La línea solar estaba poniéndose cuando regresó a la torre, sin aliento y sudando todavía. Se dio una ducha, y cuando estaba sentándose junto al fuego de leños que la torre había encendido para que se le secara el pelo de forma natural, el ave negra, Gravious, golpeó una vez la ventana y desapareció.
Se arrebujó en la bata mientras la figura alta y negra de Amorphia subía las escaleras y entraba en la habitación.
–Amorphia –dijo mientras se recogía el pelo todavía húmedo en la capucha de la bata–. Hola. ¿Puedo ofrecerte algo?
–No. No, gracias –dijo el avatar recorriendo con una mirada nerviosa la sala circular.
Dajeil señaló una silla mientras ella misma tomaba asiento en un sillón junto al fuego.
–Siéntate. –Dobló las piernas y se sentó sobre ellas–. ¿Y qué te trae aquí hoy?
–Yo... –empezó a decir el avatar, y se tiró del labio con los dedos–. Vaya, parece –volvió a empezar y entonces vaciló una vez más. Aspiró hondo–. La hora –dijo y se detuvo, con aire confuso.
–¿La hora? –dijo Genar-Hofoen.
–Ha... llegado –dijo Amorphia con expresión avergonzada.
–¿Para los cambios de los que hablabas?
–Sí –dijo el avatar, con tono de alivio–. Sí. Para los cambios. Tienen que empezar. De hecho, ya han empezado. Lo primero es reunir los animales y realizar el... –Volvió a parecer confuso y frunció el ceño–. El... el de-paisajismo. –Tragó saliva. En su prisa por decirlas, las siguientes palabras se le trabucaron en la lengua–. La un-geometri... la un-geomorfologización. ¡La... la pristinización! –dijo, casi con un grito.
Dajeil sonrió, tratando de no demostrar el pánico que sentía.
–Ya veo –dijo con lentitud–. Así que, por fin va a ocurrir.
–Sí –dijo Amorphia, respirando pesadamente–. Sí, así es.
–¿Y tendré que abandonar la nave?
–Sí. Tendrás que abandonar la nave. Lo... lo siento. –De repente, el avatar parecía embargado por el pesar.
–¿Dónde tendré que ir?
–¿Dónde? –Confuso.
–¿Dónde vais a parar, o dónde me vais a llevar? ¿A otra nave, a un hábitat, a un O o un planeta, a una roca? ¿Qué?
–Yo... –el avatar volvió a fruncir el ceño–. La nave no lo sabe todavía –dijo–. Las cosas están organizándose.
Dajeil miró a Amorphia un momento, mientras acariciaba de forma ausente su vientre hinchado por encima de la bata.
–¿Qué está pasando, Amorphia? –preguntó, haciendo un esfuerzo para mantener la voz en calma–. ¿Por qué está ocurriendo todo esto?
–No puedo... no hay necesidad... no hay necesidad de que lo sepas –dijo el avatar con titubeos. Parecía exasperado. Sacudió la cabeza como si estuviera enfadado y su mirada se levantó y recorrió la habitación, como si estuviera buscando algo.
Finalmente, volvió a posarse sobre ella.
»Tal vez pueda contarte más, en el futuro, si accedes a permanecer a bordo... hasta que llegue un momento en que solo pueda evacuarte en otra nave.
Dajeil sonrió.
–No parece muy difícil. ¿Significa eso que puedo quedarme más tiempo aquí?
–Aquí no. La torre y todo lo demás habrán desaparecido; significará vivir dentro. Dentro del VGS.
Dajeil se encogió de hombros.
–Está bien. Supongo que puedo soportarlo. ¿Cuándo ocurrirá todo eso?
–Dentro de un día o dos –dijo Amorphia. Entonces puso cara de preocupación y se inclinó hacia delante–. Existe... existe la... existe la posibilidad de que... Podrías correr un leve riesgo si permaneces a bordo hasta entonces. La nave hará todo lo que pueda para minimizarlo, por supuesto, pero la posibilidad existe. Y podría ser... –Amorphia sacudió la cabeza bruscamente–. Me... a la nave le gustaría que permanecieras a bordo, si es posible, hasta entonces; podría ser... importante. Bien. –Por su expresión, pareció como si el avatar se hubiera sobresaltado a sí mismo. Dajeil recordó de repente una ocasión en que un niño muy pequeño se había tirado un pedo en sus brazos. La expresión parpadeante de completa sorpresa que se dibujó en su rostro no era muy diferente de la que había aparecido ahora en la cara de Amorphia. Tuvo que contener el impulso de echarse a reír pero de todas maneras el impulso desapareció por sí solo cuando, como impelido por el pensamiento, el niño se agitó en su interior. Se llevó una mano al vientre–. Sí –dijo Amorphia, asintiendo vigorosamente–. Sería
estupendo
que te quedaras a bordo... podría hacer mucho bien.
Se quedó allí sentado, mirándola fijamente, jadeando como si hubiera hecho un gran esfuerzo.
–Entonces será mejor que me quede, ¿no? –dijo Dajeil, procurando mantener la voz controlada y en calma.
–Sí –dijo el avatar–. Sí; sería muy de agradecer. Gracias. –Se levantó de repente, como impulsado por un resorte interior. El movimiento sobresaltó a Dajeil; estuvo a punto de dar un respingo–. Ahora tengo que irme –dijo Amorphia.
Dajeil bajó las piernas y se levantó también, aunque más despacio.
–Muy bien –dijo, mientras el avatar se encaminaba a la escalera que discurría por la pared de la torre–. Confío en que me cuentes más en un futuro.
–Por supuesto –musitó el avatar y a continuación se volvió, hizo una reverencia rápida y desapareció entre en las escaleras un ruido de pasos apresurados.
Momentos después se oyó un portazo.
Dajeil Gelian subió hasta el parapeto de la torre. Una brisa se prendió de la capucha de su bata y liberó su pesado y aún mojado cabello. La línea solar se había puesto, inundando el firmamento de reflejos de color dorado y rubí y convirtiendo el horizonte de estribor en una frontera teñida de un violeta borroso. El viento cobró mayor fuerza. Era frío.
Amorphia no regresaba andando aquella noche. Tras atravesar la estrecha vereda que recorría el jardín cercado de la torre y salir por la puerta orientada a tierra firme, se levantó en el aire sin la ayuda de mochila AG ni traje volador algunos, al menos que ella pudiera ver, se alejó volando como una mancha oscura y pequeña y desapareció unos segundos más tarde sobre el extremo del acantilado.
Dajeil levantó la mirada. Había lágrimas en sus ojos y eso la contrariaba. Sorbió por la nariz, furiosa, y se secó las mejillas. Tras unos pocos parpadeos, la visión del cielo volvió a ser clara.
En efecto, había empezado.
Una bandada de las criaturas dirigibles estaba descendiendo en dirección a los acantilados desde las nubes moteadas de rojo que había sobre ella. Al mirar con más detenimiento, avistó a los drones que las dirigían. Sin duda, en aquel mismo momento, la escena estaría repitiéndose tanto bajo la superficie del mar, detrás de la torre, como en las alturas, en la región de furiosa temperatura y aplastantes presiones que imitaba el medio de un gigante gaseoso.
Las criaturas dirigibles titubearon en los cielos. Frente a ellas, un área entera del acantilado, de casi un kilómetro de anchura y medio de altura, se plegó sobre sí misma, como si tal cosa, en cuatro secciones perfectas que desaparecieron en el interior de cuatro salas enormes y luminosas. Las criaturas, más tranquilas, fueron dirigidas hacia una de las aberturas. Por todas partes otras secciones del acantilado estaban haciendo trucos parecidos. Los espacios revelados de este modo estaban llenos de luz. Toda la ladera de grisáceos derrubios –de más de veinte kilómetros de longitud y cien metros de profundidad y de altura– estaba plegándose y convirtiéndose en ocho gigantescas V. Varios miles de millones de roca real serían almacenados en compartimientos reforzados para ser sometidos sin duda a los procesos de transformación previstos para el mar y la atmósfera gaseosa.
Un temblor titánico sacudió el suelo y estremeció la torre entera, y saltaron enormes nubes de polvo al aire gélido mientras la roca desaparecía. Dajeil sacudió la cabeza –y su cabello húmedo le azotó los empapados hombros de la bata– y a continuación se dirigió a la puerta que conducía al interior de la torre, con el propósito de buscar refugio allí antes de que llegaran las nubes de polvo.
El ave negra, Gravious, se posó en su hombro. Se la sacudió de encima y el ave aterrizó sobre el borde de la trampilla abierta, batiendo furiosamente las alas.
–¡Mi árbol! –chillo dando saltos de una pierna a otra–. ¡Mi árbol! Se lo han... yo... mi... ¡Ya no está!
–Es una lástima –dijo Dajeil. El estruendo de una nueva avalancha de rocas partió los cielos–. Quédate donde me lleven a mí –le dijo al pájaro–. Si te dejan. Y ahora quita de en medio.
–¡Pero mi comida para el invierno...! ¡Ha desaparecido!
–El
invierno
ha desaparecido, estúpido pajarraco –le dijo. El ave negra dejó de moverse y se quedó allí posada, con la cabeza ladeada e inclinada hacia delante, mirándola fijamente con el ojo derecho, como si estuviera tratando de captar algún eco de lo que había dicho que bastara para explicar el significado de sus palabras–. Oh, no te preocupes –le dijo–. Estoy segura de que encontrarán un buen sitio para ti. –La espantó con las manos y el ave se alejó batiendo ruidosamente las alas.
Un último terremoto de sonido recorrió la torre de arriba abajo. Dajeil Gelian se volvió hacia las grisáceas nubes iluminadas por el crepúsculo y vio que brillaban a su través las luces de los compartimientos de carga que había detrás, como señalando el fin de la farsa de naturaleza y la reaparición del tejido de la forma auténtica de la nave.
El Vehículo General de Sistemas
Servicio durmiente.
Había dejado de ser su galante protector y una gigantesca reserva de caza... Parecía que, finalmente, la gran nave había encontrado algo en lo que merecía la pena implicarse, algo que estaba más acorde con la magnitud de su poder. Le deseó suerte, aunque no sin temor.
El mar parecido a la piedra
–pensó. Se volvió y descendió a la calidez de la torre, mientras daba unas palmaditas a la hinchazón de su bebé, sumido en un sueño sin sueños–.
Un invierno muy severo, sí. Más severo de lo que ninguno de nosotros esperaba.
Leffid Ispanteli trataba desesperadamente de recordar el nombre de la chica con la que estaba. ¿Geltri? ¿Usper? ¿Stemli?
–¡Oh, sí, sí, jjjjodeerrrr! ¡Dioses,
si!
Más, más; ahora, ¡sí! ¡Ahí! ¡Ahí! ¡Eso es, oohh...!
¿Soli? ¿Getrin? Ayscoe?
–¡Oh, joder! ¡Ahí! ¡Más! ¡Más fuerte! Sí... Sí... ¡Ahora!
...
¡
Aah!
¿Selas? ¿Serayer? (Maldición, qué poco caballeroso por su parte.)
–¡Oh, dulce providencia, sí! ¡Oh, JODER!
No era de extrañar que no pudiera acordarse de su nombre. La chica estaba organizando tamaño escándalo que lo raro era que pudiese pensar. No obstante, él siempre había sido de la opinión de que los tíos no debían quejarse por cosas así. Siempre era agradable que lo apreciaran a uno. Aunque fuera el yate el que estuviera haciendo la mayor parte del trabajo.
El diminuto yate de alquiler siguió estremeciéndose y brincando debajo de ellos, describiendo espirales y curvas por el espacio, a pocos cientos de kilómetros del enorme mundo estepario llamado Grada.
Leffid ya había utilizado pequeños yates como aquel en el pasado. Tú programabas un rumbo movidito en sus ordenadores y ellos se encargaban de hacer la mayor parte del trabajo de balanceo y bombeo, al tiempo que mantenían la suficiente gravedad aparente para que pudieras sujetarte sin tener que experimentar una terrible sensación de
peso.
Si incluías intervalos de encendido y apagado del motor, conseguías momentos de deliciosa caída libre, y poco a poco la nave iba alejándose del gran mundo, de tal modo que la vista por las portillas ganaba gradualmente en majestad conforme el cónico hábitat, girando lentamente y resplandeciendo bajo la luz de la estrella del sistema, iba apareciendo a la vista. En su conjunto, una forma estupenda de practicar el sexo, en serio, siempre que uno contara con una pareja apropiada y bien dispuesta.
–¡Au! ¡Au! ¡
Auuuuiaui!
¡Más fuerte! ¡Empuja, empuja, empuja! ¡Sí!
La chica le sujetaba y dirigía sus caderas, le acariciaba la emplumada cabellera y utilizaba la otra mano para tocarle la parte inferior del vientre. Sus enormes ojos oscuros resplandecían, una miríada de luces diminutas que echaban chispas en algún lugar de su interior, formando vértices palpitantes de color e intensidad que variaban deliciosamente con la intensidad de su placer.
–¡Vamos! ¡Sí! ¡Vamos! ¡Más! ¡Más! ¡Aaaarrrrhhh!
Maldición;
¿Cómo
se llamaba?
¿Geldri? ¿Shokas? ¿Esiel?
Misericordia; ¿y si ni siquiera era un nombre de la Cultura? Antes había estado seguro de ello, pero ahora empezaba a pensar que tal vez no lo fuera. Eso lo hacía todo más difícil. Más excusable, es posible, pero desde luego más difícil.
Se habían conocido en la fiesta que el embajador homomdano había dado para celebrar el inicio del sexagésimo cuadragésimo quinto Festival de Grada. Como el tema de aquel año era el Primitivismo, Leffid había decidido hacerse extraer el randa neural durante el mes que duraría el Festival para contribuir de alguna manera a las celebraciones. Había escogido el randa neural porque a pesar de que no requería alteraciones físicas y él seguiría pareciendo el mismo a los ojos de todos los demás, sabría que se
sentía
diferente.
Y así es como había sido. Resultaba extrañamente liberador tener que preguntar para obtener información y no saber con toda exactitud qué hora era ni en qué punto del hábitat se encontraba. Pero también significaba que se veía obligado a recurrir a su propia memoria para cosas como los nombres de la gente. ¡Y qué imperfecta era la mente humana cuando no recibía asistencia! (Lo había olvidado.)
Había considerado también la posibilidad de hacer que le extirparan las alas, al menos en parte, para
demostrar
que participaba del espíritu del Festival, pero al final se había quedado con ellas. Probablemente diera lo mismo. Aquella chica había organizado una buena con lo de las alas. Era casi tan alta como él, perfectamente proporcionada, ¡y tenía cuatro brazos! Y una copa en cada mano. Su tipo de hembra, había decidido al instante, mientras ella miraba con aire de admiración sus plegadas alas de color nieve. Llevaba una especie de traje de gelcampo. Básicamente azul oscuro, pero cubierto por un dibujo que parecía una fibra de oro que lo envolvía por completo y con salpicaduras de diamantes que emitían un suave resplandor rojizo como contraste. Su máscara, con bigotes de gato, estaba hecha de porcelana tachonada de rubíes y terminada con iridiscentes plumas de badra. Su perfume era asombroso.