—¿Porque te preocupas por mi bienestar o porque necesitas mis conocimientos?
—Por lo último, obviamente. No hay ningún amor perdido entre nosotros, Ilia, ¿así que para qué vamos a fingir?
—Nunca haría nada similar. —Dejó a un lado el compad—. Khouri y yo hemos estado hablando de ti. Hemos llegado a la conclusión de que es mejor concederte el beneficio de la duda, así que, de momento, asume que considero que todo lo que nos has contado es completamente cierto. —Se frotó la frente con un dedo—. Por supuesto, me reservo el derecho a alterar este juicio en cualquier momento del futuro.
—Creo que lo mejor para todos nosotros es adoptar esa línea de pensamiento —respondió Sylveste—. Y te aseguro, de científico a científico, que es completamente cierto. Y no sólo lo de mis ojos.
—También lo del planeta.
—Cerberus, sí. ¿Debo dar por supuesto que estás al tanto?
—Esperas encontrar algo que pueda estar relacionado con la extinción de los amarantinos. Sí, me han informado de ello.
—¿Sabes algo de los amarantinos?
—Algo, sí. —Volvió a levantar el compad y abrió un archivo enlazado con Cuvier—. Muy poco deriva de tu trabajo, aunque tengo la biografía. Da a conocer gran parte de tus conjeturas.
—Formuladas desde el punto de vista de los escépticos —Sylveste pareció mirar a Pascale. Fue un cambio visible en el ángulo de su cabeza, pues era imposible juzgar la dirección de su mirada.
—Naturalmente. Pero la esencia de tu pensamiento queda de manifiesto. En ese paradigma… admito que Cerberus/Hades tiene cierto interés.
Sylveste asintió, impresionado porque recordara la nomenclatura del sistema binario planeta-estrella de neutrones al que ahora se dirigían.
—Algo atrajo a los amarantinos a ese lugar, hacia el final de su existencia. Quiero saber qué era.
—¿Y no te preocupa que ese algo pueda estar relacionado con el Acontecimiento?
—Me preocupa, sí. —Esta respuesta no era la que ella esperaba—. Pero me preocuparía más que lo ignoráramos por completo. Puede que nuestra seguridad también se vea amenazada, pero si descubrimos algo, al menos tendremos la oportunidad de evitar el mismo destino.
Volyova se dio unos golpecitos en el labio inferior, meditando.
—Puede que los amarantinos pensaran algo similar.
—En ese caso, es mejor enfocar la situación desde el punto de vista de la fuerza. —Sylveste volvió a mirar a su esposa—. Con toda honestidad, fue una suerte que llegarais. Aunque hubiera logrado persuadir a la colonia de su importancia, era imposible que Cuvier financiara una expedición hasta ese lugar… y si lo hubiera hecho, no podría haber preparado nada que pudiera compararse con la capacidad ofensiva de esta nave.
—No deberíamos haber hecho aquella pequeña demostración de fuerza, ¿verdad?
—Quizá… pero sin ella, nunca me habrían liberado.
Ella suspiró.
—Por desgracia, pienso lo mismo que tú.
Bien entrada la semana siguiente, cuando la nave se encontraba a doce millones de kilómetros de Cerberus/Hades y había asumido una órbita alrededor de la estrella de neutrones, Volvoya convocó a toda la tripulación y a sus huéspedes en el puente para celebrar una reunión. Consideraba que había llegado el momento de revelar que sus temores más profundos estaban justificados. Era bastante difícil para ella, ¿pero cómo se lo tomaría Sylveste? Lo que estaba a punto de decir no sólo confirmaba que se estaban aproximando a algo peligroso, sino que además lo afectaba profundamente a nivel personal. No solía ser buena juzgando a las personas (y Sylveste era una bestia demasiado compleja para que el análisis fuera sencillo), pero sabía que sus noticias serían dolorosas.
—He descubierto algo —dijo, cuando logró que todo el mundo le prestara atención—. De hecho, hace cierto tiempo que lo descubrí. Hay una fuente de neutrinos cerca de Cerberus.
—¿Cuándo lo supiste? —preguntó Sajaki.
—Antes de que llegáramos a Resurgam. —Al ver que su expresión se ensombrecía, añadió—: No era nada que mereciera la pena contarte, Triunviro. En aquel entonces no sabíamos que viajaríamos a ese lugar y la naturaleza de la fuente era demasiado incierta.
—¿Y ahora? —preguntó Sylveste.
—Ahora tengo… una idea más clara. A medida que nos aproximamos a Hades, es obvio que las emisiones de la fuente son tau-neutrinos de un espectro de energía concreto; de hecho, exclusivos entre los identificadores de cualquier tecnología humana.
—Entonces, ¿lo que has descubierto es algo humano? —preguntó Pascale.
—Eso era lo que creía.
—Una unidad Combinada —aventuró Hegazi.
Volyova asintió, suavemente.
—Sí —dijo—. Sólo las unidades Combinadas producen identificadores de tau-neutrinos que coincidan con la fuente que hay alrededor de Cerberus.
—¿Entonces hay otra nave? —preguntó Pascale.
—Eso fue lo que pensé desde un principio —respondió Volyova, que parecía preocupada—. Y, de hecho, no estaba completamente equivocada. —Susurró unas órdenes al brazalete, haciendo que la esfera de proyección central cobrara vida e iniciara una rutina que había programado justo antes de la reunión—. Pero era importante esperar a estar lo bastante cerca para poder identificar visualmente la fuente.
La esfera mostraba a Cerberus. El mundo, del tamaño de una luna, era una versión menos atractiva de Resurgam: monótonamente gris, repleto de cráteres y oscuro, pues Delta Pavonis se encontraba a diez horas luz de distancia y la otra estrella cercana, Hades, prácticamente no emitía luz. Aunque había ardido con furia en una explosión a supernova, la diminuta estrella de neutrones hacía largo tiempo que se había enfriado al infrarrojo y, a simple vista, sólo era visible cuando su campo gravitatorio engañaba a las estrellas para formar arcos de luz reflejada. De todos modos, aunque Cerberus hubiera estado bañado en luz, no había indicios de nada que pudiera haber atraído a los amarantinos hasta ese lugar. Los escáneres más potentes de Volyova sólo habían sido capaces de trazar un mapa de la superficie a una resolución de kilómetros, de modo que era poco lo que se podía concretar. Sin embargo, había podido estudiar en mayor detalle el objeto que orbitaba alrededor de Cerberus.
Amplió la imagen. Al principio no era más que una mancha alargada de color gris pálido rodeada de estrellas y con un extremo de Cerberus visible a un lado. Éste era el aspecto que había tenido unos días atrás, antes de que la nave hubiera desplegado su larga línea de ojos. Ya entonces le había costado ignorar sus sospechas… y a medida que iban apareciendo nuevos detalles, le resultaba más difícil.
La mancha adoptó atributos concretos de solidez y aspecto. Tenía una forma vagamente cónica, como una astilla de vidrio. Volyova hizo que una cuadrícula envolviera el objeto para mostrar su tamaño aproximado: medía unos tres o cuatro kilómetros de un extremo a otro.
—A esta resolución —dijo Volyova—, la emisión de neutrinos se dividió en dos fuentes distintas.
Se las mostró a sus compañeros. Eran unas manchas de color gris verdoso espaciadas a ambos lados del extremo más grueso de la forma cónica. A medida que se iban introduciendo nuevos detalles, podía observarse que las manchas estaban unidas al cuerpo de la astilla mediante elegantes mástiles.
—Es una bordeadora lumínica —dijo Hegazi.
Tenía razón. No cabía duda de ello, ni siquiera con esta deficiente resolución. Lo que estaban viendo era otra nave, muy similar a la suya. Las dos fuentes individuales de neutrinos creadas por los dos motores Combinados se localizaban a ambos lados del casco.
—Los motores están parados —dijo Volyova—, pero siguen emitiendo un flujo estable de neutrinos, a pesar de que la nave no está siendo propulsada.
—¿Puedes identificarla? —preguntó Sajaki.
—No es necesario —respondió Sylveste, con una voz tan calmada que todos se sorprendieron—. Sé de qué nave se trata.
En pantalla, la oleada final de detalles brilló sobre la nave y la imagen se amplió hasta que ésta llenó casi por completo el conjunto de la esfera. Ahora era evidente. Grandes surcos esféricos agujereaban el casco, revelando una intricada y nauseabunda complejidad de subniveles que jamás deberían haber quedado expuestos al vacío.
—¿Y bien? —preguntó Sajaki.
—Son los restos del
Lorean
—anunció Sylveste.
Aproximación a Cerberus/Hades, 2566
Calvin regresó a la existencia en la sala médica de la bordeadora lumínica, ocupando su enorme silla encapotada.
—¿Dónde estamos? —preguntó, frotándose la comisura del ojo con el dedo, como si acabara de despertar de un satisfactorio y profundo sueño—. ¿Seguimos en la órbita de ese planeta de mierda?
—Hemos abandonado Resurgam —respondió Pascale, que estaba sentada junto a Sylveste, que a su vez estaba tumbado sobre la mesa de operaciones, completamente vestido y consciente—. Nos encontramos en los límites de la heliosfera de Delta Pavonis, cerca del sistema Cerberus/Hades. Han encontrado el
Lorean
.
—Disculpa; creo que no te he oído bien.
—Me has oído perfectamente. Volyova nos lo enseñó. No cabe duda de que se trata de la misma nave.
Calvin frunció el ceño. Al igual que Pascale y Sylveste, había dado por sentado que el
Lorean
ya no se encontraba en ningún lugar cercano al sistema de Resurgam… al menos, desde que Alicia y el resto de los rebeldes lo habían robado para regresar a Yellowstone durante los primeros días de la colonia de Resurgam.
—¿Cómo es posible que sea el
Lorean
?
—Lo ignoramos —respondió Sylveste—. Sólo sabemos lo que te hemos contado. Estás tan a la sombra como el resto de nosotros.
En este punto de la conversación solía insertar un comentario mordaz pero, por una vez, algo lo obligó a morderse la lengua.
—¿La nave está indemne?
—Creemos que algo la atacó.
—¿Hay supervivientes?
—Lo dudo. Está gravemente dañada. Fuera lo que fuera, ocurrió de repente; de otro modo, habrían intentado desviarse.
Calvin guardó silencio unos instantes.
—Entonces Alicia debió de morir. Lo lamento.
—No sabemos qué fue ni cómo se desarrolló el ataque —dijo Sylveste—. Pero pronto averiguaremos algo.
—Volyova ha enviado una sonda —continuó Pascale—. Un robot capaz de llegar hasta el
Lorean
con gran rapidez. Ya debe de haber llegado. Dijo que entraría en la nave y buscaría los registros electrónicos que hayan sobrevivido.
—¿Y entonces?
—Sabremos qué los mató.
—Pero eso no será suficiente, ¿verdad? Sea lo que sea lo que descubras sobre el
Lorean
, no bastará para hacerte retroceder, Dan. Te conozco muy bien.
—Sólo crees conocerme —respondió Sylveste.
Pascale se levantó, tosiendo.
—¿Podríais dejar eso para luego? Si no podéis trabajar juntos, ninguno de los dos será de gran ayuda para Sajaki.
—Lo que opine de mí es irrelevante —dijo Sylveste—. Sajaki sigue teniendo que hacer lo que yo le diga.
—Tiene razón —comentó Calvin.
Pascale pidió a la habitación que moldeara un escritorio con controles y lecturas, al estilo de Resurgam. A continuación creó un asiento y se sentó bajo su curvado cuadro de mandos de marfil. Entonces pidió un mapa de las conexiones de datos de la sala y empezó a establecer los vínculos necesarios entre sus sistemas médicos y el módulo de Calvin. Parecía un gato dando vueltas antes de acostarse. A medida que las conexiones se iban estableciendo, Calvin las confirmaba e indicaba a Pascale si debía aumentar o reducir el ancho de banda de ciertas vías de transmisión o si eran necesarias topologías adicionales. El proceso sólo duró unos minutos y, cuando se completó, Calvin pudo utilizar el equipo servomecánico de la sala médica, haciendo que una masa de brazos con las puntas de aleación descendieran del techo, como la escultura de una medusa.
—No tienes ni idea de qué se siente —dijo Calvin—. Es la primera vez en años que puedo actuar sobre una parte del universo físico. No había vuelto a hacerlo desde que reparé tus ojos.
Mientras hablaba, los brazos ejecutaron una trémula danza: cuchillas, láseres, garras, manipuladores moleculares y sensores cortaban el aire en un perverso remolino plateado.
—Impresionante —dijo Sylveste, sintiendo la brisa en su rostro—. Sólo te pido que tengas cuidado.
—Podría reconstruir tus ojos en un día —dijo Calvin—. Podría hacerlos mejores de lo que han sido nunca. Podría hacer que parecieran humanos. ¡Diablos! Con la tecnología que hay en este lugar podría implantarte ojos biológicos.
—No quiero que los reconstruyas —dijo Sylveste—. En estos momentos, son lo único que tengo para intimidar a Sajaki. Limítate a reparar la obra de Falkender.
—Ah, sí… lo había olvidado —Calvin permaneció esencialmente inmóvil, aunque levantó una ceja—. ¿Estás seguro de que es prudente hacer esto?
—Simplemente, ve con cuidado al pinchar.
Alicia Keller Sylveste había sido su última esposa, antes de Pascale. Se habían casado en Yellowstone, durante los largos años que planearon con todo detalle la expedición a Resurgam. Habían estado juntos cuando se fundó Cuvier y habían trabajado en armonía durante los primeros años de la excavación. Era una mujer brillante; puede que demasiado para que pudiera permanecer cómoda a su lado. De mentalidad independiente, había empezado a alejarse de él, tanto personal como profesionalmente, durante su tercera década de vida en Resurgam. Alicia no era la única que pensaba que ya habían estudiado bastante a los amarantinos y que había llegado el momento de que la expedición, que nunca había tenido el propósito de ser permanente, regresara a Epsilon Eridani. Al fin y al cabo, si no habían descubierto nada contundente en treinta años, era poco probable que en los próximos treinta o cien ocurriera algo interesante. Alicia y sus simpatizantes creían que los amarantinos no merecían un estudio más detallado, que el Acontecimiento sólo había sido un desgraciado accidente carente de significado cósmico. Consideraban que los amarantinos no eran la única especie desaparecida que conocía la humanidad y que era muy posible que en la burbuja siempre creciente del espacio explorado estuvieran a punto de descubrirse otras culturas repletas de tesoros arqueológicos que esperaban a ser desenterrados. En resumen, el grupo de Alicia opinaba que debían abandonar Resurgam, regresar a Yellowstone y buscar nuevos objetos de estudio.