Kyre empezaba a temer que la pesadilla del puente no terminara jamás, cuando vio que la luz que marcaba su final, y que había parecido tan diminuta y lejana cuando iniciaran el cruce, brillaba a pocos pasos de él. Oyó el golpe de los desnudos pies de Talliann cuando saltó sobre la plataforma de piedra, y siguió con más valor, olvidando al amenazador vacío hasta que dejó el puente atrás.
Una vez superada la dura prueba intercambiaron una mirada de alivio, mucho más expresiva que cualquier palabra, y Talliann echó una tierna mirada a la envuelta forma que descansaba en los brazos de Kyre.
—Sigue dormida —murmuró él, e interiormente dio gracias por ello a los hados.
Si Gamora hubiese despertado mientras atravesaban el puente, probablemente se hubiera asustado, y a esas horas estarían muertos los tres.
Talliann hizo un gesto, y continuaron su camino. Del saliente partían dos estrechas escaleras hacia la altura, pero en vez de subir por ellas, como Kyre supuso en un principio, Talliann eligió un tramo que descendía hacia la oscuridad. Unos doce peldaños —que, aunque no eran nada en comparación con el puente, resultaron también bastante exasperantes— les condujeron a un túnel lateral que se abría en la pared de la caverna. Corrieron tanto como les fue posible a través de la oscuridad hasta que, por fin, divisaron algo más de luz y salieron a la cueva que daba al mar.
Una fría brisa les azotó el rostro. Kyre respiró y notó un sabor salino en la lengua. La cueva estaba desierta, iluminada sólo por una tenue fosforescencia procedente de las aguas que chapaleaban contra la roca, pocos palmos más abajo. Kyre apenas podía creer en la suerte que habían tenido hasta ese momento, pero, impulsado por la superstición, apartó de sí tal pensamiento, forzándose a no mirar atrás, y depositó en el suelo con todo cuidado a Gamora, cuando Talliann corrió hacia una pequeña oquedad en el otro extremo de la cueva.
—¡Aquí..! —jadeó, tirando de algo que las sombras impedían ver—. Las conchas…
Kyre acudió a ayudarla. En la oquedad había dos almejas gigantes, vacías desde hacía tiempo, y cuyas superficies, ahora alisadas, resplandecían delicadamente a la luz. El propio Kyre hubiese cabido en su interior, pues eran suficientemente grandes. En consecuencia, para Gamora constituirían un refugio confortable y perfecto.
Entre los dos arrastraron al exterior una de las enormes conchas bivalvas, y Talliann pasó las manos alrededor del borde para comprobar dónde se unían las dos partes. Se produjo de pronto un leve sonido, como de aire que escapara, y las dos valvas se abrieron con fuerza.
—¡Rápido! —dijo Talliann, cuyo rostro carecía de todo color en aquella extraña luz—. ¡Trae a la princesita!
Kyre volvió hacia el lugar donde había dejado a Gamora, y el corazón le dio un vuelco. La niña se había incorporado, con los ojos muy abiertos, y los desordenados bucles le caían sobre el rostro. Recorrió la cueva con la mirada, sorprendida, y preguntó con voz temerosa:
—Kyre… ¿Dónde estamos, Kyre? ¿Qué haces?
Talliann lanzó una pequeña exclamación y se cubrió la boca con una mano. Kyre se apresuró a estrechar la de la chiquilla entre las suyas mientras se arrodillaba junto a ella.
—No temáis, princesa… —murmuró, procurando dominar el temblor de su voz—. Estáis a salvo. No ocurre nada…
—¿A salvo? —repitió la niña, con desconfianza—. Pero si…
Tenía que decirle la verdad. Si mentía la niña lo adivinaría en el acto. Con una rápida mirada a Talliann, explicó:
—Regresamos a Haven, Gamora.
Durante unos segundos, la pequeña princesa quedó pasmada. Luego frunció el entrecejo, y las comisuras de sus labios se torcieron hacia abajo en un feo gesto.
—¡No! —declaró.
—Gamora…
—¡N o! —y una extraña luz empezó a centellear en los ojos de Gamora—. ¡No quiero!
—Escuchad, princesa, ¡os lo suplico! Es peligroso seguir aquí —añadió y, sin darse verdadera cuenta de lo que hacía, sacudió a Gamora por los hombros—. Si Calthar…
—¡Calthar es buena conmigo! —gritó Gamora, agresiva—. ¡Es mi amiga y la quiero! ¡No pienso volver a Haven! ¡Ahora, mi hogar es
éste
!
No había manera de discutir con ella, ni tampoco tiempo. Además, el hechizo de Calthar constituía una barrera imposible de vencer. Desesperado, Kyre miró a Talliann por encima del hombro.
—Prepara la concha —dijo, y mirando a Gamora agregó—: ¡Nos vamos, princesa, y vos venís con nosotros!
Mientras hablaba, la levantó del suelo, y a los ojos de la chiquilla asomó un alma adulta, terrible; una mirada de astucia y odio, y Kyre no tuvo tiempo de preguntarse por qué no se defendía la pequeña ya que, de repente, Gamora abrió la boca y gritó como poseída por todos los demonios:
—
¡Calthar! ¡Calthar!
…
—¡Gamora!
La voz de Kyre expresó miedo y furia por igual. Agarró con fuerza a la niña y corrió hacia donde Talliann aguardaba, junto a la concha. Gamora seguía gritando, sin que él pudiera hacerla callar y de pronto, los ojos de Talliann quedaron fijos y horrorizados en un punto que quedaba a espaldas de Kyre.
Una falange de hombres armados brotó de uno de los túneles, y las puntas de sus lanzas centellearon cruelmente reflejando la luminosidad del mar. Imposible contarlos. Podían ser diez, doce, quince, pero se movían con entrenada precisión, tratando de formar un abanico para rodear a las tres personas situadas en el saliente, de modo que sólo quedase un angosto e imposible espacio entre ellos y el agua.
Por el rabillo del ojo, Kyre vio cómo los labios de Talliann formaban palabras, como si rezara por su salvación, pero no pudo percibir ni un solo sonido. El círculo de guerreros se cerraba. A escasos centímetros del cuerpo de Kyre amenazaban las afiladas hojas…, hasta que un hombre, sin duda el jefe, se adelantó y, con los pies separados y el arma en arrogante y a la vez negligente postura, sonrió al mismo tiempo que decía:
—¡Deja a la niña en el suelo!
El corazón le latía violentamente a Kyre cuando, despacio, puso de pie a Gamora. Ésta se apartó en el acto de su alcance, mirándole con triunfante desafío.
—Bien.
El guerrero dio otro paso adelante y sintió satisfacción al ver que Kyre retrocedía ante la peligrosa punta de su lanza.
—¡Veamos, veamos de qué está hecho este perro terrestre! —dijo luego, y blandió la hoja de manera que rozó la clavícula de Kyre, y por un pelo no le hirió.
—
¡No!
—gritó Talliann, fuera de sí.
El hombre se pasó la lengua por los labios.
—
¡Sí,
señora! —contestó en un tono entre reverente y protector, aunque sin dejar de mostrar ante ella su autoridad— .Vos habéis sido la inocente víctima de una conspiración y mientras vuestros ojos no se abran a la realidad, debo exigiros obediencia. ¡Haced el favor de apartaros!
—¿Cómo te atreves? —replicó Talliann con voz tan estridente que resonó en la cueva contra el sordo rumor del mar; sus negros ojos relampaguearon al chillar—: ¡Deja en paz a Kyre! ¿Me oyes? ¡Déjale! ¡Obedéceme, o…!
El espanto le quebró la voz, y Kyre se dio cuenta de que sus desesperados esfuerzos por dominar al guerrero no darían resultado. La muchacha perdía el control de sí misma. Carecía de experiencia para hacerse obedecer. Sin embargo, le proporcionó la ocasión que necesitaba.
El guerrero volvió la cabeza en dirección a Talliann, con la vista fija en ella… Y Kyre le atacó.
El enemigo lanzó un grito de sorpresa cuando dos manos sujetaron el asta de su lanza. Instintivamente giró sobre sus pies, tratando de liberar el arma, pero Kyre hizo un movimiento brusco y le dio un puntapié. Su talón golpeó las costillas del soldado, y su grito se estranguló en un intenso alarido de dolor.
Cayó derribando consigo a cuatro de sus soldados hasta formar una maraña de pies y brazos, y Kyre le gritó a Talliann:
—¡Llévate a Gamora! No esperes… ¡Llévatela! No tuvo tiempo de ver si le obedecía, porque los guerreros se lanzaron encima de él y, de repente, se halló en medio de un caos de entrechocantes hojas de lanza. Oyó gritar a Gamora, y le pareció que protestaba; vio que su oponente se levantaba con el rostro contraído por la rabia, y entonces tuvo que luchar por su vida.
Debería haber sabido que la desigualdad era demasiado grande, y que el resultado de la pelea estaba decidido de antemano. Alguno de los soldados había sido rápido de pensamiento, y todo camino de huida hacia el mar quedó obstruido antes de que pudiera ocurrírsele utilizarlo. Estaba rodeado y si bien en unos instantes mató a dos guerreros e hirió a otros tres, era imposible vencer a tantos. Había ya en su cuerpo más heridas de las que podía contar, aunque ninguna de ellas bastaba para dejarle fuera de combate. Pero al fin, una punta de lanza agitada delante mismo de su cara le hizo agacharse, con lo que perdió el equilibrio y, en sus intentos de esquivar los ataques del arma, cayó al suelo. Algo chocó con terrible fuerza contra su sien, dejándole atontado. Kyre quedó boca abajo sobre la roca, con la propia lanza prisionera debajo del cuerpo. Dos guerreros le sujetaron los brazos y se arrodillaron encima de su espalda y de sus piernas antes de que pudiera ponerse de pie.
Le pareció oír unos desesperados sollozos que llegaban desde muy lejos y quedaban casi ahogados por el constante rumor del mar. Kyre tuvo la sensación de que tenía el agua dentro de su cabeza, rugiéndole en los oídos. Una de sus mejillas estaba apretada contra la húmeda y fría roca, y su confusa visión sólo alcanzaba a un palmo del suelo. Sólo podía distinguir unos pies y el malévolo brillo de una punta de lanza que se movía a escasos centímetros de su rostro. Alguien le apretaba dolorosamente un riñón con el pie. Se esforzó en no reaccionar, mientras vigilaba atentamente la lanza, que se levantó y quedó suspendida en el aire… Pese a lo absurdo de toda esperanza, Kyre todavía confiaba en poder adivinar el momento del inminente golpe y rodar a tiempo hacia un lado. De pronto, una voz sorprendentemente familiar cortó la confusión de voces y murmullos y ordenó silencio inmediato.
—
¡Basta!
La punta de la lanza rascó la roca cuando el soldado se tambaleó hacia atrás, y una oleada de náuseas atravesó el cuerpo de Kyre al oír la infantil voz de Gamora que, entre sollozos, gritaba con alivio:
—¡Calthar…!
Sintió Kyre que el estrecho círculo de soldados que le rodeaba se iba ensanchando, y en el silencio que se produjo percibió el sonido de las pisadas de Calthar en la roca, así como el crujido de su túnica, que le crispó los nervios. Cuando la mujer estuvo junto a él, su nariz venteó algo impuro.
—¡Levántate, Lobo del Sol! —dijo. Kyre contuvo la respiración y no se movió.
Ella lanzó un suspiro.
—Sé que estás consciente —prosiguió ella—, y que me oyes. ¡Levántate!
Él irguió la cabeza, no sin dolor. Calthar, a dos pasos de distancia, le miraba, y Gamora se mantenía a su lado. También la niña tenía la vista clavada en Kyre, pero en sus ojos persistía la expresión vacía, y su sonrisa no decía nada. Poco más allá, Talliann permanecía junto a la concha abierta. No apartaba la mirada del suelo de roca y, aunque Kyre no pudo verle bien la cara, sintió el halo de asustado fracaso que emanaba de su persona.
Durante unos momentos, Calthar no dijo nada, pero atravesaba a Kyre con los ojos, como si pudiera eliminar piel, carne y huesos para leer sus más escondidos pensamientos. Alzó luego una mano e hizo chasquear los dedos para llamar la atención de los soldados reunidos a sus espaldas.
—¡Marchaos!
Su tono exigía inmediata obediencia, y los hombres empezaron a retirarse. Kyre vio cómo se alejaban y, de pronto, notó un nuevo mareo en su estómago. Calthar descubrió en sus ojos el renovado relampagueo del temor, y sonrió. Seguidamente, alargó la mano y dijo:
—¡Ven aquí, Talliann, hija mía!
—N-no…
Talliann sacudió la cabeza. Todo su cuerpo se estremeció como si una garra invisible la hubiese zarandeado. Kyre se dio cuenta de que tenía los puños cerrados y pegados a los costados.
—No discutas conmigo, Talliann. ¡Ven aquí!
La voz de Calthar era suave, aduladora, letal.
Impulsada por una fuerza que no podía controlar, Talliann cruzó la cueva. A Kyre le recordó la desmañada y vacilante criatura que viera en la playa de guijarros; la extraña criatura que había llegado a ser bajo la influencia de la Hechicera. Sin embargo, su cara no reflejaba sumisión. Cada músculo estaba tenso a más no poder, y en sus mejillas brillaron lágrimas de amarga impotencia. Se detuvo a unos seis pasos de Calthar, y de repente cayó de rodillas, como si fuese incapaz de soportar por más tiempo el peso de su cuerpo.
Calthar hizo un gesto afirmativo, evidentemente satisfecha, y volvió a mirar a Kyre. Mientras éste observaba los movimientos de Talliann, se había dado cuenta de que la lanza aún permanecía debajo de él, y una de sus manos avanzó lentamente para agarrar el asta…
—¡No, Lobo del Sol! —dijo Calthar.
Su mano no avanzó más. La sacerdotisa bruja le sonreía de nuevo, pero en su sonrisa aleteaba la muerte. A continuación levantó una mano e hizo un gesto descuidado, como si apartara un pequeño y molesto insecto zumbador. Kyre perdió el equilibrio y cayó al suelo de repente, golpeándose el codo de manera muy dolorosa contra la roca. Y antes de que pudiese hacerse a un lado, Calthar adelantó un pie y, casi con despreocupación, arrojó la lanza lejos del alcance del joven. Luego dio un paso hacia él.
Talliann emitió un débil sonido, algo que no llegaba a ser sollozo, y la bruja clavó en ella unos ojos furibundos. La muchacha miró hacia atrás sin titubear, pero en su rostro había franca desesperación.
—¿Qué… que vais a… hacer?
—Chiquilla… —contestó Calthar con aquella peligrosa amabilidad, aterradora parodia de afecto—. Me has decepcionado. Los dos me habéis decepcionado. Y ahora tendréis que pagar el precio. Tú ya sabes cuál es, Talliann…
—
¡No!
—Sí.
Calthar miró a Kyre una vez más y, con toda brusquedad, dejó caer el resto de la máscara para revelar la verdadera naturaleza de su alma. Kyre la miró anonadado y, en un solo instante, revivió su primer encuentro, tan lejano ya en el tiempo, con aquella personificación del mal que le había conducido a la destrucción.
Calthar dijo:
—
¡Vas a verte ante las Madres, Lobo del Sol!