Excesión (32 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Lellius lo observó con mirada neutra durante un instante.

–Sí. He desactivado mi randa. Que yo sepa, nada ni nadie más está escuchando. ¿Qué es eso que viste?

–Te lo mostraré. –Leffid cogió una servilleta del agujero de la mesa y de un bolsillo de su camisa extrajo la terminal que estaba utilizando en lugar del randa neural. Miró las marcas del instrumento como si estuviera tratando de recordar algo y entonces se encogió de hombros y dijo–. Ummm, terminal; conviértete en un bolígrafo, por favor.

A continuación, dibujó en la servilleta una secuencia de siete formas romboides, compuestas cada una de ellos por ocho puntos o diminutos círculos. Cuando hubo terminado, dio la vuelta a la servilleta y se la enseñó a Lellius, quien la examinó detenidamente y después, con la misma parsimonia, levantó la mirada hacia Leffid.

–Muy bonito –resolló–. ¿Qué es?

Leffid sonrió. Dio unos golpecitos sobre el símbolo de la derecha.

–Primero, es un símbolo elenquista porque está en base ocho y organizado según este patrón. El primer símbolo es una señal de emergencia. Los otros seis son probablemente... no, casi con toda seguridad, por convención, una localización.

–¿De veras? –Lellius no parecía especialmente impresionado–. ¿Y la localización de esa localización?

–En el Remolino Superior, a unos setenta y tres años desde aquí.

–Oh –dijo Lellius con una especie de sonido retumbante que probablemente significara que estaba sorprendido–. ¿Solo seis dígitos para definir un punto tan preciso?

–Base dos cinco seis. Es fácil –dijo Leffid encogiendo las alas–. Pero lo más interesante es
dónde
estaba la señal.

–¿Mmm-hmm? –dijo Lellius, distraído momentáneamente por algo que estaba ocurriendo en la carrera. Tomó otro trago y a continuación devolvió su atención al otro.

–En un crucero ligero Afrentador –dijo Leffid en voz baja–. Grabada a fuego sobre su casco. Muy superficialmente. En ángulo con respecto a las hojas...

–¿Hojas? –preguntó Lellius.

Leffid hizo un ademán.

–Decoración. Pero el caso es que estaba ahí. Si yo no hubiera estado muy cerca de la nave mientras se aproximaba a Grada, en un yate, nunca la habría visto. Y existe la intrigante posibilidad, claro está, de que la nave no sepa que lleva el mensaje.

Lellius se quedó mirando la servilleta un momento. Se reclinó.

–Hmm –dijo–. ¿Te importa si activo mi randa?

–En absoluto –dijo Leffid–. Ya he averiguado que la nave es la
Propósito furioso
y ha llegado de forma imprevista. Está amarrada en el Muelle 807b. Si tiene un problema mecánico, no creo que esté relacionado con la marca. En cuanto a la localización de la señal, se encuentra a medio camino entre las estrellas Cromphalet I/II y Esperi... un poco más cerca de Esperi. Y ahí no hay nada. Que se sepa, al menos.

Dio unos golpecitos a la terminal de su bolsillo y, después de algunos experimentos, logró que el haz cobrase mayor intensidad y quemara la servilleta en la que había estado dibujando. Dejó que ardiera del todo y estaba a punto de echar las cenizas a la cavidad de eliminación de residuos de la mesa cuando Lellius –que estaba recostado en su silla, con la mirada perdida– alargó la mano y, con un movimiento ausente, aplastó las cenizas bajo su palma antes de esparcirlas al viento. Cayeron flotando del carrusel en una nube insustancial, sobre los asientos y los palcos privados que había debajo.

–Un problema menor de engranajes –dijo Lellius–. La nave Afrentadora. –Guardó silencio un momento–. Puede que la del Elenco haya tenido un problema –dijo, asintiendo con lentitud–. La flota de uno de sus clanes, ocho naves en total, partió de aquí hace cien días para investigar el Remolino.

–Ya me acuerdo –dijo Leffid.

–Ha habido... –hizo una pausa– indicaciones... apenas rumores... que apuntan a que no todo ha marchado bien.

–Bueno –dijo Leffid mientras apoyaba las manos en las mesas y se disponía a levantarse–, puede que no sea nada, pero pensé que era mejor que te lo dijera.

–Muy amable –dijo Lellius, asintiendo–. No sé muy bien qué puede hacer la Tendencia al respecto, la verdad; la última nave que se dirigía hacia aquí decidió tomarse un período sabático, la muy ingrata, pero tal vez podamos intercambiarla con la Metrópoli.

–Sí, la vieja y querida Metrópoli –dijo Leffid. Era el término que la Tendencia LoOlvidé solía utilizar para referirse a la Cultura propiamente dicha. Sonrió–. Como quieras–. Extendió las alas mientras se levantaba.

–¿Estás seguro de que no quieres quedarte? –dijo Lellius, parpadeando–. Podríamos hacer una competición de apuestas. Apuesto a que me ganas.

–No, gracias. Esta noche tengo que hacer de anfitrión para una dama que necesita dos cubiertos simultáneamente y tengo que sacar brillo a la cubertería y asegurarme de que mis plumas voladoras están en buenas condiciones para ser acariciadas.

–Ah. Que te diviertas hasta hartarte.

–Sospecho que así será.

–Oh, maldición –dijo Lellius con tristeza en respuesta a un gran grito que se levantó desde debajo y en casi todos los lados. La carrera había terminado.

Se inclinó y borró otro par de números de la tablilla de cera.

–No te preocupes –dijo Leffid, y dio unas palmaditas al vicecónsul en sus amplias espaldas antes de dirigirse al puente colgante de cable que lo devolvería al tronco principal del enorme árbol artificial.

–Sí. –Lellius suspiró mientras miraba la mancha que la ceniza le había dejado en la mano–. Estoy seguro de que no tardará en empezar una nueva carrera.

III

El ave negra, Gravious, sobrevolaba lentamente la recreación de la gran batalla naval de Octovelein. Su sombra pasaba sobre las aguas salpicadas de restos, las jarcias y las cubiertas de los alargados navíos de vela, los soldados que se agolpaban en las cubiertas de los barcos más grandes, los marineros que cazaban cabos y velas, los artilleros que procuraban cargar y disparar sus cañones y los cuerpos que flotaban en el agua.

Un brillante sol entre azul y blanco lanzaba su furiosa mirada desde un cielo de color violeta. Los regueros de humo de primitivos cohetes cruzaban el aire y el cielo parecía apoyado en las grandes columnas de humo que se elevaban desde los barcos de guerra y los transportes alcanzados. El agua estaba de color azul oscuro, agitada de olas, cubierta por los altos y afilados penachos de las detonaciones de los cohetes, fruncida como un encaje blanco en la proa de cada nave y cubierta de llamas allí donde las tripulaciones habían esparcido aceite ardiente en desesperados intentos por prevenir los abordajes.

El pájaro voló hasta el final de la escena marina, donde el agua terminaba como un acantilado líquido e inmóvil y, apenas cinco metros más abajo, reaparecía el suelo del compartimiento. Estaba lleno de restos –como si la marea, de algún modo, los hubiera arrastrado hasta esta parte del hangar, pero no más allá– pero que, cuando se examinaban con más detenimiento, resultaban ser objetos –partes de naves, partes de personas– que se habían utilizado en el proceso de construcción. La incompleta batalla naval ocupaba menos de la mitad de los dieciséis kilómetros cuadrados de la bodega. Iba a ser la obra maestra de la
Servicio durmiente,
su afirmación definitiva. Ahora ya no podría terminarla.

El ave negra continuó su vuelo y pasó junto a algunos de los drones de la nave, atareados en la superficie de la bodega recogiendo los restos de la construcción y cargándolos en una cinta transportadora casi invisible que parecía formada por una fina línea de aire borroso. Siguió batiendo las alas. Su meta se encontraba al otro extremo de la bodega general, entre la sección interna y el compartimiento que daba a la parte trasera de la nave. Maldita fuera la mujer por quedarse en la proa, cerca de donde había estado su torre. Qué mala suerte que tuviera que estar tan cerca de la proa.

Ya había recorrido veinticinco kilómetros de espacio interior, por el gigantesco y oscuro corredor que cruzaba el centro de la nave, entre compuertas cerradas en las que brillaban unas pocas y tenues luces y reinaba un silencio completo, con un kilómetro de aire bajo sus alas elegantes, otro encima de ellas y uno más a cada lado.

El pájaro había mirado a su alrededor, había contemplado los colosales y sombríos volúmenes y se le había ocurrido que seguramente debiera sentirse privilegiado. La nave le había prohibido acceder a estas zonas durante los últimos cuarenta años, y se había visto confinado al kilómetro superior de su casco, que albergaba las antiguas zonas de alojamiento y la mayoría de sus Almacenes. Gravious poseía sentidos que llegaban mucho más lejos que los de un animal normal y había utilizado un par de ellos para tratar de sondear las compuertas de la bodega y averiguar lo que había detrás de ellas, si es que había algo. Hasta donde él sabía, los miles de compartimientos estaban vacíos.

Solo había alcanzado el espacio general de ingeniería, el volumen más grande de la nave: nueve mil kilómetros de profundidad, casi el doble de anchura y lleno de ruido, luces parpadeantes y un movimiento tan rápido que confundía a la vista, la señal de que la nave estaba construyendo miles de máquinas nuevas para hacer... quién sabe qué.

La mayor parte de la zona de ingeniería no contenía siquiera aire. De este modo, los materiales, componentes y máquinas podían moverse más deprisa. Gravious estaba volando por un tubo trasparente que discurría por el techo. Nueve kilómetros después llegó a una pared que conducía a la relativa serenidad –o al menos quietud– del cuadro de la batalla naval. Ya había recorrido la mitad de esta; solo le quedaban otros cuatro mil metros. Le dolían los músculos de las alas.

Aterrizó en el parapeto de un balcón orientado a la parte trasera de aquella sección de compartimientos generales. Más allá, se extendían treinta y dos kilómetros cúbicos de aire vacío. Una bodega general perfectamente vacía: la clase de lugar en el que un VGS normal estaría construyendo un VGS más pequeño, alojaría a un visitante, prepararía un medio ambiente alienígena como si fuera un gigantesco cuarto de invitados, celebraría algún acontecimiento deportivo o lo subdividiría en espacios de almacenamiento o manufactura de menores dimensiones.

Gravious contempló el modesto cuadro del balcón, que en su existencia anterior, antes de que el VGS hubiera decidido convertirse en Excéntrico, había formado parte de un café con magníficas vistas al compartimiento. Había siete humanos allí, todos de espaldas al compartimiento vacío y orientados al holograma de un estanque de aguas tranquilas. Los humanos llevaban bañadores. Se sentaban en sillas plegables, en torno a unas mesitas bajas llenas de refrescos y aperitivos. Habían sido atrapados en el acto de reír, hablar, parpadear, estirar la barbilla o beber.

Una pintura famosa, aparentemente. A Gravious no le pareció demasiado artística. Supuso que sería cosa de verla desde el ángulo apropiado.

Levantó una pata del parapeto, resbaló, y empezó a caer. Chocó con algo que había entre el compartimiento y él y siguió cayendo. Rebotó en la pared trasera del compartimiento, luego en el muro invisible y por fin logró recobrar el equilibrio, batió las alas paralelamente a la pared, giró en el aire cuando logró alcanzar el nivel del balcón y volvió a posarse en él.

Uh-huh, pensó. Volvió a arriesgarse a utilizar unos sentidos que se suponía no tenía. Había algo sólido en la bodega. La cosa contra la que había golpeado no era cristal y tampoco era un campo situado entre el compartimiento y él. El compartimiento no estaba vacío y lo que lo había golpeado era el extremo-campo de una proyección. Al otro lado, extendida a lo largo de al menos dos kilómetros, había materia sólida. Materia sólida y densa. Materia sólida, densa y parcialmente exótica.

Bueno, ahí estaba. El pájaro se sacudió, se pavoneó un poco y se limpió las plumas con el pico. Entonces miró a su alrededor y, en parte de un salto, en parte volando, se encaramó a una de las figuras. Dedicó un momento a examinar cada una de ellas con detenimiento, mirando un ojo aquí, buscando aparentemente un jugoso parásito en una oreja acá, observando un rizo suelto allá y estudiando una fosa nasal acullá.

Hacía esto a menudo: estudiar a los próximos, los que iban a ser revividos y sacados de allí en poco tiempo. Como si hubiera algo que aprender de sus cuidadosamente artificiales posturas.

Picoteó sin demasiado interés un pelo suelto en la axila de uno de los hombres y a continuación se apartó de un salto y examinó el grupo desde diferentes posiciones y ángulos, tratando de encontrar la perspectiva correcta para contemplar la escena. Por supuesto, pronto se marcharía. De hecho, todos ellos iban a marcharse. Estos también, como todos los demás. La única diferencia era que ellos despertarían, mientras que la mayoría de los demás simplemente sería Almacenada en otro sitio. Pero los que estaba viendo, cuando despertaran dentro de unas horas, volverían a la vida en algún lugar. Era curioso.

Finalmente sacudió la cabeza, desplegó las alas y, de un salto, atravesó el holograma y remontó el vuelo por el desierto café que había más allá, dispuesto a iniciar la primera etapa del viaje de regreso con su ama.

Pocos momentos después, el avatar Amorphia salió de otra parte del holograma, se volvió una vez hacia el lugar por el que el ave había atravesado la proyección y a continuación se arrodilló frente a la figura del hombre cuya axila había picoteado Gravious.

IV

[haz estrecho, M32, tra. @4.28.864.0001]

º º Excéntrica
Liquídalos más tarde

ª ª VGS
Impaciencia por la llegada de un nuevo amante

ºº

Fui yo.

ªª

¿Cómo que fuiste tú?

ºº

Fui el intermediario de la información transmitida desde la Tendencia LoOlvidé a Circunstancias Especiales. Uno de nuestros agentes en Grada vio que el crucero ligero de la Afrenta
Propósito furioso
había vuelto. Tenía grabado en el casco un código de emergencia elenquista con unas coordenadas. La información me fue transmitida desde la misión de la Tendencia en Grada; yo se la transmití a
Moreno diferente
y a
Brillo acerado
, mis contactos habituales en el Grupo/Pandilla. Supongo que la señal fue enviada a continuación al VGS
Gradiente ético
, nave progenitora de la UGC
Destino susceptible de cambio
, que posteriormente descubrió la Excesión.

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