Espacio revelación (18 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Entonces, el Malabarista entró en ellos, disolviendo parcialmente sus mentes y reestructurándolas según sus propias plantillas integradas.

Cuando regresaron a la superficie, todos creyeron que Lascaille les había mentido.

No mostraban modos extraños de conducta ni habían obtenido respuestas sobre los grandes misterios cósmicos. Cuando los interrogaban, ninguno de ellos decía sentirse especialmente diferente ni tenía nueva información sobre la identidad o la naturaleza de los Amortajados. Sin embargo, las pruebas neurológicas resultaron ser más sensibles que la intuición humana, pues revelaron que las aptitudes espaciales y cognitivas de los cuatro habían cambiado, aunque de una forma que era sorprendentemente difícil de cuantificar. A medida que pasaban los días, los cuatro empezaron a experimentar estados mentales que les resultaban familiares y completamente desconocidos a la vez. Era obvio que algo había cambiado, aunque nadie sabía con certeza si estos estados mentales tenían alguna relación con los Amortajados.

De todos modos, debían actuar con rapidez.

En cuanto se completaron las pruebas iniciales, los cuatro delegados entraron en sueño frigorífico. El frío impediría que las transformaciones de los Malabaristas se corrompieran, aunque empezarían a desvanecerse en cuanto despertaran, a pesar del complicado régimen de drogas neuroestabilizadoras experimentales que les estaban administrando. Los mantuvieron dormidos durante el viaje a la Mortaja de Lascaille y durante las semanas que permanecieron en sus proximidades, mientras la nave efectuaba las maniobras de aproximación necesarias, dejando una distancia de seguridad de 3 UA. No los despertaron hasta la víspera de su viaje a la superficie.

—Sí… lo recuerdo —respondió Sylveste—. Recuerdo Giro a la Deriva.

Durante unos instantes, el médico siguió dándose golpecitos en los labios con el estilete, asimilando la información que vertían los sistemas de análisis médicos, antes de asentir y considerar que era apto para la misión.

—Este lugar ha cambiado ligeramente —dijo Manoukhian.

Tenía razón. Khouri estaba contemplando algo que no tenía nada que ver con la Ciudad Abismo que recordaba: la Red Mosquito había desaparecido y la ciudad volvía a estar abierta a los elementos; los mismos edificios que antaño se cobijaban bajo las cúpulas ahora se alzaban desnudos hacia la atmósfera de Yellowstone; y el castillo negro de la Mademoiselle ya no era una de las estructuras de mayor tamaño. Ahora, monstruos estratificados y aeroformados apuñalaban el tostado cielo marrón, como aletas de tiburón, y las infinitas ventanas diminutas que los agujereaban estaban adornadas con los gigantescos símbolos de lógica booleana de los Combinados. Los edificios se alzaban desde lo que quedaba del Mantillo como barcos de vela cuyos delgados mástiles cortaban el viento. De la arquitectura de antaño sólo quedaban restos dispersos y algún vestigio de la Canopia. Los viejos bosques de la ciudad habían sido talados de la historia y reemplazados por relucientes torres en forma de espada.

—Ahora cultivan algo en las profundidades del abismo —explicó Manoukhian—. Lo llaman Lirio. —Su voz adoptó un tono de fascinada repulsión—. La gente que lo ha visto dice que es como un trozo enorme de intestino que respira, como un trozo del estómago de Dios. Está sujeto a las paredes del abismo. Lo que vomitan las profundidades es venenoso, pero cuando pasa por el Lirio se hace respirable.

—¿Todo esto en veinte años?

—Sí —respondió alguien.

En las negras y brillantes contraventanas blindadas se dibujó un movimiento. Khouri se giró a tiempo de ver un palanquín deteniéndose en silencio. Entonces recordó a la Mademoiselle… y también muchas otras cosas. Era como si no hubiera transcurrido más de un minuto desde su último encuentro.

—Gracias por traerla aquí, Carlos.

—¿Eso es todo?

—Creo que sí —su voz reverberó ligeramente—. Verás, el tiempo apremia… incluso después de todos estos años. He localizado a una tripulación que necesita a alguien como Khouri, pero abandonará el sistema en unos días. Tenemos que adiestrarla, prepararla para su trabajo y presentársela antes de que perdamos esta oportunidad.

—¿Y si me niego? —preguntó Khouri.

—No vas a hacerlo, ¿verdad? No ahora que sabes qué puedo hacer por ti. ¿Lo recuerdas, verdad?

—No es algo que pueda olvidarse fácilmente.

Ahora recordaba con claridad lo que le había enseñado la Mademoiselle: la otra arqueta de sueño frigorífico contenía a alguien. Y ese alguien era Fazil, su marido. A pesar de lo que le habían dicho, nunca habían estado separados. Ambos habían llegado juntos desde Borde del Firmamento, de modo que el error administrativo había sido más benigno de lo que siempre había creído. Sin embargo, se sentía engañada y utilizada. Las intenciones de la Mademoiselle habían estado claras desde el principio: a Khouri le había resultado demasiado sencillo encontrar trabajo como asesina del Juego de Sombras. Ahora que lo veía en retrospectiva, era evidente que ese trabajo sólo había servido para que la Mademoiselle se convenciera de que era apta para la tarea que pensaba encargarle. Y tenía a Fazil para asegurarse de que Khouri haría lo que le pedía. Si se negaba a obedecerla, nunca más volvería a ver a su marido.

—Confiaba en tu buen juicio —dijo la Mademoiselle—. Lo que te pido no es tan difícil, Khouri.

—¿Y qué me dice de la tripulación que ha encontrado?

—Sólo son mercaderes —respondió Manoukhian con suavidad—. También yo lo era antes, ¿sabes? Así es como fui al rescate…

—Ya basta, Carlos.

—Lo siento. —Se volvió hacia el palanquín—. Lo único que intento decir es lo siguiente: ¿acaso pueden ser muy malos?

Ya fuera por accidente o por algún lapsus del subconsciente (nunca estaba del todo claro) el vehículo de contacto del ISEA parecía el símbolo del infinito: dos módulos en forma de lóbulo repletos de equipo de soporte vital, sensores y mecanismos de comunicación, unidos por un cuello bordeado de propulsores y sensores adicionales. Ambos lóbulos tenían capacidad para dos personas y, en caso de que se produjera un desvanecimiento neuronal en plena misión, uno o ambos podían ser expulsados.

La tripulación de contacto aumentó la propulsión y partió rumbo a la Mortaja, mientras la estación se retiraba más allá de la distancia de seguridad, hacia la bordeadora lumínica que la esperaba. La obra de Pascale mostraba la nave alejándose, cada vez más pequeña, hasta que sólo quedó el lívido resplandor de sus propulsores y el palpitante rojo y azul de sus luces de navegación, que se fueron apagando lentamente, a la vez que la oscuridad que los rodeaba se cerraba sobre ellos como tinta derramada.

Nadie sabía con certeza qué ocurrió a continuación. La mayor parte de la información recabada por Sylveste y Lefevre sobre su aproximación se perdió, incluidos los datos que fueron transmitidos a la estación y a la bordeadora lumínica. No sólo eran inciertas las distribuciones temporales, sino que también era cuestionable el orden preciso de los acontecimientos. Lo único que se sabía era lo que recordaba Sylveste, pero como él mismo reconoció, en las proximidades de la Mortaja había experimentado periodos de conciencia alterada o reducida y, por lo tanto, sus recuerdos no podían considerarse totalmente ciertos.

Lo que se sabía era lo siguiente.

Sylveste y Lefevre se aproximaron más a la Mortaja que cualquier otro ser humano, incluso Lascaille. Al parecer, lo que Lascaille les había dicho era cierto, pues sus transformaciones lograron engañar a las defensas de la Mortaja, obligándola a envolverlos en un hueco de espacio-tiempo calmado mientras en el resto de la frontera borbollaban depravadas mareas gravitacionales. Nadie, ni siquiera ahora, fingía comprender cómo era posible que los mecanismos ocultos de la Mortaja pudieran curvar el espacio-tiempo con unas geometrías tan perturbadamente precisas, si un pliegue mil millones de veces menos drástico habría requerido más energía de la que se almacenaba en el conjunto de la galaxia. Tampoco entendían cómo era posible que la conciencia pudiera filtrarse en el espacio-tiempo que rodeaba a la Mortaja para que ésta pudiera reconocer los tipos de mente que intentaban acceder a su corazón y, al mismo tiempo, reorganizar sus pensamientos y recuerdos. Era obvio que existía algún vínculo oculto entre el pensamiento en sí y los procesos subyacentes del espacio-tiempo. Sylveste había encontrado referencias sobre una anticuada teoría, extinta desde hacía siglos, que proponía un vínculo entre los procesos cuánticos de la conciencia y los mecanismos cuántico-gravitacionales que apoyaban el espacio-tiempo, mediante la unificación de algo llamado el tensor Weyl de curvatura; sin embargo, la conciencia tampoco se entendía mejor ahora; la teoría seguía siendo tan especulativa como siempre. Era posible que, en las proximidades de la Mortaja, cualquier vínculo existente entre la conciencia y el espacio-tiempo se amplificara de forma masiva. Sylveste y Lefevre avanzaron entre la tormenta mientras sus mentes reformadas calmaban las fuerzas gravitacionales que borbollaban a su alrededor, a tan sólo unos metros del casco de la nave. Eran como encantadores de serpientes moviéndose por una fosa llena de cobras, definiendo con su música una diminuta región de seguridad… que sólo fue segura hasta que la música cesó (o la melodía empezó a ser discordante) y las serpientes escaparon de su placidez hipnótica. Nunca estaría del todo claro lo cerca que habían estado Sylveste y Lefevre de la Mortaja antes de que la música se agriara y las cobras gravitacionales empezaran a despertar.

Sylveste afirmaba que nunca llegaron a cruzar la frontera de la Mortaja: según su testimonio visual, más de la mitad del cielo seguía estando repleto de estrellas. Sin embargo, los escasos datos que pudieron salvarse de la nave de estudio sugerían que el módulo de contacto se encontraba en el interior de la espuma fractal que rodeaba a la Mortaja; en el interior de la frontera infinitamente confusa del objeto; en el interior de lo que Lascaille había denominado Espacio Revelación.

Lo supo al instante. Aterrada, pero gélidamente calmada, le dio a Sylveste la noticia: su transformación empezaba a desintegrarse; su velo de percepción alienígena se estaba diluyendo, dejando tan sólo pensamientos humanos. Era lo que habían temido desde un principio… y lo que habían implorado que no ocurriera.

Informaron rápidamente a la estación de estudio y realizaron pruebas psicológicas para verificar si era cierto. La verdad fue sobrecogedoramente clara: su transformación se estaba viniendo abajo. En unos minutos, su mente carecería del componente Amortajado y sería incapaz de calmar a las serpientes entre las que caminaba. Estaba olvidando la música.

Habían rezado para que esto no ocurriera, pero también habían tomado las precauciones necesarias. Lefevre se retiró a la mitad opuesta del módulo y activó las cargas de separación, separando su parte de la nave de la de Sylveste. Para entonces, su transformación prácticamente se había desvanecido. A través del vínculo audiovisual que había entre ambos lóbulos de la nave, informó a Sylveste de que sentía las fuerzas gravitacionales alzándose, retorciéndose y tirando de su cuerpo de formas cruelmente impredecibles.

Los propulsores intentaron alejar su módulo del espacio coagulado que rodeaba a la Mortaja, pero el objeto era demasiado grande y ella demasiado pequeña. En unos minutos, las tensiones empezaron a desgarrar el diminuto casco de la nave, pero Lefevre permaneció con vida, acurrucada en posición fetal en el último hueco decreciente de espacio calmado que quedaba en su cerebro. Sylveste perdió el contacto con ella justo cuando la nave estalló en pedazos. Pronto se quedó sin aire, pero la descompresión no se desarrolló con la rapidez necesaria para poder sofocar por completo sus gritos.

Lefevre había muerto. Sylveste lo sabía. Pero su transformación seguía manteniendo a raya a las serpientes. Haciendo acopio de valor y más solo de lo que había estado cualquier ser humano en el transcurso de la historia, Sylveste siguió descendiendo hacia la frontera de la Mortaja.

Poco después despertó en el silencio de su nave. Desorientado, intentó contactar con la estación de estudio que supuestamente esperaba su regreso, pero no recibió respuesta. La estación y la bordeadora lumínica estaban inertes, prácticamente destruidas. Habían sido víctimas de algún tipo de ataque gravitacional que las había destripado con la misma minuciosidad que a la nave de Lefevre. La tripulación y el personal de apoyo habían muerto al instante, junto con los Ultras. Sólo él había sobrevivido.

¿Pero para qué? ¿Para morir también, sólo que mucho más despacio?

Sylveste llevó el módulo hacia lo que quedaba de la estación y la bordeadora. Durante unos instantes, sus pensamientos se olvidaron por completo de los Amortajados y se centraron únicamente en sobrevivir.

Pasó semanas enteras en los restringidos confines del módulo, aprendiendo a poner en marcha los estropeados sistemas de reparación de la bordeadora. El ataque de la Mortaja había vaporizado y desmenuzado miles de toneladas de masa de la nave espacial, pero ésta tenía que llevarlo de vuelta a casa. Cuando los procesos de recuperación se activaron, por fin fue capaz de dormir… sin atreverse a creer que lo que había ocurrido era realmente cierto. Y durante aquellos sueños se fue haciendo consciente de una verdad trascendental y paralizadora: después de que Carine Lefevre hubiera sido asesinada y antes de que él hubiera recuperado la conciencia, había sucedido algo. Algo había entrado en su mente y le había hablado. Pero el mensaje que le había transmitido había sido tan brutalmente extraño que Sylveste era incapaz de expresarlo en términos humanos.

Había entrado en Espacio Revelación.

Cinco

Carrusel Nueva Brasilia, Yellowstone, Epsilon Eridani, 2546

—He llegado al bar —dijo Volyova por su brazalete, deteniéndose a la entrada del Malabarista y el Amortajado. Lamentaba haber sugerido que fuera éste el punto de encuentro (despreciaba tanto aquel establecimiento como a su clientela), pero cuando concertó la entrevista, la nueva candidata había sido incapaz de sugerir una alternativa.

—¿Ha llegado ya la recluta? —preguntó la voz de Sajaki.

—No, a no ser que ya esté dentro. Si es puntual y la entrevista se desarrolla de forma favorable, deberíamos poder irnos en una hora.

—Estaré preparado.

Cuadrando los hombros, entró en el local y estableció un mapa mental de la clientela. La atmósfera seguía inundada de aquel empalagoso perfume y la muchacha que tocaba el teeconax seguía realizando los mismos movimientos nerviosos. Del córtex de la joven surgían unos inquietantes sonidos líquidos que eran amplificados por el instrumento y modulados por la presión de sus dedos contra el complejo teclado sensible de colores espectrales. Su música elaboraba melodías indias y después se bifurcaba en pasajes atonales que destrozaban los nervios, pues sonaban como una manada de leones clavando las garras en láminas de hierro oxidado. Volyova había oído que para que la música del teeconax tuviera algún sentido, era necesario tener implantes neuroauditivos especiales.

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