—Ha bajado por el túnel. Es un pasadizo vertical con peldaños de hierro incrustados en la piedra. Ser Jaime quiere ver hasta dónde llega.
«Sólo tiene una mano —habría querido gritarles—. Tendría que haber bajado uno de vosotros. No está en condiciones de andar trepando. Los hombres que asesinaron a mi padre aún pueden estar ahí abajo, esperándolo.» Su hermano mellizo siempre había sido demasiado impulsivo, y por lo visto, la pérdida de una mano no le había infundido cautela. Estaba a punto de ordenar a los guardias que bajaran a buscarlo cuando regresaron Ceños y Orejamocha escoltando a un hombre de pelo canoso.
—Alteza, este hombre asegura que fue maestre en sus tiempos —dijo Orejamocha.
El hombre hizo una profunda reverencia.
—¿En qué puedo servir a Vuestra Alteza?
Su rostro le sonaba de algo, aunque no conseguía identificarlo.
«Es viejo, pero no tanto como Pycelle. A este aún le quedan fuerzas. —Era alto, aunque algo encorvado y con patas de gallo alrededor de los ojos azules, atrevidos—. Tiene el cuello desnudo.»
—No lleváis cadena de maestre.
—Me la quitaron. Mi nombre es Qyburn, si a Vuestra Alteza le parece bien. Yo traté la mano de vuestro hermano.
—Querréis decir el muñón.
Ya había conseguido situarlo. Había llegado de Harrenhal con Jaime.
—Es cierto; no pude salvar la mano de Ser Jaime. Pero mis artes le salvaron el brazo, puede que hasta la vida. La Ciudadela me arrebató la cadena, pero no pudo quitarme mis conocimientos.
—Nos seréis útil —decidió ella—. Si me falláis, la pérdida que menos os importará será la de la cadena, os lo aseguro. Sacadle esa saeta del vientre a mi padre y preparadlo para las hermanas silenciosas.
—Como ordene mi reina. —Qyburn se acercó a la cama, se detuvo y miró hacia atrás—. ¿Qué queréis que haga con la muchacha, Alteza?
—¿Qué muchacha?
A Cersei se le había pasado por alto el segundo cadáver. Se acercó a la cama, echó a un lado un montón de mantas ensangrentadas y entonces la vio, desnuda, fría, rosada... A excepción del rostro, que se le había puesto tan negro como a Joff en el banquete de bodas. Tenía clavada en torno al cuello una cadena de manos doradas, retorcida y tan apretada que le había desgarrado la piel. Cersei siseó como una gata furiosa.
—¿Qué hace aquí?
—La hemos encontrado al llegar, Alteza —respondió Orejamocha—. Es la puta del Gnomo. —Como si eso explicara su presencia.
«A mi señor padre no le interesaban las prostitutas —pensó—. Después de que muriera nuestra madre, no volvió a tocar a una mujer.» Lanzó una mirada gélida al guardia.
—Esto no es lo que... Cuando murió su padre, Lord Tywin volvió a Roca Casterly y se encontró con..., con que una mujer de esta ralea... se había puesto las joyas de mi madre, y también una de sus túnicas. Se lo quitó todo, todo. Durante quince días la exhibieron desnuda por las calles de Lannisport para que confesara ante todos que era una ladrona y una ramera. Eso era lo que hacía Lord Tywin Lannister con las prostitutas. Él jamás... Esta mujer se encontraba aquí con otro propósito, no para...
—Puede que Lord Tywin la estuviera interrogando para averiguar algo sobre su ama —sugirió Qyburn—. Tengo entendido que Sansa Stark desapareció la noche en que el Rey fue asesinado.
—Eso es. —Cersei se agarró de buena gana a la sugerencia—. La estaba interrogando, claro. No cabe la menor duda.
Le acudió a la mente la imagen de un Tyrion burlón, con la boca retorcida en una sonrisa simiesca bajo los restos de la nariz.
«¿Y qué mejor manera de interrogarla que desnuda y con las piernas bien abiertas? —le susurró el enano—. De esa forma la interrogo yo también.»
La Reina dio media vuelta. «No quiero verla.» De pronto, la sola idea de estar en la misma habitación que la muerta le resultaba abrumadora. Apartó a Qyburn a un lado y salió a la recámara.
Osney y Osfryd, los hermanos de Ser Osmund, se habían reunido con él.
—Hay una mujer muerta en el dormitorio de la Mano —les dijo Cersei a los tres Kettleblack—. No quiero que nadie sepa que la encontraron aquí.
—De acuerdo, mi señora. —Ser Osney tenía arañazos superficiales en la mejilla, allí donde otra de las rameras de Tyrion le había clavado las uñas—. ¿Qué hacemos con ella?
—Échasela de comer a los perros. O llévatela a la cama. ¿A mí qué me importa? Pero nunca ha estado aquí. Exigiré la lengua de todo aquel que diga lo contrario. ¿Me explico?
Osney y Osfryd intercambiaron una mirada.
—Sí, Alteza.
Regresó al dormitorio con ellos y los observó mientras envolvían a la chica con las mantas ensangrentadas de su padre.
«Shae, se llamaba Shae.» Habían hablado por última vez la noche anterior al juicio por combate del enano, después de que aquella serpiente dorniense, todo sonrisas, se ofreciera a ser su campeón. Shae había preguntado por unas joyas, regalo de Tyrion, y también por ciertas promesas que tal vez le hubiera hecho Cersei: una casa en la ciudad y un caballero que la desposara. La Reina había dejado bien claro que la prostituta no obtendría nada de ella hasta que le dijera adónde había ido Sansa Stark.
—Eras su doncella. ¿Quieres hacerme creer que no sabías nada de sus planes? —le espetó, y Shae se retiró hecha un mar de lágrimas.
Ser Osfryd se echó al hombro el fardo del cadáver.
—Quiero la cadena —dijo Cersei—. Ten cuidado de no arañar el oro. —Osfryd asintió y se dirigió hacia la puerta—. No, por el patio no. —Hizo un gesto en dirección al pasadizo secreto—. Eso lleva a las mazmorras. Por ahí.
Justo cuando Ser Osfryd se arrodillaba ante la chimenea, la luz se hizo más intensa en el interior, y la Reina oyó sonidos. Jaime salió del pasadizo encorvado como una anciana, levantando con las botas nubes de cenizas del último fuego de Lord Tywin.
—Fuera de mi camino —les dijo a los Kettleblack, y corrió hacia él—. ¿Los has encontrado? ¿Has encontrado a los asesinos? ¿Cuántos eran?
Tenía que haber sido más de uno. Un solo hombre no había podido matar a su padre.
El rostro de su mellizo estaba macilento.
—El pasadizo baja hasta una cámara donde se cruza media docena de túneles. Hay unas verjas de hierro que los cierran, con cadenas y candados. Necesito las llaves. —Miró a su alrededor—. Quienquiera que hiciera esto puede seguir al acecho en los muros. Ahí abajo hay todo un laberinto y está muy oscuro.
Cersei se imaginó a Tyrion arrastrándose entre las paredes como una rata monstruosa.
«No. Déjate de tonterías. El enano está en su celda.»
—Derribad las paredes con mazas. Derribad la torre entera si hace falta. Quiero que los encuentren. Quiero encontrar a los culpables. Los quiero muertos.
Jaime la abrazó y le apretó con la mano la base de la espalda. Olía a ceniza, pero el sol de la mañana le acariciaba el pelo y le daba un brillo dorado. Habría querido atraer el rostro hacia el suyo y fundirse con él en un beso.
«Más tarde —se dijo—, más tarde acudirá a mí en busca de consuelo.»
—Somos sus herederos, Jaime —susurró—. A nosotros nos corresponde acabar su obra. Tienes que ocupar su lugar como Mano. Seguro que ahora lo comprendes. Tommen te necesita...
Jaime la empujó para zafarse de ella y levantó el brazo para obligarla a ver el muñón.
—¿Una Mano sin una mano? Parece un chiste malo, hermana. No me pidas que gobierne.
Su tío oyó el desaire. También Qyburn, y los Kettleblack, que cargaban con su fardo entre las cenizas. Lo oyeron hasta los guardias: Ceños, Hoke
Patamulo
y Orejamocha.
«Antes de que anochezca lo sabrá todo el castillo.» Cersei sintió un repentino calor en las mejillas.
—¿Que gobiernes? No he dicho nada de gobernar. Gobernaré yo hasta que mi hijo sea mayor de edad.
—No sé quién me da más pena —replicó su hermano—, si Tommen o los Siete Reinos.
Le dio una bofetada. Jaime levantó el brazo para detener el golpe, rápido como un gato... Pero aquel gato tenía un muñón de tullido en lugar de la mano derecha. Los dedos de Cersei le dejaron marcas rojas en la mejilla.
El sonido hizo que su tío se pusiera en pie.
—Vuestro padre yace muerto en esta misma habitación. Tened la decencia de iros a pelear afuera.
Jaime inclinó la cabeza en gesto de disculpa.
—Perdónanos, tío. Mi hermana está fuera de sí de dolor. No se puede controlar.
Habría querido abofetearlo de nuevo.
«Debía de estar loca al pensar que podría ser la Mano.» Antes preferiría abolir el cargo. ¿Cuándo le había proporcionado una Mano algo que no fueran pesares? Jon Arryn le había metido en la cama a Robert Baratheon, y antes de morir había empezado a husmear en sus cosas y las de Jaime. Eddard Stark lo retomó todo donde lo había dejado Arryn, y por culpa de su intromisión se había visto obligada a librarse de Robert antes de lo que habría querido, antes de poder encargarse de sus molestos hermanos. Tyrion vendió a Myrcella a los dornienses, convirtió en rehén a uno de sus hijos y asesinó al otro. Y cuando Lord Tywin regresó a Desembarco del Rey...
«La próxima Mano sabrá cuál es su lugar —se prometió. Tendría que nombrar a Ser Kevan. Su tío era incansable, prudente, siempre obediente. Podía confiar en él, como había hecho su padre—. La mano no discute con la cabeza.» Tenía que gobernar un reino, pero para ello le haría falta la ayuda de hombres. Pycelle era un lameculos que chocheaba; Jaime había perdido el valor junto con la mano de la espada, y no se podía confiar en Mace Tyrell ni en sus amiguitos Redwyne y Rowan. Nadie le garantizaba que no fueran los que habían perpetrado aquello. Sin duda, Lord Tyrell sabía que jamás gobernaría los Siete Reinos mientras viviera Tywin Lannister.
«Con ese tendré que ir con cuidado.» Sus hombres estaban por toda la ciudad; hasta había colado a uno de sus hijos en la Guardia Real, y pretendía meter a su hija en la cama de Tommen. Aún se enfurecía al pensar que su padre había accedido al compromiso entre Tommen y Margaery Tyrell.
«Esa chica le dobla la edad y ya ha enviudado dos veces.» Según Mace Tyrell, su hija seguía siendo virgen, pero Cersei tenía sus dudas. Joffrey había muerto asesinado antes de poder llevársela a la cama, pero antes había estado casada con Renly...
«Puede que a un hombre le guste el sabor del hidromiel, pero si le ponen delante una jarra de cerveza, también se la beberá. —Tendría que ordenarle a Lord Varys que averiguara lo que pudiera. De repente cayó en la cuenta: se había olvidado de la Araña—. Varys tendría que estar presente. Siempre está presente. —Cada vez que pasaba algo de importancia en la Fortaleza Roja, el eunuco aparecía como surgido de la nada—. Jaime está aquí, y también el tío Kevan, y Pycelle ha estado antes, pero Varys no. —Un escalofrío le recorrió la columna—. Ha intervenido en esto. Temía que mi padre tuviera intención de cortarle la cabeza, así que atacó primero. —Lord Tywin nunca había sentido la menor simpatía hacia el sonriente y obsequioso consejero de los rumores. Y si alguien conocía los secretos de la Fortaleza Roja, ese era él sin duda—. Debe de haber hecho causa común con Lord Stannis. Al fin y al cabo, se sentaron juntos en el Consejo de Robert...»
Cersei se dirigió hacia la puerta del dormitorio, donde estaba Ser Meryn Trant.
—Trant, traed a Lord Varys. Que venga chillando y pataleando si hace falta, pero ileso.
—Como ordene Vuestra Alteza.
Pero nada más irse un miembro de la guardia real, volvió otro. Ser Boros Blount estaba congestionado y sofocado; había subido corriendo las escaleras.
—No está —jadeó al ver a la Reina. Se dejó caer sobre una rodilla—. El Gnomo... La celda está abierta, Alteza... Ni rastro de él por ninguna parte...
«Lo que soñé era verdad.»
—Di órdenes muy concretas —replicó—. Había que mantenerlo vigilado día y noche.
El pecho de Blount subía y bajaba como un fuelle.
—También ha desaparecido un carcelero. Se llamaba Rugen. A los otros dos los hemos encontrado dormidos.
—Espero que no los despertarais, Ser Boros. Dejadlos dormir. —Tuvo que contenerse para no gritar.
—¿Que los deje dormir? —Alzó la vista, boquiabierto y confuso—. Sí, Alteza. ¿Cuánto tiempo los...?
—Para siempre. Encargaos de que duerman para siempre, ser. No toleraré que los guardias duerman mientras están vigilando.
«Está en los muros. Ha matado a nuestro padre, igual que mató a nuestra madre, igual que mató a Joff. —El enano también iría a por ella. La Reina lo sabía: era tal como le había augurado la vieja en la penumbra de aquella carpa—. Me reí de la adivina, pero tenía poderes. Vio mi futuro en una gota de sangre. Vio mi sino.» Las piernas apenas la sostenían. Ser Boros fue a sujetarla del brazo, pero la Reina esquivó su mano. ¿Quién le garantizaba que no era una de las criaturas de Tyrion?
—Apartaos de mí —chilló—. ¡Apartaos! —Trató de calmarse.
—¿Alteza? —inquirió Blount—. ¿Os traigo un vaso de agua?
«Lo que necesito es sangre, no agua. La sangre de Tyrion, la sangre del
valonqar
. —Las antorchas daban vueltas a su alrededor. Cersei cerró los ojos y vio al enano, que sonreía—. No —pensó—, no, casi me había librado de ti.» Pero la tenía cogida por el cuello, y notaba como empezaba a apretar.
—Estoy buscando a una doncella de trece años —le dijo a la mujer de pelo cano que se encontró junto al pozo de la aldea—. Una doncella de noble cuna, muy hermosa, con los ojos azules y el pelo castaño rojizo. Puede que viaje con un caballero corpulento de unos cuarenta años, o tal vez con un bufón. ¿La habéis visto?
—Que yo recuerde no, ser —respondió la mujer llevándose los nudillos a la frente—. Pero os voy a decir lo que haré: prestaré atención, eso.
Tampoco la había visto el herrero, ni el septón del septo de la aldea, ni el porquerizo que cuidaba de sus cerdos, ni la chica que recogía cebollas en su huerto, ni ninguna de las personas que había encontrado la Doncella de Tarth entre las chozas de paja y barro de Rosby. Pese a todo, insistía.
«Este es el camino más corto hacia el Valle Oscuro —se dijo Brienne—. Si Sansa pasó por aquí, alguien tuvo que verla.» Ante las puertas del castillo planteó la misma pregunta a los dos lanceros cuyas insignias mostraban tres tenazas invertidas de gules sobre armiño, la divisa de la Casa Rosby.
—Si va por los caminos con los tiempos que corren, pronto dejará de ser doncella —dijo el mayor.