El objeto adoptó una configuración estable que permitió que su naturaleza paradójica no fuera inmediatamente evidente para el universo. En su cara externa parecía una estrella de neutrones (al menos los primeros centímetros de su corteza); por debajo, la materia nuclear se había catalizado en formas imbricadas capaces de procesar a la velocidad del rayo, una auto-organización que había surgido de forma espontánea a partir de la resolución de sus dos estados opuestos. La corteza borbollaba y procesaba información de cualquier lugar del universo a la máxima densidad teórica de almacenaje de materia.
Y también pensaba.
Por debajo, la corteza se unía a la perfección con una intermitente tormenta de posibilidad irresoluta, puesto que el interior del objeto desplomado danzaba al ritmo de la acausalidad. Mientras la corteza realizaba infinitas simulaciones y cálculos, el núcleo conectaba el futuro y el pasado, permitiendo que la información se transmitiera sin ningún esfuerzo entre ellos. La corteza se había convertido en un elemento de un procesador en paralelo masivo, donde el resto de los elementos eran las versiones pasadas y futuras de sí mismo.
Y también sabía.
Sabía que, incluso con esta capacidad de procesamiento diseminada durante eones, formaba parte de algo mucho más grande.
Y tenía un nombre.
Sylveste tuvo que dejar que su mente descansara un instante. La inmensidad de sus conocimientos estaba disminuyendo, ya sólo quedaba la reverberación del acorde final de la sinfonía más grande jamás interpretada. En unos momentos, dudaba que pudiera recordar algo. En su cabeza no había espacio suficiente para tanta información. Sin embargo, por extraño que resultara, no sentía el menor pesar. Había sido maravilloso acceder a aquellos conocimientos transhumanos, pero éstos eran demasiado grandes para un sólo hombre. Era mejor vivir; era mejor llevar el recuerdo de un recuerdo, que sufrir la inmensa carga de aquellos conocimientos.
No estaba preparado para pensar como un dios.
Después de varios minutos, consultó el reloj de su traje y sólo se sorprendió ligeramente al descubrir que había perdido varias horas… asumiendo que su última comprobación hubiera sido correcta. Suponía que aún tenía tiempo para escapar, para llegar a la superficie antes de que la cabeza de puente se cerrara.
Contempló la joya, todavía enigmática a pesar de todo lo que había aprendido. Su movimiento constante continuaba y Sylveste aún sentía su seductora atracción. Ahora tenía la impresión de saber más sobre ella; sentía que el tiempo que había permanecido en el portal que conducía a la matriz de Hades le había enseñado algo… Sin embargo, sus recuerdos estaban tan densamente integrados en las demás experiencias que no podía analizarlos en detalle.
Lo único que sabía era que tenía un presentimiento que antes no había estado allí.
Decidió avanzar hacia la joya.
El angustioso ojo colorado de Hades era perceptiblemente más grande, pero la estrella de neutrones que había en el corazón de aquel punto abrasador nunca podría ser más que un destello. Medía unas decenas de kilómetros de diámetro, pero mucho antes de que estuvieran lo bastante cerca para verlo bien habrían muerto, habrían sido desmenuzadas por la intensa fuerza diferencial de la gravedad.
—Creo que debo decírtelo —dijo Pascale Sylveste—. No creo que lo que va a sucedemos vaya a ser rápido… a no ser que seamos muy afortunadas.
Khouri intentó no parecer molesta por el tono de comprensión superior que había adoptado su compañera, pues era consciente de que, probablemente, estaba justificado.
—¿Cómo puedes saber tanto? No eres astrofísica.
—No, pero recuerdo que Dan me dijo que las fuerzas gravitacionales impedirían que las sondas que quería enviar a este lugar se acercaran demasiado.
—Hablas como si estuviera muerto.
—No creo que lo esté —respondió—. De hecho, creo que podría sobrevivir. Pero nosotras no… y las implicaciones son las mismas.
—Aún quieres a ese cabrón, ¿verdad?
—Lo creas o no, él también me quiere. Lo sé por su forma de actuar, por lo que hizo, por lo emocionado que estaba. Supongo que desde fuera es difícil verlo, pero sé que le importo. Mucho más de lo que nadie sabrá nunca.
—Puede que la gente no sea tan dura con él cuando se sepa cómo fue manipulado.
—¿Y quien va a saberlo? Sólo nosotras, Khouri. En lo que respecta al resto del universo, Sylveste sólo será un monomaniático. Nunca comprenderán que utilizaba a las personas porque no tenía otra opción, porque algo más grande que cualquiera de nosotros lo impulsaba hacia adelante.
Khouri asintió.
—Una vez quise matarlo… pero sólo porque era la forma de regresar junto a Fazil. No lo odiaba. De hecho, ni siquiera puedo decir que me cayera mal. Admiro a cualquiera que es capaz de desenvolverse con tanta arrogancia, como si ésta fuera una especie de derecho de primogenitura, y consigue que deje de ser arrogancia para convertirse en algo distinto. Algo que puedes admirar.
Pascale prefirió no responder, pero Khouri advirtió que no disentía por completo. Quizá, aún no estaba preparada para decir en voz alta que había amado a Sylveste porque era un hijo de puta presuntuoso que había conseguido convertir en una especie de virtud ser un hijo de puta presuntuoso.
—Escucha —dijo Khouri—. Tengo una idea. Cuando esas fuerzas empiecen a actuar, ¿querrás estar completamente consciente o prefieres acercarte a ellas con una ligera defensa?
—¿A qué te refieres?
—Ilia solía decirme que este lugar fue construido para pasear a los clientes por el exterior de la nave… al tipo de clientes a los que tienes que impresionar si deseas conservarlos. Por eso supongo que debe de haber un minibar en alguna parte. Y probablemente estará bien surtido, a no ser que se haya secado durante el transcurso de los siglos… aunque es muy posible que pueda autorreabastecerse. ¿Me sigues?
Pascale no dijo nada. Durante ese tiempo, el sumidero gravitacional de Hades siguió acercándose. Por fin, justo cuando Khouri había asumido que su compañera había preferido hacer oídos sordos a su propuesta, Pascale se levantó de su asiento y se dirigió a la parte posterior, a los reinos inexplorados de felpa y latón que tenían a sus espaldas.
Interior de Cerberus, Cámara Final, 2567
La joya emitía un resplandor azulado, como si la proximidad de Sylveste hubiera calmado sus trasformaciones espectrales, proporcionándole una quietud temporal. Seguía sintiendo que no debía acercarse, pero ahora su curiosidad (además de cierta sensación de predestinación) lo empujaba hacia delante. Quizá se debía a algo que surgía de las partes basales de su mente, una necesidad de enfrentarse al peligro y, por lo tanto, domarlo. Suponía que era el mismo instinto que había impulsado al hombre a tocar el fuego por primera vez, causándole el primer respingo de dolor y concediéndole el primer retazo de sabiduría.
La joya se desplegó ante él, experimentando transformaciones geométricas a las que no se atrevía a prestar demasiada atención, por miedo a que el hecho de comprenderlas seccionara su mente en fallas similares.
—¿Estás seguro de estar haciendo lo correcto? —preguntó Calvin. Ahora, sus frases se integraban más que nunca al diálogo interno que tenía lugar en la mente de Sylveste.
—Ya es demasiado tarde para regresar —dijo una voz.
Una voz que no pertenecía a Calvin ni a Sylveste, aunque le resultaba profundamente familiar, como si hiciera tiempo que formaba parte de él pero se hubiera mantenido en silencio.
—Eres Ladrón de Sol, ¿verdad?
—Ha estado con nosotros desde el principio —dijo Calvin—. ¿Me equivoco?
—Desde antes de lo que imaginas. Desde que regresaste de la Mortaja de Lascaille, Dan.
—Entonces, todo lo que dijo Khouri era cierto —dijo éste, aunque ya sabía la verdad. Si el traje vacío de Sajaki no se lo había confirmado, las revelaciones que había compartido en la luz blanca habían terminado con todas sus dudas.
—¿Qué quieres de mí?
—Sólo que entres en la joya, como tú la llamas. —La voz de la criatura (la única que oía) era sibilante—. No tienes nada que temer. No te hará daño ni te impedirá abandonar este lugar.
—Sólo lo dices para que lo haga.
—Pero es la verdad.
—¿Y qué me dices de la cabeza de puente?
—Sigue operativa. Y se mantendrá así hasta que hayas abandonado Cerberus.
—Es imposible saberlo —dijo Calvin—. Diga lo que diga, puede ser una mentira. Nos ha engañado y manipulado en todo momento para traerte hasta aquí. ¿Por qué iba a empezar a decir ahora la verdad?
—Porque no tiene ninguna importancia —respondió Ladrón de Sol—. Ahora que habéis llegado hasta aquí, vuestros deseos no cuentan para nada.
Entonces, Sylveste sintió que su traje avanzaba por un centelleante pasillo, tallado en brillantes facetas, que se dirigía hacia el interior de la joya abierta.
—¿Qué…? —empezó a decir Calvin.
—No estoy haciendo nada —respondió Sylveste—. ¡Ese hijo de puta debe de tener el control de mi traje!
—Es razonable; al fin y al cabo, pudo controlar el de Sajaki. Pero hasta ahora había preferido quedarse sentado y dejarte hacer el trabajo. Es un cabronazo perezoso.
—Llegados a este punto, no creo que el hecho de insultarlo vaya a cambiar las cosas —dijo Sylveste.
—¿Tienes una idea mejor?
—De hecho…
Ahora, el pasillo lo rodeaba por completo. Era un resplandeciente túnel traqueal que se retorcía y giraba hasta que parecía imposible que pudiera continuar en el interior de la joya. Sylveste se recordó a sí mismo que nunca había tenido una idea clara de su tamaño, que su diámetro podía ser de unos cientos de metros o de unas decenas de kilómetros. Su forma fluctuante hacía que fuera imposible saberlo… y puede que eso significara que no había ninguna respuesta, del mismo modo que es imposible especificar el volumen de un sólido fractal.
—¿Decías algo?
—Estaba diciendo… —Sylveste se interrumpió—. Ladrón de Sol, ¿me estás escuchando?
—Como siempre.
—No entiendo por qué he tenido que venir hasta aquí. Si has podido mover el traje de Sajaki y mantener un control consciente del mío durante todo este tiempo, ¿por qué he tenido que venir? Si dentro de este objeto hay algo que quieres, algo que deseas conseguir, podrías haberlo hecho sin mí.
—El dispositivo sólo responde a la vida orgánica. Un traje vacío sería interpretado como inteligencia artificial.
—¿Esta… cosa… es un dispositivo? ¿Es eso lo que estás diciendo?
—Es un mecanismo Inhibidor.
Durante un momento, estas palabras no significaron nada, pero sólo durante un momento. Entonces, de un modo impreciso, las palabras se unieron a ciertos recuerdos que conservaba del tiempo que había pasado en la luz blanca, en el portal que conducía a la matriz de Hades. Esos recuerdos se unieron a otros, formando una trenza infinita de asociaciones.
Y alcanzó una especie de comprensión.
Más que nunca, supo que no debía seguir adelante; que si accedía al reino interior de la joya, del mecanismo Inhibidor, las cosas irían muy mal. De hecho, le resultaba difícil imaginar que pudieran ir peor.
—No podemos seguir adelante —dijo Calvin—. Ahora comprendo qué es esto.
—Yo también, pero creo que ya es demasiado tarde.
Los Inhibidores habían dejado allí ese artefacto. Lo habían puesto en órbita alrededor de Hades, junto a aquel resplandeciente portal blanco que era más antiguo que los Inhibidores. No les había preocupado no comprender por completo su función ni saber quién lo había dejado allí, junto a aquella estrella de neutrones que no era como debería haber sido (y que, siguiendo unas desconcertantes indicaciones, tampoco habían explorado) aunque, dejando a un lado el enigma de su origen, encajaba a la perfección con sus planes. Sus mecanismos habían sido construidos para atraer a las criaturas inteligentes y, situándolo junto a una entidad aún más desconcertante, se aseguraban de que recibiría visitas. Fue una estrategia que repitieron por toda la galaxia: dejaban mecanismos Inhibidores cerca de objetos de interés astrofísico o cerca de las ruinas de culturas extintas, allí donde era muy posible que llamaran la atención.
Y los amarantinos habían venido a este lugar y habían anunciado su presencia. El artefacto los había estudiado y había descubierto sus puntos débiles.
Y entonces los había exterminado. A todos, excepto a un puñado de descendientes de los Desterrados, que encontraron dos formas de escapar de la cruel depredación que llevaron a cabo los Inhibidores. Unos utilizaron el portal y se establecieron en la matriz de la corteza, donde siguieron moviéndose como simulaciones, preservadas en el ámbar impenetrable de la materia nuclear.
Eso no es vivir
, pensó Sylveste. Pero, al menos, habían podido preservar una parte sí mismos.
Y otros habían encontrado una forma de escapar igual de drástica e igual de irreversible…
—Se convirtieron en los Amortajados, ¿verdad? —Era Calvin quien hablaba… ¿o acaso era Sylveste, expresando en voz alta sus propios pensamientos, tal y como hacía a veces cuando estaba muy concentrado? No lo sabía, pero tampoco le importaba—. Esto ocurrió al final, cuando Resurgam ya había desaparecido y la mayoría de los nacidos en el espacio habían sido rastreados y aniquilados. Un grupo accedió a la matriz de Hades, mientras que el otro aprendió todo lo posible sobre la manipulación del espacio-tiempo, probablemente a partir de las transformaciones que se desarrollaban cerca del portal. Y encontraron una solución, una forma de protegerse de las armas Inhibidoras. Encontraron la forma de envolver el espacio-tiempo a su alrededor, la forma de espesarlo y solidificarlo hasta formar una concha impenetrable. Y se retiraron tras dichas conchas y las sellaron para siempre.
—Al menos, eso fue mejor que morir.
Durante un instante, todo estuvo claro en su mente. La larga espera de quienes quedaron encerrados en las Mortajas, apenas conscientes del universo exterior, apenas capaces de comunicarse con él, pero seguros entre las paredes que habían erigido a su alrededor.
Y habían esperado.
Antes de encerrarse habían sabido que los sistemas que dejaron atrás los Inhibidores estaban empezando a fallar, que estaban perdiendo lentamente su capacidad de eliminar la vida inteligente. Tras millones de años de espera, atrapados en su burbuja de espacio-tiempo, empezaron a preguntarse si la amenaza había desaparecido…