Espejismo (44 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

El capitán Revannic desenvainó la espada y saludó al príncipe con un gesto mecánico y conciso.

—Señor —dijo con voz vigorosa, y en sus ojos se reflejaba el alivio—. No habíamos esperado que vos pudieseis conducirnos esta noche… Vuestro padre, el príncipe MeGran, se sentiría orgulloso de vuestro valor —agregó, sin poder evitar una mirada significativa a la pierna lisiada de DiMag, a la par que sonreía con admiración.

Y, sin perder más tiempo, hizo una señal al heraldo que cabalgaba a su lado.

Un prolongado y gimiente toque de corneta recorrió toda la tortuosa calle, seguido de tres notas cortas y destacadas. DiMag devolvió el saludo y la sonrisa a Revannic, y a continuación espoleó a su caballo y se lanzó hacia delante. Kyre hizo lo mismo con su montura, cuando la corneta sonó otra vez, en esta ocasión más imperiosa. Los estandartes de Haven se elevaron, crepitando en el aire como latigazos, y el ejército avanzó hacia las murallas de la ciudad.

La masa de hombres avanzó impetuosa, espoleada por la barahúnda de los elementos y por el todavía más aguijoneante aullido de los enemigos que se acercaban por el mar. Los restos de la muralla se alzaban delante de las tropas… y el arco de arenisca y las eternas luces verdosas habían quedado hechos añicos y resultaban imposibles de distinguir entre los escombros… Cada vez avanzaba más deprisa…


¡KYRE…!

En el mismo instante en que la incorpórea voz de Talliann resonó en su cabeza, Kyre sintió pulsar con renovada y violenta energía el cuarzo que llevaba colgado del cuello. Sin darse cuenta lanzó un grito, cuando su conciencia se fundió con la de ella, y con una parte periférica de su mente vio cómo DiMag miraba algo con gran sorpresa, y después espoleaba a su caballo. Kyre no pudo ni imaginar lo que el príncipe veía, pero su amuleto empezó a arder de pronto, y arrojó una fría luz que iluminó el rostro del soberano y su torcida sonrisa… Había comprendido.

Talliann entonaba una letanía en la mente de Kyre, y él unió su voz a la de la mujer amada. Muy dentro de su alma experimentó una sensación estremecedora, y su visión interior enfocó unas puertas, unas puertas oscuras y gigantescas que se alzaban entre este mundo y el remoto pasado en el que reinaran juntos… Kyre vio la cara de Talliann en esas puertas, poderosa e inteligente como había sido; los negros ojos semicerrados en éxtasis, sólo visibles dos líneas de centelleantes pupilas en la oscuridad… Y sintió otra oleada de abrasante calor cuando el rojo resplandor del amuleto de Talliann se mezcló con el brillo glacial del suyo, y vio la boca de ella abierta, cuando él la abrió también, para gritar la última palabra del rito que destrozaría las puertas para dejar paso a las antiguas fuerzas…

Cuando por fin resonó esa palabra, la Hechicera encendió el horizonte como si se reprodujese una pesadilla del inicio del mundo, arrojando su lanza plateada y verdosa a través de la superficie del embravecido mar, para azotar de lleno a las primeras filas de soldados de Haven.

El misterioso canto de los guerreros de Calthar cesó tan de improviso, que Kyre experimentó un escalofrío en todo el cuerpo, y entonces sonó la voz de DiMag por encima de los aullidos del viento:


¡Ya vienen! Haven, Haven…, ¡por la victoria!

La corneta lanzó su desafío, una incitación salvaje y primitiva, y un grito de furioso reto brotó de la masa de gargantas. El caballo de Kyre corcoveó bajo su peso, al presentir la batalla y el terror en el vendaval desencadenado. Poco después, las tropas de Haven salían a torrentes, como una ola viviente, por el derruido arco de la ciudad.

Y cuando esa ola de humanidad se hubo derramado sobre la bahía, la voz y la mente y el alma de Kyre se unieron a las de TaIliann en un terrible grito que resonó con una intensidad sobrenatural en la noche.


¡¡AHORA!!

Más allá de la reluciente arena, donde la gran ola se había retirado, el mar que volvía a entrar en la bahía estalló como un volcán en erupción. Y montadas en el remolino, subidas a la plateada lanza de luz que la malcarada luna arrojaba a través del océano, se acercaban las ululantes huestes, transformadas por la brutal rompiente en un ejército de espantosos fantasmas, de monstruos de salpicante espuma, que aullaban de manera demoníaca mientras brincaban y se sumergían en su camino hacia la orilla.

DiMag emitió un grito de guerra, y Kyre oyó su propia voz en un chillido de cacofónica armonía. Ahora galopaban sobre sus monturas también enloquecidas, seguidos por la riada de guerreros de Haven que bramaba a sus espaldas. Cuando atravesaron la zona de fina arena bajo la cual había quedado enterrada nueve años antes la mitad de la ciudad de Kyre y de DiMag, el suelo empezó a moverse y levantarse aquí y allá, como si algo que estaba dormido en el fondo de la bahía hubiese despertado de pronto y se abriera paso hacia la superficie con sus garras.

En la torre de Simorh, Talliann lanzó un grito. Simorh la sujetó y trató de calmarla, pero los brazos de la muchacha se movían con una fuerza increíble, monstruosa, y la princesa se vio arrojada contra la pared. Se puso de pie como pudo, cuando la habitación empezó a oscilar de manera alarmante, y luego se precipitó hacia TaIliann para sujetarla y chillarle…

Kyre presenció cómo el primero de ellos emergía de la arena, cuando los caballos pasaban tronando por encima de sus tumbas. Tenían esos seres el repugnante aspecto de estatuas vivientes… La carne se les había encogido, petrificado, y los huesos y los músculos sobresalían como cuerdas debajo de una piel horriblemente estirada…
¡Pero vivían!
Los muertos de Haven, hombres, mujeres y niños, salían de la arena que había sido su tumba y unían sus estridentes voces a las de los guerreros enemigos. Los ojos eran amoratadas chispas de un fuego infernal en sus calaveras con incrustaciones de arena… Y sus anquilosados miembros hacían movimientos que los desintegrados cerebros habían olvidado ya… Iban armados con espadas, estacas, hachas, cuchillos, porras… —cualquier cosa utilizable para defender a Haven—, y se introdujeron entre las filas del ejército para enfrentarse todos juntos, los vivos y los muertos, al enemigo procedente de las aguas.

Talliann volvió a gritar mientras Simorh luchaba por reducirla y Kyre, allá en la bahía, gritó con ella…

Galopaban sin freno hacia la rompiente y hacia las criaturas que cabalgaban sobre las olas en dirección a ellos. Cada vez estaban más cerca, más cerca del borde, y delante, allí donde el mar se estrellaba contra la franja de guijarros, el agua bulló de pronto hasta estallar en una montaña de espuma, y de las gigantescas olas salió algo más negro que la noche, más negro que las profundidades del océano… Era una concha enorme, tan voluminosa que llegó a cubrir la luna… Y en la concha, como en un carro de guerra soñado en una pesadilla, iban Calthar y las Madres. La bruja había practicado el último rito, despertando de la muerte a sus horripilantes predecesoras, del mismo modo que habían resucitado los habitantes de la parte de Haven engullida por el mar… Cadáveres de desnuda dentadura, descompuestos, reanimados sus restos mortales para unirse a su infernal hija en la lucha definitiva. y presidiendo todo el grupo, más perversa que nadie, más mortífera que nadie, Kyre distinguió la putrefacta pero triunfante cara de Malhareq, la que le traicionara a él.

Creyó haber gritado, pero nunca supo si realmente lo hizo. El mar rugía en el momento del choque. Kyre sintió un golpe terrible cuando la ola le cayó encima de lleno, y tiempo y espacio reventaron a su alrededor cuando el enemigo salió de las aguas.

DiMag se descubrió gritando como un loco cuando las primeras filas de la caballería de Haven tuvieron el primer encontronazo con las siniestras fuerzas del mar. Su espada era sólo un acerado trazo borroso en la caótica oscuridad… Extraños rostros surgían de la noche, y él los golpeaba, sabía que la espada había mordido sus carnes, veía la sangre salpicar como viscosa espuma. Su caballo retrocedía asustado, entre relinchos, y él arqueó el cuerpo para esquivar el cortante centelleo de un arma. Despojó luego de su espada al enemigo con un enérgico movimiento del brazo, hundió la hoja en un pálido hombro y vio cómo el guerrero marino perdía el equilibrio y era pisoteado por los cascos de los caballos. A su izquierda vislumbró el fuerte resplandor de los cabellos de Kyre y el brillo de la espada en sus manos, pero entonces le atacaron, por la derecha, unos fieros monstruos. Descendió furiosa su espada, y el primer enemigo voló hacia atrás con un horrible grito de muerte, pero el segundo se arrojó contra DiMag y el príncipe sintió que la sangre le resbalaba por la pierna, cuando el guerrero hirió a su montura en el flanco. El animal corcoveó aterrorizado y, en su lucha por calmarlo, el príncipe no pudo defenderse debidamente de la arremetida del tercer guerrero. Durante un angustioso momento, DiMag vio temblar la espada en el aire, encima de su cabeza, y comprendió que no podía esquivarla… Pero entonces surgió de la nada otro caballero, y una maciza hoja, sostenida con ambas manos, cortó la espada por la mitad y, cuando su dueño se volvió asombrado, el desconocido blandió de nuevo su arma y le partió en dos antes de que el ser marino supiera lo que le pasaba.

El caballero miró a DiMag con fiera sonrisa, pese a tener el rostro ensangrentado, y el príncipe reconoció entonces la nariz aguileña, la oscura barba y el enjuto cuerpo de su propio padre, MeGran, un instante antes de que caballo y jinete se esfumaran.

¡MeGran, muerto hacía ya doce años!
La impresión hizo caer a DiMag sobre la silla, cuando su montura caracoleó para lanzarse nuevamente a la batalla. Y, de pronto, su mente y su cuerpo y el aberrante mundo que le rodeaba quedaron fuera de control al colisionar las mareas del pasado y del presente en un frenético remolino. DiMag montaba ahora un caballo negro que tenía una cicatriz a lo largo del cuello, herida que le había causado la muerte nueve años atrás, entre espantosos gritos y coceos…, y a su lado combatía MeGran, mientras una frágil joven morena de cortos bucles oscuros, vestida de guerrero y con la cara de Gamora, tocaba la corneta que animaba al ejército de Haven, tanto a los vivos como a los muertos, a nuevas y más furiosas embestidas. Y tomaban parte en la matanza niños de cabellos rubios y ojos castaños, que gritaban, chillaban y blandían espadas y lanzas. El propio Brigrandon era joven de nuevo, y peleaba junto a los demás. Y a la derecha del príncipe, Vaoran vociferó una advertencia y lanzó su caballo hacia delante para impedir que un guerrero de rostro lateado se arrojara contra DiMag, y entre los dos mataron al atacante y a otros tres que llegaron detrás, y sus ojos se encontraron, y los dos rieron juntos mientras DiMag pensaba en su hijita que dormía en su cuna del castillo y en la esposa a la que tanto amaba y cuyos poderes mágicos le ayudaban ahora.

Y mirara adonde mirase, veía a Kyre. A un Kyre que cabalgaba entre la turba de guerreros enemigos y manejaba con increíble agilidad su espada, que parecía torcerse y doblarse en sus manos… A un Kyre de pie junto a la orilla, con el caballo muerto a su lado, después de una lucha feroz cuerpo a cuerpo con tres guerreros de cabellos plateados… A un Kyre que dirigía una carga de soldados de infantería, con el estandarte real de Haven ondeando encima de su cabeza… Vio también a Calthar, sinuosa criatura de rostro marcado por la maldad… Reconoció a diversos guerreros a los que él diera muerte nueve años atrás…, vio a hombres muertos y a otros vivos, e incluso a hombres no nacidos todavía, y por encima del ensordecedor estruendo de la batalla resonaba una y otra vez el constante y pavoroso sonido de la corneta. A lo lejos, en la franja de guijarros, el templo se transformaba sin cesar: tan pronto era una ruina como una construcción reciente o… había desaparecido por completo. Sólo la luna estaba constantemente en su sitio, contemplando la carnicería con su horrible ojo: la luna y… aquella monstruosa concha negra que se alzaba entre las olas mientras la imposible y repugnante parodia de seres humanos que viajaba en ella reía y aullaba y animaba a sus seguidores a cometer más salvajadas.


¡NO PUEDO CONTROLARLO…!

Estas palabras retumbaron en la cabeza de DiMag, pero él comprendió que no procedían de su interior, sino de Kyre. Sus mentes se habían fundido de alguna forma, y el príncipe notó que la desesperación del Lobo del Sol rebotaba en sus propios huesos. La curvatura del tiempo producía una locura homicida al chocar dos épocas y mezclarse los caóticos siglos transcurridos entre ellas, para destrozarse entre sí.

—¡NO DEBERÍAMOS EXISTIR AL MISMO TIEMPO! ¡AYUDADME, DIMAG…! ¡AYUDADME, O VUESTRO MUNDO ESTARÁ PERDIDO!

El caballo de DiMag corcoveó sin dejar de relinchar y, a través de un bosque de figuras que chocaban entre sí y se revolcaban, distinguió a Kyre. Se hallaba al borde del agua, todavía montado, y trataba de abrirse paso hasta él. Impulsado por una violenta intuición, DiMag espoleó a su caballo hacia la línea de la marea… sólo para encontrar el camino bloqueado por unos veinte combatientes. El príncipe se desvió, descubrió una brecha, espoleó los flancos del animal y… se vio bruscamente arrojado hacia atrás cuando un guerrero del mar salió de la oscuridad con la lanza baja, dispuesto a segar las patas del caballo… El noble bruto soltó un chillido de agonía, DiMag cayó de la silla a la húmeda arena con un fuerte crujido de huesos y rodó lo suficiente para que el pesado cuerpo del animal, que cayó a escasos centímetros de su persona, no le aplastara. Un intenso dolor recorrió la pierna enferma del príncipe cuando se levantó, pero cinco hombres de Haven se enfrentaron a su atacante, y a éste sólo le quedó libre el camino del revuelto mar.


¡DiMag!

Esta vez la voz de Kyre no sonaba sólo en su cabeza. El príncipe miró angustiado a su alrededor y vio al Lobo del Sol que, también a pie, se le aproximaba corriendo. Se hallaban un poco alejados del centro de la batalla, a cierta distancia del tumulto, pero tan pronto como DiMag empezó a cojear para reunirse con Kyre allí donde rompían las olas, un guerrero aparecido de la nada se le plantó delante, tambaleándose. Iba desarmado, y la sangre le resbalaba por un hombro. El príncipe vio unos extraños cabellos plateados en los que destacaban mechones negros, y lanzó un grito a la vez que levantaba su espada.

—¡
No,
DiMag!

De repente, Kyre se colocó entre los dos hombres. Había reconocido los sorprendentes cabellos y la fea marca de nacimiento… El guerrero de las aguas le miró… Era evidente que le costaba respirar. Herido e inerme, había logrado alejarse del tumulto para tropezar con una muerte prácticamente segura. Clavó aquella criatura unos ojos vidriosos en Kyre y… entonces le reconoció.

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