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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (20 page)

—He dicho que no sé si podré esperar —repitió Khouri—. Me muero de ganas de salir de este jodido ascensor.

Poco después llegaron al eje, cruzaron la aduana y subieron a bordo de la lanzadera: una nave no atmosférica formada por una esfera con cuatro módulos de propulsión dispuestos en ángulos rectos. La nave se llamaba
Melancolía de la Partida
, el tipo de nombre irónico con el que los Ultras solían bautizar a sus aparatos. El interior parecía el estómago de una ballena. Volyova la guió por una serie de mamparos y particiones de buque hasta que llegaron al puente. Allí había algunos asientos desvencijados, además de un panel de instrumentos que mostraba montones de galimatías astronáuticos, cercados por delicados entópticos. Volyova pulsó una de las lecturas visuales, haciendo que un pequeño artefacto en forma de bandeja saliera traqueteando de un orificio negro que había a un lado del panel. Los dedos de Volyova empezaron a danzar por el anticuado teclado que descansaba sobre la bandeja, provocando un cambio sutil en los datos astronáuticos.

Khouri sintió un escalofrío al darse cuenta de que Volyova carecía de implantes, de que sus dedos eran realmente un medio de comunicación.

—Átate —dijo Volyova—. Hay tanta basura flotando alrededor de Yellowstone que tendremos que acelerar varios g.

Khouri hizo lo que le pedía. A pesar de la incomodidad resultante, ésta era la primera oportunidad de relajarse que tenía en días. Desde su reanimación habían ocurrido muchas cosas, todas ellas frenéticas. Durante el tiempo que había permanecido dormida en Ciudad Abismo, la Mademoiselle había estado esperando a que apareciera una nave que se dirigiera hacia Resurgam… y dada su escasa importancia en la red siempre cambiante del comercio interestelar, la espera había sido muy larga. Éste era uno de los principales problemas de las bordeadoras lumínicas: en la actualidad, nadie, por muy poderoso que fuera, podía ser propietario de una a no ser que ésta llevara siglos en su poder. Los Combinados habían dejado de fabricarlas y las personas que poseían una no se planteaban venderla.

Khouri sabía que la Mademoiselle no había realizado una búsqueda pasiva. Ni tampoco Volyova. Según le había contado su jefa, Volyova había activado un programa de búsqueda (que ella denominaba «sabueso») en la red de información de Yellowstone que ningún humano ni ningún control informático simple podría haber detectado. Sin embargo, la Mademoiselle no debía pertenecer a ninguno de esos dos grupos, pues lo había percibido con la misma claridad con la que un esquiador acuático siente las ondulaciones de la superficie que pisa.

A continuación había hecho algo muy astuto.

Había llamado al sabueso a silbidos hasta que éste había aparecido dando saltos. Entonces le había roto el cuello, pero no sin antes haberlo abierto en canal para examinar la información de sus entrañas y averiguar qué era lo que se suponía que debía encontrar. Había descubierto que el perro había sido enviado para recuperar una información supuestamente secreta relativa a individuos que tenían experiencia como mercaderes de esclavos… y eso era exactamente lo que cabría esperar de un grupo de Ultras que buscaran un tripulante para su nave. Pero también había encontrado algo más. Algo ligeramente extraño que había despertado su curiosidad.

¿Por qué buscaban a alguien con experiencia militar?

Puede que fueran disciplinarios: mercaderes profesionales que operaban un nivel por encima de las normas habituales del comercio; personas despiadadas que utilizaban técnicas escurridizas para recabar la información que necesitaban y que estaban dispuestas a viajar a colonias tan remotas como Resurgam si consideraban que allí les aguardaba una gran recompensa. Era probable que el conjunto de su organización se estructurara a lo largo de líneas militares y no en la cuasi-anarquía que existía en otras tripulaciones más comerciales, de modo que al buscar experiencia militar en los candidatos, lo que estaban haciendo era asegurarse de que el elegido encajaría en su tripulación.

Era eso, por supuesto.

De momento, las cosas habían ido bien, incluso teniendo en cuenta que Volyova no había corregido a Khouri cuando ésta le había dicho que deseaba ir a Borde del Firmamento. Khouri había sabido desde un principio que la nave partiría rumbo a Resurgam, pero si los Ultras descubrían que allí era donde realmente quería ir, se habría visto obligada a contar una de las muchas mentiras que había preparado para explicar por qué deseaba viajar hasta esa lejana colonia. Ya tenía lista la que iba a utilizar cuando Volyova la sacara de su error… pero la mujer no lo había hecho.

Era extraño, pero también comprensible si tenía en cuenta que estaban desesperados por completar cuanto antes su tripulación. Esto decía muy poco de su honestidad, pero al menos se había librado de tener que contar una mentira. Khouri decidió que no había nada de qué preocuparse. De hecho, todo había sido un camino de rosas… excepto el implante que había insertado la Mademoiselle en su cabeza mientras dormía. Era diminuto y no despertaría el recelo de los Ultras, pues había sido diseñado para que pareciera y funcionara como un empalme entóptico estándar. Si indagaban demasiado y se lo retiraban, todo aquello que pudiera acarrearle problemas se autoborraría o reorganizaría. Khouri se mostraba reacia a llevarlo, pero no porque fuera arriesgado o innecesario, sino porque no deseaba que la Mademoiselle estuviera en todo momento en su cabeza. Por supuesto, sólo era una simulación de nivel beta diseñada para copiar su personalidad, proyectando su imagen en el campo visual de Khouri y manipulando su centro auditivo para que oyera lo que el espectro decía. Nadie más podía verla, y Khouri podría comunicarse en silencio con ella.

—Puedes llamarlo necesidad de información —había dicho el fantasma—. Como exsoldado, estoy segura de que comprendes este principio.

—Sí, por supuesto —había respondido ella con sombría aceptación—. Y apesta, pero supongo que no vas a quitarme esta puta cosa de la cabeza sólo porque a mí no me gusta.

La Mademoiselle sonrió.

—Podrías cometer una indiscreción con los Ultras si te hiciera llevar encima demasiada información.

—Espera un momento —la había interrumpido Khouri—. Sé que quieres que mate a Sylveste… ¿acaso hay algo peor que podrían descubrir?

La Mademoiselle había repetido su sonrisa, haciéndola enloquecer. El repertorio de expresiones faciales de la mayoría de las simulaciones de nivel beta era tan reducido que las repeticiones resultaban inevitables; era como ver a un mal actor repitiendo constantemente los mismos gestos.

—Me temo que lo que sabes en estos momentos no es ni una milésima parte de la historia.

Cuando llegó Pascale, Sylveste analizó su rostro, comparándolo con el recuerdo que tenía de Nils Girardieau. No era una tarea sencilla, debido a las limitaciones de su visión: como sus ojos no mostraban las curvas, los rasgos del rostro humano eran como una serie de bordes pronunciados.

De todos modos, era evidente que lo que Calvin le había dicho podía ser cierto. Pascale tenía el cabello liso y moreno; Girardieau, pelirrojo y rizado. Sin embargo, sus estructuras óseas presentaban demasiados puntos de similitud para que se tratara de una coincidencia. Si Calvin no hubiera hecho aquel comentario, era posible que Sylveste nunca se hubiera dado cuenta… pero ahora que lo sabía, resultaba demasiado obvio.

—¿Por qué me mentiste? —preguntó.

Ella pareció genuinamente sorprendida.

—¿Sobre qué?

—Sobre todo. Empezando por tu padre.

—¿Mi padre? —La mujer guardó un prolongado silencio—. Ah, entonces lo sabes.

Asintió, apretando los dientes.

—Era uno de los riesgos que corrías al colaborar con Calvin. Es un tipo muy listo.

—Debe de haber establecido algún tipo enlace con mi compad. Ha accedido a archivos privados. ¡Será hijo de puta!

—Ahora sabes cómo me siento. ¿Por qué lo hiciste, Pascale?

—Al principio, porque no me quedó más remedio. Deseaba estudiarte… y la única forma que tenía de ganarme tu confianza era utilizando otro nombre. Fue sencillo, porque había pocas personas que supieran de mi existencia y muchas menos que me conocieran —hizo una pausa—. Y funcionó, ¿verdad? Confiaste en mí. Y yo no hice nada que traicionara tu confianza.

—¿Debo creerte? ¿Nunca le dijiste a Nils nada que pudiera ayudarlo?

La mujer pareció herida.

—Te alertaron del golpe, ¿recuerdas? Si alguien fue traicionado en aquel entonces, ése fue mi padre.

Intentó encontrar un ángulo que demostrara que estaba equivocada, sin saber con certeza si quería hacerlo. Al fin y al cabo, puede que estuviera diciéndole la verdad.

—¿Y la biografía?

—Fue idea de mi padre.

—¿Una herramienta para desacreditarme?

—En la biografía no hay nada que no sea verídico… a no ser que tú hayas mentido —hizo una pausa—. La verdad es que está casi lista para ser publicada. Calvin ha sido de gran ayuda. ¿Eres consciente de que será la primera obra importante de arte indígena producida en Resurgam? Desde después de los amarantinos, por supuesto.

—Es una obra de arte. ¿Piensas publicarla con tu verdadero nombre?

—Ésa fue la idea desde el principio. Por supuesto, esperaba que no descubrieras la verdad hasta entonces.

—Oh, no te preocupes. Nada de esto cambiará nuestra relación laboral, créeme. Al fin y al cabo, siempre he sabido que Nils era el verdadero nombre que había detrás de todo esto.

—Esto te facilita las cosas, ¿verdad? Así puedes descartarme como algo irrelevante.

—¿Tienes los datos que me prometiste?

—Sí. —Le tendió una tarjeta—. Yo nunca rompo mis promesas, doctor. Pero me temo que el poco respeto que me tienes corre el grave peligro de desvanecerse por completo.

Sylveste echó un vistazo al resumen electrónico que se desplazaba por la tarjeta mientras la flexionaba entre sus dedos pulgar e índice. Siguió hablando con Pascale, a pesar de que una parte de su mente era incapaz de dejar de dar vueltas a lo que significaban aquellas cifras.

—Cuando tu padre me habló de la biografía, me dijo que la mujer que tenía que autorizarla era alguien cuyas ilusiones estaban a punto de romperse en pedazos.

Ella se levantó.

—Creo que debemos dejar esta conversación para otro momento.

—No; espera —Sylveste extendió el brazo y la cogió de la mano—. Lo siento. Necesito hablar contigo de esto, ¿no lo entiendes?

Pascale se puso tensa ante aquel contacto. Lentamente se relajó, pero su expresión siguió siendo de cautela.

—¿Sobre qué?

—Sobre esto. —Golpeó con el pulgar la tarjeta—. Es muy interesante.

La lanzadera de Volyova se estaba aproximando a un astillero cercano al punto de Lagrange, situado entre Yellowstone y su luna, Ojo de Marco. Había una decena de bordeadoras lumínicas atracadas en ese lugar, muchas más de las que Khouri había visto en su toda vida. En el eje del astillero había un carrusel de mayores dimensiones en el que había otras naves más pequeñas, que se utilizaban para volar por el interior del sistema. Algunas bordeadoras lumínicas estaban encajonadas en estructuras de soporte, revisando sus escudos de hielo y sus motores Combinados (en este lugar también había naves de los Combinados: negras y lustrosas, como si hubieran sido esculpidas por el propio espacio), pero el resto de las naves espaciales se movían a la deriva, siguiendo órbitas vagas y lentas alrededor del centro de gravedad del punto de Lagrange. Khouri suponía que existían complejas normas protocolarias relativas a cómo debían estacionarse aquellas naves: quién debía apartarse del camino de quién para evitar una colisión que un ordenador podía predecir con días de antelación. El gasto en combustible que debía quemar una nave para evitar una colisión era mínimo comparado con el margen de beneficio de una escala comercial típica… pero la vergüenza que sentía la nave desviada debía de ser mucho más difícil de amortizar. Aunque alrededor de Borde del Firmamento nunca había habido tantas naves estacionadas, Khouri había oído hablar de las discusiones que tenían lugar entre las tripulaciones sobre prioridades de estacionamiento y derechos mercantiles. Las personas solían creer que los Ultras eran un fragmento homogéneo de humanidad, cuando en realidad eran tan faccionarios y tan paranoicos como cualquier otro ser humano.

Ya podían ver la nave de Volyova.

Como cualquier bordeadora lumínica, la nave tenía un inverosímil diseño aerodinámico. A velocidades bajas, el espacio era similar al vacío, pero como estas naves efectuaban la mayor parte de su recorrido casi a la velocidad de la luz, era como abrirse paso por un vendaval ululante de atmósfera. Ésta era la razón de que parecieran dagas: un afilado casco cónico en la proa, para perforar el medio interestelar, y dos motores Combinados sujetos al lomo, como una empuñadura ornada. La nave estaba enfundada de hielo y brillaba con tanta fuerza que parecía un diamante. La lanzadera descendió en picado sobre la nave de Volyova y, durante unos instantes, Khouri se sintió sobrecogida por su inmensidad. Tenía la impresión de estar sobrevolando una ciudad, no una nave. Poco después se abrió una puerta irisada en el casco que conducía a una reluciente plataforma de carga. Moviendo con habilidad los controles de propulsión, Volyova dirigió la lanzadera hacia el interior y la amarró en una base de atraque. Khouri oyó una serie de golpes mientras los conectores umbilicales y de amarre se cerraban alrededor de la nave.

Volyova fue la primera en liberarse de sus arneses.

—¿Subimos a bordo? —preguntó, con un tono que tenía poco que ver con la amabilidad que Khouri había esperado.

Impulsándose, recorrieron la lanzadera y salieron al espacioso entorno de la nave. Seguían estando en ingravidez, pero al final del pasillo Khouri podía ver un complejo compartimiento en el que se unían las secciones fijas y las rotativas.

Empezaba a sentirse indispuesta, pero no tenía ninguna intención de permitir que Volyova se diera cuenta.

—Antes de que continuemos, hay alguien a quien deberías conocer —dijo la mujer Ultra.

Estaba mirando hacia un punto situado más allá de Khouri, en el pasillo que conducía a la lanzadera que las había traído hasta aquí. Khouri oyó el sonido de unos pasos que se arrastraban por los rieles que estriaban el pasillo… y eso sólo podía significar que había habido una tercera persona a bordo de la lanzadera.

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