Espacio revelación (39 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

—Escúchame, Khouri —dijo la Mademoiselle—. ¿Quieres saber la verdad?

—Por supuesto.

—Entonces, será mejor que te sujetes. Estás a punto de conocerla.

En cuanto estuvo preparada para ser absorbida al espacio artillería, sintió que estaba siendo arrastrada a otro lugar completamente distinto. Y lo más extraño era que tenía la impresión de que se trataba de una parte de sí misma que, hasta entonces, desconocía por completo.

Se encontraban en un campo de batalla, rodeados por las tiendas-burbuja de camuflaje, los cercos temporales de algún hospital o algún puesto avanzado de mando. El cielo que se alzaba sobre el complejo era celeste, veteado de nubes, aunque lo manchaban unas sucias y entremezcladas estelas de vapor. Era como si un calamar tan grande como el planeta estuviera lanzando sus vísceras a la estratosfera. Diseminadas por las estelas y pasando rápidamente entre ellas había diversas naves a reacción con las alas en forma de flecha. Más abajo había dirigibles y, aún más abajo, rozando la periferia del complejo, helicópteros de transporte de formas bulbosas que descendían de vez en cuando para vomitar vehículos blindados para el transporte del personal, ambulancias o criados armados. A un lado del complejo había una zona de aterrizaje chamuscada, cubierta de hierba, en la que había seis aviones carentes de ventanillas y con las alas en delta; sus superficies superiores imitaban con precisión el tono de suelo decolorado por el sol y sus iris de despegue y aterrizaje vertical estaban abiertos para inspección.

Khouri sintió que tropezaba, que caía sobre la hierba que había a sus pies. Vestía un uniforme de camuflaje que en esos momentos era de color caqui moteado y sujetaba un arma de fuego, cuya empuñadura metálica había sido moldeada para que se adaptara a su palma. Su cabeza estaba protegida por un casco, de cuyo borde colgaba un monóculo de lectura bidimensional que mostraba un mapa térmico del campo de batalla, transmitido desde uno de los dirigibles.

—Por aquí, por favor.

Un sombrero blanco le señaló una de las tiendas-burbuja. Una vez en su interior, un ayudante cogió su arma, la identificó y la dejó en un estante donde había otras ocho, todas ellas de diferente potencia: armas de fuego como la suya, agotatropas de potencia media y una cruenta ack-am que nadie querría utilizar en el mismo continente que su adversario. Los dirigibles se desvanecieron, quedando ocultos tras el sudario de antivigilancia que rodeaba la tienda-burbuja. Ella extendió la mano que ahora tenía vacía y dejó el monóculo sobre el borde del casco, apartando un sudoroso mechón de cabello de sus ojos con el mismo movimiento.

—Por aquí, Khouri.

La condujeron hacia una zona posterior y compartimentada de la tienda, por una sala repleta de literas, heridos y criados médicos que zumbaban suavemente y se inclinaban sobre sus pacientes como cisnes verdes mecanizados. Oyó el sonido de reactores y una serie de explosiones procedentes del exterior, pero ninguno de sus compañeros pareció advertirlo.

Por fin la llevaron a una habitación diminuta y cuadrada, equipada con un único escritorio. Las paredes estaban cubiertas con las banderas transnacionales de la Coalición Septentrional y en una esquina de la mesa había un enorme globo de bronce de Borde del Firmamento. En aquellos momentos, el globo estaba en modo geológico, así que sólo mostraba las diferentes masas de tierra y tipos de terreno de la superficie, y no las fronteras políticas que se estaban disputando de forma tan acalorada. Khouri sólo le dedicó una rápida mirada, porque lo que más le llamaba la atención era la persona que estaba sentada tras el escritorio, vestida de la cabeza a los pies con ropa militar: chaqueta cruzada de color gris oliva, charreteras de oro, un visible alarde de medallas de la CS en el pecho y el cabello moreno peinado hacia atrás en surcos brillantes.

—Siento que haya tenido que ser así —dijo Fazil—. Pero ahora que estás aquí… —le indicó una silla—. Toma asiento; tenemos que hablar. Y por cierto, es bastante urgente.

Khouri recordó vagamente otro lugar: una sala metálica en la que había un asiento. En aquel recuerdo había algo que le ponía nerviosa, algo que la apremiaba, como si el tiempo fuera precioso, pero parecía irreal comparado con el presente, con esta habitación. Fazil absorbía por completo su atención. Estaba exactamente igual que como le recordaba, aunque en su mejilla había una cicatriz que no recordaba y se había dejado bigote… o al menos (no lo sabía con certeza) había cambiado algo del que llevaba la última vez. Quizá ahora era más grueso, o quizá lo había dejado crecer hasta el punto en donde ahora se iniciaba un elegante descenso a ambos lados de su labio superior.

Khouri se sentó en una silla plegable.

—La Mademoiselle temía que esto llegara a ocurrir —dijo Fazil, sin apenas mover los labios bajo el bigote—. Por eso tomó ciertas precauciones. Mientras estabas en Yellowstone, te implantó una serie de memorias de acceso restringido. Estaban diseñadas para activarse, para que fueran accesibles a tu mente consciente, sólo cuando ella lo considerara necesario. —Extendió un brazo sobre el escritorio y giró el globo, permitiendo que zumbara unos instantes antes de detenerlo bruscamente—. De hecho, el proceso de desbloquear esos recuerdos se inició hace algún tiempo. ¿Recuerdas haber sufrido un leve ataque de migraña en el ascensor?

Khouri intentaba sujetarse a algún punto de apoyo, a alguna realidad objetiva en la que pudiera depositar su confianza.

—¿Qué es esto?

—Una conveniencia —respondió Fazil—. Urdida a partir de patrones de memoria existentes que la Mademoiselle incautó y consideró útiles. Por ejemplo, esta reunión… ¿no crees que se parece un poco a la primera vez que nos vimos, querida? ¿A aquella época en la unidad de operaciones de la Colina Setenta y Ocho, en la campaña de provincias central, antes de la segunda ofensiva de la península roja? Me fuiste enviada porque necesitaba que alguien llevara a cabo una misión de infiltración, alguien que conociera los sectores desprotegidos controlados por naves. Formábamos un buen equipo, ¿verdad? En más de un sentido. —Se acarició el bigote y volvió a tocar el globo—. Por supuesto, no te he traído… o mejor dicho, ella no te ha traído a este lugar para hablar del pasado. No; el simple hecho de que hayas accedido a este recuerdo significa que necesitas conocer ciertas verdades. La pregunta es la siguiente: ¿estás preparada para oírlas?

—Por supuesto que estoy… —Khouri se interrumpió. Lo que Fazil estaba diciendo no tenía ningún sentido, pero le inquietaba el recuerdo del otro lugar, del asiento brutal de la sala metálica. Tenía la impresión de que tenía que resolver algo en ese lugar, algo que quizá se estaba desarrollando en este mismo instante. Sentía que, estuviera donde estuviera aquella sala, ella debía estar en ella, uniendo sus fuerzas a la lucha. Fuera cual fuera la razón de esa batalla, tenía la sensación de que no quedaba demasiado tiempo, y menos aún para este tipo de diversión.

—Oh, no te preocupes —dijo Fazil, que parecía haber leído en su mente—. Nada de esto está sucediendo en tiempo real; ni siquiera en el tiempo real acelerado de la artillería. ¿Nunca te ha pasado que alguien te ha despertado bruscamente de un sueño y, de alguna manera, sus acciones se han incorporado a la narrativa de tu sueño mucho antes de que despertaras? Ya sabes a qué me refiero: tu perro te lame la cara para despertarte y, en tu sueño, caes al mar desde un barco. Y sin embargo, has estado en ese barco durante todo el sueño —hizo una pausa—. Recuerdos, Khouri. Recuerdos impuestos de forma instantánea. El sueño parecía real, pero fue creado en el mismo instante en que el perro empezó a lamerte la cara. Se construye a la inversa. Es lo mismo que sucede con estos recuerdos.

El hecho de que Fazil mencionara la artillería había cristalizado el concepto de la sala. Sentía con más fuerza que nunca que tenía que estar allí, participando en la lucha. Los detalles se le escapaban, pero tenía la impresión de que era muy importante que regresara.

—La Mademoiselle podría haber seleccionado cualquier lugar de tu pasado, o haber creado uno a partir de fragmentos sueltos —continuó Fazil—. Sin embargo, consideraba que, en cierto sentido, sería de gran ayuda que te encontraras en un marco mental en el que te resultara natural tratar ciertos asuntos militares.

—¿Asuntos militares?

—Concretamente una guerra. —Sonrió una vez más, haciendo que las puntas de su bigote apuntaran momentáneamente hacia arriba, como una demostración de los principios de ingeniería de un puente levadizo—. No se trata de ninguna de la que hayas oído hablar. No; me temo que tuvo lugar hace demasiado tiempo. —Se levantó sin previo aviso, deteniéndose para alisar su chaqueta y tirar de ella desde debajo del cinturón—. La verdad es que será mejor que aplacemos la charla hasta que lleguemos a la sala de información.

Doce

Borde del Firmamento, 61 Cygni-A, 2483 (simulado)

La sala de información a la que la llevó Fazil era completamente distinta a cualquier otra que hubiera visitado. Era demasiado grande para que pudiera contenerla la tienda-burbuja y, aunque Khouri había experimentado diversos artefactos de proyección, sabía que ninguno de ellos habría sido capaz de mostrar el objeto que le estaban presentando en aquellos momentos. Era un espacio de unos veinte metros de ancho que estaba rodeado por una acera con un pasamanos metálico.

Era un mapa del conjunto de la galaxia.

Y lo que hacía imposible que aquel mapa hubiera sido proyectado por los mecanismos que ella conocía era un hecho muy simple: al mirarlo percibía (veía y, de algún modo, advertía) todas y cada una de las estrellas de la galaxia, desde la enana marrón más fría hasta la supergigante más brillante y transitoria. Y no sólo se trataba de que todas las estrellas de la galaxia estuvieran allí para ser vistas si su mirada se posaba en ellas, sino que había algo más. Era, simplemente, que podía ver el conjunto de la galaxia de una sola mirada. Podía asimilarla por completo.

Contó las estrellas.

Había cuatrocientas sesenta y seis mil trescientos once millones, novecientas veintidós mil ochocientas once estrellas. Mientras miraba, una de las supergigantes blancas expiró en supernova, de modo que tuvo que corregir la cifra.

—Es un truco —dijo Fazil—. Una codificación. Hay más estrellas en la galaxia que células en el cerebro humano, de modo que para que pudieras conocerlas todas tendrías que utilizar una fracción indeseable de tu memoria conectiva total. Sin embargo, eso no significa que la sensación de omnisciencia no pueda imitarse.

De hecho, la galaxia estaba tan perfectamente detallada que podía describirse como un mapa. Cada estrella había sido representada con absoluta fidelidad (colores, tamaños, luminosidades, asociaciones binarias, posiciones y velocidades), pero además aparecían las regiones en las que se estaban formando nuevas estrellas: centelleantes velos de gas en los que se arraigaban las calientes ascuas de los soles embrionarios. Había estrellas recién formadas rodeadas por discos de material proto-planetario e incluso sistemas planetarios que palpitaban alrededor de sus soles centrales a un ritmo sumamente acelerado. También había estrellas envejecidas que habían expulsado trozos de sus fotosferas al espacio, enriqueciendo el tenue medio interestelar, pues ésta era la reserva protoplasmática básica a partir de la cual se crearían las futuras generaciones de estrellas, mundos y culturas. Había restos regulares o irregulares de supernovas, enfriándose a medida que expandían y vertían su energía al medio interestelar. En ocasiones, en el centro de una de esas muertes estelares, Khouri advertía un pulsar recién forjado que emitía impulsos de radio con lenta pero impresionante precisión, como los relojes de algún palacio imperial olvidado que hubieran resultado heridos de forma definitiva, haciendo que el tiempo que transcurría cada vez que se movía el segundero se fuera alargando hasta una fría eternidad. También había agujeros negros en los corazones de algunos de estos restos, y uno masivo (aunque ahora inactivo) en el centro de la galaxia, rodeado por un bajío de estrellas malditas que algún día entrarían en su horizonte de sucesos y se romperían en pedazos, provocando una explosión apocalíptica de rayos-X.

Pero en esta galaxia había algo más que astrofísica. Khouri, sintiendo que se había impuesto una nueva capa de recuerdos sobre la anterior, de pronto descubrió que sabía algo más: que la galaxia hervía de vida, que había un millón de culturas dispersas de forma seudoaleatoria por su enorme y lento disco rotativo.

Pero esto era el pasado… el pasado remoto.

—En verdad —dijo Fazil—, se trata de algún momento de hace unos mil millones de años. Como el Universo es sólo unas quince veces más antiguo, podría decirse que se trata de un espacio de tiempo enorme, sobre todo según la escala galáctica. —Estaba apoyado en la barandilla de la acera, junto a ella, como si fueran una pareja que se hubiera detenido para contemplar su reflejo en un estanque de patos, oscuro y salpicado de pan—. Para que tengas cierta perspectiva, te diré que la humanidad no existía hace mil millones de años. De hecho, ni siquiera existían los dinosaurios. Su ciclo evolutivo no se inició hasta hace algo menos de doscientos millones de años, y nosotros llevamos aquí una quinta parte de ese tiempo. Ahora nos encontramos en la era Precámbrica: en la Tierra ya había vida, pero no había ningún organismo multicelular; tan sólo algunas esponjas. —Fazil contempló de nuevo la representación de la galaxia—. Sin embargo, no sucedía lo mismo en todas partes.

El millón aproximado de culturas existentes (Khouri sabía que podía contarlas con precisión pero, de pronto, hacerlo le pareció infantil y pedante, como calcular la edad según la luna más próxima) no habían surgido a la vez ni habían existido en la galaxia durante el mismo periodo de tiempo. Según Fazil (aunque ella lo sabía a algún nivel básico), hasta hacía unos cuatro mil millones de años, la galaxia no había alcanzado el nivel necesario en el que podían empezar a surgir culturas inteligentes. Cuando se alcanzó ese punto de madurez galáctica, las culturas no aparecieron al unísono, sino que la inteligencia emergió de forma progresiva, puesto que algunas culturas se desarrollaron en mundos donde, por una u otra razón, el ritmo del cambio evolutivo fue más lento de lo habitual, o donde la ascendencia vital estaba sujeta a algo más que la cuota habitual de contratiempos catastróficos.

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