—No lo sé. Eso es lo que vais a ayudarme a descubrir.
—¿Crees que puede haber algo en el planeta? —preguntó Hegazi.
—O en su interior. Pero no lo sabremos con certeza hasta que no estemos mucho más cerca.
—Podría ser una trampa —comentó Pascale—. No creo que debamos descartar esa posibilidad… sobre todo si Dan tiene razón en lo referente a la datación.
—¿Qué datación?
Sylveste dibujó una campana con sus dedos.
—Sospecho… no, no lo sospecho: he llegado a la conclusión de que los amarantinos evolucionaron hasta desarrollar el viaje estelar.
—Según lo que pude observar en la superficie —dijo Sajaki—, las pruebas fósiles no respaldan esa afirmación.
—¿Por qué tendría que haber pruebas? Intrínsecamente, los artefactos tecnológicos son menos duraderos que otros objetos más primitivos. La cerámica perdura, pero los microcircuitos se reducen a polvo. Además, se necesitaría una tecnología comparable a la nuestra para enterrar la ciudad bajo el obelisco. Si fueron capaces de hacerlo, no podemos dar por sentado que no fueron también capaces de llegar a los límites de su sistema solar… y puede que incluso al espacio interestelar.
—¿Crees que los amarantinos viajaron a otros sistemas?
—No lo descarto.
Sajaki sonrió.
—Entonces, ¿dónde están ahora? Puedo aceptar que una civilización tecnológica desaparezca sin dejar rastro, pero no que lo haga una que haya viajado por diversos mundos. Tendrían que haber dejado algo atrás.
—Puede que lo hicieran.
—¿El mundo que rodea a la estrella de neutrones? ¿Crees que ahí es donde encontrarás las respuestas a tus preguntas?
—Si lo supiera, no tendría que ir hasta allí. Lo único que os estoy pidiendo es que me dejéis encontrarlo, y eso significa que tenéis que llevarme a ese lugar —Sylveste apoyó la barbilla en sus dedos—. Me acercaréis lo máximo posible y garantizaréis mi seguridad… aunque eso signifique dejar a mi disposición el potencial más desagradable de esta nave.
Hegazi parecía fascinado y asustado.
—¿Crees que encontraremos algo cuando lleguemos allí? ¿Algo para lo que necesitemos las armas?
—En mi opinión, nunca está de más tomar precauciones.
Sajaki se volvió hacia el otro Triunviro. Durante unos instantes fue como si estuvieran solos en la sala. Algo centelleaba entre ellos, quizá a nivel de pensamiento mecánico. Cuando hablaban, puede que sólo lo hicieran para repetir ciertas partes de su conversación en beneficio de Sylveste.
—Lo que ha dicho sobre el mecanismo de sus ojos… ¿es realmente posible? Es decir, asumiendo lo que sabemos de los conocimientos técnicos de Resurgam, ¿podrían haber instalado un implante así en el tiempo que les dimos?
Hegazi se tomó su tiempo para responder.
—Creo, Yuuji-san, que deberíamos considerar seriamente esa posibilidad.
La mayor parte de Volyova despertó en la sala de recuperación del compartimiento médico. No necesitaba que le dijeran que llevaba más de unas horas inconsciente: le bastaba con examinar su estado mental, la sensación de que había estado soñando profundamente durante siglos, para saber que sus heridas y su recuperación no habían sido triviales. En ocasiones, en la más breve de las siestas, uno puede tener la impresión de que lleva soñando una vida entera, pero eso no era lo que le estaba ocurriendo ahora, pues esos sueños eran tan largos y estaban tan saturados de acontecimientos como la más turgente de las fábulas pretecnológicas. Era como si hubiera vivido polvorientos e imperecederos volúmenes de sus propias andanzas.
Sin embargo, recordaba muy poco. Había estado a bordo de esta nave, sí, y después la había abandonado. Había ido a algún lugar, pero no tenía claro dónde, y entonces había ocurrido algo terrible. Lo único que recordaba era el sonido y la furia… ¿pero qué significaba aquello? ¿Dónde había estado?
Vagamente, y al principio sospechando que se trataba de un fragmento desprendido del sueño, recordó Resurgam. Y entonces, muy despacio, los acontecimientos regresaron, no como una ola sísmica ni como una avalancha, sino como una lenta y silenciosa caída: un destripamiento del pasado. Ni siquiera tuvieron la decencia de regresar en nada similar a un orden cronológico. Al ordenar los acontecimientos recordó el ultimátum anunciado desde la órbita, con su propia voz, al mundo que esperaba a sus pies. Y después recordó haber esperado en la tormenta y sentir un terrible calor y después un frío igualmente terrible en el estómago, y ver a Sudjic alzándose sobre ella, administrándole dolor.
La puerta de la habitación se abrió. Entró Ana Khouri, sola.
—Estás despierta —dijo—. Me lo imaginaba. Ordené al sistema que me avisara cuando tu actividad neuronal superara cierto nivel coherente con el pensamiento consciente. Me alegra que hayas regresado, Ilia. Nos vendrá bien un poco de cordura.
—¿Cuánto tiempo…? —Volyova se interrumpió (sus palabras sonaban ásperas y confusas) antes de empezar de nuevo—. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Y dónde estamos ahora?
—Han pasado diez días desde el ataque, Ilia. Estamos… bueno, ya te lo explicaré más adelante. Es una larga historia. ¿Qué tal te encuentras?
—He estado peor. —Se preguntó por qué había dicho eso, pues no recordaba ninguna ocasión en la que se hubiera sentido tan mal como ahora. De todos modos, tenía la impresión de que era lo que se debía de decir en estas circunstancias—. ¿Qué ataque?
—Creo que no recuerdas demasiado, ¿verdad?
—Acabo de hacerte una pregunta.
Khouri se sentó en la silla que había moldeado la sala junto a la cama para que estuviera cómoda.
—Sudjic intentó matarte mientras estábamos en Resurgam. Lo recuerdas, ¿verdad?
—Creo que no.
—Bajamos a la superficie para acompañar a Sylveste a la nave.
Volyova guardó silencio durante unos instantes. Aquel nombre tintineó en su cabeza con un sonido metálico, como si un escalpelo acabara de caer al suelo.
—Sylveste, sí. Recuerdo que estábamos a punto de traerlo a bordo. ¿Entonces lo logramos? ¿Sajaki consiguió lo que quería?
—Sí y no —respondió Khouri, después de meditarlo.
—¿Y Sudjic?
—Quería matarte por lo de Nagorny.
—Ya veo que no le hizo gracia.
—Creo que encontró alguna excusa y pensó que me uniría a ella.
—¿Y?
—La maté.
—Entonces supongo que fuiste tú quien me salvaste —Volyova levantó la cabeza de la almohada; tenía la impresión de que estaba atada a la cama mediante cuerdas elásticas—. Khouri, creo que deberías dejarlo antes de que se convierta en un hábito. Sin embargo, si se ha producido otra muerte… no dudes que Sajaki empezará a hacer preguntas.
Eso era todo lo que se atrevía a decir de momento. Esta advertencia era idéntica a la que haría cualquier tripulante de mayor categoría a un novato. No significaba necesariamente, para nadie que estuviera escuchando, que Volyova sabía algo más sobre Khouri que los demás Triunviros.
Pero era una advertencia sincera. Primero el asesinato de la sala de entrenamiento y después, otro en Resurgam. Khouri no había sido la instigadora de dichos conflictos pero, si su presencia en ambos bastaba para inquietar a Volyova, sin duda alguna daría qué pensar a Sajaki. En el proceso de interrogación del Triunviro, las preguntas ocupaban el extremo más moderado. Era muy probable que Sajaki optara por la tortura, o incluso que efectuara un peligroso barrido por lo más profundo de su memoria. Entonces, si no freía la mente de Khouri durante el proceso, descubriría que era una espía que estaba a bordo para robar el caché. Y sin duda alguna, su siguiente pregunta sería: ¿cuánto de todo esto sabe Volyova? Si consideraba que también debía peinar la mente de Volyova…
Eso no debe ocurrir
, pensó.
En cuanto se recuperara lo suficiente, tendría que llevar a Khouri a la habitación-araña, donde podrían hablar con mayor libertad. Pero, por ahora, carecía de sentido darle vueltas a algo que escapaba a su control.
—¿Qué ocurrió después? —preguntó.
—¿Después de que Sudjic muriera? Lo creas o no, todo se desarrolló según lo planeado. Sylveste fue escoltado hasta la nave por Sajaki y por mí, que estábamos ilesos.
Pensó en Sylveste, que ahora se encontraba en algún lugar de la nave.
—Entonces Sajaki consiguió lo que quería.
—No —respondió Khouri, con cautela—. Eso es sólo lo que él pensaba. La verdad fue ligeramente distinta.
Durante la siguiente hora le explicó todo lo que había ocurrido desde que Sylveste había sido llevado a bordo. Toda esa información era del conocimiento general de la nave, así que Sajaki sabía que llegaría a sus oídos. De todos modos, Volyova se recordó a sí misma que Khouri le estaba explicando los acontecimientos tal y como los había filtrado su percepción de las cosas, que no tenía por qué ser necesariamente completa ni fidedigna. Además, sabía que se le escapaban ciertos matices de la política de la nave… de hecho, se le escapaban a cualquiera que no llevara años en este lugar. Sin embargo, fuera consciente o no de ello, era poco probable que Khouri no le hubiera contado la mayor parte de la verdad. Y lo que Volyova acababa de saber no era bueno; en absoluto.
—¿Crees que nos mintió? —preguntó Khouri.
—¿Respecto al polvo abrasador? —Volyova hizo algo similar a encogerse de hombros—. Es posible. Es cierto que Remilliod se lo vendió a la colonia; de hecho, tenemos pruebas de ello. Sin embargo, manipularlo no es un juego de niños y no creo que dispusieran del tiempo necesario para implantarlo en sus ojos… asumiendo que hubieran esperado a que atacáramos Phoenix. Por otra parte, asumir que está mintiendo es un riesgo demasiado grande. Si efectuamos un escáner remoto para detectar el polvo abrasador, es muy posible que desencadenemos su detonación. Sajaki no puede dar por sentado que Sylveste esté diciendo la verdad, pero o cree en su palabra o nos pone a todos en peligro. De esta forma, al menos, el riesgo es marginalmente cuantificable.
—¿Estás diciendo que las exigencias de Sylveste son un riesgo cuantificable?
Volyova rió al pensar en las exigencias de aquel hombre. En toda su vida había estado tan cerca de nada tan potencialmente extraño, de nada que estuviera tan alejado de su experiencia. Sin duda alguna, allí había mucho que aprender, muchas lecciones que asimilar. Sylveste ni siquiera tendría que haberse molestado en amenazarlos…
—En mi opinión, no debería habernos mostrado un señuelo tan tentador —dijo—. Esa estrella de neutrones me ha intrigado desde que entramos en el sistema, ¿sabes? Durante las maniobras de aproximación encontré algo en sus proximidades: una débil fuente de neutrinos. Parece estar orbitando alrededor del planeta, que a su vez orbita alrededor de la estrella de neutrones.
—¿Qué puede producir neutrinos?
—Muchas cosas. Pero tiene tanta energía que sólo puedo pensar en maquinaria. Maquinaria avanzada.
—¿Dejada allí por los amarantinos?
—Es una posibilidad, ¿no crees? —Volyova sonrió con esfuerzo. Eso era exactamente lo que estaba pensando, pero no sería prudente confirmar sus sospechas de una forma tan abierta—. Supongo que lo sabremos cuando lleguemos allí.
Los neutrinos son partículas fundamentales, leptones de spin un medio. Aparecen en tres formas o sabores (electrones, mu-neutrinos o tau-neutrinos) dependiendo de las reacciones nucleares que los crean. Pero como tienen masa (se mueven ligeramente más despacio que la velocidad de la luz) oscilan entre sabores mientras vuelan. Para cuando los sensores de la nave interceptaron a estos neutrinos, eran una amalgama de los tres sabores posibles, pero a medida que la distancia con la estrella de neutrones se redujo (y con ella, el tiempo del que disponían para variar su forma original) la amalgama empezó a estar dominada por un tipo de neutrinos. Entonces fue más sencillo leer el espectro de energía y seguir e interpretar las variaciones tiempo-dependientes desde su fuente de energía. Para cuando la distancia entre la nave y la estrella de neutrones se había reducido a la quinta parte de una UA (unos veinte millones de kilómetros), Volyoya tuvo una idea mucho más clara sobre qué estaba causando aquel flujo constante de partículas, dominado por el sabor más pesado de los neutrinos: los tau-neutrinos.
Y lo que descubrió la inquietó profundamente.
Pero había decidido esperar a estar más cerca antes de compartir sus temores con el resto de la tripulación. Al fin y al cabo, Sylveste seguía estando al mando y le parecía poco probable que sus palabras lograran convencerlo para que cambiaran su presente curso de acción.
Khouri empezaba a acostumbrarse a morir.
Uno de los aspectos más molestos de las simulaciones de Volyova era la forma que tenían de continuar hasta más allá del punto en que cualquier observador real estaría muerto o, al menos, tan gravemente herido que sería incapaz de percibir los acontecimientos que se desarrollaran a continuación y, mucho menos, de poder tener alguna influencia en ellos. Y eso era lo que estaba sucediendo ahora. Habían lanzado algo desde Cerberus (un arma inespecífica de destrucción arbitraria) que había destruido la bordeadora lumínica en su conjunto. Nada había sobrevivido al ataque, pero la conciencia incorpórea de Khouri seguía estando presente, contemplando cómo se alejaban lentamente los fragmentos en el halo rosado de sus entrañas ionizadas. Supuso que ésta era la forma de Volyova de echar sal sobre sus heridas.
—¿No conoces esa teoría que habla de los beneficios de fomentar la moral? —le había preguntado Khouri.
—Sí —respondió Volyova—. Pero no estoy de acuerdo con ella. ¿Qué preferirías: estar contenta y muerta o aterrada y viva?
—Si no hago más que morir… ¿Por qué estás tan convencida de que tendremos problemas cuando lleguemos allí?
—Sólo estoy asumiendo lo peor —fue su deprimente respuesta.
Al día siguiente, Volyova se sentía lo bastante fuerte para hablar con Sylveste y su esposa. Cuando entraron en el compartimiento médico, estaba sentada en la cama con un compad apoyado en el regazo, examinando una plétora de escenarios de ataque que más tarde probaría con Khouri. Cerró precipitadamente la imagen y la reemplazó por algo menos ominoso, aunque dudaba que el código críptico de sus simulaciones tuviera algún sentido para Sylveste. Incluso para sí misma, sus garabatos a veces parecían estar en un idioma del que apenas tenía nociones.
—Estás curada —dijo Sylveste, sentándose junto a ella y flanqueado por Pascale—. Eso es bueno.