Espacio revelación (71 page)

Read Espacio revelación Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Decidió buscar en la memoria del archivo de guerra, donde fue informada de que había ejemplares de más de cuatro millones de armas de mano, creadas durante doce siglos de armería, desde el trabuco de ignición por chispas más simple hasta las concentraciones más espantosamente compactas de tecnología centrada en la muerte.

Pero aquel inmenso surtido era pequeño comparado con el potencial total del archivo de guerra, porque éste podía ser creativo. Con las especificaciones precisas, el archivo de guerra podía rebuscar en sus diseños y combinar las características óptimas de las armas preexistentes hasta forjar algo nuevo y sumamente personalizado que podía sintetizar en cuestión de minutos.

En cuanto el arma estaba fabricada (como sucedió con la pequeña pistola que Khouri había solicitado para Pascale), la ranura que había en la superficie del mostrador se abría con un zumbido y se alzaba una bandeja de fieltro en la que descansaba el artefacto que brillaba con ultraesterilidad y que todavía estaba caliente debido al calor residual de su fabricación.

Khouri levantó el arma de Pascale, contemplando su cañón y sintiendo su equilibrio mientras comprobaba las opciones de configuración del rayo, a las que se accedía mediante un botón encastado en la empuñadura.

—Le queda perfecta, madame —dijo el dispensario.

—No es para mí —respondió Khouri, guardando la pistola en un bolsillo.

Las seis armas-caché de Volyova activaron sus propulsores y se alejaron rápidamente de la nave, siguiendo un rumbo complejo que les permitiría posicionarse para impactar en el punto preciso, aunque fuera de forma oblicua. Mientras tanto, la cabeza de puente seguía reduciendo la distancia que la separaba de la superficie, desacelerando sin parar. Estaba segura de que el planeta ya había detectado que se estaba aproximando un objeto artificial, uno muy grande. Puede que incluso hubiera descubierto que aquel objeto había sido antaño el
Lorean
. Sin duda alguna, en algún lugar de aquella corteza impregnada de maquinaria estaba teniendo lugar una especie de debate. Algunos componentes estarían diciendo que sería mejor atacar ahora, que sería mejor destruir aquel objeto que se aproximaba antes de que se convirtiera en un verdadero problema, mientras que otros componentes recomendarían la cautela, afirmando que el objeto aún se encontraba a gran distancia de Cerberus y que cualquier ataque contra él tendría que realizarse a una escala demasiado grande para garantizar que fuera aniquilado antes de que pudiera responder, y que un despliegue de fuerza tan abierto podía atraer una atención no deseada. Además, los sistemas pacifistas dirían que, de momento, aquel objeto no había hecho nada hostil y que era muy posible que no sospechara de la artificialidad de Cerberus. Seguramente, sólo deseaba echar un vistazo al planeta e irse.

Volyova no quería que ganaran los pacifistas. Quería que ganaran los que defendían un ataque masivo preventivo, y quería que lo implementaran ahora, antes de que transcurriera un sólo minuto más. Quería ver cómo Cerberus destruía la cabeza de puente. Eso pondría fin a sus problemas y, como ya les había ocurrido algo similar a las sondas de Sylveste, no correrían mayor peligro que ahora. Quizá, el simple estímulo de un contraataque por parte de Cerberus no constituiría la interferencia que la Mademoiselle había deseado evitar y, como nadie habría entrado en aquel lugar, podrían admitir la derrota y regresar a casa.

Pero nada de eso iba a suceder.

—Estas armas-caché… —dijo Sajaki, asintiendo a la pantalla—. ¿Planeas armarlas y dispararlas desde aquí, Ilia?

—No hay ninguna razón para no hacerlo.

—Esperaba que fuera Khouri quien las dirigiera desde la artillería. Al fin y al cabo, ése es su trabajo. —Se volvió hacia Hegazi y susurró, lo bastante alto para que todos lo oyeran—: Empiezo a preguntarme por qué la habremos reclutado y por qué permití que Volyova interrumpiera el barrido.

—Supongo que tiene su utilidad —dijo el quimérico.

—Khouri está en la artillería —mintió Volyova—. Como precaución, por supuesto. Pero no la llamaré a no ser que sea absolutamente necesario. A mí me parece justo. Éstas son también mis armas. No podéis impedir que las utilice cuando la situación está tan controlada.

Las lecturas de su brazalete (parcialmente repetidas en la esfera de proyección que había en medio del puente) le anunciaron que, en treinta minutos, las armas-caché ocuparían sus posiciones de ataque designadas, a unos doscientos cincuenta mil kilómetros de la nave. En ese punto, no habría ninguna razón plausible para no dispararlas.

—Bien —dijo Sajaki—. Durante un momento me ha preocupado que no fueras a brindarnos tu apoyo a la causa. Pero parece que estamos hablando con la Volyova de siempre.

—Me alegro —dijo Sylveste.

Veintisiete

Cerberus/Hades, Heliopausa de Delta Pavonis, 2566

Los iconos negros de las armas-caché ocuparon sus posiciones de ataque y esperaron a recibir la orden que les permitiría liberar su terrible energía contra Cerberus. Durante todo ese tiempo no había habido ninguna respuesta por parte del planeta ni había habido ningún indicio de que éste fuera algo más que lo que parecía ser. Simplemente pendía allí, gris y suturado, como el cráneo de una calavera inclinada para orar.

Cuando llegó el momento, sólo hubo un suave repique en la esfera de proyección y las cifras se redujeron brevemente hasta cero, antes de comenzar la larga cuenta ascendente.

Sylveste fue el primero en hablar, dirigiéndose a Volyova, que no había realizado movimientos visibles desde hacía varios minutos.

—¿No se supone que tendría que haber ocurrido algo? ¿No se supone que tus malditas armas tendrían que haberse disparado?

Volyova apartó la mirada del brazalete, en el que había centrado toda su atención, como si acabara de salir de un trance.

—No he dado esa orden —dijo, en voz tan baja que fue necesario hacer un esfuerzo consciente para oírla—. No he ordenado a las armas que se disparen.

—¿Disculpa? —dijo Sajaki.

—Ya lo has oído —respondió, subiendo el volumen—. No lo he hecho.

De nuevo, la decidida calma de Sajaki parecía más amenazadora que cualquier histrionismo.

—Todavía nos quedan unos minutos para poder efectuar el ataque —dijo—. Quizá deberías ir pensando en utilizarlas, antes de que la situación sea irreversible.

—Creo que eso ya ha sucedido —comentó Sylveste.

—Esto es un asunto del Triunvirato —espetó Hegazi. Sus nudillos revestidos de acero centelleaban en los apoyabrazos de su asiento—. Ilia, si dieras ahora la orden, quizá podríamos…

—No pienso hacerlo —respondió—. Podéis considerarlo un motín o una traición. No me importa. Mi implicación en toda esta locura acaba aquí. —Miró a Sylveste con inesperado odio—. Conoces mis razones, así que no finjas lo contrario.

—Está haciendo lo correcto, Dan.

Durante un momento, todos los presentes prestaron atención a Pascale, que acababa de unirse a la conversación.

—Sabes que lo que dice es cierto. No podemos asumir ese riesgo, por mucho que tú lo desees.

—Te has creído las historias de Khouri —dijo Sylveste. No le sorprendió saber que su esposa se había puesto de parte de Volyova, pero tampoco se sintió tan molesto como esperaba. Aunque era consciente de la perversidad de sus sentimientos, la admiraba por haber sido capaz de hacer algo así.

—Ella sabe cosas que nosotros ignoramos —añadió Pascale.

—¿Qué diablos tiene que ver Khouri con todo esto? —preguntó Hegazi, mirando malhumorado a Sajaki—. Esa mujer sólo dice tonterías. ¿No podríamos omitirla de esta discusión?

—Desgraciadamente, no —dijo Volyova—. Todo lo que has oído es cierto. Y seguir adelante con esto podría ser el peor error de toda nuestra vida.

Sajaki alejó su asiento de Hegazi y se aproximó a Volyova.

—Si no piensas dar la orden de ataque, por lo menos cédeme el control de la caché. —Extendió el brazo, indicándole que desabrochara el brazalete y se lo entregara.

—Creo que deberías hacer lo que te pide —dijo Hegazi—. Si no, podría ser muy desagradable contigo.

—No lo he dudado ni por un momento —respondió Volyova, antes de quitarse el brazalete con un hábil movimiento—. No te servirá de nada, Sajaki. La caché sólo nos obedecerá a Khouri o a mí.

—Dame el brazalete.

—Lo lamentarás, te lo advierto.

De todos modos, se lo tendió. Sajaki lo cogió como si fuera un valioso amuleto de oro y jugueteó un poco con él, antes de cerrarlo alrededor de su muñeca. Vio que se encendía de nuevo una pequeña pantalla que mostraba los mismos datos que habían centelleado en la muñeca de Volyova momentos antes.

—Soy el Triunviro Sajaki —dijo, lamiéndose los labios entre palabra y palabra, saboreando el poder—. No estoy seguro del protocolo preciso que se requiere en este punto, así que pido tu cooperación. Quiero que las seis armas-caché desplegadas inicien…

Sajaki se interrumpió a media frase. Observó su muñeca, primero desconcertado y, momentos después, con una expresión más parecida al miedo.

—Eres muy astuta —dijo Hegazi, maravillado—. Imaginaba que escondías algún truco en la manga, pero nunca pensé que tuvieras uno así de literal.

—Soy una persona de mente muy literal —respondió Volyova.

El rostro de Sajaki era una rígida máscara de dolor. El brazalete que le constreñía se había hundido visiblemente en su muñeca. Tenía la mano abierta, tan blanca y carente de sangre como la cera. Con la mano libre estaba realizando un valiente esfuerzo para liberarse del brazalete, pero Volyova sabía que era inútil. El cierre estaba sellado y, ahora, lo único que quedaba era un doloroso y lento proceso de amputación constrictiva, mientras sus cadenas de polímeros hacían que éste se cerrara cada vez con más fuerza. El brazalete había sabido desde el mismo instante en que Sajaki se lo había puesto que el ADN no era correcto, que no correspondía al de Volyova. Sin embargo, no había empezado a constreñirle la muñeca hasta que el Triunviro había intentado darle una orden… algo que Volyova consideraba que era una especie de indulgencia por su parte.

—Haz que pare —logró decir—. Haz que pare… jodida zorra… por favor…

Volyova calculaba que pasarían un par de minutos antes de que el brazalete le seccionara la mano; un par de minutos antes de que el sonido principal de la habitación fuera el chasquido del hueso… asumiendo que éste pudiera oírse sobre los gritos que profería aquel hombre.

—Tu educación me decepciona —dijo Volyova—. ¿Qué maneras son esas de pedir algo? Deberías ser consciente de que, quizá, ésta es una de esas ocasiones en las que deberías mostrarte educado.

—Deténlo —dijo Pascale—. Te lo suplico, por favor… Sea lo que sea lo que haya pasado, no merece este…

Volyova se encogió de hombros y se volvió hacia Hegazi.

—También tú puedes quitárselo, antes de que sea demasiado tarde. Estoy segura de que dispones de los medios necesarios.

Hegazi levantó una de sus manos de acero para inspeccionarla, como si tuviera que confirmar que ya no quedaba nada de carne en ella.

—¡Deprisa! —gritó Sajaki—. ¡Quitádmelo de encima!

Hegazi situó su asiento junto al del otro Triunviro y se puso manos a la obra. El proceso pareció causar al Triunviro un dolor ligeramente mayor que la constricción.

Sylveste permanecía en silencio.

Hegazi logró quitarle el brazalete. Para cuando lo logró, sus manos metálicas estaban salpicadas de sangre humana. Lo que quedaba del brazalete se deslizó entre sus dedos y cayó al suelo, a veinte metros de distancia.

Sajaki, que no había parado de gemir, observó con revulsión los daños sufridos en la muñeca. La mano seguía estando unida a ella, pero los huesos y los tendones estaban expuestos y la sangre caía en cascada por una delgada cuerda escarlata que descendía hasta el suelo distante. Intentando detener la pérdida de sangre, presionó su agonizante extremidad contra el vientre. Por fin dejó de emitir sonidos y, tras un prolongado momento, su pálido rostro se volvió hacia Volyova.

—Me las pagarás —dijo—. Lo juro.

Y ése fue el momento que escogió Khouri para entrar en el puente y empezar a disparar.

Por supuesto que tenía un plan en mente, pero no era demasiado concreto. Por lo tanto cuando Khouri entró en la sala y vio la catarata de lo que obviamente era sangre, decidió no seguir adelante con él y disparar hacia el techo hasta que todos le prestaran atención.

No habían tardado demasiado en hacerlo.

El arma escogida era el rifle de plasma, configurado al mínimo de potencia y con el modo de fuego de repetición desactivado para tener que pulsar el gatillo a cada disparo. El primero abrió un cráter de un metro de ancho en el techo, haciendo que el revestimiento cayera al suelo en afilados y chamuscados trozos. Para evitar abrir un verdadero agujero, dirigió su siguiente ataque un poco a la izquierda y el siguiente, un poco a la derecha. Uno de los fragmentos se estrelló contra la brillante esfera de la pantalla holográfica y, durante un instante, ésta centelleó y se deformó antes de recuperar la estabilidad. Entonces, como ya había anunciado de un modo exhaustivo su presencia, desactivó el arma y se la colgó del hombro. Volyova, que había anticipado su siguiente movimiento, dirigió su asiento hacia Khouri y, cuando apenas las separaban cinco metros, su recluta le lanzó una de las pistolas ligeras: los proyectores de agujas que había encontrado en la pared del archivo de guerra.

—Coge éste para Pascale —dijo, lanzándole la pistola de rayos de baja intensidad.

Volyova cogió ambas armas y le tendió a Pascale la suya.

Khouri, que para entonces ya había asimilado la situación, advirtió que la lluvia de sangre (que ya había cesado) procedía de Sajaki. Tenía mal aspecto y llevaba un brazo en cabestrillo, como si estuviera roto o hubiera recibido un fuerte golpe.

—Ilia —dijo Khouri—. Has empezado la fiesta sin mí. Me has decepcionado.

—Los acontecimientos así lo requerían —respondió Volyova.

Khouri contempló la pantalla, intentando averiguar qué había ocurrido en el exterior.

—¿Las armas han detonado?

—No; no les he dado la orden.

—Y ahora no puede hacerlo —comentó Sylveste—, porque Hegazi ha destruido su brazalete.

—¿Esto significa que está de nuestra parte?

—No —respondió Volyova—. Sólo que es incapaz de soportar ver sangre. Especialmente si ésta pertenece a Sajaki.

Other books

Confessions Of An Old Lady by Christina Morgan
The Golden Desires by Pratley, Ann M
Empty Space by M. John Harrison
The Hidden Beast by Christopher Pike
Hollywood by Gore Vidal
B00B15Z1P2 EBOK by Kollar, Larry
Brody by Susan Fisher-Davis
Forest Moon Rising by P. R. Frost