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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Error humano (15 page)

—El miedo más grande que tenemos a bordo es el fuego —dice el teniente Smith—. Y la razón es el humo.

En caso de incendio, por los pasillos estrechos llenos de humo y sin luz, en la oscuridad total, hay que ponerse sobre la cara la máscara de oxígeno acoplada a una capucha de lona con lamparilla y caminar palpando el suelo en busca de aire. En el suelo hay unas marcas oscuras y rugosas que pueden ser cuadradas o triangulares. Uno va palpando el suelo con los pies, como si leyera braille, hasta encontrar una marca. Las marcas cuadradas indican tomas de aire en el techo a las que se puede uno conectar. Las marcas triangulares indican tomas de aire en las paredes. Uno se conecta a la toma, respira, grita «Aire», y luego sigue por el pasillo hasta la siguiente toma para respirar otra vez. En la máscara hay una salida que permite a otros miembros de la tripulación conectarse a ti y respirar mientras tú respiras. Hay que gritar «Aire» para que nadie se alarme por el estrépito que hace el aire cuando te desconectas de una toma.

Para hacer el
Louisiana
más hogareño, el teniente Smith se trae café en grano de Gevalia, un molinillo y una máquina de expresso. Otros miembros de la tripulación se traen las toallas de casa y fotografías para pegar con cinta adhesiva en la parte inferior de la litera de encima de la suya. Montroy se trae sus treinta cedés favoritos. Se traen grabaciones en vídeo de la vida en casa. Un miembro de la tripulación trae una funda de almohada de Scooby-Doo. Muchos se traen sus propias colchas y mantas.

—La llamo mi manta protectora —dice el encargado de almacén de primera de la Tripulación Dorada Greg Stone, que está escribiendo un diario para leérselo más tarde a su mujer, mientras ella le lee el suyo a él.

Uno se mete en el agua sin más aire que el que hay en el submarino. Ese mismo aire se limpia con aminos calentados, que se unen al dióxido de carbono y lo eliminan. A fin de generar oxígeno nuevo, se usan mil cincuenta amperios de electricidad que divide las moléculas del agua de mar desmineralizada. El dióxido de carbono y el hidrógeno se expulsan al océano. Hacen falta mil quinientos kilos de presión hidráulica para comprimir la basura de a bordo en forma de latas de treinta kilos envueltas en acero —unas cuatrocientas por cada patrulla— que luego se expulsan.

No se puede beber alcohol y solo se puede fumar en la zona cercana al motor auxiliar de gasoil Firbank Morris de doce cilindros, apodado el «Pistón de la Chaveta». El motor de gasoil actúa como apoyo a la planta eléctrica nuclear, el «Fogón de la Panza».

Si formas parte de la tripulación, duermes a menos de dos metros de los veinticuatro misiles nucleares Trident que llenan el tercio central de la nave, almacenados en tubos que suben desde la sentina hasta las cuatro cubiertas. Fuera de los dormitorios, los tubos de los misiles están pintados de distintos tonos del naranja, naranja más claro hacia la proa y más oscuro hacia la popa, con el objeto de contribuir a la percepción de la profundidad de la tripulación en el compartimento de treinta metros. Montados sobre los tubos de los misiles hay cajones llenos de películas de vídeo y golosinas a la venta cortesía del Club de Ocio.

Uno está rodeado de tuberías y válvulas de colores. El púrpura quiere decir refrigerador. El azul, agua limpia. El verde, agua de mar. El naranja, fluido hidráulico. El marrón, dióxido de carbono. El blanco, vapor. El marrón claro, aire a baja presión.

De acuerdo con Hanlon, Smith y el jefe de embarcación de la Tripulación Dorada Ken Biller, la percepción de profundidad no es un problema a pesar del hecho de que uno nunca enfoca la vista más lejos de la longitud del compartimento central de misiles. Dice un miembro de la tripulación que está bebiendo café en la cubierta comedor que el primer día que sales a la luz del sol vas con los ojos fruncidos y tienes que llevar gafas de sol, y la Marina te recomienda que no conduzcas un coche durante los dos primeros días debido a posibles problemas con la percepción de profundidad.

Montadas en un par de tubos de misiles hay placas metálicas que señalan el lugar y el momento en que se disparó un misil. En el tubo número cinco, una placa señala el lanzamiento de un misil el 18 de diciembre de 1997, a las 15.00 horas, en el marco de la operación Demonstration and Shakedown. Lo disparó la Tripulación Azul.

—De vez en cuando —dice el teniente Smith, de la Tripulación Dorada—, una nave tiene la suerte de poder disparar su misil.

La Tripulación Dorada nunca ha disparado ninguno.

No hay ni ventanas ni ojos de buey ni cámaras instaladas en la parte exterior del casco. Salvo por el sonar, uno es ciego en el caso de que alguna vez te ataque...

—¿...un calamar gigante? —dice el teniente Smith, completando mi pensamiento con las cejas levantadas—. De momento no ha pasado nunca.

—Una vez chocamos contra una ballena —dice el primer oficial de máquinas Cedric Daniels—. Bueno, por lo menos se cuenta esa historia.

Las abolladuras sin explicar en el casco se han atribuido a las ballenas. Con el sonar, en las profundidades del mar, se oyen las llamadas de las ballenas, los delfines y las marsopas. El claqueteo que hacen los bancos de gambas. Se trata de los ruidos que la tripulación denomina «biológicos».

Uno se hace a la mar con trescientos sesenta kilos de café, quinientos setenta litros de leche en cajas, novecientas docenas de huevos grandes, tres mil kilos de harina, seiscientos kilos de azúcar, trescientos cincuenta kilos de mantequilla y mil setecientos cincuenta kilos de patatas. Todo se empaqueta en «módulos de alimentación», cajones de metro y medio por metro y medio por dos metros que se llenan en almacenes del puerto y se meten en la nave por una escotilla. Uno viaja con seiscientos vídeos, trece torpedos, ciento cincuenta tripulantes, quince oficiales y ciento sesenta y cinco «cajas de la Noche del Medio».

Antes de partir, la familia de cada hombre a bordo le da al jefe de embarcación Ken Biller un paquete del tamaño de una caja de zapatos, y la noche que marca el punto medio exacto del período de patrulla, que se llama la Noche del Medio, Biller reparte las cajas. La mujer de Smith le envía fotos y cecina y una moto de juguete para recordarle la que tiene en tierra. Greg Stone recibe una funda de almohada donde hay impresa una foto de su mujer, Kelley. La mujer de Biller le envía fotos de su perro y de su colección de armas de fuego.

Además, en la Noche del Medio se puede pujar por un oficial, ya que los oficiales salen a subasta. El dinero va a parar al Fondo de Ocio, y los oficiales subastados tienen que trabajar durante la siguiente guardia para los ganadores de la subasta.

Otra tradición de la Noche del Medio es la subasta de tartas. El ganador de la subasta puede elegir al hombre que quiera, sentarlo en una silla delante de toda la tripulación y darle un tartazo.

Todo el mundo a bordo llama al oficial de suministros Smith «Chuleta» por las insignias doradas que lleva en el cuello del uniforme, que deberían parecerse a hojas de roble pero que recuerdan más a chuletas de cerdo. Al jefe de embarcación Keller lo llaman «Mazorca». Al oficial ejecutivo jefe Hanlon lo llaman «OEJ». De los miembros de la tripulación original, como la especialista en dirección de comedores Lonnie Becker, se dice que tienen «tabla propia». Uno no ve películas, sino que «quema pelis». Las puertas son «trampillas». Los gorros, «tapas». Los misiles son «chuzos». En la nueva Marina políticamente correcta, los monos de color azul oscuro que lleva la tripulación cuando está de patrulla ya no se llaman «cagaderos». Los tripulantes que sirven en la cubierta comedor ya no se llaman «basureros». El Sauerbraten ya no es «polla de burro». Los raviolis no son «almohadillas de la muerte». La carne de buey picada con crema sobre una tostada ya no es «mierda en una teja». La carne en conserva al maíz ya no es «culo de babuino».

No de forma oficial. Pero aún se oye.

Las hamburguesas, solas o con queso, siguen siendo «grasas». Las hamburguesas de pollo siguen siendo «ruedas de pollo». Las literas se llaman «ganchos», por los que se usaban para sujetar las hamacas en los barcos de vela. Los baños siguen siendo «agujeros», por los que había en la proa de aquellos barcos. Dos agujeros para la tripulación y uno para los oficiales, perforados en la cubierta bamboleante y bañada por el oleaje, por encima de la quilla.

Como dice OEJ Hanlon, «a aquellos tipos no les hacía falta papel higiénico».

Otra noche señalada durante el viaje de patrulla es el «Café del Jefe», con la palabra «jefe» en español. Se trata de la noche en que los oficiales cocinan para la tripulación. Se apagan las luces de la cubierta comedor y los oficiales sirven a los tripulantes con barritas de fósforo incandescentes en las mesas en lugar de velas. Hasta hay un maître.

Para fines religiosos, hay «líderes seglares» en la tripulación que pueden llevar a cabo servicios católicos o protestantes. En Navidad, los marineros cuelgan lucecitas en sus dormitorios y ponen pequeños árboles plegables de papel de aluminio. Decoran el salón de cenas de los oficiales, llamada Sala de Oficiales, con nieve artificial y guirnaldas.

Cuando uno se hace a la mar en el
USS Louisiana,
esta es su vida. Los tripulantes viven en ciclos de dieciocho horas. Seis horas de guardia. Seis horas de sueño. Y seis horas libres de guardia en que uno se puede relajar, hacer ejercicio o estudiar cursos por correspondencia en el ordenador destinados a sacarse una diplomatura. Una vez por semana más o menos uno duerme una noche «de equilibrio» de ocho horas. La edad media de los tripulantes es de veintiocho años. Del dormitorio al agujero vas vestido con calzoncillos o con una toalla. Por lo demás, casi todos los tripulantes llevan su mono.

Los oficiales viven en un ciclo de veinticuatro horas. Mientras se está de patrulla no se hace el saludo militar a los oficiales.

—Cuando nos meten en el tubo bajo llave —dice el teniente Smith—, esta es nuestra familia y así es como los tratamos.

Smith señala el juramento de servicio enmarcado que hay en la pared de la cubierta comedor y dice:

—Un tipo puede haber tenido un día muy bueno, pero si viene aquí a comer y el servicio es malo, la comida no está buena o los platos no están calientes, si no le damos esa atmósfera casera, le podemos estropear el día entero.

Los últimos días de patrulla todo el mundo coge «fiebre de canal». Nadie quiere dormir. Todo el mundo quiere llegar a casa. Llegado ese punto, siempre hay películas puestas y se comen pizzas y aperitivos las veinticuatro horas.

En puerto, las mujeres y las novias se están rifando el «primer beso». El dinero de las tartas, las subastas y las rifas se invierte en la fiesta de la tripulación para celebrar la vuelta a casa.

Y el día en que el
USS Louisiana
llegue a casa, las familias estarán en el muelle con carteles y banderitas. El oficial al mando siempre es el primero en poner el pie en tierra para saludar al oficial de flota, pero después...

Se anuncia a los ganadores de la rifa y ese hombre y esa mujer se besan delante de todo el mundo. Y todos los demás aplauden.

POSDATA: La fotógrafa de este artículo, Amy Eckert, tuvo que pasar por un montón de filtros gubernamentales para conseguir publicarlo en la revista
Nest.
Me avisó de que, como
Nest
era una revista de «diseño», a los mandamases de la Marina les preocupaba que tuviera un público lector homosexual y que la pieza pudiera ser una revelación sonada sobre la actividad homosexual a bordo de los submarinos.

La fotógrafa recalcó que yo no podía mencionar bajo ningún concepto el tema del sexo anal bajo el mar. Tiene gracia, pero hasta que ella no lo mencionó, a mí ni se me había pasado por la cabeza. A mí me interesaba más la jerga y los vocablos específicos de los tripulantes de submarinos. Quería pintar un paisaje de palabras completamente únicas. La jerga es la paleta de colores del escritor. Me rompió el corazón que antes de que se publicara el artículo los censores de la Marina quitaran toda la jerga, incluyendo «polla de burro» y «culo de babuino».

Con todo, la fobia al sexo se convirtió en el gran elefante invisible que resultaba difícil de ignorar.

Un día, en un pasillo muy estrecho, yo estaba de pie con un oficial asistente cuando pasaron varios oficiales en pleno desempeño de sus tareas. Yo tenía las manos cerca de la cintura y trataba de tomar notas mientras hablábamos.

Y sin venir a cuento de nada, el oficial dijo:

—Por cierto, Chuck, cuando los tíos se froten de esa manera contra ti, no quiere decir nada.

Hasta entonces yo ni me había fijado. Pero ahora quería decir algo. Todos aquellos frotamientos...

Otro día, en la cubierta comedor después del almuerzo, había unos marineros sentados hablando sobre los problemas de permitir que sirvieran mujeres a bordo en los submarinos. Un hombre dijo que era cuestión de tiempo antes de que dos personas se enamoraran, alguna mujer acabara embarazada y tuvieran que suspender una misión de noventa días para regresar a puerto.

Y al oír aquello yo dije que ni hablar. Que llevaba el tiempo suficiente a bordo como para ver lo apretados que estaban todos allí. Ni en coña, dije yo, iban a encontrar dos personas el espacio ni la intimidad para tener relaciones sexuales a bordo.

Y otro marinero cruzó los brazos sobre el pecho, se reclinó en el asiento de su silla y dijo:

—¡Oh, pasa! —En voz alta y clara, sonrió y dijo—: ¡Pasa, y mucho!

Y entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir. Acababa de reconocer la existencia del elefante invisible.

Todo el mundo en la sala lo estaba fulminando con la mirada.

Lo que siguió fue el momento de silencio furibundo más largo de la historia de la Marina.

En otra ocasión me pidieron que esperara en un pasillo delante de un tablón de noticias con los anuncios del día. El primer anuncio era una lista de tripulantes nuevos y una nota dándoles la bienvenida a bordo.

El segundo anuncio era un recordatorio de que se acercaba el día de la Madre.

El tercer anuncio decía que el «daño personal autoinfligido» estaba a la orden del día en los submarinos. Decía: «Evitar el daño autoinfligido entre el personal a bordo de los submarinos es la prioridad más alta de la Marina». Argot siniestro de la Marina para referirse al suicidio. Otro elefante invisible.

El día que me marché de la base naval de King’s Bay vino un oficial a pedirme que escribiera un buen artículo. Yo me había quedado para echar un último vistazo al submarino y él me dijo que cada vez había menos gente que valorara el tipo de servicio que él valoraba por encima de todo.

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