Espacio revelación (50 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

—Me llamo Khouri —dijo—. Por si sirve de algo, quiero que sepan que no estoy con estas personas. No estoy de acuerdo con lo que están haciendo. —Sus grandes y asustados ojos observaron el puente, como si creyera que iba a ser castigada por estas palabras. Sin embargo, sus compañeros sólo parecían sentir un moderado interés por lo que iba a decir—. Ellos me reclutaron —prosiguió—, pero no tenía ni idea de quiénes eran. Quieren a Sylveste. No están mintiendo. He visto las armas que hay en esta nave y estoy segura de que no dudarán en utilizarlas.

Volyova adoptó una expresión de aburrida indiferencia, como si todo esto fuera exactamente lo que había esperado: terriblemente tedioso.

—Lamento que ninguno de ustedes nos haya entregado a Sylveste, porque creo que Volyova habla en serio cuando dice que va a castigarlos por ello. Lo único que quiero decir es que será mejor que la crean. Y si alguien lo entregara ahora, quizá no seria demasiado…

—Ya basta.

Volyova recuperó el brazalete.

—Sólo les daré una hora más.

Pero la hora pasó. Volyova ladró crípticas órdenes a su brazalete, haciendo que un indicador de objetivos se posicionara sobre las latitudes septentrionales de Resurgam. Las líneas rojas avanzaron con la sombría calma de un escualo hasta que llegaron a un punto concreto situado en las proximidades del casquete polar septentrional del planeta. Entonces adoptaron un tono rojizo más sangriento. Al instante, los gráficos de posición le informaron de que los elementos de supresión orbital de la nave (uno de los sistemas armamentísticos menos potentes que podía utilizar) estaban activados, armados, dirigidos y listos para ser disparados.

Volyova volvió a dirigirse a los colonos.

—Habitantes de Resurgam. Nuestras armas acaban de alinearse sobre el pequeño asentamiento de Phoenix, situado a cincuenta y cuatro grados norte y veinte oeste de Cuvier. En menos de treinta segundos, Phoenix y su entorno más inmediato dejarán de existir.

La mujer humedeció los labios con la punta de la lengua antes de continuar.

—Éste será nuestro último comunicado durante las próximas veinticuatro horas. Tienen hasta entonces para entregarnos a Sylveste. Si no lo hacen, nuestro próximo objetivo tendrá mayores dimensiones. Pueden considerarse afortunados porque hayamos empezado por un lugar tan pequeño como Phoenix.

Khouri advirtió que, en sus comunicados, Volyova había sido como una maestra de escuela explicando pacientemente a sus pupilos que el castigo que estaba a punto de imponerles era por su bien y únicamente consecuencia de sus propias acciones. No había dicho: «Esto va a dolerme más a mí que a vosotros», pero si lo hubiera hecho, Khouri no se habría sorprendido. Es más, se preguntaba si aún lograría sorprenderle algo que hiciera aquella mujer. Al parecer no había juzgado mal a Volyova, sino que la había asignado a una especie completamente equivocada. Y no sólo a ella, sino al conjunto de la tripulación. Khouri sintió un escalofrío y una punzada de revulsión al recordar que hubo un tiempo en el que había creído que se parecía muchísimo a ellos. Pero ahora era como si todos se hubieran quitado las máscaras que ocultaban sus rostros y hubieran aparecido serpientes.

Volyova disparó.

Durante un prolongado momento no ocurrió nada y Khouri empezó a pensar que, quizá, todo aquello no había sido más que un farol. Sin embargo, todas sus esperanzas se esfumaron cuando las paredes del puente se sacudieron, como si el centro de la nave fuera un antiguo barco que hubiera rozado un iceberg. No sintió el movimiento, pues el soporte de su asiento articulado se movió para contener las vibraciones, pero estaba segura de haberlo visto. Segundos después, oyó lo que pareció un trueno lejano.

Las armas del casco se habían disparado.

En la imagen proyectada de Resurgam aparecieron las condiciones de la potencia ofensiva momentos después de haber sido disparada. Hegazi consultó las lecturas de su asiento, Mientras asimilaba la información, su lente ocular chasqueaba y zumbaba.

—Elementos de represión descargados —anunció, con una voz entrecortada y carente de emoción—. Los sistemas de fijación de objetivos confirman la correcta adquisición. —Entonces, con una lentitud magistral, levantó los ojos hacia el globo.

Khouri también miró.

Cerca del borde del casquete polar septentrional de Resurgam, allí donde antes no había habido nada, había aparecido una diminuta mancha de color rojo candente. La mancha empezó a oscurecerse, como una aguja al rojo vivo recién sacada del brasero, pero seguía siendo dolorosamente brillante y, si se oscurecía, no era tanto por su propio enfriamiento sino porque la estaban envolviendo titánicos velos de escombros planetarios. Por las ventanas que se abrieron fugazmente a la oscura tormenta, Khouri pudo ver danzantes zarcillos de rayos cuyas brillantes igniciones iluminaban el paisaje a cientos de kilómetros a la redonda. Una onda de choque prácticamente circular se precipitaba desde el lugar del impacto. Khouri pudo seguir su movimiento debido al cambio sutil que se produjo en el índice refractivo del aire, del mismo modo que, en aguas poco profundas, una ola hace que las rocas de debajo adquieran durante unos instantes cierta fluidez.

—Acabo de recibir el informe de situación preliminar —anunció Hegazi, que parecía un monaguillo aburrido recitando las escrituras más tediosas—. Funcionalidad de la potencia ofensiva: nominal. Probabilidad del noventa y nueve coma cuatro por ciento de que el objetivo haya sido neutralizado por completo. Probabilidad del setenta y nueve por ciento de que no haya sobrevivido nadie en un radio de doscientos kilómetros, a no ser que les protegiera un kilómetro de blindaje.

—Perfecto —respondió Volyova.

Durante un prolongado momento contempló la herida de la superficie de Resurgam, sin duda alguna deleitándose con la idea de llevar a cabo una destrucción a escala planetaria.

Quince

Mantell, Nekhebet Septentrional, 2566

—Se han marcado un farol —estaba diciendo Sluka, cuando un repentino y falso amanecer brilló sobre el horizonte nororiental, convirtiendo las cordilleras y riscos intermedios en dentados recortables negros. El destello, brillante como el magnesio, estaba bordeado en púrpura y no tardó en sobrecargar bandas completas de la visión de Sylveste, dejando entumecidos vacíos.

—¿Te importaría hacer otra conjetura? —preguntó.

Durante unos instantes, Sluka fue incapaz de responder. Contemplaba el destello, hipnotizada por su fulgor y el mensaje de atrocidad que transmitía.

—Sylveste te dijo que lo harían —comentó Pascale—. Tendrías que haberle hecho caso. Él conoce a esas personas. Sabía que cumplirían su promesa.

—Jamás los creí capaces de algo así —respondió Sluka, en voz tan baja que parecía que hablaba consigo misma. A pesar del resplandor, la tarde seguía siendo completamente silenciosa, libre incluso de la música habitual de los vientos de Resurgam—. Pensé que era una amenaza demasiado monstruosa para tomarla en serio.

—Para ellos, nada es demasiado monstruoso. —Los ojos de Sylveste empezaron a recuperar la normalidad, la suficiente para poder leer las expresiones de las mujeres que estaban junto a él en la meseta de Mantell—. A partir de ahora, será mejor que le hagas caso. Volyova siempre habla en serio. Dentro de veinticuatro horas repetirá el ataque, a no ser que me entregues.

Parecía que Sluka no lo había escuchado.

—Quizá, deberíamos bajar.

Sylveste estaba de acuerdo con ella pero, antes de abandonar la meseta, dedicaron unos instantes a calcular la dirección por la que había llegado el rayo.

—Sabemos cuándo ha ocurrido y sabemos la dirección —dijo Sylveste—. Cuando aparezca la ola de presión, sabremos a qué distancia se encontraba. En Resurgam, las colonias están muy diseminadas, así que podremos señalarla con precisión.

—Volyova dijo el nombre del lugar —comentó Pascale.

Sylveste asintió.

—Sin embargo, del mismo modo que creo en sus amenazas, sé que Volyova no es una persona digna de confianza.

—No sé nada sobre Phoenix —dijo Sluka, mientras descendían en el montacargas—. Creía conocer casi todas las colonias recientes, pero puede decirse que durante los últimos años no he estado exactamente en el centro del gobierno.

—Estoy seguro de que ha empezado por alguna pequeña —respondió Sylveste—. De otro modo, no podría ir intensificando su ataque. Podemos dar por sentado que Phoenix es un objetivo menor, una base científica o geológica, un lugar del que no depende materialmente el resto de la colonia. En otras palabras, un lugar donde sólo había personas.

Sluka sacudió la cabeza.

—Estamos hablando de ellas en pasado, a pesar de que nunca lo habíamos hecho en presente. Es como si su única razón de existir fuera para que pudieran morir.

Sylveste se sentía físicamente indispuesto; de hecho, tenía tantas náuseas que vomitó. De pronto se dio cuenta de que era la primera vez que dicha sensación era consecuencia de un acontecimiento externo, de algo en lo que no había participado directamente. Ni siquiera se había sentido así cuando había muerto Carine Lefevre. No había sido él quien había fallado. Y aunque le había dicho a Sluka que la tripulación cumpliría sus amenazas, una parte de él se había aferrado a la idea de que no lo haría, de que estaba equivocado y de que Sluka y los demás tenían razón. Quizá, si se hubiera encontrado en la posición de Sluka, también él habría ignorado la amenaza, por muy seguro que hubiera estado de que el ataque se iba a producir. Cuando te toca jugar, las cartas siempre parecen diferentes; están cargadas de posibilidades sutilmente distintas.

La ola de presión llegó tres horas después. Para entonces, apenas era una ráfaga de aire, pero una ráfaga que quedaba completamente fuera de lugar en una noche como ésta. Dejó atrás un aire turbulento y con tendencia a descargar chubascos repentinos, como si estuviera a punto de llegar una verdadera tormenta-cuchilla. Los cálculos indicaban que el lugar del ataque se encontraba a algo menos de seiscientos kilómetros en línea recta, dirección noreste, hecho que confirmaban los datos sísmicos y las pruebas visuales. Custodiados por los guardias, se retiraron al camarote de Sluka y, tomando cantidades ingentes de café para mantenerse despiertos, accedieron a los archivos de Mantell para consultar los mapas globales de la colonia.

Nervioso, Sylveste dio un sorbo a su bebida.

—Como has dicho antes, el objetivo de su ataque podría haber sido un nuevo asentamiento. ¿Estos mapas están actualizados?

—Más o menos —respondió Sluka—. El departamento cartográfico de Cuvier los actualizó hará aproximadamente un año, antes de que las cosas se pusieran tan serias.

Sylveste observó el mapa, proyectado sobre la mesa de Sluka como un mantel topográfico espectral. La zona que mostraba medía dos mil kilómetros cuadrados. Era lo bastante grande para contener la colonia destruida.

Pero no había señales de Phoenix.

—Necesitamos mapas más recientes —dijo—. Es posible que ese lugar se fundara durante el pasado año.

—No será fácil conseguirlos.

—Pues será mejor que encuentres la forma. En las próximas horas tendrás que tomar una decisión; posiblemente, la más importante de tu vida.

—Aún no lo tengo decidido, pero estoy bastante dispuesta a entregarte.

Sylveste se encogió de hombros, como si no le importara lo mínimo.

—Incluso así, tienes que ser consciente de los hechos. Tendrás que tratar con Volyova. Si no estás segura de que sus amenazas son genuinas, te sentirás tentada de considerar que sólo está alardeando.

Ella lo miró con dureza durante un prolongado momento.

—En teoría, todavía tenemos enlaces de transmisión con Cuvier, a través de lo que queda del sistema de satélites… aunque apenas han sido utilizados desde que explotaron las cúpulas. Activarlos podría ser arriesgado: los datos podrían dejar una pista que condujera hacia nosotros.

—Creo que, en estos momentos, ésa es la menor de nuestras preocupaciones.

—Creo que tiene razón —señaló Pascale—. Con todo lo que está pasando, ¿quién va a preocuparse por una pequeña brecha en la seguridad de Cuvier? Creo que vale la pena conseguir los mapas actualizados.

—¿Cuánto nos llevará?

—Una hora, quizá dos… ¿Por qué lo preguntas? ¿Tienes pensado ir a alguna parte?

—No —respondió Sylveste, sin dignarse siquiera sonreír—. Pero puede que alguien lo decida por mí.

Mientras esperaban a que los mapas fueran revisados, regresaron a la superficie. No había estrellas visibles al noreste, sólo una masa de nada negra como el carbón, similar a una figura pantagruélica que acechara en el horizonte. Debía de ser un muro de polvo que avanzaba en su dirección.

—Cubrirá el mundo durante meses —comentó Sluka—. Es como si hubiera entrado en erupción un volcán gigantesco.

—El viento arrecia —dijo Sylveste.

Pascale asintió.

—¿Es posible que el ataque haya cambiado las condiciones climáticas? ¿Y si el arma que han utilizado provoca contaminación radiactiva?

—No lo creo —respondió Sylveste—. Supongo que habrán utilizado algún arma de energía cinética. Conociendo a Volyova, sé que no habrá hecho más de lo absolutamente necesario. Sin embargo, haces bien en preocuparte por la radiación. Lo más probable es que el arma haya abierto un agujero en la litosfera, y es imposible saber qué puede haber sido liberado desde la corteza.

—No deberíamos pasar demasiado tiempo en la superficie.

—Estoy de acuerdo, pero creo que es una recomendación que afecta al conjunto de colonia.

Uno de los ayudantes de Sluka apareció en la puerta de salida.

—¿Tienes los mapas? —preguntó.

—Danos media hora más —respondió el ayudante—. Tenemos los datos, pero la encriptación es bastante complicada. De todos modos, hemos recibido noticias de Cuvier. Acaban de llegar. Se trata de una emisión pública.

—Adelante.

—Al parecer, la nave grabó imágenes del… hum… resultado. Las transmitió a la capital y ahora han sido difundidas por todo el planeta. —El ayudante sacó un maltrecho compad de su bolsillo; la pantalla plana iluminó sus rasgos en lila—. Aquí están las imágenes.

—Enséñanoslas.

El hombre dejó el compad sobre la arenosa y erosionada superficie de la meseta.

—Deben de haber utilizado infrarrojos —explicó.

Las imágenes eran espeluznantes y terribles. Cualquier evidencia de la colonia había sido eliminada, había sido engullida por un enorme cráter, que debía de medir un par de kilómetros de diámetro. La roca fundida serpenteaba desde el agujero o se proyectaba a modo de fuente desde decenas de volcanes recién nacidos. Cerca del centro del cráter había grandes extensiones suaves como el cristal, similares al alquitrán solidificado y negras como la noche.

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