—Se está moviendo —dijo Volyova.
Habían transcurrido diez horas desde que abandonaron la bordeadora lumínica. Se sentía exhausta, a pesar de que había echado alguna cabezadita, pues era consciente de que tenía que recuperar las energías. La verdad es que no había servido de mucho, pues necesitaba algo más que pequeños intervalos de inconsciencia para poder curar el estrés fisiológico y mental de los últimos días. Ahora estaba completamente despierta. Tenía la impresión de que, al rozar los límites de la fatiga, su cuerpo había accedido a una reserva de energía estancada. Suponía que no duraría demasiado y que el precio que tendría que pagar sería mucho mayor cuando hubiera agotado esta última reserva… pero de momento se alegraba de estar consciente, aunque sólo fuera de forma transitoria.
—¿Qué se está moviendo? —preguntó Khouri.
Volyova señaló con la cabeza un panel de control de la lanzadera, que centelleaba en blanco.
—¿Qué otra cosa podría ser, excepto la maldita nave?
—¿Qué ocurre? —preguntó Pascale, despertando con un bostezo.
—Lo que ocurre es que tenemos problemas —respondió Volyova. Sus dedos danzaban sobre el teclado, solicitando nuevas lecturas, aunque en realidad no necesitaba que nada le confirmara que eran malas noticias—. La lanzadora lumínica se está moviendo. Eso significa dos cosas; ninguna de ellas buena. Ladrón de Sol debe de haber restablecido los sistemas principales que deshabilité con Parálisis.
—Bueno, diez horas no está tan mal. Al menos hemos podido llegar hasta aquí —Pascale señaló con la cabeza la pantalla de posición más cercana, que indicaba que la lanzadera había recorrido una tercera parte de la distancia que la separaba de Cerberus.
—¿Qué más? —preguntó Khouri.
—Eso implica que Ladrón de Sol ya tiene los conocimientos necesarios para manipular la unidad. Antes sólo era algo que estaba investigando cautelosamente, para no dañar la nave.
—¿Y eso qué significa?
Volyova le señaló la misma lectura de posición.
—Vamos a asumir que ahora tiene un control total de la unidad y que conoce sus márgenes de tolerancia. El vector actual de la nave ha adoptado una trayectoria para interceptarnos. Ladrón de Sol desea alcanzarnos antes de que podamos llegar a Dan o a la cabeza de puente. En estos momentos somos un objetivo demasiado pequeño: las armas de rayos no pueden alcanzarnos y podemos esquivar todos los proyectiles subrelativistas ejecutando una trayectoria de vuelo aleatoria. Sin embargo, pronto volveremos a estar a su alcance.
—¿Cuándo será eso, más o menos? —Pascale frunció el ceño. No era la mueca más atractiva de aquella mujer, pero Volyova la soportó con impasibilidad—. ¿Acaso no contamos con una ventaja enorme?
—Sí, pero no hay nada que le impida a Ladrón de Sol conectar los propulsores de la bordeadora lumínica y desplazarse a decenas de g. Es una aceleración que no podemos igualar sin destruirnos en el proceso, pero para él no supone ningún problema, pues a bordo de la nave no hay nada que no camine sobre cuatro patas y chirríe y se rompa en pedazos cuando le disparas.
—Está el Capitán —comentó Khouri—. Aunque no creo que lo tenga en consideración.
—He preguntado que cuándo será eso —repitió Pascale.
—Si tenemos suerte, puede que logremos llegar a Cerberus —respondió Volyova—. Pero no podremos explorar los alrededores ni cambiar de opinión. Tendremos que acceder al interior para evitar las armas de la nave y tendremos que sumergirnos lo máximo posible. —Se le escapó un cloqueo desde algún lugar de su interior—. Puede que tu marido fuera el único que pensó correctamente desde un principio. Es posible que esté mucho más seguro que nosotras… por lo menos ahora.
En las paredes del eje aparecieron dibujos y algunas secciones de cristal empezaron a brillar con mayor intensidad que el resto. Los dibujos eran tan grandes que Sylveste no los reconoció al instante por lo que eran: enormes graficoformas amarantinas. No se debía simplemente a su tamaño, sino también al hecho de que se representaban de una forma distinta a cualquier otra que hubiera visto antes. De hecho, parecía una lengua distinta. Su intuición le dijo que estaba viendo la lengua utilizada por los Desterrados, el grupo que había seguido a Ladrón de Sol al exilio y, eventualmente, a las estrellas. Decenas de miles de años separaban esta escritura de cualquier otro ejemplo que hubiera visto, lo que hacía que fuera algo más que un milagro que pudiera extraer algún significado de ella.
—¿Qué nos están diciendo? —preguntó Calvin.
—Que no somos bienvenidos —respondió Sylveste, sorprendido de comprender aquellas palabras—. Por decirlo suavemente.
Sajaki debía de haberlo oído subvocalizar.
—¿Qué dice exactamente?
—Que ellos hicieron este nivel —respondió Sylveste—. Que ellos lo construyeron.
—Supongo que por fin has hecho justicia —dijo Calvin—. Este lugar es obra de los amarantinos.
—En otras circunstancias, esto merecería una copa —comentó Sylveste, que ya sólo prestaba atención a medias a la conversación, pues estaba fascinado por lo que leía, por los pensamientos que saltaban a su mente. Cuando estaba muy concentrado traduciendo textos amarantinos solía sentir algo similar, pero nunca con tanta fluidez ni con tanta seguridad. Era apasionante… y también aterrador.
—Por favor, continúa —dijo Sajaki.
—Bueno; es lo que he dicho: una advertencia. Dice que no debemos seguir adelante.
—Probablemente, eso significa que ya no estamos lejos de lo que buscamos.
Sylveste también tenía esa impresión, aunque no podía justificarla. —La advertencia dice que allí abajo hay algo que no debemos ver —explicó.
—¿Ver? ¿Es eso lo que dice, literalmente?
—El pensamiento amarantino es muy visual, Sajaki. Sea lo que sea, no quieren que nos acerquemos.
—Y eso sugiere que, sea lo que sea, tiene un gran valor, ¿no crees?
—¿Y si realmente es una advertencia? —preguntó Calvin—. ¿Y si no es una amenaza, sino una verdadera súplica para que nos mantengamos alejados? ¿Puedes saber por el contexto si es así?
—Si fuera un texto amarantino convencional, quizá. —Sylveste no añadió que tenía la impresión de que el mensaje era exactamente lo que Calvin acababa de decir, aunque no había nada que le permitiera racionalizar dicho sentimiento. De todos modos, eso no le hizo cambiar de opinión, sino que empezó a preguntarse qué habría empujado a los amarantinos a hacer algo así. ¿Qué podía ser tan malo como para permanecer escondido en la reproducción de un planeta y ser defendido por las armas más espeluznantes conocidas por una civilización? ¿Acaso era algo tan abominable que no podía ser destruido? ¿Qué tipo de monstruo habían creado?
¿O encontrado?
Esta idea se asentó en su mente como si hubiera encontrado un hueco vacante en donde encajaba a la perfección, un lugar que siempre le había pertenecido.
El grupo de Ladrón de Sol encontró algo. Encontró algo en lo más lejano del sistema
.
Todavía intentaba asimilar la certidumbre de esta sensación cuando la graficoforma más cercana se desprendió del eje, dejando un hueco en el lugar que había ocupado un segundo antes. Otras la siguieron. Palabras enteras, oraciones y frases abandonaron el eje y se alzaron amenazantes a su alrededor, grandes como edificios, rodeando a Sajaki y a Sylveste con la paciencia de un animal de rapiña. Flotaban libremente, suspendidas por algún mecanismo invisible para las defensas del traje, sin fluctuaciones gravitacionales o magnéticas. Dichos objetos eran tan extraños que Sylveste se sintió sorprendido, pero entonces comprendió que tenían una lógica indiscutible. ¿Qué tenía más sentido que un mensaje de advertencia que, cuando era transgredido, se implementaba?
Pronto no hubo tiempo para consideraciones.
—Activa las defensas en modo automático —ordenó Sajaki, subiendo la voz sólo una octava sobre su implacable calma habitual—. Creo que esas cosas pretenden aplastarnos hasta matarnos.
Como si no se hubiera dado cuenta.
Las palabras flotantes los tenían completamente acorralados y habían iniciado un laborioso movimiento en espiral. Sylveste permitió que el traje efectuara los ajustes necesarios: los campos visuales se cerraron para protegerlo del resplandor de las ráfagas de plasma (que podían derretir la retina) y todos los modos de control manual se suspendieron temporalmente. Era lo mejor; lo último que necesitaba su traje era que un ser humano intentara hacer el trabajo mejor que él. A pesar de la protección, los fuegos artificiales que deslumbraban a Sylveste le indicaban la intensidad de la radiación que había al otro lado de la piel de su traje. Percibía movimientos repentinos, episodios de propulsión ascendente o descendente tan intensos que perdía y recuperaba el conocimiento como si un tren estuviera atravesando una serie de cortos túneles de montaña. Suponía que su traje estaba intentando escapar y que cada desaceleración indicaba un impedimento. Finalmente se desvaneció por completo.
Volyova aumentó la propulsión del
Melancolía
, hasta conseguir cuatro g de aceleración constante, con virajes aleatorios programados para crear un efecto adicional, por si la bordeadora lumínica les atacaba. Era la máxima aceleración que podían soportar sin trajes de protección o tabardos, y más de la que resultaba cómoda, sobre todo para Pascale, que estaba menos acostumbrada que Khouri a este tipo de cosas. Esto significaba que no podían abandonar sus asientos y que el movimiento de sus brazos estaba restringido a un mínimo. Pero podían hablar, más o menos, e incluso mantener algo similar a una discusión coherente.
—Hablaste con él, ¿verdad? —dijo Khouri—. Con Ladrón de Sol. Lo supe por la expresión de tu rostro cuando nos rescataste de las ratas en la enfermería. Tengo razón, ¿verdad?
La voz de Volyova sonó ligeramente sofocada, como si estuviera siendo estrangulada lentamente.
—Si tuve alguna duda sobre tu historia, ésta se desvaneció en el mismo instante en que lo miré a la cara. Siempre supe que me estaba enfrentando a algo desconocido. Entonces comprendí, en parte, qué tuvo que soportar Boris Nagorny.
—Qué lo volvió loco, querrás decir.
—Créeme: estoy segura de que a mí me habría ocurrido algo similar si hubiera tenido eso en la cabeza. Sin embargo, me preocupa que una parte de Boris haya corrompido también a Ladrón de Sol.
—¿Y cómo crees que me siento yo? —preguntó Khouri—. Tengo a esa criatura en mi mente.
—No, no la tienes.
Volyova sacudió la cabeza, un gesto que rozó la imprudencia en el campo de cuatro g.
—La tuviste en la cabeza durante un tiempo, Khouri… el suficiente para que pudiera destruir lo que quedaba de la Mademoiselle. Pero después escapó.
—¿Cuándo?
—Cuando Sajaki te rastreó. Supongo que fue culpa mía. No debería haber permitido que conectara la red de rastreo. —A pesar de estar admitiendo su culpa, no parecía en absoluto arrepentida. Quizá, para Volyova, el hecho de reconocer un error era más que suficiente—. Cuando barrió tus patrones neuronales, Ladrón de Sol se incrustó en ellos y accedió a la red de rastreo, codificándose en los datos. Desde allí sólo tuvo que dar un pequeño salto para acceder a cualquier otro sistema de la nave.
Asimiló dicha información en silencio.
—No fuiste muy inteligente al permitir que Sajaki hiciera eso, Ilia —dijo Khouri, por fin.
—No —reconoció, como si no se hubiera dado cuenta hasta ahora—. Tampoco yo lo creo.
Cuando recuperó la conciencia (decenas de segundos o decenas de minutos después), los campos visuales se habían retraído y estaba cayendo sin impedimentos por el eje. Miró hacia arriba y a varios kilómetros de distancia pudo ver el destello residual de la batalla: las paredes del eje estaban agujereadas y marcadas por los impactos energéticos. Algunas de las palabras seguían girando en espiral, pero muchos de sus componentes habían sido eliminados, de modo que ya no tenían demasiado sentido. Parecía que, tras aceptar que su advertencia había sido corrompida de forma irremediable, las palabras habían renunciado a ser armas y estaban regresando a sus huecos, como grajos grises volando hacia sus hogares.
Pero había algo extraño.
¿Dónde estaba Sajaki?
—¿Qué diablos ha ocurrido? —preguntó, esperando que el traje interpretara bien la pregunta—. ¿Adónde ha ido?
—Se ha producido un enfrentamiento con un sistema de defensa autónomo —informó el traje, como si le estuviera dando el parte meteorológico de la mañana.
—Gracias, ya me había dado cuenta de eso. ¿Pero dónde está Sajaki?
—Su traje recibió daños críticos durante la acción evasiva. Los datos telemétricos encriptados indican un daño extensivo y posiblemente irreparable en las unidades de propulsión primarias y secundarias.
—He preguntado que dónde está.
—Su traje no puede limitar la velocidad de caída ni contrarrestar el efecto de Coriolis hacia la pared. Las ráfagas telemétricas indican que se encuentra quince kilómetros por debajo de nosotros y que continúa cayendo, con un corrimiento en azul relativo a esta posición de uno coma un kilómetros por segundo y subiendo.
—¿Sigue cayendo?
—Es probable que, debido a la falta de funcionalidad de sus unidades de propulsión y a la incapacidad de desplegar un cable de frenado de monofilamento en su velocidad actual, siga cayendo hasta que el descenso sea interrumpido por la terminación del eje.
—¿Estás diciendo que va a morir?
—A la velocidad terminal prevista, la supervivencia queda descartada en todos los modelos, excepto como periférico estadístico extremo.
—Una oportunidad entre un millón —dijo Calvin.
Sylveste giró hasta que pudo mirar verticalmente hacia abajo. Quince kilómetros: más de siete veces la anchura de aquel eje carente de ecos. Siguió mirando, sin detener su descenso, y creyó ver un par de destellos en el extremo límite de su visión. Se preguntó si serían las chispas de una fricción, Sajaki rozando las paredes en su bajada imparable. Si realmente era eso, cada vez fue más débil y pronto no pudo ver nada más que las eternas paredes del eje.
Órbita de Cerberus/Hades, 2567
—Descubriste algo —dijo Pascale—. Ladrón de Sol te contó algo. Por eso has intentando detenerlo con todas tus fuerzas.
Se estaba dirigiendo a Volyova, que se sentía menos vulnerable ahora que la lanzadera se encontraba a medio camino entre Cerberus y el punto en el que había incrementado la propulsión a cuatro g. Eran un objetivo menos visible, pues la llama de la unidad señalaba en dirección contraria a la bordeadora lumínica que los perseguía. El inconveniente era que esa llama avanzaba hacia Cerberus y era posible que el planeta lo interpretara como una señal de hostilidad… si no sabía ya que las intenciones de sus recientes visitantes humanos no eran las mejores.