Espadas contra la muerte

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

 

Tras los penosos acontecimientos relatados en ”Espadas y demonios”, (primer volumen de la serie, publicado en esta misma colección), en ”Espadas contra la muerte” reencontramos a nuestros aventureros, quienes poco a poco se van convirtiendo en seres entrañables para nosotros, enfrentados a una vida vacía sin la compañía de sus amadas...El dolor es grande y Lankhmar encierra recuerdos amargos tras sus muros, pero Fafhrd y el Ratonero Gris no conseguirán resistir la atracción de la civilización decadente y, después de múltiples vagabundeos- en los que nunca, nunca, nunca podremos encontrarlos trabajando como mercenarios-, acabarán siempre e inevitablemente volviendo a frecuentar sus tabernas y retorcidos callejones.

Fritz Leiber es uno de los autores norteamericanos de mayor fama y prestigio en la actualidad, debido ello a una producción literaria muy personal, en la que ha alternado la fantasía con el terror y la ciencia ficción, y con la que ha llegado a ser el autor que más premios ha recogido en toda la historia de la literatura fantástica: ”Hugo”, ”Nebula”, ”Locus”, ”Lovecraft”, ”August Derleth”, ”Grand Master of Fantasy” y ”Life Achievement Lovecraft” entre los más importantes.

Fritz Leiber

Espadas contra la muerte

Fafhrd y el Ratonero Gris - 2

ePUB v1.2

OZN
30.05.12

Título original:
Swords Against Death

Fritz Leiber, enero de 1986.

Traducción: Jordi Fibla

Ilustraciones: Peter Elson

Diseño/retoque portada: Orkelyon

Editor original: OZN (v1.0 a v1.2)

ePub base v2.0

Contenido

Nueva introducción del autor
(Author's New Introduction [Swords Against Death]) [Prólogo/Epílogo]
1973

La maldición del círculo
(The Circle Curse) [Relato Corto]
1970

Las joyas en el bosque
(Two Sought Adventure) [Relato]
1939

Casa de ladrones
(Thieves’ House) [Relato]
1943

La costa sombría
(The Bleak Shore) [Relato Corto]
1940

La torre de los lamentos
(The Howling Tower) [Relato Corto]
1941

El reino hundido
(The Sunken Land) [Relato Corto]
1942

Los siete sacerdotes negros
(The Seven Black Priests) [Relato]
1953

Garras de la noche
(Dark Vengeance) [Relato]
1951

El precio del alivio del dolor
(The Price of Pain-Ease) [Relato Corto]
1970

El bazar de lo extraño
(Bazaar of the Bizarre) [Relato]
1963

Nota acerca del autor
[Saga de Fafhrd y el Ratonero Gris

Nueva introducción del autor

Este es el libro segundo de la saga de Fafhrd y el Ratonero Gris, expertos espadachines que andan siempre en busca de aventuras, diversión, riquezas y peligros en los numerosos y extraños reinos de Nehwon, el Imperio de los Seléucidas, e incluso en lugares mucho más improbables, muy alejados en el espacio y el tiempo. A veces sus vidas se cruzan con las de deliciosas muchachas dotadas de fuertes voluntades y magos poderosos, malignos y caprichosos como Ningauble de los Siete Ojos y Sheelba del Rostro sin Ojos, con los cuales han de vérselas por vez primera en este libro. A juzgar por estos personajes, los esqueletos, las joyas, las armas asesinas y los monstruos constituyen los encuentros más frecuentes de los espadachines… Y misteriosas naves, demonios, estrellas, diamantes enormes, cráneos, paisajes espectrales y extrañas ciudades, la más extraña de las cuales es Lankhmar; y aventureros como ellos mismos pero que, lamentablemente, se empeñan en causarles daño, y la Muerte con todos sus infinitos disfraces.

Estos relatos se publicaron en épocas muy distintas: del segundo al quinto alrededor de 1940, en la revista Unknown. «Las joyas en el bosque» fue el primero que se publicó (con el título de “Dos en busca de aventuras”). “Casa de ladrones” cuenta más cosas del infame Gremio de los Ladrones de Lankhmar, cuando lo gobernaba el torvo Krovas, el cual, a medida que se exasperaba, empezó a armar a los ladrones con espadas en vez del tradicional cuchillo. “La torre de los lamentos” podría presentar esta añadidura a su descripción: “Donde se rebela cómo y por qué un hombre puede ser vendado antes de que le hieran”.

En cambio, “La maldición del círculo” y “El precio del alivio del dolor” los escribí hace apenas cuatro años.

“Los siete sacerdotes negros” y “El bazar de lo extraño” deberían estar dedicados a los excelentes compiladores Bea Mahaffy y Cele Laly, que los inspiraron. Otros compiladores y editores me han prestado una gran ayuda: el fallecido John W. Campbell, hijo, los atentos y hábiles Donald A. Wollheim y Edward L. Ferman, así como otras muchas personas a las que estoy agradecido.

FRITZ LEIBER

San Francisco, 26 de agosto, 1973

La maldición del Círculo

Un espadachín alto y otro bajito salieron por la Puerta del Pantano de Lankhmar y se dirigieron hacia el este por la carretera del Origen. Eran jóvenes por la textura de su piel y su agilidad, y hombres por sus expresiones de profundo pesar y férrea determinación.

Los adormilados centinelas, protegidos por sus oscuras corazas de hierro, no les interrogaron. Sólo locos o imbéciles habrían abandonado de buen grado la ciudad más grande del mundo de Nehwon, sobre todo al alba y a pie. Además, aquellos dos parecían en extremo peligrosos.

Delante de ellos el cielo era de un rosa brillante, como el borde burbujeante de una gran copa de cristal llena de efervescente vino tinto para delicia de los dioses, mientras que el resplandor rosado más pálido que se alzaba de allí estaba tachonado al oeste con las últimas estrellas. Pero antes de que el sol pudiera trazar una franja escarlata sobre el horizonte, una negra tormenta galopante llegó desde el norte al Mar Interior, una borrasca marina que se precipitaba contra la costa. Volvió a hacerse casi tan oscuro como si fuera de noche otra vez, excepto cuando el relámpago rasgaba el cielo y el trueno agitaba su gran escudo de hierro. El viento de la tormenta acarreaba el olor salobre del mar mezclado con el atroz hedor de la marisma. Doblaba las verdes espadas de la hierba marina y agitaba con violencia las ramas de los árboles y los arbustos espinosos. La negra agua de pantano subió una vara en el lado septentrional de la elevación estrecha, serpenteante, llana en la parte superior, que era la carretera del Origen. Entonces cayó una lluvia persistente.

Los dos espadachines no comentaron nada entre ellos ni alteraron sus movimientos, excepto para alzar sus hombros y rostros un poco e inclinar los últimos hacia el norte, como si dieran la bienvenida a la tormenta limpiadora y estimulante, con la distracción, por pequeña que fuera, que aportaba a aquellos jóvenes, aquejados de angustia y desazón.

—¡Alto Fafhrd! —carraspeó una voz profunda por encima del estruendo de los truenos, el rugido del viento y el batir de la lluvia.

El espadachín alto giró bruscamente la cabeza hacia el sur.

—¡Chitón, Ratonero Gris!

El espadachín bajito hizo lo mismo. Cerca de la carretera, en el lado sur, se alzaba sobre cinco postes una choza redonda, bastante grande. Los postes tenían que ser altos, pues por allí la carretera del arrecife era elevada; no obstante, el suelo de la puerta baja y redondeada de la cabaña estaba a la altura de la cabeza del espadachín alto.

Esto no era muy extraño, salvo que todos los hombres sabían que nadie habitaba en el venenoso Gran Pantano Salado, excepto gusanos gigantes, anguilas venenosas, cobras acuáticas, pálidas ratas de pantano, con las patas muy altas y delgadas y otras criaturas del mismo jaez.

Brillaron relámpagos azulados, revelando con gran claridad una figura encapuchada y agazapada dentro del bajo portal. Cada pliegue y vuelta de su atavío resaltó tan claramente como un grabado en hierro visto desde muy cerca. Pero la luz de los relámpagos no mostraba nada dentro de la capucha, sino sólo una negrura de tinta. Restallaron los truenos.

Entonces, desde la capucha, la voz carrasposa recitó los versos siguientes, martilleando las palabras áspera y secamente, de modo que los versos ligeros se convirtieron en un conjunto deprimente y lleno de predestinación:

¡Alto, espigado Fafhrd!

¡Chitón, pequeño Ratonero!

Por qué os vais de la ciudad

con sus muchas maravillas?

Sería una gran lástima

Consumir vuestros corazones

Y desgastar las suelas de vuestro calzado,

Recorriendo la tierra entera,

Renunciando a todo júbilo,

Antes de que saludéis de nuevo a Lankhmar.

¡Volved ahora, volved ahora, ahora!

Cuando faltaba poco para que terminara esta cantinela, los espadachines se dieron cuenta de que no habían dejado de caminar a buen paso durante todo el rato, mientras que la choza seguía estando por delante de ellos, de modo que debían de caminar con sus postes, o más bien patas. Y ahora que se dieron cuenta de esto, pudieron ver aquellos cinco delgados miembros de madera que oscilaban y se arrodillaban.

Cuando la voz carrasposa pronunció aquel último y estentóreo «ahora», Fafhrd se detuvo. Lo mismo hicieron el Ratonero y la choza.

Los dos espadachines se volvieron hacia el bajo portal, mirándolo fijamente.

Al mismo tiempo, acompañado de un estruendo ensordecedor, cayó a sus espaldas, muy cerca de ellos. La sacudida estremeció dolorosamente sus cuerpos e iluminó a la choza y su morador con más brillantez que la luz del día, pero aun así no pudieron ver nada dentro de la capucha del extraño personaje.

Si la capucha hubiera estado vacía, se habría visto con claridad la tela al fondo. Pero no, sólo había aquel óvalo de negrura como el ébano, que ni siquiera el resplandor del rayo podía iluminar.

Tan poco afectado por este prodigio como por la violenta tormenta, Fafhrd gritó en dirección al portal, y su voz resonó débilmente en sus oídos conmocionados por el fragor de los truenos:

—¡Escúchame, brujo, mago, nigromante o lo que seas! Jamás en la vida volveré a entrar en la execrable ciudad que me ha privado de mi único amor, la incomparable e insustituible Mana, a quien lloraré siempre y de cuya muerte indecible me sentiré siempre culpable. El Gremio de los Ladrones la asesinó porque robaba por su cuenta..., y nosotros hemos matado a los asesinos, aunque eso no nos ha beneficiado en absoluto.

—Del mismo modo, jamás volveré a poner los pies en Lankhmar —intervino el Ratonero Gris, en un tono que era como el sonido de una trompeta airada—, la odiosa metrópoli que me ha causado la horrible pérdida de mi amada Ivrian, pérdida como la que ha sufrido Fafhrd y por una razón similar, y ha puesto sobre mis hombros una carga igual de aflicción y vergüenza, que soportaré eternamente, incluso después de mi muerte.

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