Espejismo (42 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

—Una extraña bienvenida.

La ronca voz de Calthar se deslizó con sorprendente fluidez por encima del rugiente mar y del viento.

—¿No han venido a recibirme el príncipe DiMag ni su pequeña esposa? Y no veo filas de soldados que formen una guardia de honor… ¿O sois demasiado tímidos para mostraros, hombres?

En su voz había una cortante burla, y sus ojos recorrieron las ruinas con marcado desprecio.

Vaoran ignoró el tono insultante, y contestó a gritos:

—Hemos decidido concederos lo que pedíais, Calthar. ¡La muchacha llamada Talliann a cambio de liberar a nuestra pequeña princesa Gamora del hechizo! Un trato justo.

Kyre creyó ver un movimiento cerca de donde ellos dos estaban.

—¡Agachémonos! —susurró, y empujó con la mano a Simorh, haciéndola caer con los brazos y piernas extendidos al tiempo que él se desplomaba casi encima de la soberana. En el otro extremo de las ruinas apareció otro guerrero que corría encogido hacia la franja pedregosa. Kyre y Simorh contuvieron la respiración. El soldado redujo el paso, se detuvo, quedó paralizado…

—Un trato justo —repitió Calthar, con aquella sonrisa que Kyre conocía tan bien—. ¡Sea, pues! —dijo extendiendo una mano con gesto imperioso—. No me interesa la mocosa de Haven. Podéis soltar a esta muchacha. No intentará huir.

Mientras hablaba, tenía la mirada fija en Talliann, y ésta, llevada por un apremio incontenible, alzó la cabeza y posó la vista en Calthar de la manera más directa. Vaoran se hizo aun lado, y los soldados condujeron a la joven hacia delante. Un paso, dos pasos, tres pasos… Subían ahora la suave pendiente de la franja de guijarros, y Calthar les salió al encuentro perezosamente. Kyre sentía una tensión horrible en los músculos del estómago… El guerrero que se había detenido a tan escasa distancia de ellos se puso de nuevo en marcha, con gesto furtivo…

El amuleto que Simorh llevaba colgado entre los senos quedó iluminado súbitamente desde dentro, como si tuviera en su interior una diminuta llama. Las manos de la princesa cubrieron enseguida la piedra, nerviosamente, pero la luz seguía brillando a través de sus dedos, cada vez con más intensidad. El resplandor dio vida al rostro de Simorh, que tenía los ojos cerrados y movía los labios con rapidez, en silencio… Pronunciaba las palabras de un conjuro. Kyre se apresuró a protegerla. En aquel momento, Calthar levantó ambos brazos en dirección a Talliann, como si quisiera envolverla en un ofensivo abrazo. Los dos guardias soltaron a la muchacha y la empujaron de manera que, involuntariamente, Talliann dio unos tambaleantes pasos antes de caer al suelo delante mismo de Calthar. Allí permaneció, acurrucada sobre los guijarros como un animal hipnotizado, sin moverse.

Calthar miró a los soldados que habían sujetado antes a Talliann, y después se volvió hacia Vaoran. Su boca se abrió en una sonrisa casi compasiva.

—Regresad a Haven, pequeño hombre —dijo—. Regresad y ocupaos de vuestra ciudad en la hora de su muerte…

Hizo chasquear los dedos, y Talliann se levantó como una marioneta cuyos hilos la hubiesen hecho cobrar vida de repente.

—Vuestra princesita despertará —añadió Calthar, dirigiéndose otra vez a Vaoran—, porque quiero que presencie la destrucción final de lo que un día hubiese podido constituir su heredad. Su vida, como las de todos vosotros, será bien breve… Y vos sois un crédulo, un imbécil, amigo mío… Un crédulo muy imbécil.

Se volvió entonces, con los jirones de su túnica revoloteando a su alrededor, y se detuvo.

Vaoran contestó, sin alzar la voz.

—Habláis demasiado pronto, Calthar.

Los guerreros de Haven se hallaban apostados entre Calthar y el agua. Cada cual había desenvainado su espada, y entre todos formaban una barrera, al parecer infranqueable. Nadie se movió durante unos momentos, mientras la bruja les miraba, y Kyre sintió casi lástima de Vaoran. El maestro de armas aún creía poder vencer a aquel monstruo. ¡Era tanto lo que tenía que aprender!

—¡Ay, pequeño hombre! —exclamó Calthar—. ¡Qué insignificancia! ¡Con lo simple que es esta trampa! ¿No se os ha ocurrido nada mejor?

Calthar dio media vuelta y… la espada de Vaoran se clavó en ella. La hoja penetró hasta el corazón, y Calthar se detuvo en seco, con una expresión de sorprendida ironía en el rostro. Luego, ese gesto se transformó en una fea y astuta sonrisa… Poco a poco, de modo muy deliberado, Calthar agarró la empuñadura de la espada que asomaba de su cuerpo y, con un breve y seguro movimiento, se la arrancó.

En la hoja no había sangre. Ni la sangre brotaba, tampoco, de lo que tendría que haber sido una herida mortal. La sonrisa de Calthar se ensanchó y, mientras Vaoran seguía aterrado, con los ojos casi fuera de las órbitas, la bruja del mar dio un paso hacia él.

Kyre presintió lo que iba a suceder. Vaoran estaba atónito, paralizado por aquella inverosimilitud que su mente no era capaz de asimilar. Calthar arrojó la espada al aire, y el arma quedó suspendida en la nada. Vaoran la contemplaba atontado y, entonces, la bruja hizo un violento gesto con la mano.

La espada se movió en el aire, giró y flotó temblorosa antes de descender, como el rayo, formando una curva homicida. En el último instante, antes del golpe fatal, la inteligencia y la horrorizada lucidez volvieron a los ojos de Vaoran. Pero era tarde. La hoja le cortó el cuello sin que el impacto redujera el empuje del arma, y el cuerpo decapitado del maestro de armas rodó sobre la arena.

Calthar elevó la mirada al cielo, y su escalofriante carcajada resonó en los acantilados.

En ese momento, Simorh gritó una sola palabra al lado de Kyre. y éste sintió un tremendo golpe cuando una ráfaga de vivo poder partió del amuleto que ella llevaba colgado del cuello y casi le tiró al suelo. Segundos más tarde, el cielo parecía reventar bajo la aullante llamarada de intenso color carmesí que iluminó la escena con una claridad terrorífica. Calthar giró en redondo, y los soldados cayeron de espaldas entre gritos de espanto…


¡Ahora!
—chilló Simorh.

Kyre no se detuvo a pensar en lo que hacía. Hubiera sido incapaz de detenerse; no podía controlar la fuente de furiosa y desesperada energía que manaba de su interior. Abandonó su refugio y saltó al banco de guijarros, en dirección a Calthar y Talliann. La bruja volvió el rostro para enfrentarse a él, rugiendo como un animal salvaje. Kyre empuñó su lanza y se dispuso a ensartarla con ella. Calthar retrocedió y la hoja pasó amenos de una pulgada de su cráneo. La bruja recobró enseguida el equilibrio y quiso arrojarse contra Kyre, pero entonces se abrió el cielo de nuevo, y él sólo tuvo tiempo de agarrar a Talliann por el brazo y arrancarla del alcance de Calthar, antes de que las manos del diabólico ser se cerrasen alrededor del asta de la lanza.

Talliann cayó pesadamente al suelo y rodó hasta la playa de arena, pero Kyre no pudo hacer nada para ayudarla. Por espacio de un momento que pareció congelarles en otra dimensión, Kyre y Calthar quedaron inmóviles, cara a cara, sin más barrera entre ellos que la endeble hoja.

A la fantasmal luz, Kyre vio sonreír a Calthar, y los enloquecidos ojos de Malhareq, vivos incluso en la muerte, le miraron desde el contraído rostro. El odio confirió nueva fuerza a Kyre, que se revolvió, dio un tremendo puntapié y golpeó con su talón el esternón de Calthar, haciéndola caer hacia atrás.

—¡Simorh!

El frenético grito de Kyre pudo más que los aullidos del viento, del mar y del cielo. Saltó de la franja de guijarros, por poco resbaló, y vio que Simorh salía corriendo de su escondrijo, pálida y angustiada.

—¡El amuleto!

Kyre agarró a Talliann, que luchaba por ponerse de pie pero parecía demasiado desconcertada para coordinar sus movimientos, y la levantó cuando Simorh llegaba junto a ellos. La princesa intentó colgarle del cuello el amuleto, pero la cadena se había enredado en sus cabellos. Luchó con el talismán, lanzando una maldición tras otra, y de pronto, Talliann emitió un débil grito de miedo y señaló la franja de guijarros.

Calthar se hallaba en lo alto, rodeada de un horrible y fosforescente halo. Kyre creyó por un momento, que las Madres manifestaban otra vez su infernal y monstruosa existencia a través de la carne viviente de Calthar… Pero no. El gélido resplandor empezaba a extenderse por la franja, haciendo destacar las piedras húmedas… y las ruinas del templo parecían un escalofriante aguafuerte. Hasta las crestas de las olas en movimiento, al otro lado de la elevada franja pedregosa, estaban bañadas por una luz plateada.

Salía la luna de la Noche de Muerte. Calthar abrió los brazos, y su salvaje risa llegó al cielo desafiando al viento que adquiría la intensidad de un rugiente temporal. Un inmenso poder emanaba de ella: como si lo atrajera, el primer furioso borde del lívido rostro plateado de la Hechicera asomó por encima del lejano horizonte, y un solo rayo de luz cruzó súbitamente la bahía para dar de lleno en las puertas de Haven. Calthar aulló como una loba, y su grito de triunfo rebotó desde las rocas.


¡Llegáis tarde!


¡No!

La respuesta de Simorh fue un chillido de desafío. Se arrancó por fin el amuleto, llevándose de paso un mechón de pelo, y se precipitó hacia Talliann. La cadena resbaló por la oscura cabeza de la muchacha hasta rodear su cuello. Talliann emitió un sonido entrecortado cuando la pieza de cuarzo tocó su piel, y Kyre vio cómo los intensos colores del colgante adquirían repentinamente un brillo que superaba el de la Hechicera en ascenso…


¡Kyre…!

Fue un sollozo y un grito de agonía, felicidad y desesperación a la vez, lo que brotó de la garganta de Talliann cuando sus recuerdos reventaron la prisión en que habían estado encerrados para invadir su mente ya consciente. El cuerpo de la joven se retorció con tremenda violencia, como si una fuerza titánica lo hubiese golpeado. Kyre corrió a cogerla, cuando Talliann se tambaleó, y los dos retrocedieron dando tumbos. Simorh se vio apartada de un golpe, vaciló y… luego todos los músculos de su cuerpo se tensaron cuando, detrás de la salvaje figura de Calthar, la luz de la luna se extinguió.

Lejos, en la bahía, una negra muralla se alzaba de la superficie del mar, cubriendo el mortal brillo de la Hechicera. La enorme ola cobró fuerza, aumentó su velocidad, y la mente de Simorh fue arrojada nueve años atrás, a la horripilante noche en que la marea subiera dos veces sin reflujo.

No conocía encantamiento que pudiese combatir semejante monstruosidad, ni todos los poderes de Kyre y Talliann juntos serían suficientes para vencer a aquellas increíbles fuerzas del mal. Calthar reunía todas las infernales energías de las Madres, y… ¡la gigantesca marea que avanzaba con loco empuje hacia Haven era sólo su heraldo!

Simorh tiró de la manga a Kyre, y le asombró la fuerza que aún tuvo para hacerle volverse. Aspiró el salobre aire y le gritó con toda la voz que le quedaba, esforzándose en poder más que el aullido de los elementos y el todavía lejano pero ya ensordecedor rugido de la ola que se acercaba:


¡CORRED!

Kyre y Talliann miraron al mar, vieron la silueta de Calthar y distinguieron, también, lo que eclipsaba a la Hechicera. Una expresión de aterrada comprensión asomó a sus rostros; dieron media vuelta y con Simorh a su lado, echaron acorrer hacia la seguridad del portal. A sus espaldas, las demenciales carcajadas de Calthar perforaban el vendaval, pero nada les importó la burla de aquel ser satánico. Permanecer en la playa en espera de lo que se les venía encima hubiera sido una locura. Su única esperanza de sobrevivir residía en la huida.

Kyre se acordó de pronto de la patrulla de Vaoran, y pensó en la suerte que aguardaba a los desdichados hombres si no intentaban ponerse a salvo. Aminoró el paso, a punto de volver atrás. A bastante distancia, tres o cuatro personas trataban de avanzar por la arena. Del resto no se veía nada.

—¡No os detengáis! —chilló Simorh—. ¡Es demasiado tarde para ayudarles! ¡Salvaos vos!

Tenía razón. Una demora significaría la muerte de todos. Los guerreros deberían salvarse por sus propios medios. Con una última y angustiosa mirada a aquellos hombres que corrían desesperados, Kyre reanudó la carrera.

Las luces de la entrada de Haven parpadeaban delante de ellos. Sin embargo, parecían aún muy lejanas y, detrás, el estruendo de la monstruosa ola iba en aumento. Vibraba la arena bajo sus pies, y los acantilados devolvían furiosos, en un escalofriante eco, el rugido de las aguas.
No llegarían a tiempo al arco
… Pero de repente pisaron arena más seca y suelta, que producía remolinos alrededor de sus cuerpos y les obligaba a realizar un esfuerzo aún mayor. Las verdosas lámparas danzaban alocadas, pero cada vez más cerca… El arco se abrió ante ellos… Y cuando apenas lo habían cruzado atropelladamente, una tremebunda convulsión de estruendos estalló en sus oídos cuando la inmensa ola chocó contra los acantilados.

Capítulo 19

Titánicas columnas de espuma salieron disparadas hacia el nocturno cielo, hasta una altura de más de cien metros, y el mar irrumpió rugiente en la bahía. Kyre se mantenía detrás de Talliann y Simorh, tratando de protegerlas mientras corrían, pero de pronto, cuando todavía se encontraban en las calles de la parte baja de la ciudad, sintió algo semejante a un tremendo puñetazo en plena espalda y perdió pie. El agua le había golpeado como una pared sólida, derribándole, y las dos mujeres se debatían bajo la superficie… Kyre tragó agua y se vio arrastrado entre vómitos, medio ahogado. El borde de la ola se arremolinaba alrededor de los tres, pero ya casi sin fuerza, y el agua retrocedió tan deprisa como había llegado, dejándoles exhaustos y agotados sobre el encharcado empedrado.

Se levantaron como pudieron, ayudándose unos a otros mientras el agua les chorreaba de la ropa y los cabellos. Kyre fue el primero en reponerse del susto, pero al mirar atrás tuvo la sensación de que le habían vuelto el estómago del revés.

El arco y la muralla que protegían a Haven del mar ya no existían. La furiosa energía del mar había convertido en escombros la piedra arenisca y, aunque la masiva resaca retiraba ya gran parte del agua de las puertas, nada quedaba que pudiera salvar la mitad inferior de la ciudad de una segunda embestida. Allí donde minutos antes se extendía la fina arena de la playa, el mar bullía como en un caldero gigantesco, convertida la superficie en un horrible remolino de ajetreada plata cuando la Hechicera, un enorme hemisferio que seguía ascendiendo en el cielo, contempló maliciosa la escena.

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