Espacio revelación (58 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

El Capitán parecía una estatua cubierta de zarcillos plateados que se extendían decenas de metros en todas las direcciones y brillaban con hermosa y siniestra malevolencia bioquimérica. Ya fuera por milagro o por accidente, la unidad de sueño frigorífico seguía siendo oficialmente funcional, a pesar del frío reinante y de que las fuerzas glacialmente lentas pero inflexibles de la propagación del Capitán la habían deformado. La mayoría de sus indicadores de estado estaban muertos y no había entópticos activos a su alrededor. De los escasos modos de presentación visual que aún funcionaban, algunos sólo mostraban un masa confusa e ilegible de absurdos jeroglíficos de senilidad mecánica. Khouri se alegraba de que no hubiera entópticos. Tenía la impresión de que si los hubiera habido, también estarían corrompidos: habría sido una horda de serafines malignos o querubines desfigurados mostrando el avanzado estado de la enfermedad del Capitán.

—No necesitáis a un cirujano, sino a un sacerdote —comentó Sylveste.

—Eso no es lo que piensa Calvin —dijo Sajaki—. Por cierto, está bastante ansioso por empezar.

—En ese caso, la copia que tenían en Cuvier debía de ser defectuosa. Vuestro Capitán no está enfermo. Ni siquiera está muerto, pues en él apenas quedan partes suficientes que hayan tenido vida alguna vez.

—De todos modos vas a ayudarnos —ordenó Sajaki—. Contarás con la ayuda de Ilia tan pronto como se recupere. Cree haber creado una antitoxina contra la plaga, un retrovirus. Me dijo que funcionaba sobre muestras pequeñas. No lo utilizó sobre el Capitán porque eso es algo que debe hacer estrictamente un médico pero, al menos, podrá proporcionarte la herramienta.

Sylveste le dedicó una sonrisa.

—Imagino que ya habrá tratado este asunto con Calvin.

—Dejémoslo en que lo he puesto al corriente de la situación. Está deseoso de intentarlo… y cree que puede funcionar. ¿Eso te da ánimos?

—Tendré que inclinarme ante la sabiduría de Calvin —respondió Sylveste—. Él es el médico. Pero antes de que lleguemos a ningún compromiso, tendríamos que negociar las condiciones.

—No habrá ninguna —dijo Sajaki—. Y si te resistes, encontraremos la forma de persuadirte a través de Pascale.

—Probablemente lo lamentarás.

Khouri sintió un escalofrío. Por enésima vez en el día, tenía la impresión de que algo iba terriblemente mal. Sentía que los demás también eran conscientes de ello, aunque no había nada en sus expresiones que lo demostrara. Sylveste estaba siendo demasiado presuntuoso; demasiado para tratarse de alguien que había sido secuestrado y que estaba a punto de someterse a una dolorosa experiencia. De hecho, parecía ser alguien que se disponía a mostrar la carta ganadora.

—Arreglaré a vuestro jodido Capitán o demostraré que es imposible —dijo Sylveste—. Pero a cambio, tendréis que hacerme un pequeño favor.

—Disculpa, pero cuando estás negociando en una posición de desventaja, no puedes pedir favores —espetó Hegazi.

—¿Quién ha dicho que esté en desventaja? —Sylveste volvió a sonreír, esta vez con crueldad no disimulada y algo que se parecía peligrosamente a la alegría—. Antes de que abandonara Mantell, mis secuestrados me hicieron un último favor. No creo que pensaran que me debían nada, pero era muy pequeño y les permitía vengarse de vosotros; supongo que eso lo hacía bastante atractivo. No tuvieron más remedio que entregarme, pero consideraban que no deberíais conseguir lo que creíais que estabais consiguiendo.

—Esto no me gusta nada —comentó Hegazi.

—Y créeme —continuó Sylveste—: está a punto de gustarte mucho menos. Tengo que hacerte una pregunta, sólo para dejar claras nuestras posiciones.

—Adelante —dijo Sajaki.

—¿Estáis familiarizados con el concepto de polvo abrasador?

—Estás hablando con Ultras —respondió Hegazi.

—Bueno, por supuesto. Sólo quería asegurarme. Entonces sabéis que los fragmentos de polvo abrasador pueden sellarse en dispositivos de contención más pequeños que la cabeza de un alfiler, ¿verdad? Por supuesto que sí. —Se dio unos golpecitos en la barbilla con el dedo, improvisando como un abogado experto—. También habéis oído hablar de la visita de Remilliod, ¿verdad? La última bordeadora lumínica que comerció con el sistema de Resurgam antes de que llegarais.

—Algo hemos oído.

—Bien. Remilliod vendió fragmentos de polvo abrasador a la colonia. No muchos, sólo los suficientes para un asentamiento que pudiera querer llevar a cabo una reestructuración paisajística masiva en un futuro próximo. Aproximadamente una docena de ellos cayó en manos de las personas que me tenían prisionero. ¿Queréis que continúe o ya sabéis lo que voy a decir?

—Me temo que sí —respondió Sajaki—, pero prefiero que continúes.

—Una de esas cabezas de alfiler está instalada en el sistema de visión que hizo Cal para mí. Es imposible detectarla y aunque me desmontarais los ojos seríais incapaces de averiguar cuál de todos los componentes es. Por cierto, debo advertiros que no intentéis hacer nada similar, pues el simple hecho de manipular mis ojos detonará la bomba, que tiene una potencia suficiente para convertir el kilómetro frontal de la nave en una cara e inútil escultura de cristal. Si me matáis o me herís hasta el punto de que ciertas funciones corporales sobrepasen el límite preestablecido, el artefacto detonará. ¿Queda claro?

—Como el cristal.

—Bien. Lo mismo ocurrirá si le hacéis algún daño a Pascale. Puedo detonarlo de forma deliberada, ejecutando una serie de órdenes neuronales o, simplemente, suicidándome. El resultado sería idéntico. —Juntó las manos, radiante como una estatua de Buda—. Y ahora que lo sabéis, ¿qué tal si negociamos?

Sajaki no dijo nada durante lo que pareció una eternidad. Sin duda alguna, estaba considerando todos y cada uno de los puntos. Finalmente, sin consultarlo con Hegazi, comentó:

—Podemos ser… flexibles.

—Bien. Entonces espero que tengáis la amabilidad de escuchar mis condiciones.

—Nos morimos de ganas.

—Gracias a los recientes y desagradables hechos, tengo una idea razonablemente buena de lo que puede hacer esta nave. Y sospecho que esa pequeña demostración no era más que una muestra muy reducida de ello. ¿Me equivoco?

—Disponemos… de cierta capacidad. Pero tendrás que hablar con Ilia. ¿Qué tienes en mente?

Sylveste sonrió.

—Antes tenéis que llevarme a cierto lugar.

Diecinueve

Sistema Delta Pavonis, 2566

Se retiraron al puente.

Sylveste conocía esta sala de su anterior visita a la nave y, aunque en aquel entonces había pasado cientos de horas allí, seguía impresionándolo. Con sus circundantes hileras de asientos vacíos alzándose hacia el techo, parecía un tribunal de justicia en el que estuviera a punto de ser juzgado un caso. El tribunal aún tenía que ocupar sus butacas concéntricas y el veredicto se demoraba en el aire, esperando a ser expresado en voz alta para hacerse realidad. Sylveste examinó su mente y no encontró nada similar a la culpabilidad, de modo que no ocupó el lugar del acusado. Sin embargo, sentía sobre él el mismo peso que podía sentir un funcionario: el de una tarea que además de realizarse en público, tiene que cumplir con todos los estándares de excelencia. Si fracasaba, peligraría algo más que su propia dignidad. Se rompería una larga e imbricada cadena de acontecimientos que conducían hasta este punto, una cadena que se extendía hasta lo más profundo del pasado.

Miró a su alrededor y vio la proyección holográfica del globo que se alzaba en el centro geométrico de la sala. Sus ojos apenas eran capaces de distinguir el objeto que estaba representando, aunque había suficientes pistas secundarias que sugerían que era una representación actual de Resurgam.

—¿Seguimos en la órbita? —preguntó.

—¿Ahora que te tenemos? —Sajaki movió la cabeza—. Sería una estupidez. No tenemos ningún otro asunto del que ocuparnos en Resurgam.

—¿Os preocupaba que los colonos intentaran algo?

—Reconozco que sería un inconveniente.

—Resurgam nunca os ha interesado, ¿verdad? —preguntó Sylveste tras un prolongado silencio—. Sólo vinisteis por mí. En mi opinión, eso podría describirse como monomanía.

—Sólo fueron unos meses de trabajo —Sajaki sonrió—. Desde nuestra perspectiva, claro. No te engañes a ti mismo pensando que te hemos estado buscado durante años.

—Desde mi perspectiva, eso es exactamente lo que habéis hecho.

—Tú perspectiva no es válida.

—¿Y la vuestra sí? ¿Es eso lo que estás diciendo?

—La tuya es más larga… y eso cuenta. Para responder a tu pregunta te diré que sí que hemos abandonado la órbita. Nos hemos estado alejando de la eclíptica desde el mismo instante en que subiste a bordo.

—No os he dicho adónde quiero que vayáis.

—No. Nuestro plan simplemente consiste en dejar una UA de distancia entre nosotros y la colonia, y después adoptar un patrón de propulsión constante mientras decidimos qué hacer. —Sajaki chasqueó los dedos y un asiento robótico se situó junto a él. Tras sentarse, esperó a que apareciera otro cuarteto de asientos que ocuparían Sylveste y Pascale, Hegazi y Khouri—. Habíamos anticipado que, durante ese tiempo, nos ayudarías con el Capitán.

—¿Acaso he dicho en algún momento que no vaya a hacerlo?

—No —respondió Hegazi—. Pero te has presentado con una letra pequeña que no habíamos anticipado.

—No podéis culparme por intentar beneficiarme al máximo de una mala situación.

—No lo estamos haciendo —comentó Hegazi—. Pero nos sería de gran ayuda que fueras un poco más preciso en tus exigencias. ¿No te parece razonable?

El asiento de Sylveste revoloteaba junto al que ocupaba Pascale. Ahora, su esposa lo estaba mirando con tanta expectación como cualquier otro miembro de la tripulación que los había secuestrado.
Con la única diferencia de que ella sabe mucho más
, pensó él. De hecho, sabía casi todo lo que había que saber… o al menos, tanto como él, aunque ese conocimiento sólo constituyera una parte insignificante de la verdad.

—¿Puedo pedir un mapa del sistema desde esta posición? —preguntó Sylveste—. Es decir, sé que puedo… ¿pero me dais libertad para hacerlo y dar ciertas instrucciones?

—Los mapas más recientes fueron compilados durante nuestra aproximación —explicó Hegazi—. Puedes recuperarlos de la memoria de la nave y proyectarlos en pantalla.

—Muéstrame cómo se hace. Durante cierto tiempo seré algo más que un simple pasajero… así que ya os podéis ir acostumbrando.

Le llevó aproximadamente un minuto encontrar los mapas correctos y medio más proyectar la combinación correcta en la esfera de proyección, tal y como deseaba: eclipsando la imagen en tiempo real de Resurgam. El resultado parecía un planetario. Las órbitas de los once planetas del sistema, los satélites más importantes y los cometas estaban indicados mediante elegantes surcos de colores, mostrando las posiciones relativas de los astros. Como la escala era grande, los planetas terrestres (incluido Resurgam) se apiñaban en el centro, como un apretado garabato de órbitas concéntricas agrupadas alrededor de la estrella Delta Pavonis. A continuación, ocupando la zona intermedia del sistema, aparecían los planetas menores, seguidos por las gigantes de gas y los cometas. Después se veían dos planetas de gas subjovianos que no podían considerarse gigantes; y finalmente, un mundo plutoniano, apenas una cáscara cometaria acompañada de dos satélites. Los infrarrojos mostraban el Cinturón de Kuiper del sistema como un bajío de materia cometaria primordial curiosamente distorsionado, pues sobresalía un extremo lleno de protuberancias. No había nada más durante los siguientes veinte UA, a más de diez horas luz de la estrella. Allí, la materia sólo mantenía un débil vínculo con el astro principal: percibía su campo gravitatorio, pero las órbitas medían siglos y eran fácilmente interrumpidas por los encuentros con otros cuerpos. La membrana protectora del campo magnético de la estrella no llegaba hasta ese lugar y los objetos eran abofeteados por el incesante chillido de la magnetosfera galáctica: el gran viento en el que estaban incrustados los campos magnéticos de todas las estrellas, como diminutos remolinos en un inmenso ciclón.

Pero aquel enorme volumen de espacio no estaba completamente vacío. Al principio se mostró como un único cuerpo, pues la escala de amplificación era demasiado grande para mostrar su duplicidad. Se encontraba en la dirección hacia la que señalaba el halo de Kuiper, pues su resistencia gravitacional había eliminado la esfericidad del cinturón y le había proporcionado aquella abultada configuración, traicionando su existencia. El objeto en sí habría sido completamente invisible a simple vista, a no ser que te encontraras a un millón de kilómetros de él… y en ese caso, verlo habría sido el menor de tus problemas.

—Estoy seguro de que sabéis qué es esto, aunque no le hayáis prestado demasiada atención hasta ahora —dijo Sylveste.

—Es una estrella de neutrones —respondió Hegazi.

—Bien. ¿Recuerdas algo más?

—Sólo que tenía un compañero —comentó Sajaki—. Algo que tampoco es inusual.

—No, la verdad es que no. Las estrellas de neutrones suelen tener planetas. Se supone que son los restos condensados de estrellas binarias que se han evaporado o que, de alguna forma el planeta evitó ser destruido cuando se formó el pulsar durante la explosión a supernova de la estrella de mayor tamaño —Sylveste sacudió la cabeza—. Pero es cierto, no es algo inusual. Supongo que os estaréis preguntando por qué estoy interesado en ella.

—Es una pregunta razonable —dijo Hegazi.

—Porque hay algo extraño. —Sylveste amplió la imagen hasta que el planeta fue claramente visible. Se movía alrededor de la estrella de neutrones en un órbita ridiculamente rápida—. Para los amarantinos, este planeta tenía una importancia extraordinaria. La frecuencia con la que aparece en los artefactos de su última etapa se intensifica a medida que se aproxima el Acontecimiento: la bengala estelar que los eliminó del mapa.

Sabía que ya había captado su atención. La amenaza de destruir su nave sólo les había interesado a nivel de autoconservación, pero ahora había despertado el interés de sus intelectos. Siempre había sabido que esta parte sería más sencilla con ellos que con los colonos, pues la tripulación de Sajaki contaba con la ventaja de la perspectiva cósmica.

—¿Entonces qué es? —preguntó Sajaki.

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