Espacio revelación (76 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

—En absoluto —respondió.

Llegaron a la esclusa en la que había permanecido encerrado Hegazi durante todo este tiempo, sin ninguna diversión excepto la contemplación de su reflejo en las brillantes paredes de acero de la cámara. Al menos, eso era lo que imaginaba Volyova, en los raros momentos en los que se molestaba en pensar en el Triunviro. No odiaba a Hegazi. Ni siquiera le desagradaba, pues consideraba que era un hombre demasiado débil, una criatura incapaz de morar en ningún lugar, excepto en la sombra de Sajaki.

—¿Te dio algún problema? —preguntó Volyova.

—La verdad es que no, aunque en todo momento reivindicó su inocencia. Repetía una y otra vez que no había sido él quien había liberado a Ladrón de Sol de la artillería. Y parecía decirlo de verdad.

—Se trata de una antigua técnica conocida como mentir, Khouri.

Volyova meció la pistola de dragones chinos y apoyó los puños en el asa que abría la puerta interna de la esclusa. Sus pies ya pisaban el limo.

Forcejeó con el mango.

—No puedo abrirla.

—Déjame intentarlo —Khouri la apartó suavemente e intentó mover el asa. Tras emitir una serie de gruñidos, desistió—: Está atascada. No puedo moverla.

—¿No la soldaste ni nada por el estilo, verdad?

—Oh, sí. ¡Seré estúpida! Lo olvidé.

Volyova llamó a la puerta.

—Hegazi, ¿me oyes? ¿Qué le has hecho a la puerta? No puedo abrirla.

No hubo respuesta.

—Está dentro —dijo Volyova, consultando de nuevo el brazalete—. Es posible que no pueda oírnos a través del blindaje.

—Esto no me gusta —comentó Khouri—. Esta puerta estaba perfectamente cuando le dejé. Creo que deberíamos disparar al cierre. —Sin esperar a que Volyova diera su consentimiento, dijo—: ¿Hegazi? Si puedes oírme, vamos a disparar para entrar.

En un abrir y cerrar de ojos, el rifle de plasma estuvo en su mano. El peso del arma tensó los músculos de su antebrazo. Tras protegerse el rostro con la otra mano, apartó la mirada.

—Espera —dijo Volyova—. Estamos yendo demasiado deprisa. ¿Y si la puerta interior está abierta? El vacío tropezará con los sensores de presión y cerrará la puerta interna.

—Si ocurre eso, Hegazi no volverá a causarnos ningún problema… a no ser que pueda contener el aliento durante unas horas.

—Seguro… pero aun así no nos conviene abrir un agujero en esa puerta.

Khouri se acercó un poco.

Si había algún panel que mostraba la presión del otro lado, estaba bien escondido tras la mugre.

—Puedo ver el punto más estrecho del colimador. Hay que hacer un agujero de aguja en la puerta.

—De acuerdo —accedió Volyova, tras vacilar unos instantes.

—Cambio de planes; Hegazi. Vamos a hacer un agujero en la parte superior de la puerta. Si estás de pie, éste sería un buen momento para que te sentaras y pusieras en orden tus asuntos.

Tampoco ahora recibieron respuesta.

Volyova consideraba que pedir al rifle de plasma que hiciera esto era casi un insulto. Se trataba de una operación demasiado precisa y delicada, como usar un láser industrial para cortar un pastel de bodas. Khouri se puso manos a la obra y, con un centelleo y un crujido, la pistola escupió una semilla diminuta y alargada contra la puerta. Durante unos instantes, el agujero del tamaño de la carcoma humeó.

Pero sólo fue un segundo.

Entonces, algo salió disparado por la puerta, un arco oscuro y siseante.

Khouri no perdió el tiempo abriendo un agujero de mayores dimensiones porque, para entonces, ni ella ni Volyova creían posible que hubiera alguien con vida al otro lado de la esclusa. O bien Hegazi estaba muerto (y era imposible saber el motivo) o bien había abandonado la esclusa y este chorro de alta presión era su desconcertante forma de dejar un mensaje a sus secuestradores.

Khouri siguió disparando hasta que el rayo se convirtió en una erupción de fluido salobre del grosor de un brazo que atacaba con tal fuerza explosiva que la mujer salió disparada hacia atrás y cayó en el fango de la nave. El rifle de plasma traqueteó en el charco de aguas residuales que le cubría los tobillos y el líquido siseó con fuerza al tocar el cañón caliente del arma. Cuando Khouri logró ponerse en pie, el chorro ya se había convertido en un goteo que se filtraba con sonoras erupciones por la puerta perforada. Recogió la pistola y limpió el barro, preguntándose si aún funcionaría.

—Es limo de la nave —dijo Volyova—. La misma sustancia que estamos pisando. Reconocería ese hedor en cualquier parte.

—¿La esclusa estaba llena de limo?

—No me preguntes cómo ha podido ocurrir. Limítate a abrir un agujero más grande en la puerta.

Y eso fue lo que hizo, hasta que pudo pasar el brazo por él y manipular los controles internos de la esclusa sin rozar los bordes calientes del metal cortado. Volyova tenía razón. Los controladores de presión habían activado los mecanismos de cierre. La cámara debía de estar llena a rebosar de limo de la nave.

Cuando la puerta se abrió, un último y escurridizo chorro se abalanzó hacia el pasillo.

Junto con lo que quedaba de Hegazi. Ignoraban si se debía a la presión a la que se había visto sometido o a su explosiva liberación, pero sus componentes de carne y metal parecían haber decidido separarse de una forma poco amistosa.

Treinta y uno

Cerberus/Hades, Heliopausa de Delta Pavonis, 2566

—Creo que esto se merece un cigarrillo —dijo Volyova.

Durante unos instantes intentó recordar dónde los había guardado. Cuando los encontró, en un bolsillo poco utilizado de su chaqueta de aviador, no se apresuró en abrir el paquete ni en coger uno de los tubos amarillentos y arrugados que descansaban en su interior, sino que se tomó su tiempo y, cuando por fin estuvo lista, dio una lenta calada y permitió que sus nervios se relajaran, como una ventisca de plumas regresando lentamente al suelo.

—La nave lo mató —dijo, observando los restos de Hegazi, pero esforzándose en no pensar demasiado en lo que estaba viendo—. Eso es lo único que tiene sentido.

—¿Lo mató? —preguntó Khouri, apuntando aún con su rifle de plasma a los fragmentos del Triunviro que flotaban en el limo que había a sus pies, como si temiera que sus restos separados estuvieran a punto de unirse de forma espontánea—. ¿Estás diciendo que no ha sido un accidente?

—No, no lo ha sido. Sé que estaba aliado con Sajaki y, por lo tanto, con Sylveste. Sin embargo, Ladrón de Sol lo ha matado. Eso te da qué pensar, ¿verdad?

—Sí, supongo que sí.

Era posible que Khouri ya hubiera extraído sus propias conclusiones, pero Volyova decidió compartir con ella las suyas.

—Sylveste se ha ido. Se encuentra de camino a Cerberus y, como no he podido destruir el arma, no habrá nada que le impida acceder al interior del planeta. ¿Comprendes? Eso significa que Ladrón de Sol ha ganado. Ha conseguido lo que quería. El resto es simplemente cuestión de tiempo y de mantener el status quo. ¿Y quién está ahora en peligro?

—Nosotras —respondió Khouri, vacilante, como un alumno inteligente que desea impresionar al profesor, pero sin despertar las burlas de sus compañeros.

—Más que eso. No sólo estamos en peligro tú, Pascale y yo. Para Ladrón de Sol, Hegazi también era una amenaza, por la simple razón de que era humano. —Sólo estaba haciendo conjeturas, pero parecía considerar que eran completamente lógicas—. Para algo como Ladrón de Sol, la lealtad humana es fluida y caótica… algo que no le resulta comprensible. Se volvió hacia Hegazi o, al menos, hacia aquellos a quienes era leal. ¿Pero comprendía la dinámica que regía dicha lealtad? Lo dudo. Hegazi era un componente que ya había cumplido con su propósito y que podía funcionar mal en algún momento del futuro. —Sintió la helada calma derivada de contemplar su propio olvido, consciente de que eran pocas las ocasiones en las que se había sentido así—. Así que tenía que morir. Y ahora que prácticamente ha conseguido su objetivo, creo que querrá hacernos lo mismo a todos nosotros.

—Si quisiera matarnos…

—¿Ya lo habría hecho? Es perfectamente posible que lo haya intentado, Khouri. Hay sectores completos de la nave que no se encuentran bajo ningún control central, de modo que Ladrón de Sol tiene ciertas limitaciones en sus movimientos. Ha tomado posesión de un cuerpo prácticamente paralizado y medio leproso.

—Muy poético, ¿pero eso que significa?

Volyova encendió otro cigarro; se había despedido del anterior a conciencia.

—Significa que no parará hasta conseguirlo, aunque resulta difícil predecir sus opciones. No puede despresurizar el conjunto de la nave, pues no hay canales de mando que le permitan hacer algo así. Ni siquiera yo podría hacerlo, a no ser que abriera físicamente todas las esclusas… y para poder hacerlo, antes tendría que deshabilitar miles de sistemas de seguridad electromecánicos. Probablemente le resultará difícil inundar un área más grande que una esclusa. Pero ya se le ocurrirá algo; estoy segura de ello.

De repente y casi sin pensarlo, tuvo la pistola-porra en sus manos y apuntó con ella hacia el fondo del pasillo inundado que conducía a la esclusa.

—¿Qué ocurre?

—Nada —respondió Volyova—. Simplemente estoy asustada. Y mucho. Supongo que no tienes ninguna sugerencia, ¿verdad Khouri?

La verdad es que sí que la tenía.

—Será mejor que vayamos en busca de Pascale. No sabe moverse por la nave como nosotras. Y si las cosas se ponen feas…

Volyova aplastó lo que quedaba del cigarrillo, machacándolo contra el cañón de la pistola-porra.

—Tienes razón. Tenemos que estar juntas. Y lo haremos. Tan pronto como…

Algo salió ruidosamente de la penumbra y se detuvo a diez metros de ellas.

Volyova sacó la pistola al instante pero no disparó. Algún instinto le decía que aquella cosa no estaba allí para matarlas, al menos de momento. Era uno de los criados que había visto utilizar a Sylveste en la operación abortada de curar al Capitán: una de las unidades que carecía de sofisticaciones internas, una de las máquinas que estaban controladas por la nave, no por sus propios cerebros.

Los rechonchos sensores de sus ojos se cerraron en ellas.

—No está armado —jadeó Volyova, consciente de lo inútil que era aquel susurro—. Creo que sólo lo han enviado para que nos escolte hasta otro lugar, pues ésta es una de las secciones que la nave no puede ver; uno de sus puntos ciegos.

Los sensores del criado efectuaron pequeños movimientos oscilantes de un lado a otro, como si estuviera triangulando su posición exacta. A continuación, empezó a retroceder hacia la penumbra.

Khouri le disparó.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó Volyova, cuando la reverberación del estallido finalizó y pudo dejar de bizquear ante el resplandor provocado por la muerte de la máquina—. Lo que haya podido ver ya ha sido transmitido a la nave. Has cometido una estupidez disparándole.

—No me gustó su forma de mirarme —respondió Khouri, frunciendo el ceño—. Además… así tendremos que ocuparnos de uno menos en el futuro.

—Sí —dijo Volyova—. Y dada la velocidad con la que la nave puede fabricar un zángano así de simple, sólo tardará unos veinte o treinta segundos en ser reemplazado.

Khouri la miró como si acabara de contar un chiste con un final incomprensible. Pero Volyova hablaba en serio. Lo que acababa de descubrir le había aterrado mucho más que la presencia del criado, pues era lógico que la nave recurriera a los zánganos para sus operaciones de inspección y también era lógico que explorara formas de equipar a las máquinas para matar a sus tripulantes y pasajeros humanos. Eso era algo que, tarde o temprano, ella misma habría previsto. Sin embargo, no lo era lo que había visto sobre el limo de la nave durante el instante en que sus ojos negros de roedor la miraron, antes de dar media vuelta y nadar hacia la oscuridad.

Recordó que la nave controlaba a las ratas conserje.

Cuando recuperó la conciencia (Sylveste era incapaz de recordar con precisión cuándo la había perdido), se encontró rodeado por una multitud de estrellas borrosas que efectuaban una danza muy compleja. Si no hubiera estado ya mareado, estaba seguro de que ése espectáculo por sí sólo le habría resultado nauseabundo. ¿Qué estaba haciendo en este lugar? ¿Y por qué se sentía como si le hubieran introducido algodón en todas y cada una de las células de su cuerpo? Porque estaba en un traje… en uno de los trajes especiales que tenía la tripulación, como los que habían utilizado para sacarlos a Pascale y a él de la superficie de Resurgam. Ya no respiraba aire, pues el traje había obligado a sus pulmones a aceptar el fluido que lo llenaba.

—¿Qué está pasando? —subvocalizó, porque sabía que el traje podía leer su pensamiento a través de la red del centro de habla simple integrada en el casco.

—Estoy retrocediendo —le informó éste—. He invertido la propulsión.

—¿Dónde diablos estamos? —Buscar en sus recuerdos seguía siendo difícil, como encontrar el extremo de una cuerda enredada. No tenía ni idea de por dónde empezar.

—A más de un millón de kilómetros de la nave; a algo menos de la misma distancia de Cerberus.

—Hemos recorrido toda esa distancia tan… —se interrumpió—. No, espera. No sé cuánto tiempo ha transcurrido.

—Abandonamos la nave hace setenta y cuatro minutos. —Sylveste advirtió que eso era poco más de una hora, aunque sabía que si el traje le hubiera dicho que había transcurrido un día entero, lo habría aceptado sin discusión—. Nuestra aceleración media es de diez g. El Triunviro Sajaki me dio órdenes de que fuera lo más rápido posible.

Sí, ahora recordaba más cosas: la llamada a medianoche de Sajaki y la precipitada búsqueda de los trajes. Recordaba haber dejado un mensaje para Pascale, pero no los detalles. Ésa había sido su única concesión, el único lujo que se había permitido. Aunque hubieran tenido días para preparar la entrada, pocas eran las cosas que habrían cambiado. No necesitaba documentación adicional ni aparatos de grabación, puesto que tenía acceso a las librerías del traje y a sus sensores integrales. Sabía que el traje estaba armado y podía defenderse de forma autónoma de los mismos modos de ataque infligidos contra el arma de Volyova; también sabía que podía moldear herramientas de análisis científico y crear compartimientos en su interior para almacenar muestras. Además, el traje era tan independiente como cualquier nave espacial. De repente se dio cuenta de que su forma de pensar era errónea: los trajes eran en realidad naves espaciales: unas naves muy flexibles en cuyo interior sólo había espacio para un ocupante; unas naves espaciales que se convertían en lanzaderas atmosféricas y, si era necesario, en exploradores de superficie. La verdad es que ésta era la mejor forma de entrar en Cerberus.

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