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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (47 page)

—¿Estás diciendo que me has juzgado mal? Disculpa si no parezco complacida.

—Estoy diciendo que, quizá, no le perteneces tanto como ella cree —Sudjic rió—. No es un cumplido, pequeña… sólo una observación. Puede que sea peor para ti cuando se dé cuenta. Y por cierto, eso no significa que te haya borrado de mi lista negra.

Khouri podría haber respondido, pero lo que tenía intenciones de decir quedó sofocado por Volyova, que volvió a hablar por el canal general del traje, dirigiéndose a las tres desde su posición de ventaja. Se encontraba sobre ellas, cerca del centro de la sala.

—Este ejercicio carece de estructura —dijo—. Al menos, no tiene ninguna que necesitéis conocer. Vuestra única obligación es sobrevivir hasta que finalice la situación. Eso es todo. El ejercicio empezará en diez segundos. Durante el transcurso, no podréis hacerme preguntas.

Khouri escuchó sus palabras con la debida preocupación. Había habido demasiado ejercicios desestructurados en Borde del Firmamento, y muchos más en la artillería. Eso significaba que el propósito principal de la situación estaba camuflado, o que era, literalmente, un ejercicio de desorientación cuyo único objetivo era representar el caos que seguiría a una operación fallida.

Empezaron con los ejercicios de calentamiento. Desde su posición elevada, Volyova observó cómo salían cientos de zánganos de las diversas trampillas que había camuflado previamente en la pared de la sala. En un principio, los insectos no supusieron un gran reto, puesto que los trajes conservaban la autonomía necesaria para detectar y reaccionar contra sus objetivos antes de que su portador los advirtiera, de modo que lo único que tenían que hacer era dar su consentimiento para que acabaran con ellos. Lentamente, las cosas se fueron complicando. Los objetivos dejaron de ser pasivos y empezaron a contraatacar… normalmente de forma indiscriminada pero cada vez con más fuerza, de modo que incluso los disparos a distancia suponían una amenaza. Los zánganos, cada vez más pequeños y más rápidos, salían de las trampillas con una frecuencia mayor. De forma inversamente proporcional al peligro que representaba el enemigo, los trajes fueron sufriendo pérdidas progresivas de funcionalidad. En el sexto o séptimo asalto, los trajes prácticamente habían perdido su autonomía y las redes de sensores que los envolvían se estaban rompiendo, de modo que las tres mujeres se vieron obligadas a depender de sus propias señales visuales. A pesar de la dificultad del ejercicio, Khouri había trabajado en escenarios similares con tanta frecuencia que logró mantener la calma. El traje seguía siendo funcional: conservaba sus armas, su energía y su capacidad de volar.

No se comunicaron entre sí durante los ejercicios iniciales, pues estaban demasiado ocupadas buscando sus límites mentales. Por fin entraron en un estado de estabilidad que se extendía más allá de lo que, en un principio, parecían los límites de un rendimiento normal. Llegar hasta allí era similar a entrar en trance; además, existían ciertos trucos de concentración a los que podían recurrir, como la repetición de mantras. Para alcanzar ese estado no bastaba con desearlo. Era algo similar a encaramarse a una peligrosa repisa y que, a medida que avanzaras, te fueras dando cuenta de que tus movimientos eran más fluidos y que la repisa ya no parecía tan alta ni tan inaccesible. De todas formas, llegar hasta ella nunca dejaba de ser complicado y siempre comportaba cierto esfuerzo mental.

Mientras intentaba alcanzar este estado, Khouri tuvo la impresión de haber visto a la Mademoiselle.

Ni siquiera fue un atisbo: sólo la percepción periférica de que, por un instante, había otro cuerpo en la sala y que, por su forma, podría tratarse de ella. Esta sensación se desvaneció con la misma rapidez con la que llegó.

¿Realmente era ella?

Khouri no la había visto ni oído desde el incidente de la artillería. La última vez que se puso en contacto con ella, la Mademoiselle le había mostrado su desprecio porque hubiera ayudado a Volyova a destruir el arma-caché. Le había advertido que permaneciendo en la artillería durante tanto tiempo permitiría que Ladrón de Sol entrara en su cabeza… y de hecho, en el mismo instante en que intentó abandonar el espacio artillería, Khouri había sentido que algo se abalanzaba sobre ella como una sombra, aunque no había sentido nada cuando pareció engullirla. Fue como si su cuerpo hubiera pasado por un agujero que se había abierto en aquella sombra, pero dudaba que eso fuera lo que había ocurrido en realidad. Sin duda alguna, la verdad era más desagradable. Khouri no quería pensar que aquella sombra podía ser Ladrón de Sol, pero tampoco podía descartar esa posibilidad… y al aceptarla, también tenía que aceptar que Ladrón de Sol podría haber escondido una parte de sí mismo en su cabeza.

Ya había sido bastante malo saber que una pequeña parte de esa cosa había regresado con los sabuesos de la Mademoiselle. En aquel entonces, la Mademoiselle lo había mantenido a raya, pero ahora Khouri tenía que aceptar que una fracción más sustancial de Ladrón de Sol había entrado en ella y que, curiosamente, la Mademoiselle había estado ausente desde entonces… hasta que había tenido aquel silencioso medio-atisbo que quizá ni siquiera había sido real, sino una simple quimera, algo que cualquier persona cuerda hubiera catalogado como una ilusión óptica.

Y si realmente era ella, ¿qué significaría, después de tanto tiempo?

Por fin acabó la fase inicial de los ejercicios y los trajes recuperaron parte de su funcionalidad. No toda, pero sí la suficiente para que supieran que se había borrado la pizarra y que ahora las reglas serían diferentes.

—Bueno —dijo Volyova—. Las he visto peores.

—Lo consideraría un cumplido —comentó Khouri, con la esperanza de provocar cierta camaradería en sus compañeras—. El único problema es que lo dice en serio.

—Al menos, una de vosotras es consciente de ello —respondió la Triunviro—. Pero no dejes que se te suba a la cabeza, Khouri. Sobre todo ahora que las cosas están a punto de ponerse serias.

En el extremo opuesto de la sala se estaba abriendo otra puerta en forma de concha. Como la luz cambiaba constantemente, Khouri no vio lo que sucedía como un movimiento real, sino como una serie de imágenes congeladas y saturadas de brillos. Ante ella se estaba extendiendo una masa de objetos elipsoidales de color blanco metálico que medían aproximadamente medio metro de largo y cuyas superficies estaban interrumpidas por diversas protuberancias, boquillas, manipuladores y aberturas.

Eran zánganos centinela. Los conocía de Borde del Firmamento, donde los llamaban perros lobo por la fiereza de sus ataques y porque siempre se movían en manada. Aunque su principal uso militar era como instrumento disuasorio, Khouri sabía qué eran capaces de hacer y que el traje que llevaba no era ninguna garantía de seguridad. Los perros lobo habían sido diseñados para que fueran insidiosos, no inteligentes. Llevaban armas relativamente ligeras, pero se movían en grupos numerosos y lo hacían al unísono. Una manada de perros lobo podía dirigir su ataque colectivo hacia un único individuo si sus microprocesadores combinados consideraban que la acción era estratégicamente útil. Su determinación era lo que los hacía aterradores.

Pero había más. Incrustados en la masa de la que salían los zánganos había varios objetos de mayor tamaño y también de color metálico, que carecían de la simetría esférica de los perros lobo. Resultaba difícil distinguirlos debido a los intermitentes cambios en la iluminación, pero Khouri creía saber qué eran: más trajes… posiblemente enemigos.

Los perros lobo y los trajes enemigos se estaban alejando del eje central para dirigirse hacia las tres aprendices. Apenas habían transcurrido un par de segundos desde que se había abierto la otra puerta, pero había parecido mucho más tiempo, puesto que la mente de Khouri había cambiado al modo de percepción rápida que exigía el combate. Muchas de las funciones autónomas superiores del traje estaban deshabilitadas, pero las rutinas de adquisición de objetivos seguían operativas, de modo que ordenó al traje que mantuviera un ojo en cada uno de los perros lobo, pero que no disparara. Sabía que el traje lo consultaría con sus dos compañeros y que, juntos, irían diseñando una estrategia y asignándose objetivos, aunque este proceso sería invisible para ellas.

¿Dónde diablos estaba Volyova?

¿Era posible que hubiera ido de un extremo al otro de la sala y se hubiera unido a la manada en tan poco tiempo? Sí. El traje permitía movimientos tan rápidos que una persona podía aparecer a cientos de metros del punto inicial en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, los trajes enemigos que Khouri había visto habían entrado por la otra puerta… y eso significaba que Volyova había tenido que abandonar la sala y recorrer los pasillos y las vías de acceso normales de la nave para poder llegar. Nadie, ni con un traje ni habiendo introducido la ruta de antemano, podría recorrer esa distancia con tanta rapidez. Quizá, Volyova conocía un atajo; un eje por el que podía moverse mucho más deprisa…

Mierda.

Le estaban disparando.

Los perros lobo la estaban atacando con unos rayos láser de pequeña intensidad que emergían en chorros gemelos de unos ojos malignos y ligeramente separados situados en el hemisferio superior de sus caparazones elipsoidales. Ahora, su camuflaje camaleónico se había adaptado al suelo metálico, convirtiéndolos en pastillas púrpuras que parecían aparecer y desaparecer de la vista sin parar de danzar. La piel del traje de Khouri había ido adoptando un tono plateado hasta convertirse en un espejo perfecto que desviaba la mayor parte de la energía, pero las detonaciones iniciales habían causado un daño real en su integridad. Perdería puntos por ello, pues había estado tan ocupada pensando en la desaparición de Volyova que no había prestado atención al ataque. Sin duda alguna, se trataba de una táctica de distracción ideada por la Triunviro. Khouri miró a su alrededor para confirmar lo que las lecturas del traje le estaban diciendo: que sus compañeras habían sobrevivido. Sudjic y Kjarval, que estaban junto a ella devolviendo el ataque, parecían gotas antropomorfas de mercurio.

Khouri estableció los protocolos de aumento para estar un paso ofensivo por delante del enemigo, sin exterminarlo. De los hombros de su traje brotaron láseres de bajo rendimiento que pivotaban sobre torretas. Vio cómo convergían los rayos sobre su cabeza y se disparaban, dejando atrás una estela lila de aire ionizado con cada explosión. Los perros púrpuras que eran alcanzados por los rayos se precipitaban hacia el suelo o explotaban en brotes incandescentes. Habría sido extremadamente imprudente estar en aquella sala sin contar con la protección de un traje.

—Has sido lenta —dijo Sudjic por el canal general del traje, mientras el ataque proseguía—. Si fuera una situación real, tendríamos que utilizar mangueras para sacarte de la pared.

—¿Cuántas veces has visto de cerca una acción de combate, Sudjic?

Kjarval, que apenas había abierto la boca hasta entonces, las interrumpió.

—Todas nosotras hemos visto acción, Khouri.

—¿Sí? ¿Y alguna vez habéis estado lo bastante cerca del enemigo como para oírle suplicar clemencia?

—Lo que quiero decir es… joder. —Kjarval acababa de recibir un impacto. Durante unos instantes, su traje activó una serie de modos camaleónicos incorrectos: negro espacial, blanco nieve y después, una florida y tropical espesura, haciendo que la mujer pareciera una puerta que conducía al corazón de una selva planetaria remota.

Su traje titubeó y, por fin, recupero su brillo reflectante.

—Me preocupan esos otros trajes.

—Para eso están. Para que te preocupes y la jodas.

—¿Necesitamos ayuda para joderla? Eso es nuevo.

—Cierra el pico, Khouri. Concéntrate en el puto ataque.

Lo hizo. Ésa parte era sencilla.

Ya habían abatido a una tercera parte de los perros lobo y no habían aparecido refuerzos por la puerta del fondo de la habitación, que continuaba abierta. De pronto, los trajes enemigos (Khouri advirtió que había tres), que de momento no habían hecho nada más que gandulear cerca del agujero, empezaron a desplazarse lentamente hacia el suelo. Mientras avanzaban, iban corrigiendo su descenso mediante los propulsores de los talones, a la vez que asumían el color y la textura del erosionado suelo. Era imposible saber si alguno de ellos estaba ocupado.

—Esto forma parte del escenario. Esos trajes tienen que significar algo.

—He dicho que te calles, Khouri.

Pero ella continuó.

—Nos encontramos en una misión, ¿de acuerdo? Tenemos que asumirlo. Si queremos saber quién es nuestro enemigo, debemos imponer cierta lógica a lo que nos rodea.

—Buena idea —dijo Sudjic—. Analicemos la situación.

Para entonces, tanto los perros lobo como sus trajes estaban utilizando emisiones de partículas en sus ataques. Puede que los láseres fueran reales (entraba dentro de los límites de la posibilidad), pero Khouri consideraba que el uso de cualquier otra arma más potente sólo sería simulado. Al fin y al cabo, el ejercicio no tendría un final demasiado prometedor si destruían la pared de la sala y todo el aire escapaba al espacio.

—Asumamos que sabemos quiénes cojones somos y por qué estamos aquí —continuó Khouri—. Sea lo que sea. La siguiente pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿conocemos a los capullos que hay en esos tres trajes?

—Esto se está poniendo demasiado filosófico para mí —comentó Kjarval, moviéndose a grandes zancadas para esquivar los ataques.

—Si estamos teniendo esta conversación —prosiguió Khouri, haciéndose oír sobre las interjecciones de Sudjic—, entonces tenemos que asumir que no sabemos quiénes son. Y que son hostiles. Y eso significa que debemos deshacernos de ellos antes de que hagan lo que sea que se propongan.

—Creo que nos estás estropeando la diversión.

—Sí… pero tal y como has señalado antes con tanta amabilidad, soy la única que no va a bajar a la superficie.

—Esperemos.

—Eh… vosotras… —Era Kjarval, que había advertido algo que Khouri y Sudjic tardaron otro momento en asimilar—. Esto no me gusta nada.

Lo que había visto era que las muñecas de los otros tres trajes se estaban modificando, moldeando un arma aún informe. El proceso fue enervantemente rápido, como ver inflarse un globo hasta que adopta la forma de un animal.

—Disparadles —dijo Khouri, con una voz tan calmada que casi se asustó—. Concentración de fuego completa en el traje de la izquierda. Activad el modo de pulso ack-am de rendimiento mínimo, dispersión cónica con barrido cruzado lateral.

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