Espacio revelación (16 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

La música se detuvo con brusquedad y la muchacha del teeconax desapareció por arte de magia del escenario.

—Creen que es una redada policial —susurró Hegazi. La sala estaba tan silenciosa que ya no era necesario levantar la voz—. La policía local envía a los casos perdidos cuando no le apetece mancharse las manos.

El Komuso avanzó por la sala, con sus ojos de mosca fijos en la mesa que ocupaban Hegazi y Volyova. Su cabeza parecía moverse de forma independiente al resto del cuerpo, como sucede con ciertas especies de lechuza. Se dirigió hacia ellos deslizándose, más que caminando, con la capa ondeando a sus espaldas. Con indiferencia, Hegazi pegó una patada a un asiento libre que había debajo de la mesa a la vez que daba una calada a su cigarrillo.

—Me alegro de verte, Sajaki.

El hombre dejó caer el casco de mimbre junto a las bebidas a la vez que se quitaba las gafas. Tras sentarse en el asiento vacante, echó un despreocupado vistazo al resto del bar y, haciendo el ademán de beber, indicó a los comensales que se ocuparan de sus asuntos mientras él hacia lo mismo con los suyos. Poco a poco, las conversaciones volvieron a cobrar vida, aunque todo el mundo siguió mirando de reojo al trío.

—Desearía que las circunstancias merecieran un brindis —dijo Sajaki.

—¿Y no es así? —preguntó Hegazi, que parecía tan abatido como se lo permitía su modificado rostro.

—No, en absoluto. —Tras examinar los vasos casi vacíos de la mesa, Sajaki levantó el de Volyova y bebió las escasas gotas que quedaban—. Como supongo que habréis deducido por mi indumentaria, he estado realizando ciertas labores de espionaje. Sylveste no está aquí. Ya no se encuentra en este sistema. De hecho, no ha estado en ningún lugar de la región desde hace cincuenta años.

—¿Cincuenta años? —Hegazi silbó.

—Eso es mucho tiempo. Será difícil seguirle la pista —Volyova intentó ocultar su satisfacción, puesto que siempre había sabido que ese riesgo existía. Cuando Sajaki les dio la orden de dirigir la bordeadora lumínica hacia el sistema de Yellowstone, lo había hecho basándose en la información más reciente que disponía en aquel entonces. Eso había sucedido hacía décadas, y la información en la que había basado su decisión también tenía decenas de años de antigüedad cuando la recibió.

—Sí —dijo Sajaki—. Pero no tanto como crees. Sé exactamente adónde fue, y no hay razón alguna para pensar que ha abandonado ese lugar.

—¿Y qué lugar es ése? —preguntó Volyova, sintiendo que se le revolvía el estómago.

—Un planeta llamado Resurgam. —Sajaki dejó el vaso de Volyova sobre la mesa—. Está bastante lejos de aquí, pero me temo, queridos colegas, que será nuestra próxima escala.

Volvió a sumergirse en su pasado.

En esta ocasión, a mayor profundidad. Ahora tenía doce años. Los
flashback
de Pascale no eran secuenciales, pues había elaborado la biografía sin tener en cuenta las sutilezas del tiempo lineal. Al principio se sintió desorientado, a pesar de que era la única persona del universo que no debería haber navegado a la deriva por su propia historia. Lentamente, la confusión fue dando paso a la convicción de que el método que había decidido utilizar Pascale era el correcto; que había hecho bien en tratar el pasado de aquel hombre como un mosaico roto en pedazos de acontecimientos intercambiables, como un acróstico en el que se insertaban diversas interpretaciones legítimas.

Corría el año 2373. Sólo habían transcurrido unas décadas desde que Bernsdottir descubriera la primera Mortaja. Alrededor del misterio central habían surgido disciplinas académicas completas, además de diversas agencias de investigación gubernamentales y privadas. El Instituto Sylveste para Estudios sobre los Amortajados sólo era uno de los muchos que existían, pero daba la casualidad de que estaba respaldado por una de las familias más ricas y poderosas de la burbuja humana. Sin embargo, cuando tuvo lugar el descubrimiento, éste no fue el resultado de los movimientos calculados de estas grandes organizaciones científicas, sino de la aleatoria y entregada locura de un hombre.

Un hombre llamado Philip Lascaille.

Era un científico del ISEA que trabajaba en una de las estaciones permanentes cercanas a lo que ahora se conocía como la Mortaja de Lascaille, en el sector trans Tau Ceti. Lascaille también formaba parte de un equipo que se mantenía en reserva permanente por si surgía la necesidad de enviar delegados humanos a la Mortaja. Aunque nadie consideraba que eso fuera a ocurrir, los delegados existían y disponían de una nave que siempre estaba preparada para transportarlos los quinientos millones de kilómetros que los separaban de la frontera… si alguna vez recibían esa invitación.

Pero Lascaille decidió no seguir esperando.

Y robó la nave de contacto del ISEA. Para cuando alguien descubrió lo que estaba sucediendo, ya era demasiado tarde para detenerlo. Existía un mecanismo para destruir la nave de forma remota, pero su uso podría haber sido interpretado por la Mortaja como un acto de agresión, y nadie quería correr ese riesgo. Por lo tanto, dejaron que el destino siguiera su curso. Nadie esperaba volver a ver a Lascaille con vida. Y aunque regresó, los escépticos no se habían equivocado del todo, pues había perdido la cordura durante el trayecto.

Cuando ya se encontraba cerca de la Mortaja, alguna fuerza desconocida lo obligó a dar media vuelta. Posiblemente se encontraba a tan sólo unas decenas de miles de kilómetros de su superficie, aunque era difícil saber dónde acababa el espacio y dónde empezaba la Mortaja. De todos modos, nadie dudaba de que se había acercado mucho más que cualquier otro ser humano o que cualquier otra criatura viva.

Pero había pagado un precio desorbitado.

La mayor parte de Philip Lascaille no logró regresar. Su cuerpo no fue desmenuzado por unas fuerzas oscuras cerca de la frontera, como les había ocurrido a aquellos que habían viajado a la Mortaja antes que él. Sin embargo, a su mente le había ocurrido algo igual de definitivo.

No quedaba nada de su personalidad, excepto algunos vestigios residuales que sólo servían para intensificar la casi absoluta aniquilación de todo lo demás. Conservaba las funciones cerebrales suficientes para mantenerse con vida sin la ayuda de máquinas, y su control motriz parecía estar intacto. Sin embargo, no quedaba nada de su inteligencia: no parecía percibir su entorno más que de la más simple de las formas; no parecía saber qué le había ocurrido ni ser consciente del paso del tiempo; no había señales de que hubiera conservado la habilidad de memorizar nuevas experiencias o de recordar aquellas que habían tenido lugar antes de su viaje a la Mortaja. Había conservado la capacidad de hablar pero, aunque en ocasiones vocalizaba palabras bien formadas o incluso fragmentos de oración, nada de lo que decía tenía el menor sentido.

Lascaille (o lo que quedaba de él) regresó al sistema de Yellowstone e, inmediatamente después, al hábitat del ISEA, donde médicos expertos intentaron elaborar una teoría sobre lo ocurrido. Con el tiempo, llegaron a la conclusión (más desesperada que lógica) de que el espacio-tiempo fractal y reestructurado que rodeaba a la Mortaja no había sido capaz de soportar la densidad de información de su cerebro y que, por lo tanto, su mente había sido generada aleatoriamente a nivel cuántico, aunque los procesos moleculares de su cuerpo no se habían visto afectados. Lascaille era como un texto que se hubiera redactado de forma imprecisa (y por lo tanto hubiera perdido gran parte de su significado) y que después se hubiera vuelto a redactar.

Lascaille no fue el último en intentar esta misión suicida. En torno a su persona se había creado un culto cuya creencia principal era que, a pesar de los signos externos de su demencia, el hecho de haber pasado cerca de la Mortaja le había conferido algo similar al Nirvana. Cada década, un par de personas intentaban acceder a una de las Mortajas conocidas, siempre con resultados uniformes y nunca mejores que los obtenidos por Lascaille. Los más afortunados habían vuelto a sus hogares dejando atrás la mitad de su mente, mientras que los más desafortunados no habían conseguido regresar o lo habían hecho en unas naves tan destrozadas que sus restos humanos se habían convertido en una pasta de color salmón.

A medida que el culto de Lascaille florecía, el mundo empezó a olvidarse de él… posiblemente, porque la incoherente realidad de su existencia resultaba demasiado incómoda.

Sin embargo, Sylveste no lo había olvidado. De hecho, había empezado a obsesionarle la idea de conseguir extraerle alguna verdad crucial. Sus conexiones familiares con el Instituto garantizaban que podría reunirse con él siempre que quisiera (por supuesto, ignorando los consejos de Calvin), y ésta era la razón por la que se había acostumbrado a visitarlo y a observar con absoluta paciencia cómo pintaba el pavimento, esperando la efímera pista que sabía que acabaría revelándole.

Y al final, había resultado ser algo más que una pista.

El día en que la larga espera llegó a su fin, Sylveste fue incapaz de recordar cuánto tiempo había esperado. Era consciente de que cada vez le resultaba más difícil mantenerse atento a lo que hacía Lascaille; era como cuando intentas observar con atención una larga serie de pinturas abstractas: por mucho que te esfuerces en mantener la concentración, acabas distrayéndote. Lascaille estaba dibujando la sexta o la séptima mandala de tiza del día, realizando aquella tarea con la misma dedicación que concedía a todos los dibujos que realizaba, cuando, sin previo aviso, se volvió hacia Sylveste y le dijo, con absoluta claridad:

—Los Malabaristas ofrecen la clave, Doctor.

Sylveste se quedó tan sorprendido que fue incapaz de interrumpirlo.

—Me lo explicaron cuando estuve en Espacio Revelación —añadió.

Sylveste se vio obligado a asentir con toda la naturalidad que le fue posible. Alguna parte aún serena de su mente reconocía las palabras que Lascaille había pronunciado. Por lo que sabía, aquel hombre estaba haciendo referencia a la frontera de la Mortaja: un «espacio” en donde le habían hecho ciertas “revelaciones» demasiado profundas para compartirlas con la humanidad.

Pero, al parecer, se le había soltado la lengua.

—Hubo un tiempo en que los Amortajados viajaban por las estrellas —continuó Lascaille—. Como hacemos nosotros ahora, con la única diferencia de que formaban parte de una especie muy antigua y viajaron por las estrellas durante millones de años. Eran bastante extraños, ¿sabe? —Se interrumpió para cambiar una tiza azul por una carmesí que dejó entre los dedos de los pies y, con ella, siguió trabajando en la mandala. Entonces, con la mano que le había quedado libre, empezó a elaborar un bosquejo en un trozo de suelo adyacente: una criatura asimétrica con muchísimas extremidades, tentáculos, un armazón y espinas. Más que un miembro de una cultura alienígena que viajaba por las estrellas, aquel ser parecía extraído del lecho de un océano precámbrico. Era monstruoso.

—¿Es un Amortajado? —preguntó Sylveste, con un escalofrío de anticipación—. ¿Realmente llegó a conocerlos?

—No, nunca entré en la Mortaja —respondió Lascaille—. Sin embargo, se comunicaron conmigo. Se revelaron en mi mente; me dieron a conocer gran parte de su historia y su naturaleza.

Sylveste apartó la mirada de aquella horripilante criatura.

—¿Y qué tienen que ver los Malabaristas con todo esto?

—Los Malabaristas de Formas llevan largo tiempo en los alrededores y se les puede encontrar en diversos mundos. Tarde o temprano, todas las culturas que viajan por esta zona de la galaxia acaban encontrándolos —Lascaille dio unos retoques a su boceto—. Como hicimos nosotros, como hicieron los Amortajados o como hicieron otras criaturas más antiguas. ¿Comprende lo que estoy diciendo, doctor?

—Sí… —Al menos creía entenderlo—. Pero no sé adónde quiere llegar.

Lascaille sonrió.

—Los Malabaristas recuerdan a todo aquel o aquello que los visita. Lo recuerdan por completo. Es decir, hasta la última célula, hasta la última conexión sináptica. Los Malabaristas son un inmenso sistema de archivo biológico.

Sylveste sabía que era cierto. A pesar de la escasa información que habían podido recabar los humanos respecto a la función o los orígenes de los Malabaristas, desde un principio había quedado claro que eran capaces de almacenar personalidades humanas en su oceánica matriz. Por lo tanto, cualquiera que nadara por el mar de los Malabaristas (y fuera disuelto y reconstituido durante el proceso) podría haber alcanzado algún tipo de inmortalidad. Estos patrones podían repetirse más adelante, imprimirse de forma temporal en la mente de otro humano. Como era un proceso biológico y confuso, los modelos almacenados estaban contaminados por millones de impresiones distintas, cada una de las cuales influía sutilmente en las demás. Ya en los primeros estudios realizados sobre los Malabaristas había quedado claro que el océano había almacenado modelos de pensamiento alienígena; indicios de alteridades que se filtraban en los pensamientos de los nadadores; sin embargo, estas impresiones siempre habían sido indistintas.

—De acuerdo —dijo Sylveste—. Los Malabaristas recordaban a los Amortajados… ¿pero qué importancia tiene eso?

—Mucha más de la que cree. Los Amortajados podían tener un aspecto extraño, pero la arquitectura básica de su mente no era completamente distinta a la nuestra. Ignore su constitución corporal y limítese a pensar que eran unas criaturas sociales con una lengua verbal y el mismo entorno perceptivo que nosotros. En cierto sentido, un humano puede llegar a pensar como un Amortajado sin convertirse en una criatura completamente inhumana. —Volvió a mirar a Sylveste—. Los Malabaristas tienen la capacidad de imbuir la transformación neuronal de un Amortajado en un neocórtex humano.

La idea resultaba aterradora: establecer contacto con una criatura alienígena convirtiéndose en ella. ¿Realmente era eso lo que Lascaille intentaba decir?

—¿Y eso de qué nos sirve?

—Podríamos conseguir que la Mortaja dejara de matarnos.

—Creo que me he perdido.

—Piense que la Mortaja es una estructura de protección. En su interior no sólo están los Amortajados, sino que también hay tecnologías demasiado poderosas para permitir que caigan en las manos equivocadas. Durante millones de años, los Amortajados peinaron la galaxia en busca de cosas dañinas que las culturas extintas habían dejado atrás… cosas que ni siquiera puedo empezar a describirle… cosas que puede que antaño sirvieran para hacer el bien, pero que también pueden ser utilizadas como armas de un horror inimaginable. Tecnologías y técnicas que sólo podían haber sido creadas por razas evolucionadas: métodos para manipular el espacio-tiempo, para desplazarse más rápido que la luz y para muchas otras cosas que su mente sería incapaz de comprender.

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