Espejismo (40 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

—¡Kyre…! —dijo Brigrandon con su voz tremendamente fatigada—. ¡Y pensar que casi habíamos abandonado ya toda esperanza…!

—Hay que avisar enseguida a DiMag… y a Simorh. Kyre se precipitó hacia la puerta, pero antes de que la alcanzara fue abierta desde fuera. En el umbral apareció Nirn, el joven sirviente de Brigrandon. Tenía la cara enrojecida y jadeaba. Entró en la estancia dando traspiés y cerró la puerta de golpe a sus espaldas.

—Maestro… Se acerca un destacamento de soldados…

—¿De soldados? —exclamó Brigrandon, perplejo, y Nirn hizo un gesto de afirmación mientras respiraba fatigosamente.

—Vienen en busca del Lobo del Sol… Para arrestarle… Ha habido un levantamiento, maestro… El príncipe ha sido depuesto, y…


¿Qué?
¿DiMag, depuesto? —repitió Brigrandon—. ¿Sabes lo que dices, Nirn?

—Un momento, Brigrandon —intervino Kyre, pidiendo con la mano al preceptor que callara, y dirigiéndose al criado—: ¿Estás seguro, Nirn?

—Sí, señor. Ha ocurrido hace apenas veinte minutos. Ha habido una asamblea en el Salón del Trono. La guardia personal había sido comprada, y Vaoran, el maestro de armas…

—Vaoran… —el asombro dio paso a la comprensión en los ojos del preceptor—. ¡
Vaoran,
claro! Pero no creí que fuese tan estúpido como para elegir un momento como éste.

—Al contrario. No lo pudo escoger mejor —dijo Kyre con amargura—. ¿Qué más sabes, Nirn?

—Poca cosa, señor. Sólo que todo parece haber sucedido sin contratiempos. Se habla de prisioneros, pero creo que no son muchos.

«¿Prisioneros?
iTalliann!»,
pensó Kyre, alarmado.

—¡Tengo que averiguar qué ha sucedido, Brigrandon! —exclamó en voz alta, echando a correr hacia la puerta.

—¡No, señor! —chilló Nirn—. Los soldados vienen a deteneros. ¡Si salís a la terraza, no podréis escapar!

—El muchacho tiene razón —señaló Brigrandon, nervioso—. Y con Vaoran en el poder, podéis estar seguro de que no piensan poneros una corona de laurel en la cabeza… ¿Os veis capaz de escapar por esa ventana? —preguntó después de recorrer la habitación con la mirada.

—Supongo que sí —contestó Kyre.

—Escapad, pues. En el exterior hay un pequeño huerto donde plantaban hierbas, y que ahora no se usa. No se ve desde ninguna parte, y crece en él mucha maleza. Yo despistaré lo mejor que pueda a los soldados y, luego, trataré de averiguar qué ocurre. Esperadme en el huerto hasta que yo mismo vaya a buscaros.

—Brigrandon…, no hay tiempo para escondrijos. Si pudiera llegar hasta el templo en ruinas…

—Nunca saldríais vivo del castillo, y menos aún de la ciudad. No discutamos, Kyre. ¡Si os encuentran aquí, entre los tres no podremos con ellos!

No le quedaba otro camino… Kyre subió a una mesa y, cuando Brigrandon abrió la ventana de un puñetazo, saltó afuera como pudo. El preceptor cerró y, en el mismo instante, en la terraza resonaron las fuertes pisadas de los hombres.

—¡Siéntate! —acució el preceptor a Nirn—. Siéntate donde estaba Kyre, extiende estos documentos a tu alrededor y simula que duermes. ¿Alguien te ha visto venir?

—No, maestro.

—Bien.

Brigrandon vaciló. Luego agarró una jarra medio llena de cerveza, vertió una buena cantidad en la copa que tenía junto a su propia silla y procuró derramar bastante.

—Nos encontrarán dormidos a los dos y, a mí, además, más que un poco borracho. Cuando nos despierten, diremos que estamos repasando manuscritos desde la mañana. y que Kyre estuvo aquí, sí, pero que se fue después del mediodía. Tú no sabes dónde puede estar, y yo, por mi parte, intentaré darles unas explicaciones bien confusas —agregó— ¿Has comprendido?

—Sí, maestro.

Nirn ocupó el lugar de Kyre y, cuando los soldados golpearon la puerta, ambos hombres tenían la cabeza apoyada en los brazos, los ojos cerrados, y Brigrandon roncaba pacíficamente.

—¿De modo que vos estáis convencido de que podéis hacer caer en una trampa a esa bruja del mar? —preguntó Simorh con cautela.

Vaoran así lo afirmó.

—Es la mejor posibilidad que podemos ofrecerle a la pequeña princesa. Y tened la certeza de que cada uno de mis hombres luchará con ella.

—Os creo, sí. Simorh se levantó para acercarse a la ventana. Al verla cambiar de sitio, el guardia apostado en la puerta se puso tenso, pero Vaoran le tranquilizó con un gesto. Simorh no constituía una amenaza. Ya se había encargado él de que todos sus instrumentos de magia fueran trasladados a un lugar donde la princesa no pudiera alcanzarlos. Aparte de eso, no era preciso tomar ninguna otra precaución. Además, Vaoran hacía con ella más progresos de los que había imaginado, por la simple razón de que conocía y aprovechaba su única debilidad: Gamora. Comprendía perfectamente la importancia de presentarse como paladín de la niña. y si su plan se veía coronado por el éxito, como esperaba que fuera, se habría ganado la eterna gratitud de Simorh y, a su debido tiempo, quizás esa gratitud se convirtiera en algo más.

—La muchacha será transportada a la playa cuando el sol se ponga, como inicialmente yo aconsejé al… al ex príncipe —explicó y mientras hablaba, no dejaba de observar el rostro de Simorh, para ver cómo reaccionaba ante el cambio de título dado a su esposo; pero la expresión de la soberana nada delató—. La trampa estará a punto y, si sólo Calthar acude a la cita, no hay motivo para creer que no morderá el anzuelo.

Simorh asintió.

—¿Y él… y Kyre?

Los labios de Vaoran se fruncieron.

—Siento decirlo, señora, pero podría constituir un peligro para nuestros planes y, por consiguiente, para la pequeña princesa. A mí no me cabe la menor duda de que intentó engañarnos con su afirmación de ser el verdadero Lobo del Sol, y sospecho que, incluso, podría estar de acuerdo con nuestros enemigos… —dijo y, después de mirarla, decidió correr el riesgo de ser sincero—. No podíamos arriesgarnos, señora, y… a estas horas, Kyre ya debe de estar muerto.

Con un tremendo esfuerzo, Simorh consiguió mantener la indiferencia de su rostro, aunque en su interior creyó hundirse.
¡Muerto…!
Con DiMag encerrado en sus aposentos, Gamora trasladada a «lugar seguro» y Talliann prisionera también, en espera de ser conducida a la playa, Kyre había constituido su última esperanza. y ahora ya no le quedaba nada.

Miró a través de la ventana. Las nubes empezaban a retirarse, y largas saetas de luz surcaban el panorama de la ciudad de un lado a otro. Como mucho, el sol tardaría dos horas en ponerse…

Detrás de ella sonaron pasos, y una mano se posó ligeramente en su hombro. Simorh se obligó a no estremecerse bajo el contacto con Vaoran, pero los músculos de su estómago se contrajeron involuntariamente.

—No desesperéis, señora —murmuró Vaoran con voz amable—. Haven triunfará. Estoy seguro de ello.

Simorh fue incapaz de contestarle. De haberlo intentado, hubiese perdido el control que tanto le costaba mantener, y quizá le hubiera escupido a la cara.

La mano se retiró de su hombro y, momentos después, la princesa percibió sus duras pisadas cuando Vaoran y el soldado se retiraban, dejándola a solas con un volcán de odio en las entrañas.

Capítulo 18

Brigrandon se jactaba de conocer los pasadizos poco frecuentados de Haven mejor que cualquier otra persona viva. Lo que nunca se había imaginado era que ese conocimiento pudiera resultar de gran utilidad en un momento de tan terrible urgencia.

Mientras caminaba a lo largo de la terraza hasta la entrada principal, le constaba que podía verle cualquiera que vigilara, y por eso tuvo buen cuidado de hablar solo y hacer eses, para cubrir las apariencias. Calculó que, para entonces, los soldados ya habrían registrado la Torre del Amanecer y que, al encontrarla vacía, se dispersarían por todo el castillo en busca de su presa y, de paso, maldecirían a Brigrandon por sus incoherencias de beodo. Kyre estaría a salvo. El dudaba seriamente que los soldados conociesen la existencia del pequeño huerto.

Entró por la puerta principal y se demoró un poco en el gran vestíbulo, como si hubiese olvidado adónde iba o qué pensaba hacer. Pasaron por su lado dos sirvientes, pero ignoraron su presencia. Al nuevo señor de Haven no le interesaba el viejo sabio borrachín y, siempre que no despertara las sospechas de nadie, le dejarían en paz.

Los criados se alejaron y durante unos momentos, reinó la tranquilidad en el vestíbulo, hasta que una delicada figura salió de las sombras de la escalera y le llamó con la mano. Brigrandon miró hacia atrás por encima del hombro, para cerciorarse de que nadie les veía, y corrió a su encuentro.

—¿Has recibido el mensaje de Nirn, Falla? ¿Qué hay de nuevo? —preguntó en un susurro.

La muchacha de cabellos negros se arrebujó en su capa.

—La princesa no está vigilada, maestro Brigrandon —dijo—. Puede moverse libremente por todo el castillo. Le he dicho que necesitabais verla con urgencia, y ahora baja para hablar con vos en vuestras habitaciones.

Brigrandon dio unas palmadas de agradecimiento en el hombro de la joven.

—¡Bien hecho, Falla! ¿Sabéis algo del príncipe?

La chica meneó la cabeza.

—No. Mi señora ha intentado verle, pero está demasiado vigilado. Todo cuanto sabemos es que sigue vivo.

—Bien. Ahora lo más prudente será que vuelvas a vuestra torre.

—Si puedo hacer algo más…

—Te lo mandaré decir, si acaso.

Brigrandon le dio otra pequeña palmada y se alejó a toda prisa.

Cuando abrió la puerta de sus aposentos, Simorh se levantó. Había estado acurrucada delante del hogar.

—Brigrandon… —dijo, y sólo la fuerza de la costumbre impidió que corriese a abrazarle—. Falla me ha transmitido vuestro mensaje… ¿Es cierto que Kyre vive?

El preceptor la tranquilizó con su sonrisa.

—Salvo que Vaoran se interese más por las hierbas medicinales de lo que yo me imagino, sí, mi señora.

Y al ver que Simorh fruncía el entrecejo, poco convencida, cruzó la estancia y abrió la ventana de golpe.

—¡Kyre! —llamó, en voz muy baja, que la suave brisa se encargó de transportar—. ¡Soy Brigrandon! Ya puedes regresar.

Entre los matorrales del descuidado huerto se produjeron unos crujidos, y apareció Kyre. Corrió agachado hacia la ventana, y Brigrandon le ayudó a subir.

—¡Princesa…! —exclamó Kyre con sorpresa y alivio, al verse delante de Simorh.

Pero pronto se dominó y después de quitarse las hojas secas del pelo y de la ropa, agregó:

—Al enterarme de lo sucedido, creí que…

—Y todo eso es cierto, Kyre —explicó Brigrandon—. Ahora es Vaoran quien manda en Haven. Controla tanto el Consejo como el Ejército. El príncipe es su prisionero, pero al menos sabemos que por ahora todavía vive.

—Y, para mí, Vaoran tiene otros proyectos —intervino Simorh con amargura, dando a entender de sobras lo que quería decir—. Por otra parte, eso me permite conservar de momento mi libertad —añadió con un estremecimiento.

—¿Qué hay de Talliann? —inquirió Kyre con angustia.

Sus ojos se encontraron con los de Simorh.

—La tienen prisionera, Kyre. Vaoran ya se encargó de exponerme su plan con todo detalle, porque supone que su preocupación por Gamora me hará inclinarme a su favor. Piensa mantener la cita con Calthar.

Kyre soltó una maldición y miró a Brigrandon.

—¿Qué hora es?

El preceptor adivinó lo que pensaba su joven amigo, y miró hacia la ventana.

—Falta menos de una hora para la puesta del sol.

—¿Todavía estará baja la marea?

El preceptor hizo un rápido cálculo mental y asintió.

—Sí; aún tendríais tiempo de llegar al templo.

Simorh miró nerviosa a uno y otro.

—¿Qué significa eso? No lo entiendo.

—Princesa… —dijo Kyre—. Cuando supimos que los hombres de Vaoran querían atraparme, Brigrandon y yo acabábamos de descubrir el paradero del perdido talismán de Talliann. Se halla en el templo en ruinas, debajo de la losa central del suelo de la cripta.

Simoth quedó atónita por unos instantes, pero enseguida apareció la llama de la esperanza en sus ojos.

—¡Por el Ojo…! ¿Estáis seguro, Kyre?

—No cabe ninguna duda.

—Entonces tenemos que recuperarlo y entregárselo a Talliann… Si las dos piedras pueden ser unidas…

—No podemos perder tiempo, señora —la interrumpió Brigrandon—. Si Vaoran se propone conducir a Talliann a la franja de guijarros cuando llegue el ocaso, tendrá que salir de aquí dentro de unos tres cuartos de hora, como máximo, y todas sus tropas irán pisándole los talones.

Tenía razón.

—Sólo nos queda una posibilidad —señaló Kyre—. Hay que interceptar el paso a los hombres de Vaoran.

—¿Y dónde pensáis encontrar suficientes hombres de confianza para enfrentaros a ellos y, sobre todo, en tan poco tiempo? —quiso saber Brigrandon—. Eso es imposible. No…

—¡Un momento!

Simorh alzó una mano. Tenía la vista fija en algo que había en un rincón de la estancia. Era la lanza de los guerreros del mar que Kyre se había llevado de la ciudadela de Calthar, y que estaba casi olvidada en los aposentos de Brigrandon.

—Dicen que la manejáis como un maestro —dijo Simorh—. ¿Es eso cierto?

—Sí.

—Tomadla, pues, y los dos iremos al templo. Ahora mismo; antes de que Vaoran y los suyos partan hacia allí.

—¡No podemos esperar vencerles, señora!

—No necesitaremos llegar a tanto. Con el amuleto en nuestras manos antes de que ellos aparezcan, no hará falta luchar. Existe un encantamiento —explicó, con ojos ardientes—, pero no se puede llevar a cabo sin los dos amuletos. Si logro recordarlo bien, y me creo capaz de ello, Vaoran no constituirá una amenaza para nosotros. Es posible que yo no sea un guerrero —añadió con una sonrisa astuta—, pero poseo otras habilidades igual de valiosas. Todo cuanto necesito es que vos me protejáis mientras realizo la labor.

Kyre vaciló, pero luego devolvió la sonrisa a Simorh, una sonrisa llena de respeto. ¡Tal vez aún existiera una posibilidad de salvación para todos ellos…!

—Señora —dijo, y besó la mano de la princesa—. ¡Todavía podemos derrotar a Calthar!

La despedida de Brigrandon fue corta pero intensa. Kyre y el preceptor se abrazaron con fuerza, ambos incapaces de hablar, porque se daban perfecta cuenta de que podía ser la última vez que se veían. Luego, Simorh estrechó contra sí a Brigrandon y le dio un sonoro beso en la mejilla.

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