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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (16 page)

Genar-Hofoen se descubrió reflexionando una vez más sobre el equilibrio entre desarrollo y entretenimiento que tenía que alcanzarse en el seno de cualquier especie candidata a terminar siendo una de las participantes en el gran juego de las civilizaciones galácticas. La teoría dominante en la Cultura sostenía que la Afrenta pasaba demasiado tiempo cazando y demasiado poco dedicándose a comportarse como una especie astronavegante responsable (aunque, por supuesto, la Cultura era lo bastante sofisticada para saber que ese no era más que su, desde luego, subjetivo modo de ver las cosas. Y, además, cuanto más tiempo pasasen los Afrentadores entretenidos en sus reservas y divirtiéndose con sus historias de caza y en sus fiestas, menos tendrían para recorrer su rincón de la galaxia haciendo toda clase de barbaridades).

Pero si a la Afrenta no le gustara tanto cazar, ¿seguiría siendo la Afrenta? La caza, y más aún la forma altamente cooperativa de caza en tres dimensiones que practicaba la especie, requería una inteligencia avanzada, y generalmente –aunque no siempre– era la inteligencia lo que llevaba a las especies al espacio. La mezcla necesaria de sentido común, inventiva, compasión y agresividad variaba en cada caso. Tal vez, si tratabas de conseguir que la caza perdiera parte de su atractivo para la Afrenta, solo pudieras conseguirlo volviendo a sus miembros menos inteligentes e inquisitivos. Era como jugar. Es divertido en su momento, cuando eres un niño, pero es también un entrenamiento para cuando seas adulo. La diversión es algo muy serio.

Seguía sin haber ni rastro de cacerías o manadas de presas. Solo unas pocas y finas esteras y tapices verticales de vida vegetal flotante. Sin duda, algunos de los animales de menor tamaño de los que se alimentaban las especies depredadoras estarían allí, comiendo de las membranas y sacos de gas de la flora, pero desde tan lejos, con la neblina que impedía una inspección más detenida, eran invisibles.

Genar-Hofoen se reclinó. No había asiento en el que hacerlo porque el coche del monorraíl no había sido construido para los humanos, pero el traje de gelcampo estaba imitando los efectos de una silla. Llevaba el chaleco y la pistolera de costumbre. A los pies tenía su guarda-todo de gelcampo. Lo miró un momento y a continuación le dio un golpecito con el pie. No parecía gran cosa para llevarse a un viaje de ida y vuelta de seis mil años luz.

~
Bastardos
–dijo el módulo en su cabeza.

~ ¿Qué? –le preguntó.

~
Parece que les gusta dejarlo todo para el último momento
–dijo el módulo con tono de fastidio–.
¿Sabes que acabamos de concluir las negociaciones para el alquiler de las naves? Quiero decir, se supone que
sales
dentro de diez minutos. ¿Cuánto pensaban retrasar las cosas esos maníacos?

~
¿Naves? ¿En plural?

~
Naves. En plural
–dijo el módulo–.
Han insistido en que alquiláramos tres de sus ridículos tubos. Cualquiera de los cuales podría alojarme con facilidad, por cierto. Aunque ese es otro tema. ¡Pero tres! ¿No te parece increíble? ¡Para ellos es prácticamente una flota!

~ Deben de necesitar el dinero.

~
Genar-Hofoen, ya sé que te parece divertido ser el causante de que se transfieran fondos a la Afrenta pero te diría, de no saber que es a todos los efectos una pérdida de tiempo, que el dinero es poder, el dinero es influencia y el dinero es efecto.

~
El dinero es efecto –repitió Genar-Hofoen–. ¿Esa es tuya, Scopell-Afranqui?

~
La cuestión es que cada vez que hacemos una donación de medios adicionales a la Afrenta, contribuimos en la práctica a sus impulsos expansionistas. Y eso es inmoral.

~ Mierda, les dimos la tecnología necesaria para construir Orbitales. Comparado con eso, ¿qué son unas pocas deudas de juego?

~
Eso era diferente. Solo lo hicimos para que dejaran de invadir tantos planetas y porque no confiaban en los Orbitales que fabricábamos para ellos. Y no estoy hablando de tus deudas de juego, por muy extravagantes que puedan ser, o de tu insólito hábito de aumentar el precio de los sobornos. Estoy hablando del coste de alquilarle a la Afrenta tres Cruceros Pesados de clase Nova, con sus tripulaciones, durante dos meses.

Genar-Hofoen estuvo a punto de echarse a reír a carcajadas.

~ Circunstancias Especiales lo ha cargado en
tu
cuenta, ¿verdad?

~
Por supuesto que no. Estaba pensando en términos generales.

~
¿Y qué coño se supone que iba a hacer? –protestó–. Esta es la forma más rápida de llegar a donde Circunstancias Especiales quiere que llegue. La culpa no es mía.

~
Podrías haber dicho que no.

~ Podría haberlo hecho. Y tú te habrías pasado un año entero incordiándome por no haber cumplido con mi deber para con la Cultura.

~
Seguro que ese es el único motivo
–dijo Scopell-Afranqui, haciendo un mohín, mientras el coche se detenía. El módulo cortó el enlace con un ostentoso "clic".

Capullo
–pensó Genar-Hofoen cuando no pudo oírlo.

El coche del monorraíl atravesó otras dos paredes de sección y salió al fin a una zona industrial de aspecto abarrotado en la que los esqueletos de las naves Afrentadoras cuya construcción acababa de empezar se elevaban entre la niebla como inapropiadas colecciones de columnas vertebrales y costillas, ornamentos elaborados en el interior de la superestructura de mayor tamaño de contrafuertes y columnas que sustentaba el propio hábitat. El coche continuó frenando hasta detenerse en el interior de un tubo de red adosado a uno de los elementos estructurales. A continuación empezó a descender, casi en caída libre.

El coche vibraba. De hecho, estaba traqueteando. Genar-Hofoen se había criado en un Orbital de la Cultura, donde solo los vehículos deportivos y las cosas que uno construía por diversión vibraban. Los sistemas de transporte normal raramente hacían ruido, salvo para preguntar a sus pasajeros en qué piso debían parar o si querían que cambiara los aromas de a bordo.

El coche atravesó un piso a toda velocidad y salió a un gigantesco hangar en el que las naves a medio construir se elevaban como pináculos punzantes en medio de la superestructura de finas vigas envueltas en niebla que había debajo. Los cascos de las naves pasaron a toda velocidad por un lado.

~
¡Wee-hee!
–dijo el traje de gelcampo, que según parece pensaba que la caída libre de los Afrentadores era para caerse de risa.

~ Me alegro de que te estés divirtiendo –pensó Genar-Hofoen.

~
Confío en que te des cuenta de que sí esta cosa se estrella, ni siquiera yo podré impedir que te rompas la mayoría de los huesos
–le informó el traje.

~ Si no puedes decir nada útil, cierra la puta boca –le dijo.

Otro piso salió al paso del coche. Cayó a plomo por un vasto salón lleno de niebla en el que las naves Afrentadoras casi terminadas se levantaban como rascacielos dentados. El coche se detuvo con una sacudida y un chirrido cerca del suelo del colosal espacio –el traje se cerró a su alrededor para compensar la caída, pero Genar-Hofoen pudo sentir que sus tripas hacían cosas extrañas bajo los efectos de la gravedad adicional– y a continuación cruzó un par de esclusas de aire y se adentró rugiendo por un oscuro túnel.

Salió por un extremo de la parte inferior del hábitat, donde una sucesión de muelles con forma de gigantescas cajas torácicas se perdía de vista tras el horizonte del pequeño mundo. La mitad aproximada de los muelles estaban ocupados, algunos de ellos por naves de la Afrenta y otros por embarcaciones de otras especies. Tres enormes naves de color oscuro, cada una de las cuales tenía una forma que parecía modelada cogiendo una bomba de una edad pasada y clavándole toda clase de espadas, cimitarras y armas punzantes de una era aún más antigua y magnificando a continuación el resultado hasta que cada una de ellas superara los dos kilómetros de longitud. Aguardaban en sus muelles, a pocos kilómetros de allí. El coche dio una vuelta y se encaminó hacia ellas.

~
Las excelentes naves
Tajasacos II, Lanza de terror y Besa la hoja –anunció el traje mientras el coche volvía a frenar y las bulbosas y negras formas de las naves aparecían entre las estrellas.

~ Encantadas, estoy seguro –dijo Genar-Hofoen recogiendo su guarda-todo. Estudió las tres naves en busca de las cicatrices que indicarían que eran veteranas. Estaban allí: una delicada tracería de líneas curvas, gris claro sobre gris oscuro y negro, distribuidas sobre las espinas, las hojas y el casco de la nave que se encontraba en el centro indicaba un impacto probablemente oblicuo de un arma de plasma (que hasta Genar-Hofoen, que encontraba aburridas las armas, era capaz de reconocer). Unas abolladuras grises y borrosas, como cardenales concéntricos, en esa misma nave y en la que se encontraba más cerca de ella eran el testimonio de otro sistema de armas y las finas líneas rectas que recorrían diversas superficies de la última nave parecían los efectos de una tercera.

Por supuesto, las naves de la Afrenta, como las de cualquier otra civilización razonablemente avanzada, contaban con sistemas de reparación automática y las marcas que se les había dejado no eran más que eso, marcas. Su grosor no excedía al de una capa de pintura y, desde luego, no afectaban a su capacidad operativa. No obstante, los Afrentadores creían lo apropiado que sus naves –al igual que ellos mismos– lucieran las cicatrices que testimoniaban el honor de la batalla, de modo que permitían cierta imperfección en los sistemas de reparación de sus naves de guerra a fin de dejar constancia del origen de la gloriosa reputación de su flota.

El coche se detuvo directamente bajo la nave del centro, en medio de un bosque de tuberías y tubos gigantes que desaparecían en el vientre de la embarcación. Los crujidos, ruidos sordos y siseos provenientes del exterior del coche indicaban que todo estaba haciéndose a conciencia. Un sello escupió un chorro de vapor y se abrieron las puertas del coche. Al otro lado había un pasillo. Una guardia de honor de Afrentadores se puso firme al instante. No por él, claro, sino por Cinco Mareas y el Afrentador ataviado con el uniforme de Comandante de la Marina que marchaba a su lado. Medio flotando y medio caminando, sacudiendo las palas en el aire e impulsándose por el suelo con los miembros colgantes, los dos se le acercaron.

–¡Aquí está nuestro invitado! –gritó Cinco Mareas–. Genar-Hofoen, permíteme que te presente al comandante Bontambor VI, de la tribu de la Esquina Afilada y del crucero pesado
Besa la hoja.
Y bien, humano, ¿preparado para nuestra pequeña excursión?

–Sí –dijo, y salió al corredor.

IV

Ulver Seich, joven de apenas veintidós años de edad, afamada Sobresaliente Académica desde los tres, elegida Estudiante Más Deliciosa de su universidad durante los últimos cinco y responsable de la ruptura de más corazones en Roca Phage que nadie desde los tiempos de su legendaria tátara-tátara-tatarabuela había sido sumariamente sacada a rastras de su baile de graduación por el dron Churt Lyne.

–¡Churt! –dijo, apretando los puños dentro de los largos guantes negros e inclinando la cabeza hacia delante. Sus altos tacones repicaron en la madera taraceada del suelo del vestíbulo–. ¿Cómo te
atreves?
¡Estaba bailando con un chico maravilloso! ¡Era absolutamente, absolutamente
guapísimo!
¿Cómo has podido hacerme esto?

El dron la adelantó y abrió las antiquísimas puertas manuales del vestíbulo de la sala de baile. Su cuerpo de tamaño maletín rozó con un crujido la cola de su vestido mientras lo hacía.

–Lo siento más de lo que me es posible expresar con palabras, Ulver –le dijo–. Y ahora, no nos demoremos, por favor.

–Cuidado con mi cola –dijo ella.

–Perdona.

–Era
guapísimo
–dijo Ulver Seich con vehemencia mientras caminaba tras el flotante dron hacia las puertas del metro de larga distancia por un pasillo con suelo de piedra y jalonado por cuadros y vitrinas con plantas.

–Si tú lo dices, lo creeré –dijo el dron.

–Y le gustaban mis
piernas
–dijo ella mirando la falda acuchillada de su vestido. Sus largas piernas estaban envueltas en una completa negrura. Llevaba unos zapatos violeta a juego con el vestido. La corta cola la seguía con movimientos rápidos y sinuosos.

–Son unas piernas preciosas –asintió el dron mientras señalaba los controles del metro de larga distancia para apremiarla.

–Ya lo creo –dijo ella. Sacudió la cabeza–. Era guapísimo.

–Estoy seguro.

La muchacha se detuvo de repente.

–Voy a volver. –Giró en redondo con movimientos un poco inseguros.

–¿Qué? –aulló Churt Lyne. El dron se interpuso en su camino. Estuvo a punto de llevárselo por delante–. ¡Ulver! –dijo la máquina con tono de furia. Su aura de campo despidió un destello blanco–. ¡En serio!

–Apártate de mi camino. Era guapísimo. Es mío. Se merece tenerme. Vamos. Muévete.

El dron no se apartó. La chica volvió a apretar los puños y sacudió uno de ellos frente a su parte delantera mientras daba un pisotón en el suelo. Hizo un mohín de disgusto.

–Ulver, Ulver –dijo el dron mientras, con delicadeza, le cogía las manos con los campos de manipulación. Ella echó la cabeza hacia delante y frunció el ceño con todo el enfado posible frente a la banda sensorial de la máquina–. Ulver –volvió a decir esta–. Por favor. Escucha, esto es...

–¿Y qué es lo que pasa, por cierto? –chilló.

–Ya te lo he dicho: algo que tienes que ver. Una señal.

–Bueno, ¿y no me la puedes enseñar
aquí?
–Miró a su alrededor, los retratos iluminados con suavidad y las variadas frondas, trepadoras y parasoles de las urnas–. ¡No hay nadie!

–Porque no
funciona
así –dijo Churt Lyne con tono de exasperación–. Ulver,
por favor,
esto es importante. ¿Sigues queriendo ingresar en Contacto?

Ulver suspiró.

–Supongo que sí –dijo, poniendo los ojos en blanco–. Ingresar en Contacto y salir a explorar...

–Bueno, pues esta es tu invitación.

Le soltó las manos.

Ella volvió a levantar la cabeza. Su cabello era una artística maraña de rizos negros salpicado de diminutos globos de oro, platino y esmeralda rellenos de helio. Rozó la parte delantera del dron como un nubarrón muy decorativo.

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