Martin se sorprendió cuando Tommy comenzó a tomar el dominio del beso. Jamás había besado a un hombre e instintivamente se echó para atrás, pero él lo tenía bien sujeto y no lo dejó escapar.
Tommy sonrió dentro del beso sin dejarlo irse y onduló inconscientemente contra su cuerpo.
—Basta —susurró Martin, contra sus labios—. Es suficiente —dijo apartándose lentamente. Se sentía raro, avergonzado, pero hizo como si nada pasara. El beso no había sido desagradable, sólo distinto… y para alguien tan acostumbrado a llevar el control en sus relaciones, esa diferencia era muy significativa—. Te toca, Tommy.
Ambos se separaron y se sentaron cada uno en su sitio. Tommy había notado el rechazo. Sabía que le había gustado su beso, pero lo había rechazado y con pena se dio cuenta que jamás podría pasar algo con Martin. Giró la botella intentando controlarla y consiguió que parara donde Luc, que miró al piso. Sonrió un poco más tristemente de lo que deseaba y volvió a levantarse para tomarlo de la mano.
—Tengo un castigo para ti, ven… Vas a tener que hacerlo en otro sitio. —Salieron del cuarto y tras cerrar la puerta se lanzó sobre Luc, besándolo y tocándolo mientras el muchacho respondía torpemente a sus caricias—. Esta noche, duerme conmigo. —Le pidió con sencillez, sin tratar de engatusarlo con palabras. Luc terriblemente sonrojado, lo miró fijamente un momento para luego asentir con suavidad. Tommy sonrió y lo besó con delicadeza. Tras serenarse unos segundos volvió a abrir la puerta.
—Ya está… Luc ha cumplido su castigo. —Sonrió y volvieron a sus asientos. «Y más que cumplirá», susurró para sí mismo.
Martin les dio una mirada suspicaz, pero Luc tiró la botella enseguida. Ésta paró apuntando a su ex novia que se levantó ansiosa de darle un beso y miró de soslayo a Tommy, que sonreía inocentemente. Ella esperaba que pidiera un beso, pero Luc la sorprendió al decir que elegía «verdad». Martin traducía para que Tommy pudiera entenderlos.
—¿Es cierto que me engañaste con más de uno? —La pregunta quedó flotando en el aire e Isabelle palideció. Al principio se negó a contestar, pero finalmente, tras las insistentes miradas de todos, confesó que había estado con otros dos chicos.
Luc mantuvo la mirada en ella durante unos momentos, pero poco a poco sonrió de medio lado, se giró hacia Tommy y la sonrisa se volvió mucho más real. No le importaba que lo hubiera engañado, no lo afectaba, porque ella ya no significaba nada para él.
Isabelle le dijo algo a Martin en el oído y se puso de pie. Él trató de detenerla pero no lo logró. Salió molesta, no sin antes fulminar a Tommy con la mirada. Valerie y Henri fueron tras ella, preocupados, y Martin volvió, encogiéndose de hombros.
—Parece que nos quedamos los cinco. —Abrió una botella de coca-cola—. Ayúdame, Luc —pidió y sirvió un vaso.
Una vez que todos tuvieron sus bebidas Martin se sentó en el sofá, junto a las gemelas, dejando a Tommy en la alfombra y a Luc de pie junto a él.
—Somos muy pocos para seguir jugando a la botella. ¿Qué podemos hacer? —dijo Yvonne y Martin lo tradujo para Tommy.
Luc propuso contar historias de terror y Martin los sorprendió con varias anécdotas que contaba en francés e iba traduciendo, mientras hacía girar la máscara en uno de sus dedos. Las gemelas aprovecharon para abrazarse a él. Entonces Martin le lanzó de nuevo la máscara a Tommy, retándolo a ponérsela.
El desafiado miró a Martin y, con la máscara en la mano, la dirigió hacia su rostro, pero un tremendo crujido sonó en el techo. Tommy levantó la mirada hacia el moderno techo de cemento. ¿Cómo podía oírse crujir la madera? Como para confirmar que no lo había imaginado el crujido volvió a oírse insistentemente. Luc se acuclilló al lado de Tommy y le quitó la máscara mientras las gemelas miraban con aprensión el techo y se arrimaban a Martin.
—¿Queréis oír un fantasma? —dijo teatralmente el francés, pero Yvette e Yvonne no quisieron oír hablar del asunto y declararon que se irían a dormir, pidiéndole que las acompañase. Martin se levantó, solícito y susurró al oído de Tommy—: En el techo… la llaman la Viga del Ahorcado. —Y salió tomando a ambas chicas por la cintura.
Tommy también se levantó y se acercó por donde sonaba el ruido. Parecía proceder de la nada, de un lugar indefinido por debajo del techo de cemento. Frunció el ceño. No era tan matemático como Sasha, pero no le gustaban las cosas que no podía entender.
Se sentó en el sofá sin dejar de echar miradas mosqueadas al techo. Hacía rato que Martin se había ido y parecía bastante obvio que no iba a volver, así que palmeó el sofá para que Luc se sentara a su lado. El joven también miraba el techo, deseoso de salir pronto de allí. Se sentó y Tommy se lanzó sobre él a devorar su boca.
—E-espera —balbuceó Luc, pero Tommy no hizo caso. Entonces el joven sonrió, sabiendo que era inútil hablar, y se dejó besar sin oponer resistencia. Poco a poco, se relajó en brazos de Tommy. Nunca había sido besado de ese modo. Su cuerpo comenzó a reaccionar pegándose al de su compañero, olvidando el sonido de la viga en el techo, que no dejaba de chirriar.
—Ese ruido me está desconcentrando —dijo de repente Tommy. Se levantó y tomó de la mano a Luc—. Ven, vamos a mi cuarto.
Salieron de la extraña habitación, dejando al ahorcado con su viga, y subieron rápidamente al cuarto de Tommy. Al pasar por el de Martin oyeron risas. Era obvio dónde iban a dormir las gemelas y a Tommy le picó la curiosidad sobre cómo sería hacerlo con dos personas a la vez, pero lo olvidó pronto, ya que tenía a un más que dispuesto acompañante a su lado.
Apenas cerró la puerta, se desató la pasión. Sentían la urgencia de tocarse por encima de la ropa, de besarse, incluso de morderse.
—No puedo creer que lo estemos haciendo —gimió Luc.
—¿No lo has hecho antes con Isabelle?
—Sí… pero no de este modo. Le gusta jugar a la inocencia…
Tommy cortó por lo sano y comenzó a quitarse la ropa, decidido a demostrar que él era todo lo contrario de Isabelle: puro fuego, sin miedo a nada, sin fingimientos, sin hipocresías…
La luz tenue de la lámpara iluminaba la habitación y se quitó las gafas, acercándose a Luc que también había comenzado a desnudarse, revelando un bien formado cuerpo que le recordó a Sasha.
Apartó ese pensamiento de la cabeza y le sonrió, sin dejar de notar la alarmada mirada que Luc le dio a su miembro, como si sopesara el tamaño.
Besó su cuello y su torso desnudo que olía jabón cítrico y sudor, producto de los nervios. Recorrió su cuerpo con besos acabando con sus reservas y tuvo la satisfacción de hacerlo tomar la iniciativa con dulces caricias que luego se volvieron más osadas.
Mientras que Sasha era un huracán, Luc era viento calmo, una ligera brisa que hacía fácil el amarlo.
—Quiero que entres en mí —pidió Tommy tumbándolo en la cama.
Lo amó en cada beso y cada toque, y pronto se encontró cabalgando sobre su erección, gimiendo y jadeando.
—Llegaste cuando más lo que necesitaba —susurró Luc en medio de su orgasmo y Tommy sintió una punzada de culpabilidad que pronto fue olvidada en un mar de placenteras sensaciones.
La noche se les hizo corta. El tímido Luc de las primeras horas se hizo más osado y terminó rogando:
—Quiero sentirte… quiero que me enseñes cómo…
Y Tommy lo hizo, con el mayor de los cuidados. Luc despertaba en él un deseo de cuidar, de proteger. Era el opuesto de Sasha en todo sentido.
Agotados, ya casi al amanecer, acabaron durmiendo uno en brazos del otro y Tommy no pudo evitar el desleal pensamiento de que era Sasha quien estaba a su lado.
Cuando Sasha abrió los ojos, sintió un agradable olor a tostadas. Se frotó el rostro un momento, recordó dónde estaba y se desperezó. Richie entró, sonriente, con la bandeja del desayuno en las manos.
—Buenos días —saludó, sentándose junto a él—. No sabía si preferías el jugo o el café o el cereal, así que preparé los tres, e hice tostadas. —Dejó la bandeja sobre la mesa de noche.
—Gracias, pero me tengo que ir —repuso Sasha, incómodo. No quería involucrarse tanto, nadie le había preparado el desayuno, excepto su madre. Tenía miedo de acercarse a Richie y salir lastimado, Tommy ya lo había lastimado sin querer y no deseaba sufrir.
—Espera… ¿por qué tanto miedo? No eres sólo un polvo, quiero que seamos amigos. En verdad lo quiero. —Tomó suavemente su mano—. Eres hermoso, me gustas mucho… Pareces un gran tigre blanco siberiano, tan fuerte, tan feroz… Pero los tigres también necesitan que cuiden de ellos. ¿Me dejarás ser tu amigo?
Sasha sonrió muy a su pesar, fracasando en su intento de mostrarse duro. Aceptó en silencio una tostada y se relajó. Debía reconocer que junto a Richie se sentía muy bien.
—Supongo que sí.
El pelirrojo sonrió.
—No os defraudaré, lo prometo —dijo suavemente, llevándose otra tostada a la boca—. Ahora somos amigos y me debes sinceridad. ¿Me dejarías acostarme con Tommy?
Sasha se puso alerta.
—Tommy es sólo mi amigo. Es libre de acostarse con quien le venga en gana.
—Entonces cambiaré mi pregunta. —Sonrió ligeramente—. ¿Te molestaría que me acostara con Tommy? Si te molesta, te juro que jamás lo intentaré.
Sasha supo que era sincero. Pensó unos momentos: había hecho sentirse mal a Tommy por su egoísmo; no podía negarle estar con alguien que lo trataría del modo maravilloso en que Richie lo había tratado a él. Tommy era su mejor amigo, era libre… No podía cortarle las alas.
—Puedes hacerlo si él quiere. No me enfadaré con ninguno de los dos.
—Hey.
Sasha alzó la vista del computador donde trabajaba. Ted Wilson estaba frente a él y esbozaba una sonrisa boba. No se habían vuelto a ver desde aquella noche en que follaron en su habitación; Sasha había estado ocupado saliendo con Richie y Grant.
—Hola, Wilson. ¿Buscabas algo?
—A ti, Ivanov. ¿Te invito un café?
Lo evaluó brevemente. El hombre no estaba mal, aunque tenía una incipiente barriga, pero cuando sonreía se veía más joven y tenía un halo de inocencia que le gustaba.
—De acuerdo.
Antes de salir pasaron por la oficina de Ted y él lo invitó a pasar mientras apagaba el computador. Sasha miró el escritorio y sus ojos se fijaron al instante en una fotografía que tomó. Había una mujer joven y sonriente, con un bebé en brazos y una niñita sonriéndole a la cámara.
—¿Quiénes son? —cuestionó, clavando la mirada en Ted.
—¿Eh? —Le quitó la fotografía y la puso de nuevo en el escritorio—. Mi familia.
La mirada de Sasha se endureció. Sabía que esas cosas ocurrían a menudo, el propio Grant ya tenía una novia, pero eso no funcionaba para él. Se sintió traicionado, engañado y, sobre todo, asqueado.
—¿Estás casado? —preguntó por puro formulismo.
—Sí. ¿Nos vamos?
Pero Sasha no se movió. No podía.
Pensó por un momento en su madre, en su familia. Para él, la familia era sagrada.
—Lo siento, no salgo con casados —replicó y se imaginó a sí mismo como una remilgada muchachita. Así debió lucir a ojos de Ted, que rió.
—¿Eso importa? Sólo vamos a pasarlo bien por un rato, como la otra noche.
De pronto Sasha pudo ver que lo que había tomado por un «halo de inocencia» era en realidad el temor a haberse arriesgado y ser descubierto con el que Ted disimulaba su doble vida. Lo despreció por eso.
—Olvídalo, Wilson. No estoy tan desesperado.
Cuando salía, lo oyó murmurar «hijo de puta» y se volvió para hacerle tragar esas palabras, pero lo vio tan patético, tembloroso y rojo de indignación, que se dijo que no valía la pena ganarse un lío gratis en el trabajo.
«Después de todo, el miserable es él, no yo.»
Esa noche tomó una decisión. No volvería a involucrarse con nadie del trabajo.
Tommy abrió la puerta de la cocina, buscando un bocadillo antes de subir a cambiarse. Se sentía un tanto desganado: Luc había ido a una cena con sus padres y Martin lo había invitado al cine, pero como iría acompañado no lo entusiasmaba la perspectiva.
Apenas entró se encontró con el abuelo Hellson vestido con un mandil de cocinero, mirando pensativo los ordenados anaqueles llenos de útiles de cocina.
—Ah, eres tú. Pasa, vamos. No seas tímido. ¿Buscabas algo de comer? No te ves muy animado esta noche.
—Tengo algo de pereza. Pensaba hacerme un sándwich o algo… —Después de una pausa, añadió—: Al final no creo que vaya al cine con Martin, no quiero ser mal tercio con Yvette e Yvonne.
Maximilien lo miró con cara de entendimiento y lo invitó a sentarse, palmeándole la espalda con simpatía.
—Descuida, hijo. Le durará un par de semanas más, imagino. Martin está en plena edad del descubrimiento, sólo piensa en divertirse y este verano lo dejaré hacerlo. Después no tendrá ocasión, lo sé muy bien. —Pareció reflexionar un momento—. Y ya que vas a quedarte, ¿qué te apetece cenar? Me disponía a prepararme la cena.
—No querría molestar. Me puedo hacer un bocadillo o un sándwich con cualquier cosa. —Su mirada vagó por la inmaculada y enorme cocina, pensando en todo lo que podría hacerse allí.
—Nada de eso. Un bocadillo no es alimento para un muchacho en pleno crecimiento. Y no soy un mal chef, aunque no está bien que yo lo diga. —Guiñó un ojo—. Así que dime qué prefieres: comida escocesa, francesa, italiana, rusa, latinoamericana… Se me dan bien los platos exóticos.
Tommy sonrió interiormente y estuvo a punto de pedir comida rusa.
—¿Le gusta cocinar? ¿No le da vergüenza que la gente sepa que cocina? —preguntó sin pensar, para luego sonrojarse un poco.
Maximilien se echó a reír.
—¿Por qué iba a darme vergüenza? En París tenemos a los mejores chef del mundo. Cocinar es una forma de arte, una aventura y un placer al mismo tiempo.
—No creo que a mi padre le hiciera gracia que yo me hiciera cocinero.
—A mi padre tampoco le habría hecho gracia, te lo aseguro. Pero a mi querida Jeanne, que en paz descanse, le gustaba cocinar y siempre estaba experimentando. Pasamos muchos buenos momentos en esta misma cocina. ¿Sabes cocinar?
—No… Me gusta la comida y he leído algún libro de cocina, pero no he tenido ocasión de preparar algo. —Se atrevió a confesar.
En ese momento la puerta se abrió y Martin entró, vestido con
jeans
y cazadora de cuero.