Espacio revelación (89 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

—Al interior —respondió Pascale—. A la matriz.

La muerte aún no le había llegado.

Durante la siguiente hora, usando el amplificador de imagen del traje, Volyova observó que la cabeza de puente perdía lentamente su forma, como un objeto de cerámica modelado por manos inexpertas, hasta que por fin se disolvió en la corteza. Estaba siendo digerida tras haber perdido la batalla contra Cerberus.

Demasiado pronto; demasiado pronto.

La injusticia de lo que estaba viendo le carcomía por dentro. Puede que estuviera a punto de morir, pero no le gustaba ver cómo caía una de sus creaciones… y mucho menos tan pronto.

Incapaz de soportar lo que estaba viendo, se volvió hacia la nave (que la estaba apuntando como una daga) y abrió los brazos de par en par. Ignoraba si la nave era capaz de leer sus transmisiones vocales.

—Adelante,
svinoi
. Acaba conmigo. Ya he tenido suficiente. No quiero ver más. Acaba con esto de una vez.

En algún lugar del casco cónico de la nave se abrió una escotilla, iluminada brevemente por la luz naranja del interior. Esperaba que algún arma desagradable y vagamente recordada saliera por ella… quizá, alguna que ella misma había diseñado en un ataque de embriagadora creatividad.

Pero por la escotilla salió una lanzadera que avanzó lentamente hacia ella.

Según le contó Pascale, el lugar en el que se encontraban no tenía nada que ver con una estrella de neutrones. Puede que lo fuera antaño… o lo habría sido, si no hubieran interferido ciertas terceras personas de las que no quiso hablar en gran detalle. El punto básico era sencillo: habían convertido la estrella de neutrones en un ordenador gigante y sumamente rápido; un ordenador que, de algún modo extraño, podía comunicarse con sus egos pasados y futuros.

—¿Qué estoy haciendo aquí? —preguntó Khouri, mientras descendían las escaleras—. No, mejor dicho: ¿qué estamos haciendo aquí? ¿Y cómo es posible que, de repente, sepas mucho más que yo?

—Ya te lo he explicado. He estado más tiempo en la matriz. —Pascale se detuvo en un escalón—. Escúchame, Khouri. Puede que no te guste lo que voy a decirte. En especial que estás muerta… al menos por ahora.

Le sorprendió menos de lo que había esperado. De hecho, era algo casi previsible.

—Morimos en las ondas gravitacionales —explicó Pascale—. Nos acercamos demasiado a Hades y las ondas nos destrozaron. No fue demasiado agradable, pero como no pudiste capturar la mayor parte de esos recuerdos, ahora no recuerdas nada de lo ocurrido.

—¿Capturar?

—Según todas las leyes normales, deberíamos haber sido reducidas a átomos… y en cierto sentido, eso es lo que ha ocurrido. Sin embargo, la información que nos describía fue conservada en el flujo de gravitones que había entre lo que quedaba de nosotras y Hades. La fuerza que nos mató también nos grabó, transmitió esa información a la corteza…

—De acuerdo —dijo Khouri lentamente, dispuesta a creerse esa información de momento—. ¿Y en cuanto fuimos transmitidas a la corteza…?

—Hum… simularon que habíamos regresado a la vida. En la corteza, los procesos son mucho más rápidos que en el tiempo real. Esa es la razón por la que he pasado varias décadas de tiempo subjetivo allí abajo.

Parecía estar disculpándose.

—Yo no recuerdo haber pasado varias décadas en ninguna parte.

—Porque no lo has hecho. Te trajeron a la vida, pero no querías quedarte aquí. No recuerdas nada de esto; de hecho, decidiste no hacerlo. En este lugar no había nada que te retuviera.

—¿Eso significa que hay algo que te retiene a ti?

—Oh, sí —respondió Pascale, maravillada—. Sí, pero ya llegaremos a eso.

La escalera se terminó, dando paso a un pasillo iluminado en el que brillaban luces de cuento de hadas dispuestas de forma aleatoria. Al observarlas con atención, advirtió que las paredes proyectaban el mismo centelleo computacional que había visto en la superficie. Era como si un mecanismo algebraico sumamente complejo estuviera realizando un intenso trabajo.

—¿Qué soy? —preguntó Khouri—. ¿Y qué eres tú? Has dicho que estoy muerta. Yo no lo siento así, ni tampoco creo que haya sido simulada por una matriz. ¿Acaso no estaba fuera, en la superficie?

—Eres de carne y hueso —respondió Pascale—. Moriste y fuiste reproducida. Tu cuerpo fue reconstruido a partir de los elementos químicos que ya estaban presentes en la corteza externa de la matriz. Después fuiste reanimada y devuelta a la conciencia. El traje que llevas también procede de la matriz.

—¿Quieres decir que alguien que llevaba un traje se acercó lo suficiente para ser destruido por las ondas?

—No —respondió Pascale con cautela—. Existe otra forma de entrar en la matriz. Una mucho más sencilla… o al menos, antes lo era.

—De todos modos, debería estar muerta. Nada puede sobrevivir en una estrella de neutrones, ni tampoco en su interior.

—Ya te lo he dicho. No es una estrella de neutrones.

Entonces le explicó que, mediante la circulación de cantidades impresionantes de materia degradada por debajo de la corteza, la matriz podía generar un hueco de gravedad tolerable en el que Khouri podía vivir. Puede que se tratara de un subproducto computacional o puede que no. Sin embargo, como una lente divergente, el flujo mantenía la gravedad alejada de ella, mientras que unas fuerzas igualmente feroces impedían que las paredes se desplomaran a una rapidez ligeramente inferior que la de la luz.

—¿Y qué me dices de ti?

—Yo no soy como tú —respondió Pascale—. El cuerpo que llevo no es más que algo con lo que disfrazarme; algo con lo que poder reunirme contigo. Está compuesto del mismo material nuclear que la corteza. Los neutrones están unidos por quarks extraños, para que no me destruya mi presión cuántica. —Se llevó la mano a la frente—. Sin embargo, no estoy llevando a cabo ningún proceso mental. Esto está ocurriendo a tu alrededor, en la propia matriz. Espero que me disculpes, pues sé que te va a parecer una grosería, pero me habría resultado soporíferamente aburrido que me hubieran obligado a no hacer nada más que hablar contigo. Como ya te he dicho, nuestras velocidades computacionales son sumamente divergentes. No te he ofendido, ¿verdad? Espero que comprendas que no se trata de nada personal.

—Olvídalo —respondió Khouri—. Estoy segura de que a mí me ocurriría lo mismo.

El pasillo se ensanchó hasta convertirse en lo que parecía un estudio científico bien equipado, extraído de cualquier momento de los últimos cinco o seis siglos. El color predominante de la habitación era el marrón, el marrón de la edad: los estantes de madera que recorrían sus paredes, los lomos dorados de los viejos libros de papel que ocupaban dichos estantes, el marrón lustroso del escritorio de caoba y el marrón metálico de las antiguas herramientas científicas dispuestas alrededor del escritorio para impresionar. Las paredes que carecían de estantes estaban revestidas de armarios de madera en los que colgaban huesos amarillentos, huesos alienígenas que, a primera vista, podían confundirse con fósiles de dinosaurios o de grandes aves extintas que nunca fueron capaces de volar, siempre que no se prestara atención a la capacidad del cráneo extraterrestre, a la amplitud de la mente que, sin duda alguna, había contenido.

También había aparatos modernos como escáneres, avanzados instrumentos de corte o láminas de almacenaje para hologramas. Un criado de modernidad intermedia aguardaba inmóvil en un rincón, con la cabeza ligeramente inclinada, como un mayordomo leal que echa una merecida cabezadita sin que le haya dado tiempo a sentarse.

En una de las paredes había ventanas de tablillas que daban a un terreno árido y ventoso de mesetas y formaciones rocosas precarias, bañadas en la luz colorada del sol de poniente que ya desaparecía tras el caótico horizonte.

Y en el escritorio, alzando la cabeza cuando entraron en la habitación como si hubieran interrumpido su concentración, estaba Sylveste.

Lo miró a los ojos: unos ojos humanos que, por primera vez, podían considerarse de carne.

Por un momento pareció molesto por la intrusión, pero su expresión se fue suavizando hasta que una media sonrisa iluminó sus rasgos.

—Me alegro de que hayas venido a visitarnos —dijo—. Y espero que Pascale haya respondido a todas tus preguntas.

—A la mayoría —respondió Khouri, adentrándose un poco más en la sala, maravillada por la minuciosidad de su recreación. Era tan buena como cualquier simulación que hubiera experimentado. Sin embargo… y aunque era una idea tan impresionante como aterradora, todos y cada uno de los objetos que había en aquella habitación habían sido modelados a partir de materia nuclear, en densidades tan grandes que, en condiciones normales, el pisapapeles más pequeño del escritorio habría ejercido una atracción gravitacional fatal, incluso desde el centro de la estancia—. Pero no a todas. ¿Cómo lograste llegar hasta aquí?

—Probablemente, Pascale te habrá comentado que hay otra forma de entrar en la matriz. —Le mostró las palmas de las manos—. La encontré. Así de simple.

—¿Y qué le ocurrió a tu…?

—¿Verdadero ego? —Ahora, su sonrisa parecía divertida, como si estuviera disfrutando de alguna broma privada demasiado sutil para compartirla—. Dudo que sobreviviera. Y, francamente, no es algo que me preocupe. Ahora soy mi verdadero yo. Ahora soy lo que siempre fui.

—¿Qué ocurrió en Cerberus?

—Es una larga historia, Khouri.

De todos modos, se la contó. Cómo había viajado hacia el interior del mundo; cómo el traje de Sajaki había resultado ser un cascarón vacío; cómo dicho conocimiento no había hecho más que reforzar su decisión de seguir adelante; y qué había encontrado en la última cámara. También le explicó cómo había accedido a la matriz y cómo, en ese punto, sus recuerdos se habían separado de su otro ego. Cuando le dijo que estaba seguro de que su otro ego estaba muerto, lo hizo con tanta convicción que Khouri se preguntó si existiría otra forma de conocimiento; si los habría unido hasta el final algún otro vínculo menos tangible.

También tenía la impresión de que había cosas que ni siquiera Sylveste comprendía. No había alcanzado la divinidad o, al menos, no durante más de un instante, cuando se bañó en el portal. ¿Habría sido una elección que había hecho posteriormente? Si la matriz lo estaba simulando… y si la matriz era esencialmente infinita en su capacidad computacional, ¿qué límites le habían impuesto, aparte de aquellos que él había elegido de forma consciente?

Había descubierto que una parte de la Mortaja había mantenido con vida a Carine Lefevre, aunque no había habido nada accidental en ello.

—Es como si hubieran existido dos facciones —dijo Sylveste, jugueteando con uno de los microscopios de latón que tenía en su escritorio, girando el espejito a un lado y al otro como si intentara alcanzar los últimos rayos de sol del atardecer—. Una que quería utilizarme para descubrir si los Inhibidores seguían en los alrededores y aún suponían una amenaza para los Amortajados, y otra a la que no creo que la humanidad le importara más que a la primera, pero que era más cautelosa y consideraba que tenía que existir una forma mejor que la de aguijonear al mecanismo Inhibidor para ver si generaba una respuesta.

—¿Pero qué nos ha ocurrido? ¿Quién ha ganado? ¿Ladrón de Sol o la Mademoiselle?

—Ninguno de los dos —respondió Sylveste. Al dejar el microscopio en su sitio, su base de terciopelo golpeó suavemente el escritorio—. Al menos, ésa es la impresión que tengo. Creo que nosotros… que yo estuve a punto de activar el dispositivo, que estuve a punto de proporcionarle los estímulos que necesitaba para alertar al resto de los dispositivos e iniciar una guerra contra la humanidad. —Soltó una carcajada—. Por supuesto, llamarlo guerra implica que habría habido dos bandos… y no creo que se hubiera desarrollado de un modo similar.

—¿Crees que se han activado?

—Deseo e imploro que no. —Se encogió de hombros—. Por supuesto, podría equivocarme. Solía decir que nunca me equivocaba en nada, pero ésa es una lección que he aprendido.

—¿Y qué hay de los amarantinos, de los Amortajados?

—Sólo el tiempo lo dirá.

—¿Eso es todo?

—No tengo todas las respuestas, Khouri. —Miró a su alrededor, como evaluando los volúmenes de los estantes para convencerse de que seguían allí—. Ni siquiera aquí.

—Es hora de irse —dijo Pascale, de repente. Había aparecido al lado de su marido con un vaso de algo transparente; vodka, quizá. Lo dejó sobre el escritorio, cerca de un lustroso cráneo de color pergamino.

—¿Adónde?

—De vuelta al espacio, Khouri. ¿No era eso lo que querías? Supongo que no querrás pasar el resto de la eternidad en este lugar.

—No tengo ningún lugar adonde ir —replicó Khouri—. Deberías saberlo, Pascale. La nave está en nuestra contra; la habitación-araña destruida; Ilia asesinada…

—Volyova lo logró, Khouri. No murió cuando la lanzadera fue destruida.

De modo que había logrado ponerse un traje… ¿pero de qué le servía eso a ella? Khouri estaba a punto de preguntárselo cuando se dio cuenta de que, fuera cual fuera la respuesta de Pascale, había muchas posibilidades de que fuera cierta… por increíble que pareciera, por inútil que fuera la verdad, por lo poco que cambiara las cosas.

—¿Qué vais a hacer vosotros?

Sylveste cogió el vaso de vodka y dio un discreto sorbo.

—¿Aún no lo has adivinado? Esta habitación no la hemos creado sólo para recibirte. También vivimos en ella, aunque en una versión simulada de la matriz. Y no sólo en esta habitación, sino también en el resto de la base. Es tal y como siempre fue, pero ahora está a nuestra completa disposición.

—¿Eso es todo?

—No.

Pascale se acercó más a su marido, que le pasó un brazo alrededor de la cintura. Juntos, se giraron hacia la ventana de tablones, hacia el atardecer alienígena empapado en rojo y hacia el árido paisaje de Resurgam que se extendía ante ellos.

Y entonces todo cambió.

Empezó por el horizonte; una oleada de transformación que se precipitó hacia ellos con la velocidad de un día entrante. Las nubes, enormes como imperios, explotaban en el firmamento; el cielo era más azul a pesar de que el sol se seguía poniendo; y el paisaje ya no era árido, sino que en él había brotado una turbulenta frondosidad, un tsunami de verdor. Podía ver lagos, árboles y arbustos extraños; y también caminos, serpenteando entre casas en forma de huevo, agrupadas en aldeas; y en el horizonte, una comunidad más grande, alzándose hacia un esbelto capitel. La inmensidad de lo que estaba viendo la dejó sin habla. Un mundo entero estaba regresando a la vida y (puede que fueran imaginaciones, aunque nunca lo sabría) le pareció verlos moviéndose entre las casas, desplazándose a la velocidad de los pájaros, sin abandonar jamás el suelo; sin remontar jamás el vuelo.

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