—Todo lo que fueron o, al menos, casi todo, está almacenado en la matriz —explicó Pascale—. No se trata de ninguna reconstrucción arqueológica, Khouri. Esto es Resurgam. Y es el lugar en donde viven, creado mediante la fuerza de voluntad por aquellos que sobrevivieron. Es un mundo completo, en todos y cada uno de sus detalles.
Khouri miró a su alrededor y comprendió.
—Vais a estudiarlo, ¿verdad?
—No sólo a estudiarlo —respondió Sylveste, bebiendo un poco más de vodka—. Vamos a vivir en él hasta que nos aburra… y supongo que eso no ocurrirá en un futuro próximo.
Entonces, Khouri se marchó, dejando que siguieran estudiando, que reanudaran cualquier conversación profunda y llena de sentido que hubieran dejado en espera mientras la entretenían.
Terminó de subir la escalera y accedió una vez más a la superficie de Hades. La corteza seguía centelleando en rojo ardiente y desarrollando cientos de procesos. Ahora que llevaba en este lugar el tiempo suficiente para que sus sentidos se hubieran adaptado, se dio cuenta de que, desde un principio, la corteza había estado tamborileando bajo sus pies, como un motor titánico rugiendo en el sótano. Supuso que eso no estaba demasiado lejos de la verdad. Era un motor de simulación.
Pensó en Sylveste y en Pascale, iniciando un nuevo día de exploración en su fabuloso mundo. Suponía que ya habían transcurrido varios años desde que los había dejado, pero eso parecía carecer de importancia. Sospechaba que sólo elegirían morir cuando todo lo demás hubiera dejado de fascinarlos. Y como bien había dicho Sylveste, eso no ocurriría mañana.
Activó el comunicador del traje.
—Ilia… ¿puedes oírme? ¡Mierda! Sé que es una estupidez, pero me dijeron que estabas viva.
Sólo le respondió la estática. Perdiendo toda esperanza, observó la abrasadora llanura y se preguntó qué debía hacer a continuación.
—Khouri, ¿eres tú? —oyó entonces—. ¿Cómo es posible que sigas viva?
Había algo muy extraño en su voz: aceleraba y desaceleraba, como si estuviera borracha, aunque la frecuencia era demasiado regular.
—Yo podría preguntarte lo mismo. Lo último que recuerdo es ver la lanzadera rompiéndose en pedazos. ¿Estás diciéndome que sigues allí, navegando a la deriva?
—Mejor que eso —respondió Volyova, cuya voz subía y bajaba a toda velocidad por el espectro—. Estoy a bordo de una lanzadera, ¿me oyes? Estoy a bordo de una lanzadera.
—¿Cómo…?
—La nave la envió. El
Nostalgia por el Infinito
. —Por una vez, Volyova estaba tan emocionada que le faltaba el aliento—. Pensé que iba a matarme. Eso era lo único que esperaba: el ataque final. Pero éste no llegó, sino que la nave envió una lanzadera para recogerme.
—Eso no tiene ningún sentido. Ladrón de Sol debería seguir controlándola; debería seguir intentando acabar con nosotras…
—No —respondió Volyova, con aquel tono de infantil excitación—. Si lo que hice funcionó… y creo que lo hizo, era lógico que ocurriera algo así.
—¿Qué hiciste, Volyova?
—Yo… hum… permití que el cuerpo del Capitán se calentara.
—¿Qué hiciste qué?
—Sí… fue una forma bastante radical de acabar con el problema, pero pensé que si un parásito estaba intentando hacerse con el control de la nave, la forma más segura de luchar contra él sería liberando otro más potente. —Volyova se interrumpió, esperando a que Khouri le dijera que había hecho bien, pero como ésta no dijo nada, prosiguió con sus explicaciones—: Esto sucedió ayer. ¿Sabes qué significa eso? ¡Que la plaga ha transformado una masa sustancial de la nave en tan sólo unas horas! La velocidad de la transformación debe de haber sido increíble!. ¡Centímetros por segundo!
—¿Estás segura de que lo que hiciste es prudente?
—Khouri, probablemente es lo menos prudente que he hecho en mi vida, pero parece que ha funcionado. Por lo menos hemos cambiado a un megalómano por otro… y éste no parece estar tan obcecado en destruirnos.
—Supongo que es un paso en la dirección correcta. ¿Dónde estás ahora? ¿Has regresado ya a bordo?
—No. He pasado las últimas horas buscándote. ¿Dónde diablos estás, Khouri? No consigo recibir una lectura coherente de tu posición.
—No creo que quieras saberlo.
—Bueno… pero te quiero a bordo de esta nave lo antes posible. Por si te quedaba alguna duda, quiero que sepas que no pienso regresar sola a la bordeadora lumínica. No creo que vaya a tener un aspecto similar al que recordamos. Hum… puedes alcanzarme, ¿verdad?
—Sí, creo que sí.
Khouri hizo lo que le habían dicho que tendría que hacer cuando quisiera abandonar la superficie de Hades. Tenía muy poco sentido, pero Pascale había sido muy insistente: le había dicho que era un mensaje que la matriz entendería; uno que haría que proyectara su burbuja de baja gravedad al espacio; una botella en la que podría viajar a salvo.
Abrió los brazos de par en par, como si fueran alas, como si pudiera volar.
Y el suelo rojizo, que seguía fluctuando y temblando, empezó a desplomarse lentamente.
ALASTAIR REYNOLDS, nació en Barry, una ciudad portuaria no muy lejos de Cardiff y situada en Gales del Sur, en 1966. Reynolds creció entre las vías férreas, grúas y montañas de carbón olvidadas de la época antes de la Segunda Guerra Mundial en que Barry era un importante puerto de exportación de carbón. Tras la guerra, Barry se convirtió además en el lugar donde decenas de máquinas de vapor eran llevadas para ser desguazadas y convertidas en chatarra, otra de las imágenes que forman parte de los recuerdos infantiles del autor.
Reynolds pasó algunos años de su infancia en Cornwall. En esa época se aficionó a la ciencia ficción a través de la revista
Speed & Power
, que empezó a publicar historias de Arthur C. Clarke y en particular la historia «Encuentro con Medusa», y después de Isaac Asimov, sus dos pilares iniciales dentro del género. Después regresó a Gales, volviendo primero a Barry y después en distintos pueblos alrededor de Bridgend.
Estudió secundaria en la Pencoed Comprehensive School (1977-1985). Durante esos años empezó a escribir historias para sí mismo, muchas influidas por las novelas de Larry Niven. A los dieciséis años terminó su primera novela y con dieciocho terminó una segunda, en la época en la que estaba leyendo a Joe Haldeman, Gregory Benford y Frederik Pohl entre otros. Después se trasladó a Newcastle, ciudad por la que Reynolds reconoce sentir una gran debilidad, donde, a pesar de haberse sentido siempre muy inclinado por las artes, decidió estudiar Física y Astronomía. Fue allí donde descubrió la revista
Interzone
, en la que ha publicado la mayor parte de sus relatos desde entonces. Durante tres años envió sus historias sin éxito, hasta que en 1989 por fin consiguió su primera venta. Después de los tres primeros años en Newcastle tuvo que trasladarse de nuevo a St Andrews, en Escocia, para completar la carrera.
Después de entregar su tesis, Reynolds se mudó a Holanda en1991, donde conoció a su actual pareja Josette. Trabajó como investigador para la Agencia Espacial Europea (ESA) entre 1991 y 1994 y después como postdoctorado hasta 1996 en la Universidad de Utrecht. Desde su traslado a Holanda vive en la ciudad costera de Noordwijk.
Actualmente trabaja para la ESA en el desarrollo de una nueva clase de detector astronómico, especialmente capacitado para estudiar las estrellas binarias, ayudando en las pruebas y la definición del sistema así como en la interpretación y análisis de los datos que obtienen durante las campañas de observación.
Sus autores favoritos, y los que más le influenciaron durante sus prinicipios, son principalmente americanos, lo que le convierte quizá en un autor de estilo inusitado entre la tradicional ciencia ficción británica. Los que Reynolds reconoce admirar son Arthur C. Clarke, James White y Bob Shaw. Más adelante descubrió a Gregory Benford y Philip K. Dick, y tras oír hablar del cyberpunk, William Gibson y en especial Rod Sterling se añadieron a la lista, junto a autores más clásicos como Ballard y Gene Wolfe. Además ha compartido barra de bar más de una vez con Paul McAuley. Entre sus aficiones se encuentra el cine, especialmente las películas de Bogart, David Lean, westerns clásicos y películas bélicas.
Le gusta montar a caballo y tocar la guitarra, aunque reconoce que su habilidad en ambos casos dista de ser perfecta; pintar, afición que no ha perdido aun a pesar de su carrera en ciencias, beber cerveza y quedarse mirando durante largos ratos a fotografías de viejas máquinas de vapor.