michael Gorman le dijo de dónde era, ¿me equivoco? —dijo el Abuelo.

—No, no me lo dijo.

—Entonces, si me permite que se lo pregunte, ¿cómo se enteró?

—Bueno, la verdad es que resulta un tanto embarazoso. Fue algo que oí por casualidad.

—Ah, comprendo.

—No estaba espiando. Se trataba de una sala pública, al menos técnicamente. Con toda franqueza, admito que me encanta escuchar a la gente. Sobre todo cuando uno es viejo y no tiene muchas ocasiones de frecuentar. Me refiero a que, si la gente habla cuando uno está cerca, escuchas.

—A mí me parece algo muy natural.

—Sí, hasta cierto punto. Si las personas prefieren no bajar la voz, uno debe asumir que están dispuestas a que los demás les oigan. Claro que hay sus más y sus menos. A veces se plantea una situación incómoda cuando te das cuenta de que, aunque sea una sala pública, los demás no han advertido que hay alguien más allí. Entonces, es cuando tienes que decidir qué hacer al respecto. Levantarte y toser, o quedarte quieta y confiar en que no se den cuenta de tu presencia. En cualquier caso, no deja de ser incómodo.

El inspector consultó su reloj.

—Perdone. Me interesa mucho lo que dice, pero el padre Pennyfather llegará de un momento a otro. Tengo que ir a buscarle. No le importa esperar, ¿verdad?

Miss Marple respondió que no le importaba. El Abuelo salió de la habitación.

2

El padre Pennyfather atravesó la puerta giratoria y entró en el vestíbulo del Bertram's. Frunció el entrecejo, preguntándose por qué le parecía que había algo diferente en el hotel. ¿Quizás habían pintado el vestíbulo o habían cambiado la decoración? Meneó la cabeza. No, no era eso, pero sí que había algo. No se le ocurrió pensar que la diferencia era entre un portero de un metro ochenta de estatura, ojos azules y pelo oscuro, y otro de metro sesenta, hombros caídos, pecas y una mata de pelo rubio que le sobresalía de la gorra. Sólo sabía que había algo distinto. Con su habitual expresión despistada, se encaminó hacia la recepción. Miss Gorringe le dio la bienvenida.

—Padre Pennyfather, me alegra mucho volver a verle. ¿Viene usted a recoger el equipaje? Lo tiene preparado, pero podría haberse ahorrado la molestia. No tenía más que llamar y nosotros se lo hubiéramos enviado a su casa.

—Muchas gracias, miss Gorringe, es usted muy amable como siempre. Pero la verdad es que hoy tenía que venir a Londres de todas maneras y pensé que podía venir a recogerlo.

—Estábamos tan preocupados por usted —añadió la recepcionista—. Me refiero a la desaparición, y que nadie fuera capaz de dar con su paradero. Me han dicho que tuvo usted un accidente de carretera o algo así.

—Sí. Hoy en día la gente conduce demasiado rápido. Es muy peligroso. Tampoco es que recuerde gran cosa del accidente. Me afectó la cabeza. El médico habló de conmoción cerebral. Pero ya sabe usted, cuando uno se hace viejo, la memoria... —Se interrumpió para menear la cabeza, con una expresión de tristeza—. ¿Cómo está usted, miss Gorringe?

—Muy bien, gracias.

En aquel momento, el padre Pennyfather cayó en la cuenta de que miss Gorringe también se veía distinta. La observó, en un intento por descubrir dónde estaba la diferencia. ¿El pelo? No, lo llevaba como siempre. Quizás incluso un poco más encrespado. El mismo vestido negro, el mismo collar, el mismo broche. Todo estaba como siempre, pero había una diferencia. ¿Quizás un poco más delgada? ¿O se trataba de...? Se la veía preocupada. Sí, aquí tenía la solución. No era frecuente que el padre se diera cuenta de las preocupaciones ajenas, no era la clase de persona que notara las emociones en los rostros de los demás, pero hoy le llamó la atención, quizá porque miss Gorringe, a lo largo de los años, siempre había presentado el mismo aspecto a los huéspedes del hotel.

—Confío en que no haya usted estado enferma —comentó solícito—. Se la ve un poco más delgada.

—La verdad, padre, es que tuvimos muchas preocupaciones.

—Vaya, vaya. Lo lamento. Espero que no haya sido por culpa de mi desaparición.

—No, no —respondió la mujer—. Estábamos preocupados, desde luego, pero tan pronto como nos enteramos de que se encontraba bien... —Se interrumpió por un momento y después añadió—: No, no, se trata... bueno, no sé si usted lo habrá leído en el periódico. Gorman, el portero, fue asesinado.

—Ah, sí, es verdad. Ahora lo recuerdo. Leí la noticia en el periódico, eso de que aquí habían tenido un asesinato.

Miss Gorringe se estremeció al escuchar la palabra asesinato dicha con tanta crudeza.

—Terrible —exclamó—, terrible. Nunca había ocurrido nada semejante en el Bertram's. Me refiero a que no somos la clase de hotel donde se cometen asesinatos.

—No, por supuesto —se apresuró a decir Pennyfather—. Estoy seguro de eso. Quería decir que nunca se me pasó por la cabeza que algo así hubiese podido pasar aquí.

—Claro que no ocurrió dentro del hotel —añadió la recepcionista, un poco más animada al considerar este aspecto—. El asesinato tuvo lugar en la calle.

—O sea que, en realidad, no tuvo nada que ver con esto —señaló el padre con la mejor de las intenciones.

Sin embargo, aparentemente no era lo que se esperaba que dijera.

—Pero lo relacionaron con el Bertram's —protestó miss Gorringe—. Estuvo aquí la policía. Interrogaron a los huéspedes, dado que el portero asesinado trabajaba para nosotros.

—Ah, por eso hay un portero nuevo. Ahora me explico por qué tenía la impresión de que las cosas habían cambiado un poco.

—Sí, ya sé que no es del todo satisfactorio. Me refiero a que no es del estilo de personal que estamos acostumbrados a tener aquí. Pero, desde luego, necesitábamos conseguir un portero rápidamente.

—Ahora sí que lo recuerdo todo —afirmó el clérigo, que acababa de unir los vagos retazos de información que había leído en los periódicos hacía una semana atrás—. Pero creía que habían disparado contra una muchacha.

—¿Usted se refiere a la hija de lady Sedgwick? Supongo que la recordaba usted de haberla visto con su tutor, el coronel Luscombe. Al parecer, alguien la atacó en medio de la niebla. Supongo que pretendían robarle el bolso. La cuestión es que alguien le disparó, y entonces, Gorman, que desde luego había sido un soldado y era un hombre con gran presencia de ánimo, corrió en su ayuda, la escudó con su cuerpo y el pobre recibió el disparo mortal.

—Muy triste, tristísimo —afirmó Pennyfather, meneando la cabeza con desánimo.

—Todo eso complica muchísimo las cosas —se quejó la recepcionista—. Quiero decir que la policía entra y sale continuamente. Supongo que es lo lógico, pero no nos gusta que ocurra aquí, aunque debo reconocer que el inspector jefe Davy y el sargento Wadell son personas con un aspecto muy respetable. Trajes discretos y modales correctos, no como esos tipos de gabardina y zapatones que vemos en las películas. Casi son como nosotros.

—Sí, sí —asintió el padre.

—¿Tuvo que ir al hospital?

—No. Unas personas muy agradables, unos verdaderos samaritanos, creo que un hortelano, me recogió, y su esposa me cuidó hasta que me recuperé. Les estoy agradecido, muy agradecido. Es alentador descubrir que la bondad humana todavía existe en este mundo. ¿Usted qué opina?

Miss Gorringe respondió que lo consideraba muy alentador.

—Después de todo lo que lees sobre el aumento de la criminalidad, todos esos horribles jóvenes y chicas que atracan bancos, asaltan trenes y secuestran personas, te consuela saber que todavía quedan personas de buen corazón. —La recepcionista desvió la mirada hacia las escaleras—. Veo que el inspector Davy viene hacia aquí. Creo que desea hablar con usted.

—No entiendo por qué quiere hablar conmigo —manifestó el clérigo intrigado—. Ya me vino a visitar, sabe usted, a Chadminster. Creo que se llevó una gran desilusión porque no le pude decir nada que le fuese útil.

—¿No pudo?

El padre meneó la cabeza con una expresión compungida.

—No recuerdo absolutamente nada. El accidente ocurrió en las cercanías de un lugar llamado Bedhampton y, la verdad, no entiendo qué podía estar haciendo allí. El inspector no hizo otra cosa que preguntarme una y otra vez por qué estaba allí y no se lo pude decir. Es muy extraño, ¿no cree usted? Parecía creer que había viajado en un coche desde algún lugar próximo a la estación del ferrocarril hasta la vicaría.

—Eso parece bastante lógico —apuntó la mujer.

—Pues a mí no me lo parece en absoluto. Quiero decir que ¿por qué iba a circular por una parte del país que ni siquiera conozco?

El inspector Davy se unió a ellos.

—Me alegro de verle, padre Pennyfather. ¿Se encuentra bien?

—Me siento bastante bien, pero todavía tengo dolores de cabeza. Me han recomendado que no haga demasiados esfuerzos. Sigo sin recordar lo que tendría que recordar y el médico opina que quizá nunca recupere la memoria de aquellos cuatro días.

—Bueno, lo importante es no perder la esperanza —afirmó el Abuelo mientras se llevaba al canónigo de la recepción—. Quiero llevar a cabo un pequeño experimento. Espero que no le importe ayudarme.

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