Espejismo (34 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

El tono empleado no dejaba lugar a dudas: si no era obedecido, llevaría a cabo su amenaza. Vaoran vaciló unos instantes, y sus ojos reflejaron la cólera que le producía verse humillado delante de sus compañeros. Luego bajó la espada poco a poco, hasta que la punta tocó el suelo.

DiMag miró entonces a Kyre. En los ojos del príncipe había duda, sospecha y, sobre todo, un inmenso cansancio. Abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, Brigrandon se adelantó y tocó ligeramente su brazo derecho.

—Mi señor y príncipe —dijo respetuosamente—. Kyre nos ha devuelto a la princesa Gamora.

—¿A Gamora?

Todo resto de color desapareció del semblante de DiMag, cuando por vez primera se fijó en la envuelta figura que Kyre sostenía en brazos. Se llevó el dorso de una mano a la boca y, durante una fracción de segundo, Kyre vio auténtico horror en su mirada… Horror a despertar en cualquier momento para encontrarse con que todo había sido un sueño. Por eso dijo:

—Es cierto, príncipe DiMag.

—Señor, yo… —se atrevió a intervenir de nuevo Vaoran, incapaz de contener la rabia, pero el príncipe se volvió en el acto hacia él.


¡Silencio!
—rugió.

Dio un paso más, cojeando, y apartó uno de los pliegues de la manta. Contempló largo rato la cara de su hija, luego cerró los ojos y se tambaleó. Brigrandon se apresuró a sostenerle, ya que parecía a punto de desplomarse, pero DiMag hizo un esfuerzo y se dominó. Dio una palmada de agradecimiento en el brazo al viejo preceptor, y musito:

—Busca un criado, Brigrandon, y mándalo en busca de la princesa Simorh… Debe venir enseguida a mis aposentos…

—Yo mismo iré, señor.

—No, no. Cuida tus piernas, amigo. Que vaya un criado. A ti te necesito en mis habitaciones… ¡Que suba también el aya de Gamora! Habrá que despertarla.

—Hay algo más que debéis saber, señor —señaló Brigrandon, a la vez que miraba indefenso a Kyre.

Este decidió que nada se ganaría escondiendo la realidad.

Por eso dijo con voz serena:

—Príncipe DiMag, vuestra hija ha sido embrujada. No logramos hacerla reaccionar.

—¿Embrujada? —inquirió el príncipe con el entrecejo fruncido, y luego se endureció su mirada—. Ya… —dijo—. Claro… Debería haber imaginado algo por el estilo… Es lo que soñó Simorh.

—¿Y quién la ha podido embrujar? —preguntó Vaoran.

El maestro de armas había recuperado la confianza en sí mismo, y su expresión era peligrosa. Kyre estaba apunto de darle una respuesta mordaz, cuando DiMag alzó una mano, impidiéndolo.

—Maestro de armas Vaoran —dijo el príncipe con voz gélida—. Por esta noche ya te he oído bastante. ¡No quiero más acusaciones, ni odios, ni venganzas personales! ¡Retírate a tus aposentos! —terminó, mirando duramente al soldado, que palideció.

—¡Esto es una injuria! ¡Esa criatura vuelve a rastras a Haven, después de habernos traicionado a todos, y vos…!


¡Me ha devuelto a mi hija!
—bramó DiMag—. ¡Y eso es mucho más de lo que tú y tus hombres habéis conseguido!

Vaoran se contuvo, pero al fin exclamó con desprecio:

—Sí, ha devuelto a la princesa, pero… ¡a qué precio!

DiMag le dirigió una breve y fulminante mirada, y luego dijo con increíble veneno en la voz.

—Te he ordenado marcharte. ¡Espero ser obedecido!

—Exijo, señor, que…

—¡No estás en situación de exigir nada!

La mano del príncipe sujetó con más fuerza la empuñadura de su espada, y Vaoran, desconcertado, dio un paso atrás.

—Retiraos todos ahora —dijo DiMag, de modo menos violento—. Mi hija me ha sido devuelta y, por el momento, es lo único que me importa. Podéis convocar al Consejo para mañana. Entonces tendréis un informe completo de mis propios labios. Hasta ese momento, mataré a cualquiera que se atreva a molestarme.

Repasó una vez más el grupo con sus fatigados ojos, y por fin detuvo la vista en Kyre.

—¡Llévala a mis aposentos! —dijo tranquilamente.

Mientras seguía al príncipe a través del pasillo, Kyre sentía de manera casi física el ardor del odio de Vaoran. DiMag aún poseía suficiente autoridad para hacer callar al maestro de armas en una confrontación directa, pero resultaba evidente que su posición se deterioraba rápidamente. Vaoran tenía amigos influyentes entre los consejeros y en el ejército. En sólo cuestión de días, podía sentirse lo suficientemente fuerte para intentar derrocar al príncipe. Y DiMag lo sabía. Kyre había visto en sus ojos la inquietud, la conciencia de que su futuro se balanceaba sobre el filo de un cuchillo. Cuando el Consejo se reuniese a la mañana siguiente y conociera todo lo sucedido en la ciudadela del mar, la desunión sería todavía mayor.

Los guardias apostados ante las puertas de las habitaciones de DiMag saludaron y se apartaron para dejarles pasar. Entraron en el primer aposento —doblemente familiar para Kyre, que ahora lo reconoció como el suyo de antaño— y Gamora fue cariñosamente depositada sobre el diván del príncipe. DiMag se sentó a su lado y empezó a frotar con ternura una de las manos de la niña, sin dejar de contemplarla. Kyre permanecía cerca, procurando no estorbar, y no habló hasta que Brigrandon volvió. DiMag alzó la vista cuando el anciano preceptor cerró la puerta tras de sí.

—No sé qué decirte, Lobo del Sol… —dijo entonces el príncipe—. Me has devuelto a mi hija, y eso es algo que jamás podré pagarte. Sin embargo, esto… —y señaló el inmóvil cuerpecillo de la niña—. No sé qué hacer, Kyre, ni qué pensar…

—¡Vive, príncipe DiMag! —intervino Brigrandon—. Al menos podemos dar gracias por eso. y si la princesa Simorh puede…


Si puede
—le cortó DiMag bruscamente, y volvió a mirar a Kyre—. ¿Quién ha hecho esto, muchacho? ¿Quién es el responsable?

—Se trata de Calthar, la bruja de los mares —contestó Kyre.

La expresión de DiMag se convirtió en una máscara de la que había desaparecido en un instante toda reacción, toda emoción.

—Calthar… —repitió el nombre, aunque Kyre se dio cuenta de que le costaba un gran esfuerzo pronunciarlo—. ¿De manera que aún gobierna?

Kyre asintió.

—Y ahora ha embrujado a mi hija…

El soberano se puso de pie y cruzó cojeando la estancia, en dirección a una pequeña mesa en la que había una botella y varias copas. Cuando se sirvió vino, la mano le temblaba.

—Debería estar muerta desde hace cincuenta años —murmuró, y su voz sonó más grave—. Su cuerpo, comido por los gusanos, tendría que haberse podrido cuando mi abuelo era todavía joven, y no seguir con vida hasta… hasta…

El angustiado DiMag sacudió la cabeza, incapaz de expresar lo que sentía.

—Lo sé —dijo Kyre, y algo en su voz hizo callar al príncipe.

Se encontraron sus ojos, y DiMag descubrió en el otro hombre el eco de los horrores presenciados en la ciudadela.

—Señor… —continuó Kyre—, en Calthar hay todavía mucha más maldad de la que os podáis imaginar. Lo que le ha hecho a Gamora es sólo el principio. Mucho peor es lo que piensa hacer… lo que hará, si no logramos impedirlo.

DiMag estudió su rostro durante unos segundos. Luego dijo:

—Explícame lo que sepas. Cuanto antes yo…

Pero se interrumpió al abrirse la puerta.

En el umbral estaba Simorh. Se cubría únicamente con una camisa de dormir, y tenía los asustados ojos muy abiertos. Enfocó con su aturdida mirada a un hombre y al otro, y después musitó con voz intranquila:

—¿DiMag…?

El príncipe señaló el lecho sin más palabras. Simorth se volvió, descubrió a Gamora y rompió a llorar.

Kyre y Brigandon prefirieron apartar la vista cuando la princesa cayó de rodillas con la cabeza inclinada sobre el cuerpo de la chiquilla, sacudida toda ella por unos sollozos que impresionaban todavía más por ser silenciosos y desesperadamente controlados. Kyre no conocía el aspecto maternal de Simorh, y su pena le conmovió. Intercambió una mirada con Brigrandon, pero ninguno pronunció palabra. El propio DiMag se hallaba de cara a la ventana, como si contemplara un mundo sólo suyo. Cuando Simorh alzó la cabeza, tenía el rostro lleno de lágrimas, y su voz tembló al gritar:


¿Quién le ha hecho eso a mi hija?

No necesitaba que le dijeran lo del encantamiento. Al igual que Talliann, lo había visto enseguida. Kyre hubiese podido responderle, pero DiMag hizo un gesto y le comunicó de modo casi áspero:

—Calthar.


¿Qué?

Los ojos de la princesa se estrecharon, y las piernas parecían no poder sostenerla cuando se puso en pie.

—Kyre nos ha devuelto a Gamora —explicó DiMag—, y trae noticias de que…

—¡Al diablo sus noticias! —chilló Simorh con una voz como el filo de una navaja—. Esa maldita bruja ha encantado a mi hija, y no estoy dispuesta a perder el tiempo escuchando cuentos… ¡Quiero que Gamora sea trasladada de inmediato a mi torre! —agregó, dando media vuelta—. Si algo puede hacerse, yo…

—¡Un momento, señora! —intervino Kyre.

Ella quedó paralizada y clavó en él unos ojos asombrados y enfurecidos.

—¿Cómo te
atreves
a…?

—¡Me atrevo porque es preciso! —la interrumpió Kyre—. Calthar ha hecho algo peor que embrujar a Gamora. Si no me escucháis ahora, todos vuestros esfuerzos por despertarla serán inútiles, porque… ¡dentro de cinco noches se propone destruir Haven con todas sus almas!

Simorh le miró anonadada, y DiMag añadió quedamente:

—La Noche de Muerte, ¿no?

—La Noche de Muerte, en efecto. Ellos lo llaman la Gran Conjunción. y se producirá dentro de cinco noches…

—Catorce —replicó Simorh con dureza, y los dos hombres se volvieron hacia ella—. No son cinco noches, sino catorce. Nuestros astrónomos lo han calculado.

Sin embargo, en su voz no había convicción.

—Pero vuestros astrónomos están equivocados —insistió Kyre—. Los habitantes del mar conocen exactamente el momento en que la Conjunción se producirá. y esta vez, Calthar se propone aniquilar Haven.

—¿Cómo puedes saberlo? —inquirió DiMag.

—Porque he estado en la ciudadela de las aguas con Gamora. Simorh estaba a punto de contestar furiosa, pero DiMag posó una mano en su brazo.

—¿La seguiste hasta allí? —preguntó.

—Sí, señor.

Simorh miró encolerizada a su esposo.

—¡No vas a creer en sus palabras, supongo! Si es cierto, si de veras estuvo entre esos demonios… ¿cómo pudo llegar hasta su plaza fuerte? ¿Y cómo logró rescatar a Gamora? Kyre pretende haber salvado a nuestra hija —señaló con increíble enojo—, pero lo más probable es que esté de acuerdo con nuestros peores enemigos… ¿Cómo podemos saber que su historia no forma parte de una trampa?

Se produjo un penoso silencio que se prolongó durante unos momentos. Luego dijo Kyre:

—Princesa Simorh…, yo no espero que vos confiéis en el hombre al que arrebatasteis del limbo. ¿Estaríais dispuesta, en cambio, a creer en la palabra de aquel cuyo nombre le pusisteis? ¿Confiaríais en el auténtico Lobo del Sol?

Brigrandon fue el primero en comprender las palabras de Kyre, y fue tal su impresión que se dejó caer en una silla. DiMag le miró lleno sorpresa.

—¿Qué te pasa, Brigrandon? —exclamó.

El preceptor no apartaba los ojos de Kyre y, al cabo de un instante, contestó:

—Sospecho, mi señor, que ha ocurrido algo que ninguno de nosotros podía imaginar. ¿Estoy en lo cierto, Kyre?

—Sí, mi amigo, ¡lo estáis!

Kyre extendió el brazo para mostrar el colgante de cuarzo sujeto a su muñeca con la cadena de plata.

—Cómo llegó a la ciudadela, es cosa que ignoro. Pero cuando Talliann lo depositó en mi mano, algo se despejó en mi mente y pude recordar quién soy en realidad.

DiMag preguntó en tono beligerante:

—¿Talliann?

Pero Brigrandon no le hizo caso. Contemplaba el colgante con un miedo casi infantil y después de mirar brevemente a Kyre para pedirle permiso, alargó un dedo para tocarlo con mucho respeto.

—Es éste —susurró al fin—. Tal como lo describen nuestros más antiguos documentos… ¡El amuleto del verdadero Lobo del Sol!

—¿Cómo? —gritó Simorh, acercándose con los ojos desmesuradamente abiertos y la emoción reflejada en su rostro—. ¡No…, no es posible!

DiMag se colocó a su lado y rodeó los hombros de su esposa con un brazo mientras estudiaba el colgante. Kyre se preguntó si se daba cuenta de su gesto. Cuando, finalmente, el príncipe alzó la vista, en sus ojos empezaba a relucir la comprensión.

Kyre esbozó una torcida sonrisa.

—Príncipe DiMag… En uno de nuestros primeros encuentros, me formulasteis una pregunta a la que no supe responder. Vuestras palabras fueron éstas:
«¿Ha reinn trachan, ni brachnaea poI arcath?»

Comprobó que el rostro del príncipe palidecía ante su perfecto acento, y repitió la pregunta en la lengua de DiMag:

—«¿Puede volver un príncipe, si su país se ha perdido?» Ahora puedo contestaros, señor, con esta frase:
«Kena halst reinn crechen ha brachnaea voed creich»
.

DiMag murmuró la traducción.

—«Sólo con la muerte del último príncipe puede morir realmente un país…»

Su voz era apenas perceptible, y Kyre sonrió más abiertamente.

—Incluso en mis tiempos, la antigua lengua era utilizada sólo por magos y escribas —dijo—. No es de extrañar, pues, que hoy día haya desaparecido casi del todo.

—¡DiMag! —exclamó Simorh, mirando al esposo con súbito horror—. ¡Eso no puede ser cierto! ¡Sé lo que yo hice, y me consta qué clase de criatura traje a este mundo! Lo que vos pensáis y decís… ¡no es posible!

—Señora —se interpuso Brigrandon, no sin todo el respeto—, vos creíais haber creado un hombre a imagen de Kyre, pero os equivocabais.

La mirada que Simorh le dirigió era furibunda, pero aunque luchaba por contradecirle, en sus ojos había aceptación.

Brigrandon sonrió a su soberana con infinita compasión e infinito respeto.

—Vuestros poderes llegaron más allá de lo que ninguno de nosotros hubiera podido soñar, princesa. ¡Habéis hecho volver del reino de los muertos a nuestro Lobo del Sol!

Entre varios sirvientes habían vuelto a transportar a Calthar a sus aposentos, pero ninguno de ellos se atrevió a penetrar en su sanctasanctórum. Y así, pulgada tras pulgada, ella tuvo que arrastrarse a través de la puerta que tanto espanto causaba a los demás, para desaparecer en la profunda oscuridad que reinaba al otro lado. Dejaba Calthar un rastro de sangre en el suelo, y su cara estaba contraída por el dolor, pero también por una incontenible y loca cólera. Lo primero pasaría. Lo segundo duraría más.

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