Vaoran bajó la vista con modestia y esbozó una pequeña sonrisa. Aunque le disgustase, DiMag tendría que admitir que había puesto manos a la obra muy deprisa.
—Con respecto a los demás asuntos que nos habéis expuesto, no puedo aceptar la afirmación, y ni siquiera la posibilidad, de que el auténtico Lobo del Sol haya vuelto a nosotros. Es más —añadió, pasándose la lengua por los labios—; en circunstancias menos apremiantes, yo recomendaría a los miembros del Consejo que tomaran tal afirmación como una blasfemia.
DiMag suspiró, pero no dijo nada.
—En cuanto al ultimátum de la bruja Calthar —prosiguió Grai con un movimiento de cabeza—, la elección es clara, señor. Cierto es que no podemos fiarnos de esos seres del mar, pero sería peor exponernos a perder esa mínima probabilidad de ayudar a nuestra pequeña princesa. Cuando llegue la Noche de Muerte, la muchacha tendrá que ser devuelta al lugar de donde procede. Su retorno ha de formar parte de nuestra estrategia para derrotar a la bruja.
Kyre movió el cuerpo hacia delante, como si intentara ponerse de pie, pero DiMag le agarró por el brazo hasta que sus dedos se clavaron dolorosamente en el bíceps del joven.
—¿Estrategia? —inquirió el príncipe con una entonación peligrosa—. ¿Qué estrategia?
Grai miró a Vaoran, que carraspeó.
—De momento no puedo ser más específico, señor… No ha habido tiempo para hacer propuestas concretas, pero eso se arreglará pronto. Si nuestros sabios e historiadores unen sus fuerzas a las de nuestros tácticos militares, podremos hallar el medio de vencer a Calthar, y…
Kyre fue incapaz de guardar silencio por más tiempo.
—¿Vencer a Calthar? —intervino de manera explosiva, y esta vez, ni la mano de DiMag pudo evitar que se levantara de un salto—. ¿Estáis locos? ¡Si alguno de vosotros se hubiese enfrentado una sola vez a Calthar, maestro de armas, comprenderíais que lo que sugerís equivale a un
suicidio
!
Tuvo que dominarse para no saltar entre los consejeros y arrancar de un puñetazo toda la arrogancia de la cara de Vaoran. Sólo con un tremendo esfuerzo consiguió controlar su furia.
Vaoran se limitó a esbozar una de sus sonrisas.
—Hablamos aquí de un perfecto despliegue militar, amigo… Quizá de una emboscada, o de algo todavía más sutil… Esa perra del mar es sólo mortal, al fin y al cabo…
—
¡No
es mortal! —gritó Kyre, preguntándose si los consejeros habrían prestado atención a una sola de las palabras de DiMag—. ¡No en el sentido en que vos o yo entendemos el mundo! Según todas las leyes de la naturaleza, tendría que estar muerta desde hace medio siglo… Sin embargo, vive, ¡y su aspecto es el de una mujer joven! ¿Cuánto creéis que resistirían vuestras estrategias militares frente a unos poderes que le permiten hacer
eso
?
Vaoran inclinó la cabeza e hizo un gesto que indicaba la impotencia de un hombre que se enfrentaba a una sinrazón tan ciega. Cuando habló, lo hizo mirando a DiMag.
—Señor… Yo aprecio en lo que vale el… el interés del… Lobo del Sol. No obstante, estoy convencido de que sus argumentos están desafortunadamente influidos por sus propias preocupaciones… Y creo que mi punto de vista concuerda con el de la mayoría de los consejeros, ¿o no?
La pregunta produjo murmullos de asentimiento. Demasiados, en opinión de DiMag, para derrotar la propuesta de Vaoran. Por eso invitó a Kyre a que se sentara de nuevo, y meneó la cabeza en un gesto de repentina advertencia cuando el aliado se disponía a hablar otra vez, y carraspeó brevemente.
—Maestro de armas Vaoran, consejero Grai, caballeros… Habéis oído cuanto yo os he expuesto, y yo por mi parte, he prestado atención a vuestros argumentos —comenzó, con unos ojos fríos y duros como el bronce sin pulir—. Antes de que el consejero Grai nos obsequiara con su respetable opinión, yo ignoraba que la cuestión de la identidad de Kyre fuese motivo de disputa. Yo tengo todas las pruebas que necesitaba para convencerme, y lo mismo puedo afirmar de la princesa Simorh. Asimismo, he decidido que no se establecerá ningún trato con Calthar, ya sea con doble intención o no. Y Talliann no será utilizada en ningún plan para engañar a esa bruja.
—¡Señor! —protestó Grai—. Si ignoramos el ultimátum…
—No por ignorar el ultimátum será peor nuestra situación. No, Grai. Eso queda fuera de discusión. Talliann se halla bajo mi protección, y así continuará.
Vaoran le echó una mirada.
—Príncipe DiMag… Debo agregar mi protesta a la de Grai… Y os recuerdo que…
—
¡Basta!
—le cortó el soberano, que estaba apunto de perder los estribos—. ¡Soy yo quien te recuerda, Vaoran, que el Consejo está a mi servicio, y no yo al suyo! Talliann permanecerá en Haven, y… si ella es, en efecto, quien supongo que es, ¡por el Ojo que me darás las gracias antes de que todo esto haya terminado!
El rostro de Vaoran parecía de granito, pero el príncipe vio la rebelión en sus ojos. El dominio de la situación que hasta ahora había mantenido DiMag, se tambaleaba al borde de un abismo mortal: su decisión había añadido una buena cantidad de combustible al fuego de quienes de manera ladina buscaban demostrar que él ya no era la persona adecuada para gobernar. Si Vaoran elegía ese momento para disputarle el liderazgo, sin duda sabría inclinar a su favor a una gran mayoría de consejeros.
Vaoran dijo entonces con cautela:
—El deber me obliga a recomendaros que lo penséis de nuevo, señor.
Y sus palabras tenían, desde luego, un doble sentido.
—Tu deber —replicó DiMag enseguida— consiste en cerciorarte de que nuestras tropas estén debidamente adiestradas e instruidas, y en mantenerme informado de cuanto suceda. Sugiero, Vaoran, que te ocupes de eso, en vez de meterte en asuntos que sólo conciernen a tu príncipe. ¿Me explico con suficiente claridad?
Dicho esto sonrió, pero su expresión era fría y hostil. Hubo una larga pausa, al cabo de la cual Vaoran contestó, con la cara roja de rabia:
—¡Con perfecta claridad, señor!
—Bien. Entonces, ¡buenos días! —dijo DiMag, recorriendo con la vista a todos los presentes—. ¡Buenos días a todos!
Finalmente, las grandes puertas se cerraron detrás del último de los consejeros, dejando a DiMag y Kyre en compañía de unos cuantos criados silenciosos.
Kyre se levantó despacio y miró al príncipe, que le ignoraba.
—Mi señor…
DiMag volvió la cabeza. Tenía el rostro rígido a causa de la enorme tensión.
—No me llaméis así —contestó—. Viniendo de vos, como poco resulta irónico.
—Sois vos quien gobierna —señaló Kyre.
—¿De veras? —preguntó DiMag a su vez, en un tono amargo—. Empiezo a preguntarme si realmente es así.
Y cuando vio que Kyre iba a hacer algún comentario al respecto, hizo un gesto con la mano y prosiguió:
—No tengo ganas de discutir eso, ni tampoco otra cosa, de momento. Dejadlo estar, Kyre. Guardad para otra ocasión lo que pensabais decir.
Se puso de pie con torpeza y, entonces, observó que se abría la pequeña puerta situada detrás del estrado.
Entró Simorh. Tenía un aspecto fatigado, pero en su rostro había resolución. No obstante, se detuvo sorprendida al comprobar que el salón estaba prácticamente vacío, y dirigió una mirada interrogante a su esposo.
—¿Ha terminado el Consejo?
—Sí —respondió DiMag, mientras bajaba con dificultad del estrado—. Os habéis perdido algo muy divertido, Simorh.
—¿Y cuál es el resultado?
DiMag la miró con resentimiento, aunque ese resentimiento iba dirigido contra el mundo entero.
—El resultado que yo debiera haber supuesto —dijo, al mismo tiempo que se encaminaba hacia la puerta.
Simorh hizo gesto de seguirle, pero el enojo que había en la cara del príncipe, y el rechazo que leyó en sus ojos, la hicieron desistir. Aguardó a que DiMag hubiese salido y la cortina cayese de nuevo en su sitio para mirar a Kyre.
—La cosa ha ido mal —dijo, y no fue una pregunta, sino una constatación.
Kyre asintió.
—Muy mal.
En pocas palabras expuso a la princesa la opinión de los consejeros y el casi desafío que había precedido al violento despido de Vaoran y sus hombres. Ella le escuchaba en silencio y, cuando hubo terminado, soltó un suspiro.
—Esperaba algo semejante —comentó con un estremecimiento, a la vez que se ceñía el cuerpo con los brazos; y luego añadió con cierto despecho en la voz—: Nadie persuadirá a DiMag para que cambie de idea.
—No hay motivo para que lo haga.
Simorh le miró.
—Puede que sólo vos y yo pensemos así.
Aún había un ligero resentimiento en cada una de las palabras que la princesa dirigía al joven. Desconfiaba de él… Ahora que sabía quién era, también ella se preguntaba si no tendría ambiciones de gobernar en lugar de su esposo.
De repente dijo:
—He considerado que era mejor no traer conmigo a Talliann. Ahora duerme en mi torre. La pobre muchacha está agotada.
—¿Y …Gamora?
—Bien protegida, y tan a salvo como todos mis poderes puedan conseguir —respondió Simorh, alzando nuevamente los ojos hacia Kyre, aunque no parecía capaz de sostener su mirada abiertamente—. Todavía no os he dado las gracias por lo que habéis hecho. De no ser por vos, habríamos perdido a Gamora para siempre… No penséis que no me doy cuenta de lo que os debo.
—No me debéis nada, princesa —se apresuró a contestar Kyre, que sintió compasión por Simorh—. Soy
yo
quien os debe la vida. ¿Lo habíais olvidado ya?
Ella hizo una mueca.
—Quizá.
—¿Lo preferiríais, tal vez?
Simorh frunció el entrecejo.
—No os entiendo —dijo, pero su expresión era de cautela.
Movido por un impulso, Kyre avanzó hacia ella y apoyó las manos en sus hombros. Simorh quiso retroceder, pero permaneció inmóvil, estudiándole con cara de extrañeza.
—Princesa… Hace sólo unos momentos intenté explicárselo a DiMag, pero él no ha querido escucharme. Pero yo necesito decirlo; es preciso que me entendáis.
—Entender ¿qué? —replicó, sin atreverse aún a mirarle.
—Que yo no represento ninguna amenaza para vuestro esposo, ni para vos. Pude haber gobernado aquí un día, pero de eso hace ya mucho, mucho tiempo. No tengo la menor ambición de volver a gobernar —agregó con una sonrisa—. Y aunque la tuviese, es tanto lo que ha cambiado desde entonces en Haven, que no sabría por dónde empezar.
Simorh se sonrojó de pronto.
—Nunca pensé que…
—Sí que lo pensabais. Y no os lo reprocho. ¡Pero debéis creer que nunca se me ocurriría despojar a DiMag de los derechos que por ley le corresponden!
La princesa emitió una risa breve y amarga, retiró las manos y se volvió de espaldas.
—¡Si eso es cierto, sois uno de los pocos hombres de este castillo que no ha abrigado tales intenciones!
—Es posible. En ese caso, deseo ayudaros a tener la certeza de que ninguna de esas personas verá realizadas sus secretas ambiciones.
—Quisiera que pudierais.
—Espero poder. Con la ayuda de Talliann. Pero tendríamos que encontrar el amuleto perdido.
Simorh volvió a mirarle, y era tal la desesperación que había en sus ojos, que le oprimió el corazón y exclamó:
—¡Princesa…! Sólo puedo pediros que confiéis en mí. Me doy cuenta de que, incluso en medio de esta crisis, hay cuchillos dispuestos a hundirse en las espaldas de DiMag. ¿Querréis intentar creer que mi mano no empuña ninguno de esos cuchillos?
Simorh quedó pensativa durante un rato, y al fin hizo un gesto de afirmación.
—Os entiendo, Kyre —habló—, y creo que confío en vos. ¡Quiero creer en vos! —agregó, mirándole francamente con ojos cándidos, ahora que la barrera había caído.
—¿No es esto un comienzo?
—Un comienzo… ¡sí! —respondió la princesa con una singular sonrisa en los labios—. ¡Es un comienzo!
Vaoran se sintió satisfecho al comprobar que quince de los diecisiete hombres a los que enviara su secreto mensaje estaban dispuestos a responder a su llamada. Aunque no se podía hablar de desorden en sus habitaciones, toda esa gente las llenaba por completo, y la mayoría tuvo que elegir entre sentarse en el reducido antepecho de la ventana o permanecer de pie.
El maestro de armas pasó por alto los buenos modales. No ofreció vino, ni hubo comentarios sin importancia que precedieran al asunto importante. Vaoran fue al grano y habló claro, y los quince hombres fueron igualmente pragmáticos en sus respuestas. Su opinión —como él había esperado aunque no se atrevía a darlo por seguro— fue unánime.
—Así pues, está decidido —asintió satisfecho Grai, que se había nombrado a sí mismo portavoz de los visitantes—. Actuaremos el mismo día de la Noche de Muerte. Mi única reserva consiste en la idea de dejarlo para tan tarde —señaló, mirando de reojo a Vaoran.
—Os comprendo —admitió el maestro de armas—, pero actuar antes significaría correr un riesgo todavía mayor. Necesitamos asegurarnos de que todas las personas que podrían oponerse a nuestro plan están demasiado preocupadas con el inminente conflicto para causarnos problemas. Nuestra estrategia, nuestra propia estrategia para enfrentarnos a los demonios del mar, no tiene por qué alterarse, entre tanto. Puede que no controlemos abiertamente al ejército, pero tenemos toda la influencia que en la práctica necesitamos. La gran mayoría de nuestros soldados no tiene acceso a los asuntos internos, desde luego. Simplemente, obedecen órdenes, y ni siquiera se les ocurre preguntar de dónde proceden tales órdenes. Sólo es preciso tener la certeza de que todas las personas comprometidas están bien preparadas para lo que han de hacer en el momento determinado.
Grai sonrió satisfecho.
—En ese caso, no abrigo más temores. y os felicito, Vaoran, por tan astuto y completo plan.
Se produjeron unos murmullos de asentimiento, a los que Vaoran correspondió con una inclinación de cabeza.
—¡Gracias, amigos! Pero antes de que nos separemos, quiero recordaros una vez más que, para nosotros, lo primero debe ser siempre la seguridad de la princesa Simorh y de su hija, la princesa Gamora. Si DiMag se empeña en seguir su propio camino, la pobre niña nunca volverá a abrir los ojos a este mundo.
Un capitán de baja estatura, pero corpulento, carraspeó de manera perceptible.
—La chica llegada del mar no representará ningún problema, en ese sentido —dijo—. Quien me preocupa un poco es… —y el hombre vaciló, indeciso ante la necesidad de referirse a Kyre delante de Vaoran, pero al fin continuó—: Ese que se hace llamar Lobo del Sol.