Además, Ningauble tendía a una jactancia serena y realista, sobre todo acerca de la amplitud de su vasto hogar—caverna, cuyos pétreos y serpenteantes corredores llevaban, como él afirmaba con frecuencia, a todos los lugares del espacio y el tiempo..., siempre que Ningauble le instruyera a uno anticipadamente con exactitud sobre cómo recorrer aquellos retorcidos pasadizos de techo bajo.
Fafhrd no tenía un deseo excesivo de conocer las fórmulas y encantamientos de Ningauble, como el Ratonero se sentía impulsado a aprender los de Sheelba, pero el Septinocular tenía bien cogido al nórdico, debido a sus debilidades y sus infracciones pasadas, de modo que Fafhrd siempre tenía que escuchar con paciencia las brujeriles amonestaciones y la cháchara jactanciosa de Ningauble, pero no, si era humana o inhumanamente posible, mientras el Ratonero Gris estaba presente pata reírse con disimulo y sonreír.
Entretanto, Fafhrd, de pie ante el fuego, había estado colocándose diversas prendas, armas y ornamentos en su cuerpo enorme y musculoso, coronado por espeso cabello corto de color dorado rojizo. Cuando, provisto ya de las bocas y el yelmo, abrió la puerta exterior, atisbó el oscuro callejón antes de ponerse en marcha y sólo vio al vendedor de castañas jorobado en cuclillas junto a su brasero en el otro extremo; uno habría jurado que cuando se dirigiese a la Plaza de las Ocultas Delicias lo haría con los ruidos metálicos y el paso atronador de una torre de asedio aproximándose a una ciudad de gruesas murallas.
Pero el vendedor de castañas con orejas de lince, que era también un espía del Señor Supremo, estaba con el alma en un hilo cuando Fafhrd pasó por su lado, alto como un pino, rápido como el viento y silencioso como un fantasma.
El Ratonero apartó a dos palurdos con certeros golpecitos en las costillas flotantes y avanzó por las losas oscuras hacia la tienda llamativamente iluminada con un portal como un corazón con la punta hacia arriba. Se le ocurrió que los albañiles debían de haberse matado trabajando para abrir y revocar aquella entrada con tanta rapidez, pues aquella carde había Pasado por allí y no vio más que una pared lisa.
El exótico portero con el sombrero cilíndrico rojo y las babuchas de punta curva se acercó dando brincos al Ratonero, provisto de su escoba, e hizo una reverencia antes de barrer el camino para su primer cliente, sonriendo servilmente.
Pero el rostro del Ratonero tenía una expresión de desdén, sombría y escéptica. Se detuvo ante el montón de objetos al lado de la puerta y los examinó con desaprobación. Desenvainó a «Escalpelo» de su funda gris y con la punta de la larga hoja abrió la cubierta del libro más alto en un montón de volúmenes mohosos. Sin acercarse más, examinó brevemente la primera página, meneó la cabeza, pasó con rapidez media docena de páginas más con la punta de «Escalpelo», utilizando la espada como si fuera el puntero de un maestro para señalar palabras aquí y allá —porque estaban mal escogidas, a juzgar por su expresión—, y luego cerró el libro bruscamente con otro movimiento de la espada.
A continuación utilizó la punta de «Escalpelo» para levantar una tela roja que colgaba de una mesa detrás de los libros, y escudriñó bajo ella con suspicacia, dio un golpecito despectivo a un recipiente de cristal en el que flotaba una cabeza humana, tocó con la misma actitud despreciativa otros objetos e hizo oscilar reprobadoramente la espada ante un búho encadenado por una pata que le ululaba con solemnidad desde su alta percha.
Envainó a «Escalpelo» y se volvió hacia el portero con una ceja arqueada. Su expresión decía, o mejor, gritaba claramente: «¿Es esto todo lo que tienes para ofrecer? ¿Es esta basura tu excusa para mancillar la plaza penumbrosa con este resplandor?».
En realidad el Ratonero estaba muy interesado por todo lo que había visto. Por cierto que el libro tenía una escritura que no sólo no entendía, sino que ni siquiera reconocía.
Tres cosas le resultaban muy claras al Ratonero: primero, que los artículos en venta no procedían de ninguna parte del Mundo de Nehwon, no, ni siquiera de la llanura desértica más lejana de Nehwon; en segundo lugar, todas aquellas cosas eran, de algún modo que él aún no podía definir, en extremo peligrosas; y, en tercer lugar, que ejercían una fascinación monstruosa y que él, el Ratonero, no pensaba moverse de allí hasta que hubiera explorado, estudiado y, si era necesario, probado, cada uno de los intrigantes objetos.
Al ver la mueca áspera del Ratonero, el portero empezó a hacer cabriolas convulsas, y parecía dividido entre el deseo de besar los pies de su posible cliente y de señalar con llamativos gestos acariciantes cada objeto de su tienda.
Al final hizo una reverencia tan exagerada que el mentón le rozó el suelo, al tiempo que señalaba con un brazo largo como el de un simio el interior de la tienda y farfullaba en un lankhmarés atroz:
—Todos los objetos para complacer la carne, los sentidos y la imaginación del hombre. Maravillas nunca soñadas. ¡Muy barato, muy barato! ¡Vuestro por un ochavo! El bazar de lo extraño. ¡Por favor, inspeccionad, oh rey!
El Ratonero bostezó largamente, llevándose el dorso de la mano a la boca, y luego volvió a mirar a su alrededor con la sonrisa paciente y mundana de un duque sabedor de que puede soportar un gran hastío para alentar el comercio en sus posesiones. Al fin, encogiéndose ligeramente de hombros, entró en la tienda.
Detrás de él, el portero pareció entrar en un delirio de júbilo, y empezó a barrer de nuevo las losas como un hombre enloquecido de placer.
En el interior, lo primero que vio el Ratonero fue un montón de libros delgados, encuadernados en cuero con filetes dorados y finas vetas rojas y violetas.
Vio luego un estante con lentes brillantes y delgados tubos de latón que invitaban a mirar por ellos.
En tercer lugar vio una muchacha esbelta y morena que le sonreía misteriosamente desde una jaula con barrotes de oro colgada del techo. Más allá de la jaula dorada había otras con barrotes de plata y extraños metales verdes, rojo rubí, anaranjado, ultramarino y púrpura.
Fafhrd vio que el Ratonero se desvanecía en el interior de la tienda en el mismo momento que su mano izquierda tocaba la testa áspera y fría de la Fuente de la Oscura Abundancia y cuando Akul señalaba con precisión la punta de Rhan, como si fuera la lente verde en la linterna del pináculo.
Podría haber seguido al Ratonero o no, aunque desde luego habría reflexionado en aquel breve atisbo, pero en aquel mismo momento oyó a sus espaldas un siseo largo y bajo.
Fafhrd se volvió como un bailarín gigantesco y su larga espada «Varita Gris» salió de su vaina con tanta rapidez y bastante más silencio, como una serpiente emerge de su madriguera.
A diez brazos detrás de él, en la entrada de un callejón más oscuro de lo que habría estado la plaza penumbrosa sin su nueva luna comercial, Fafhrd distinguió vagamente dos figuras enfundadas en túnicas y encapuchadas, una al lado de la otra.
Una de las capuchas rodeaba una oscuridad absoluta. Incluso del rostro de un negro kleshita podría esperarse que lanzara espectrales destellos broncíneos. Pero aquella oscuridad era absoluta.
En la otra capucha anidaban siete resplandores verduzcos muy pálidos que se movían sin cesar, a veces rodeándose unos a otros, moviéndose como en un laberinto. En ocasiones uno de los siete destellos horizontalmente ovales brillaban un poco más, al parecer como si se moviera hacia la boca de la capucha, o perdían intensidad, como si se retirasen.
Fafhrd envainó a «Varita Gris» y avanzó hacia las figuras, las cuales, mirándole todavía, se retiraron lenta y silenciosamente por el callejón. El nórdico las siguió, sintiendo que despertaba su interés..., y otras sensaciones. Encontrarse a solas con su mentor sobrenatural sería un fastidio y una fuente de ligera tensión nerviosa, pero a cualquiera le resultaría difícil reprimir un estremecimiento de temor reverencia¡ si se encontraba al mismo tiempo con Ningauble de los Siete Ojos y Sheelba del Rostro Sin Ojos.
Además, que aquellos dos hechiceros rivales hubieran unido sus fuerzas, que operasen al parecer juntos, en amigable colaboración... ¡Algo importante debía suceder! No había duda.
Entretanto el Ratonero experimentaba los placeres más refinados, asombrosos y exóticos que pueda imaginarse. Los delgados libros encuadernados en cuero y con estampaciones en oro contenían unos textos en escritura más extraña que la del libro que había ojeado en el exterior. Los signos parecían esqueletos de bestias, remolinos de nubes, arbustos y árboles de ramas retorcidas, pero, por alguna razón maravillosa, podía leerlos sin la menor dificultad.
Los libros un con el máximo detalle de temas tales como la vida privada de los diablos, las historias secretas de cultos asesinos y —éstos estaban ilustrados— las técnicas de esgrima adecuadas para luchar contra demonios armados de espadas, y las tretas eróticas de lamias, súcubos, bacantes y hamadríades.
Las lentes y los tubos de cobre, algunos de los cuales estaban curvados de un modo tan fantástico como si fueran periscopios para ver por encima de las paredes y a través de las ventanas con barrotes de otros universos, al principio sólo mostraban deliciosos dibujos geométricos formados con joyas, pero al cabo de un rato el Ratonero pudo ver a su través toda clase de lugares interesantes: las salas del tesoro de reyes muertos, los dormitorios de reinas vivas, las criptas donde se reunían en consejo los ángeles rebeldes y los armarios donde los dioses ocultaban planos de mundos de naturaleza tan fantástica que el riesgo de crearlos era atemorizador.
En cuanto a las muchachas esbeltas extravagantemente vestidas en sus jaulas de barrotes muy separados..., bien, era agradable descansar en ellas la mirada fatigada por el examen de los libros y la exploración de los tubos.
De vez en cuando una de las muchachas dirigía un suave silbido al Ratonero y le señalaba con gesto halagador o implorante o con lánguidas insinuaciones una manivela enjoyada adosada a la pared y mediante la cual su jaula, suspendida de una cadena brillante que pasaba por unas poleas no menos relucientes, podía bajarse hasta el suelo.
El Ratonero sonreía a estas invitaciones meneando la cabeza con expresión tierna y movía suavemente una mano, como si susurrara: «Luego, luego. Tened paciencia».
Al fin y al cabo, las muchachas podían hacer olvidar codos los placeres menores pero no por ello despreciables. Las muchachas eran para el postre.
Ningauble y Sheelba retrocedieron por el oscuro callejón, seguidos por Fafhrd, hasta que éste perdió la paciencia y, venciendo un poco su involuntario temor, dijo con nerviosismo:
—Bueno, ¿vais a seguir haciéndome retroceder hasta que todos nos hundamos en el Gran Pantano Salado? Qué queréis de mí? ¿A qué viene todo esto?
Pero las dos figuras encapuchadas ya se habían detenido, como Fafhrd pudo percibir por la luz de las estrellas y el brillo de algunas ventanas, y ahora le parecía que lo habían hecho un instante antes de que él les hablara ¡Un típico truco de brujo para crearle a uno una sensación embarazosa! Se mordió el labio en la oscuridad. ¡Siempre era así!
—Oh, mi hijo gentil... empezó a decir Ningauble en su tono sacerdotal más almibarado.
Las motas de sus siete ojos colgaban ahora en la capucha, can quietas y con un brillo tan suave como las Pléyades en una noche de verano vistas a través de la niebla verduzca que se alza de un lago cargado con el vitriolo azul y el gas corrosivo de la sal.
—¡He preguntado a qué viene todo esto! —le interrumpió ásperamente Fafhrd.
Convicto ya de impaciencia, bien podía ir hasta el final.
—Déjame presentarlo como un caso hipotético —replicó Ningauble imperturbable—. Supongamos, mi hijo gentil, que hay un hombre en el universo y que una fuerza maligna llega a este universo desde otro, o tal vez desde un cúmulo de universos, y que este hombre es valiente y quiere defender su universo, no da importancia a su vida y, además, recibe el consejo de un tío muy sabio, prudente y cívico, el cual conoce todo esto que presento como hipótesis...
—¡Los Devoradores amenazan Lankhmar! —dijo Sheelba con una voz tan áspera como un árbol que se parte y de un modo tan repentino que Fafhrd casi se sobresaltó..., y, por lo que sabemos, Ningauble también.
Fafhrd aguardó un momento para no dar falsas impresiones ,.luego posó su mirada en Sheelba. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y ahora veía mucho más de lo que había visto en la entrada del callejón, pero aun así no veía absolutamente nada más que negrura dentro de la capucha de Sheelba.
—¿Quiénes son los Devoradores? —preguntó.
Sin embargo, fue Ningauble quien replicó:
—Los Devoradores son los mercaderes más consumados e: n todos los numerosos universos, tan consumados, por cierto, que sólo venden basura. En esto hay una profunda necesidad, pues los Devoradores deben dedicar toda su astucia a perfeccionar sus métodos de venta, por lo que no tienen un instante que perder considerando el valor de lo que venden. La verdad e s que no se preocupan de tales asuntos ni un momento, por ;error a perder su refinada habilidad, y, no obstante, tal es su pericia que sus mercancías son totalmente irresistibles, las mejores en todos los universos... ¿Me sigues?
Fafhrd miró esperanzado a Sheelba, pero como éste no interrumpió esta vez con un resumen conciso, hizo un gesto de asentimiento a Ningauble.
Los siete ojos del mago empezaron a oscilar un poco, a juzgar por los movimientos de los siete brillos verdes.
—Como puedes deducir fácilmente siguió diciendo—, los Devoradores poseen las magias más potentes recogidas en los numerosos universos, mientras que sus grupos de asalto están dirigidos por los magos más agresivos que imaginarse pueda, los cuales dominan con maestría suprema codos los métodos de combate, ya sea con el ingenio, con los sentimientos o con el cuerpo armado.
»El método de los Devoradores consiste en montar una tienda en un nuevo mundo, a la que atraen primero a sus habitantes más valientes, aventureros y de mente más flexible, los cuales tienen tanta imaginación que basta una ligera sugerencia para que ellos mismos lleven a cabo la mayor parte de la tarea de ventas.
»Una vez han seducido a éstos, los Devoradores se ocupan de la población restante, ¡lo cual significa simplemente que venden, venden y venden! Venden basura y obtienen buenas dineros y hasta cosas más finas a cambio.