Festín de cuervos (6 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

—Si lo ahogaron, no se derramó sangre —replicó Aeron.

El maestre y el señor intercambiaron una mirada.

—Tengo que enviar un mensaje a Pyke cuanto antes —dijo Gorold Goodbrother—. Quiero vuestro consejo, Pelomojado. ¿Cómo ha de ser? ¿De pleitesía o de desafío?

Aeron se acarició la barba.

«He visto la tormenta, y su nombre es Euron
Ojo de Cuervo

—Por ahora no enviéis más que silencio —le dijo al señor—. Tengo que rezar antes de tomar una decisión.

—Rezad cuanto queráis —intervino el maestre—, pero eso no va a cambiar la ley. Theon es el heredero legítimo, y después de él, Asha.

—¡Silencio! —rugió Aeron—. Los hijos del hierro llevan demasiado tiempo escuchándoos a vosotros, a los maestres de la cadena, que no paráis de parlotear sobre las tierras verdes y sus leyes. Ya va siendo hora de que volvamos a escuchar al mar. Ya va siendo hora de que escuchemos la voz de dios. —Su propia voz retumbó en la sala llena de humo, tan poderosa que ni Gorold Goodbrother ni su maestre se atrevieron a replicar.

«El Dios Ahogado está conmigo —pensó Aeron—. Él me ha mostrado el camino.»

Goodbrother le ofreció una habitación cómoda en el castillo para pasar la noche, pero el sacerdote rehusó. Rara vez dormía bajo el tejado de un castillo, y jamás tan lejos del mar.

—Ya tendré comodidades en las estancias acuosas del Dios Ahogado, bajo las olas. Nacimos para sufrir, para que el sufrimiento nos haga fuertes. Lo único que necesito es un caballo descansado para volver a Guijarra.

Goodbrother lo complació de buena gana; hasta le ordenó a su hijo Greydon que lo acompañara para mostrarle al sacerdote el camino más corto para llegar al mar a través de las colinas. Aún faltaba una hora para el amanecer cuando se pusieron en marcha, pero las monturas eran robustas y seguras, y pese a la oscuridad, el viaje no fue largo. Aeron cerró los ojos y rezó en silencio antes de empezar a adormilarse en la silla de montar.

El sonido le llegó quedo, suave; era el chirrido de una bisagra oxidada.

—Urri —musitó al tiempo que se despertaba lleno de temores.

«Aquí no hay ninguna bisagra, ninguna puerta. No está Urri.»

Un hacha arrojadiza le había arrancado la mitad de la mano a Urri cuando tenía catorce años, mientras jugaba a la danza del dedo en ausencia de su padre y sus hermanos mayores, que habían partido a la guerra. La tercera esposa de Lord Quellon era una Piper del Castillo de la Princesa Rosada, una muchacha de pechos grandes y fofos, y ojos pardos de cervatillo. En vez de curar la mano de Urri según las Antiguas Costumbres, con fuego y agua marina, se lo encomendó a su maestre de las tierras verdes, que aseguró que le podía coser los dedos amputados. Así lo hizo, y después empleó pócimas, cataplasmas y hierbas, pero la mano se pudrió y las fiebres se apoderaron de Urri. Cuando el maestre se decidió a amputarle el brazo, ya era demasiado tarde.

Lord Quellon no regresó de su último viaje; el Dios Ahogado, en su inmensa bondad, le concedió el don de la muerte en el mar. El que regresó en su lugar fue Lord Balon, junto con sus hermanos Euron y Victarion. Cuando Balon se enteró de lo que le había pasado a Urri, le cortó tres dedos al maestre con un cuchillo de cocina y le ordenó a la esposa Piper de su padre que se los volviera a coser. Las cataplasmas y las pócimas le sirvieron de tanto como a Urrigon: murió entre delirios febriles, y la tercera esposa de Lord Quellon no tardó en seguirlo cuando la comadrona le sacó del vientre una hija muerta. Aeron se alegró; había sido su hacha la que hirió la mano de Urri mientras bailaban la danza del dedo juntos, tal como hacían siempre los amigos y los hermanos.

Sólo con recordar los años que siguieron a la muerte de Urri volvía a sentir vergüenza. A los dieciséis años decía ser un hombre, pero en realidad no era más que un odre con piernas. Se dedicaba a cantar, a bailar (pero nunca la danza del dedo; esa no la volvió a practicar), hacía chistes, gastaba bromas y se burlaba de todos. Tocaba la flauta, hacía juegos malabares, montaba caballos y era capaz de beber más que cualquier Wynch, más que cualquier Botley y también más que la mitad de los Harlaw. El Dios Ahogado le concede un don a todo hombre, incluso a él: no había nadie capaz de mear durante más tiempo ni llegando más lejos que Aeron Greyjoy, como demostraba en todos los banquetes a los que asistía. En cierta ocasión apostó su nuevo barcoluengo contra un rebaño de cabras a que era capaz de apagar el fuego de una chimenea con la única ayuda de su polla. Aeron disfrutó de festines a base de cabra durante todo un año y le puso a su barcoluengo el nombre de
Tormenta Dorada
, aunque Balon amenazó con colgarlo del mástil cuando averiguó cómo era el mascarón que su hermano pretendía poner en la proa.

Al final, el
Tormenta Dorada
se hundió ante las costas de Isla Bella durante la primera rebelión de Balon, destrozado por un imponente galeón de combate llamado
Furia
, cuando Stannis Baratheon le tendió una trampa a Victarion y acabó con la Flota de Hierro. Pero el dios, que tenía otros planes para Aeron, lo llevó hasta la orilla. Unos pescadores lo tomaron prisionero, lo encadenaron y lo llevaron a Lannisport, donde se pasó el resto de la guerra enterrado en las entrañas de Roca Casterly, demostrando que los krákens eran capaces de mear más y más lejos que los leones, los jabalíes y los pollos.

«Aquel hombre ya murió. —Aeron se había ahogado y había renacido del mar como profeta del dios. Ningún mortal podía asustarlo ya; tampoco la oscuridad... ni los recuerdos, los huesos del alma—. El sonido de una puerta que se abre, el chirrido de una bisagra oxidada. Euron ha vuelto.» No importaba. Él era el sacerdote Pelomojado, el amado del dios.

—¿Habrá guerra? —le preguntó Greydon Goodbrother a medida que el sol empezaba a iluminar las colinas—. ¿Una guerra de hermano contra hermano?

—Sólo si lo desea el Dios Ahogado. Ningún impío se sentará en el Trono de Piedramar.

«Ojo de Cuervo peleará; de eso no cabe duda. —No había mujer capaz de derrotarlo, ni siquiera Asha. Las mujeres estaban hechas para luchar sus batallas en el lecho del parto. Y Theon tampoco le servía de nada; aunque estuviera vivo, no era más que un muchacho de sedas y sonrisas. Sí, había demostrado su valía en Invernalia, pero Ojo de Cuervo no era un niño tullido. Las cubiertas del barco de Euron estaban pintadas de rojo para disimular mejor la sangre que las empapaba—. Victarion. Victarion tiene que ser el rey; si no, la tormenta acabará con todos nosotros.»

Greydon se separó de él cuando el sol brillaba ya alto en el cielo; tenía que ir a llevar la noticia de la muerte de Balon a sus primos de las torres de Fosa, Torreón Picodecuervo y Lago del Cadáver. Aeron continuó solo, subió por las colinas y descendió a los valles, siempre por un camino pedregoso que se hacía más ancho y frecuentado a medida que se acercaba al mar. Se detenía a rezar en cada aldea que cruzaba, así como en los patios de los señores menores.

—¡Nacimos del mar y al mar hemos de volver! —les decía. Su voz era profunda como el océano, y retumbaba como las olas—. El Dios de la Tormenta, en su ira, arrancó a Balon del castillo y lo estrelló contra las rocas. Ahora celebra sus banquetes bajo las olas, en las estancias acuosas del Dios Ahogado. —Alzó las manos—. ¡Balon ha muerto! ¡El rey ha muerto! ¡Pero un rey regresará! ¡Porque lo que está muerto no puede morir, sino que se alza de nuevo, más duro, más fuerte! ¡Un rey se levantará!

Algunos de los que lo escuchaban dejaban los picos y los azadones para seguirlo, de manera que, cuando pudo oír otra vez el sonido de las olas, había una docena de hombres que caminaba tras su caballo, todos tocados por el dios y deseosos de ahogarse.

En Guijarra vivían varios miles de pescadores cuyas casuchas parecían amontonarse en torno a la base de una fortaleza cuadrangular con un torreón en cada esquina. Unos cuarenta hombres ahogados de Aeron lo esperaban acampados en una playa de arena gris, con tiendas de piel de foca y cabañas construidas con madera transportada por el mar. Tenían las manos endurecidas por el salitre, llenas de marcas de las redes y los sedales, encallecidas por remos, picos y hachas; pero en ese momento, aquellas manos esgrimían garrotes de madera de deriva, dura como el hierro, pues el dios los había armado con su arsenal submarino.

Habían construido un refugio para el sacerdote justo en el límite de la marea alta. Se metió en él de buena gana después de ahogar a sus nuevos seguidores.

«Dios mío —rezó—, háblame en el rumor de las olas, dime qué debo hacer. Los capitanes y los reyes aguardan tu palabra. ¿Quién debe suceder a Balon? Cántame en la lengua del leviatán para que sepa su nombre. Dime, oh señor que habitas bajo las aguas, ¿quién tendrá la fuerza para combatir la tormenta en Pyke?»

Aunque el viaje a caballo hasta Cuernomartillo lo había dejado agotado, Aeron
Pelomojado
era incapaz de descansar en el refugio de madera con techumbre de algas negras. Las nubes ocultaron la luna y las estrellas como una capa; la oscuridad era un manto grueso, tanto sobre el mar como sobre su corazón.

«Balon quería que lo sucediera Asha, carne de su carne, pero una mujer no puede gobernar a los hijos del hierro. Tiene que ser Victarion. —Nueve hijos había engendrado la entrepierna de Quellon Greyjoy, y de ellos, el más fuerte era Victarion, más toro que hombre, tan intrépido como obediente—. Y ese es el gran peligro. —El hermano pequeño le debe obediencia al mayor, y Victarion no es hombre que vaya a izar las velas contra la tradición—. Pero no siente ningún afecto hacia Euron desde la muerte de la mujer.»

En el exterior, por encima de los ronquidos de sus hombres ahogados y el aullido del viento, alcanzaba a oír el batir de las olas, el martilleo de su dios, que lo llamaba al combate. Aeron salió del pequeño refugio a la noche gélida. Se irguió desnudo, alto, pálido, descarnado, y desnudo se adentró en el mar de sal negra. El agua estaba helada, pero no se estremeció con la caricia de su dios. Una ola se estrelló contra su pecho y lo hizo tambalear. La siguiente le rompió por encima de la cabeza. Se saboreó la sal de los labios y sintió al dios a su alrededor mientras le retumbaban los oídos con la gloria de su cántico.

«Nueve hijos engendró la entrepierna de Quellon Greyjoy, y yo fui el más patético de todos ellos, débil y asustadizo como una niña. Pero ya no. Aquel hombre se ahogó, y el dios me ha hecho fuerte. —El frío mar salado lo rodeó, lo abrazó, se le metió bajo la débil carne humana y le tocó los huesos—. Huesos —pensó—. Los huesos del alma. Los huesos de Balon, los huesos de Urri. La verdad está en nuestros huesos, porque la carne se pudre, mientras que los huesos permanecen. Y en la colina de Nagga, los huesos de la sala del Rey Gris...»

Fue un Aeron
Pelomojado
flaco, pálido y tembloroso el que volvió a la orilla, un Aeron más sabio que el que había entrado en el mar. Porque había encontrado la respuesta en sus huesos y veía claro el camino que se abría ante sí. La noche era tan fría que su cuerpo parecía humear mientras se dirigía hacia el refugio, pero un fuego ardía en su corazón y, por una vez, consiguió conciliar un sueño que no fue perturbado por el chirrido de las bisagras.

Cuando despertó, el día era luminoso y soplaba un viento fuerte. Aeron desayunó un caldo de almejas y algas cocinado sobre leña arrastrada por el mar. Nada más terminar, Merlyn bajó de su torreón con una docena de guardias para ir a buscarlo.

—El rey ha muerto —le dijo Pelomojado.

—Ya lo sé. Recibí un pájaro. Y acaba de llegar otro. —Merlyn era un hombre calvo, gordo, flácido, que se hacía llamar
lord
, al estilo de las tierras verdes, y se vestía con prendas de piel y terciopelo—. Un cuervo me convoca en Pyke y el otro en Diez Torres. Los krákens tenéis demasiados brazos; ¿qué queréis? ¿Que me divida? ¿Qué me decís vos, sacerdote? ¿Adónde debo enviar mis barcoluengos?

Aeron frunció el ceño. Diez Torres era el territorio del señor de Harlaw.

—¿Habéis dicho Diez Torres? ¿Qué kraken os llama allí?

—La princesa Asha. Ha puesto rumbo a casa. El Lector ha enviado cuervos para convocar a todos sus amigos a Harlaw. Dice que Balon tenía intención de que ella ocupara el Trono de Piedramar.

—Será el Dios Ahogado el que decida quién ocupará el Trono de Piedramar —replicó el sacerdote—. Arrodillaos para que os bendiga. —Lord Merlyn se dejó caer de rodillas; Aeron quitó el corcho del pellejo y le derramó un chorro de agua marina por la calva—. Señor Dios, que te ahogaste por nosotros, permite que tu siervo Meldred renazca del mar. Bendícelo con sal, bendícelo con piedra, bendícelo con acero. —El agua corrió por las mejillas rechonchas de Merlyn, y le empapó la barba y el manto de piel de zorro—. Lo que está muerto no puede morir —terminó Aeron—, sino que se levanta de nuevo, más duro y más fuerte. —Cuando Merlyn se levantó para retirarse lo detuvo con un gesto—. Quedaos y escuchad, para que podáis repetirle al mundo la palabra del dios.

A un metro de la orilla, las olas rompían contra una roca de granito redondeada. Aeron
Pelomojado
se subió a ella para que todos sus discípulos pudieran verlo y escuchar lo que les iba a decir.

—Nacimos del mar y al mar hemos de volver —comenzó, como en tantos cientos de ocasiones—. El Dios de la Tormenta, en su ira, arrancó a Balon de su castillo y lo estrelló contra las rocas; ahora celebra sus banquetes bajo las olas. —Alzó las manos—. ¡El rey del hierro ha muerto! ¡Pero vendrá otro rey! ¡Porque lo que está muerto no puede morir, sino que se levanta, más duro, más fuerte!

—¡Un rey se levantará! —gritaron los hombres ahogados.

—Un rey se levantará. Así será. Pero ¿quién? —Pelomojado escuchó un instante, pero únicamente le respondieron las olas—. ¿Quién será nuestro rey?

Los hombres ahogados empezaron a hacer chocar los garrotes de madera de deriva.

—¡Pelomojado! —gritaron—. ¡Pelomojado rey! ¡Aeron rey! ¡Queremos a Pelomojado!

Aeron sacudió la cabeza.

—Si un padre tiene dos hijos, y al uno le da un hacha y al otro una red, ¿cuál quiere que sea el guerrero?

—¡El hacha es para el guerrero! —le gritó Rus—. ¡La red es para el que pesca en los mares!

—Así es —dijo Aeron—. El dios me enterró bajo las olas y ahogó al ser indigno que fui. Cuando me devolvió a la superficie me había dado ojos para ver, oídos para oír y voz para proclamar su palabra, para que fuera su profeta y enseñara su verdad a los que la han olvidado. No seré yo quien ocupe el Trono de Piedramar... ni tampoco Euron
Ojo de Cuervo
. Porque he escuchado al dios, y el dios dice: ¡ningún impío se sentará en mi Trono de Piedramar!

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