En picado (31 page)

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Authors: Nick Hornby

—He estado intentando enterarme, pero no tengo ni idea.

—Sí —dije—. Bueno. Tiene que parecerles muy confuso.

—Venga, pues. Sáquenos de nuestra ignorancia. Steve dice que tienen ustedes problemas de dinero.

—Algunos de nosotros sí. Yo no.

Nunca he tenido que preocuparme por el dinero, la verdad. Tengo la prestación por hijo incapacitado a mi cargo, y vivo en la casa de mi madre, que además me dejó algún dinero. Y si no vas nunca a ninguna parte, ni haces nada, la vida es barata.

—Pero tienen problemas —dijo el joven cuadrado.

—Sí, tenemos problemas —dije—. Pero cada uno los tiene diferentes.

—Sí, sé que él tiene problemas —dijo el otro, el que se llamaba Stephen—. El tipo que salía en la tele.

—Sí, tiene problemas —dije.

—¿Y de qué lo conoce? No me la imagino a usted yendo a los mismos clubs nocturnos.

Y acabé por contárselo todo. No quería, pero me salió sin darme cuenta. Y, en cuanto empecé, ya no pareció importarme mucho lo que les estaba contando. Y luego, cuando llegué al final de la historia, me di cuenta de que no tenía que haber dicho nada, aunque fueron muy comprensivos y amables, y dijeron lo mucho que lo sentían y ese tipo de cosas.

—No lo contarán en la residencia, ¿verdad? —dije.

—¿Por qué íbamos a contarlo?

—Porque si se enteran de que planeaba dejarles a Matty para siempre, podrían negarse a volver a aceptarlo. Podrían pensar que cuando llame para que vengáis a recogerlo esté pensando en tirarme del tejado de alguna parte.

Así que hicimos un trato. Me dieron el nombre de otra residencia de la zona, un centro que, según ellos, era mejor que el suyo, y prometí que si alguna vez iba a suicidarme, llamaría a la otra.

—No es que no queramos saber —dijo el joven cuadrado (que se llamaba Sean)—. Y no es que no queramos que Matty se quede en nuestra residencia. Es que no queremos tener la sensación de que cada vez que nos llame pensemos que está en apuros.

No sé por qué, pero esto me hizo sentirme feliz. Dos hombres a quienes no conocía de nada me estaban diciendo que no los llamara si sentía deseos de suicidarme, y me entraron unas ganas enormes de abrazarlos. No quería que la gente me tuviera lástima, ¿entienden? Quería que me ayudara, aunque esa ayuda significara decirme que no iban a ayudarme (si es que esto no suena demasiado irlandés). Y lo curioso del caso es que esto era lo que pretendía Jess al organizar la reunión. Y no esperaba que yo sacara algo en limpio de ella; y sólo había pedido a los dos jóvenes que vinieran porque Matty no hubiera podido llegar hasta aquel sótano sin ellos. Y, sin embargo, en apenas cinco minutos me habían hecho sentirme mejor en cierto aspecto.

Stephen, Sean y yo observamos a los demás durante unos minutos, para ver cómo se las estaban arreglando. JJ estaba haciéndolo muy bien, porque él y sus amigos aún no habían empezado a pelearse. Martin y su ex mujer miraban en silencio cómo sus hijas hacían un dibujo, y Jess y sus padres se estaban gritando. Lo que podría ser una buena señal, si es que se estaban gritando lo que debían gritarse, pero de vez en cuando se oía a Jess chillando a voz en cuello sobre esto o lo otro, lo cual no tenía ningún aspecto de ayudar ni poco ni mucho. Por ejemplo: «¡Yo nunca he tocado esos jodidos pendientes!» Todo el mundo lo oyó, y Martin y JJ y yo nos miramos. Ninguno de nosotros sabía nada de esos pendientes, así que no queríamos juzgar, pero resultaba difícil imaginar que dichos pendientes fueran la raíz de los problemas de Jess.

Me daba lástima Penny, que seguía sentada en su silla, sola, así que le pregunté si quería venir a mi rincón.

—Estoy segura de que tiene montones de cosas que hablar todavía —dijo ella.

—No —dije yo—. Hemos terminado, de verdad.

—Bueno, pues tiene usted el chico mejor parecido de esta sala —me dijo. Hablaba de Stephen, el enfermero alto, y cuando lo miré desde el otro extremo del salón, entendí lo que Penny quería decirme. Era rubio, de pelo largo y tupido, y ojos azules, y tenía una sonrisa que caldeaba el ambiente. Era triste que no me hubiera fijado hasta entonces, pero lo cierto es que ya no pienso nunca en esas cosas.

—Vaya y hable con él. Estará encantado de conocerla —dije. No estaba segura de que fuera a ser así, pero si coincide que estás al lado de un chico que está en una silla de ruedas, imagino que te pondrá contento conocer a una mujer hermosa que además sale en la televisión. Y no tengo ningún mérito, porque en realidad no hice nada, aparte de decir lo que dije. Pero es curioso que mucho de lo que sucedió después fue porque Penny cruzó el salón para ir a hablar con Stephen.

JESS

Parecía que a todo el mundo le iba bastante bien menos a mí. A mí me iba de pena. Y no era justo, porque me había pasado siglos organizando lo de la intervención y la reunión de los padres y demás. Había entrado en Internet y había encontrado la dirección de correo electrónico del tipo que había sido mánager del grupo de JJ. Y él me dio el teléfono de Ed, y estuve en vela hasta las tres de la madrugada para llamarle por teléfono cuando llegara a casa del trabajo. Y cuando le dije lo jodido que estaba JJ, él dijo que vendría a Inglaterra, y además llamó por teléfono a Lizzie y se lo contó, y ella también quiso ayudar. Y con Cindy y las niñas hubo sus más y sus menos, y fue una semana entera de trabajo de dedicación completa, y ¿qué saqué yo de todo esto? Una puta mierda. ¿Por qué pensé que hablar con mi jodido padre y mi jodida madre me iba a servir de algo? Hablo con ellos todos los putos días, y nunca cambia nada. Así que ¿qué coño pensé que iba a cambiar? ¿Por haber traído a Matty y a Penny y a todos los demás? ¿Por estar en Starbucks? Supongo que tenía la esperanza de que escucharan, sobre todo porque había anunciado que había reunido al grupo porque necesitábamos ayuda; pero cuando mamá sacó lo de los pendientes, supe que más me habría valido haber arrastrado a cualquier persona allí dentro y haberle pedido que me adoptara o algo.

Nunca vamos a olvidar lo de los pendientes. Estaremos hablando de ellos en su lecho de muerte. Es casi su forma de maldecir. Cuando estoy furiosa con ella, digo mucho «joder», y cuando ella está furiosa conmigo, dice mucho «pendientes». Además, ni siquiera eran suyos; eran de Jen, y, como le he dicho mil veces, yo jamás los toqué. Ella sostiene que durante todas aquellas primeras semanas horribles, cuando lo único que hacíamos era estar sentados junto al teléfono esperando la llamada de la policía para decirnos que habían encontrado el cuerpo, los pendientes de Jen estaban encima de su mesilla. Mamá dice que iba a sentarse en su cama todas las noches, y que tiene como una memoria fotográfica de las cosas que veía día tras día, y que aún sigue viendo los pendientes hoy, junto a una taza vacía de café y un libro de bolsillo. Y luego, cuando empezamos a volver al trabajo y al colegio y a la vida cotidiana normal (o a una vida tan normal como nos ha sido posible llevar desde entonces), los pendientes desaparecieron. Así que, por supuesto, tuve que ser yo la que los cogió, porque siempre estoy robando cosas. Y es cierto, lo admito. Pero lo que robo normalmente es dinero, y se lo robo a ellos. Los pendientes eran de Jen, no de ellos, y los compró en Camden Market por unas cinco libras.

No estoy muy segura, y no me estoy autocompadeciendo ni nada parecido. Pero los padres suelen tener hijos preferidos, ¿no? ¿Cómo iban a evitarlo? ¿Cómo el señor y la señora Minogue no iban a preferir a Kylie en lugar de a la otra?
[32]
Jen jamás les robó a mis padres ni un penique; siempre estaba leyendo libros, sacaba buenas notas en el colegio, hablaba con papá de reestructuraciones y de todo ese tipo de cosas políticas, y nunca vomitaba en el suelo delante del ministro de Hacienda o de quien fuera. Veamos lo de vomitar, por ejemplo. Fue el
falafel
, ¿de acuerdo? Habíamos hecho novillos, y puede que nos compráramos un par de porros y nos tomáramos un par de Breezers, así que no fue lo que uno llamaría una tarde loca. No estaba muy pasada ni nada parecido. Y entonces me comí ese
falafel
justo antes de volver a casa. Bueno, pues lo sentía subiéndome por la garganta mientras estaba abriendo la puerta principal, así que sabía perfectamente lo que me estaba dando arcadas. Y no tuve ni la menor oportunidad de llegar al cuarto de baño, ¿de acuerdo? Y papá estaba en la cocina, con el tipo de Hacienda, y traté de llegar al fregadero, pero no lo logré.
Falafel y
Breezers por todas partes. ¿Habría vomitado si no hubiera comido el dichoso
falafel
? No. ¿Creyó mi padre que mi vomitona tenía algo que ver con el
falafel
? No. ¿Habrían creído a Jen? Sí. Y sólo porque no bebía ni fumaba porros. No sé. Es lo que
pasa..., falafel y
pendientes. Todo el mundo sabe hablar, y nadie sabe qué decir.

Después de pasar otra vez por lo de los pendientes, mamá dice: ¿Qué quieres? Así que digo: No escuchas nada. Y ella dice: ¿Qué es lo que debería escuchar? Y yo digo: El discurso de antes, cuando dije que necesitábamos vuestra ayuda, y ella dice: Bien, y ¿qué quiere decir eso? ¿Qué se supone que tendríamos que hacer y no hacemos?

No supe decirlo. Me alimentaban y me vestían y me daban dinero para copas y me educaban y todo lo demás. Cuando les hablaba me escuchaban. Por lo tanto pensé que si les decía que tenían que ayudarme, me ayudarían. Nunca se me había ocurrido que no había nada que yo pudiera decir, que no había nada que ellos pudieran decir, que no había nada que ellos pudieran hacer.

Así que en aquel momento, cuando mamá me preguntó cómo podían ayudarme, fue un poco como el momento en que aquel tipo se había tirado de la azotea. O sea, no fue tan horrible ni terrorífico, y nadie había muerto, y estábamos en un salón de Starbucks, y etcétera, etcétera. Pero ¿saben cómo solemos tener cosas guardadas ahí detrás de la cabeza, como en una caja llena de recursos para los momentos difíciles? Por ejemplo, piensas: si un día ya no puedo más, me mataré. Un día, si me siento jodida de verdad, lo que haré será tirar la toalla y pedirles a mamá y a papá que me echen una mano. De todas formas, la caja llena de recursos la tenía ahora vacía, y lo gracioso del asunto era que nunca había habido nada dentro.

Así que hice lo que normalmente hago en estos casos. Le dije a mamá: A tomar por el culo, y le dije a papá: A tomar por el culo, y me fui, a pesar de que se suponía que luego iba a hablar con los amigos y familiares de mis compañeros del grupo. Cuando llegué a lo alto de las escaleras me sentí estúpida, pero ya era demasiado tarde para volver a bajar, así que salí del local y eché a andar Upper Street abajo, y me metí en el metro de Angel y cogí el primer tren que apareció en el andén. Y nadie salió tras de mí.

JJ

En cuanto vi a Ed y a Lizzie allí en el sótano de Starbucks, sentí un incontrolable destello de esperanza. Algo como: «¡Eso es! ¡Han venido a rescatarme! El resto del grupo tiene un concierto esta noche, ¡y Lizzie y yo vamos a ir a ese bonito apartamento que ha alquilado para los dos! ¡Eso es lo que ha estado haciendo todo este tiempo! ¡Buscar ese apartamento y decorándolo! Y... ¿Quién es ese tipo mayor que está hablando con Jess? ¿No será un ejecutivo de una compañía de discos? ¿Nos habrá negociado Ed un nuevo contrato? No, nada de eso. El tipo mayor era el padre de Jess, y poco después me enteré de que Lizzie tenía un nuevo novio, un tipo con una casa en Hampstead y una empresa de diseño gráfico.

Salí enseguida de aquella fantasía. Lizzie y Ed no mostraban ninguna emoción especial en el semblante, ni en la voz, así que supe que no tenían ninguna noticia que darme, ningún anuncio importante en relación con mi futuro. Y en ello vi amor por su parte, y preocupación, y eso me puso un poco lloroso, si quieren que les diga la verdad. Los abracé durante un buen rato, para que no pudieran ver que era un blandengue. Pero habían venido al salón del sótano de Starbucks porque les habían dicho que vinieran al salón del sótano de Starbucks, y ninguno de ellos tenía ni la menor idea de para qué.

—¿Qué tal, tío? —dijo Ed—. He oído que no te iba demasiado bien.

—Sí, bueno —dije—. Ya me saldrá algo. —Quise decir algo de aquel Micawber de Dickens, pero no quería que Ed se preocupara excesivamente por mí antes incluso de que hubiéramos empezado a hablar.

—No va a salirte nada aquí —dijo—. Tienes que volver a casa.

No quise tener que hablar del asunto de los noventa días, así que cambié de tema.

—Mírate —dije. Llevaba una chaqueta de ante que seguro que le había costado una pasta, y unos pantalones de pana blancos, y aunque seguía con el pelo largo, tenía un aspecto sano y reluciente. Parecía uno de esos gilipollas que salen con las chicas de
Sexo en Nueva York
.

—La verdad es que nunca he querido tener el aspecto que solía tener antes. Lo tenía porque no tenía un centavo. Y nunca vivimos en ningún sitio con una ducha decente.

Lizzie sonrió educadamente. Era duro: los dos allí, como tu primera mujer y tu segunda mujer viniendo a verte al hospital.

—Nunca te tuve por un rajado —dijo Ed.

—Eh, cuidado con lo que dices. Este es el Cuartel General de los Rajados.

—Sí. Pero por lo que estoy oyendo, los demás tienen buenas razones para rajarse. ¿Tú tienes algo que te lleve a hacerlo? No tienes nada, tío.

—Eso. No tengo
nada
.

—No es eso lo que he querido decir.

—¿Alguien quiere un café? —dijo Lizzie.

No quería que Lizzie se fuera.

—Iré contigo —dije.

—Vamos los tres —dijo Ed. Así que todos fuimos a buscar café, y Lizzie y yo seguimos sin hablar. El que hablaba era Ed, y era como si los dos últimos años de mi vida se hubieran condensado en una cola para pedir un café.

—Para la gente como nosotros, el rock and roll es como la universidad —dijo Ed después de pedir los cafés—. Somos tíos de la clase trabajadora. No logramos andar por ahí como tíos de una fraternidad
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a menos que entremos en un grupo de música. Tenemos unos años buenos y luego el grupo empieza a joderte, en la carretera empieza a joderte, y no tener nunca un centavo empieza a joderte de verdad, y vas y te buscas un empleo. Es la vida, tío.

—Así que lo que hay que hacer cuando todo te empieza a joder... Sería como una licenciatura. Como el título de fin de carrera.

—Exacto.

—¿Y cuándo va a empezar a joderle todo a Dylan? ¿O a Springsteen?

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