Festín de cuervos

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

 

Canción de hielo y fuego: Libro cuarto. La novela río más espectacular jamás escrita. Mientras los vientos del otoño desnudan los árboles, las últimas cosechas se pudren en los pocos campos que no han sido devastados por la guerra, y por los ríos teñidos de rojo bajan cadáveres de todos los blasones y estirpes. Y aunque casi todo Poniente yace extenuado, en diversos rincones florecen nuevas e inquietantes intrigas que ansían nutrirse de los despojos de un reino moribundo. George R.R. Martin continúa sumando hordas de seguidores incondicionales mientras desgrana, con pulso firme y certero, una de las experiencias literarias más ambiciosas y apasionantes que se hayan propuesto nunca en el terreno de la fantasía. Festín de cuervos, como la calma que precede a la tempestad, desarrolla nuevos personajes y tramas de un retablo tenso y sobrecogedor.

George R. R. Martin

Festín de cuervos

(Canción de Hielo y Fuego - 04)

ePUB v1.6

betatron
23.07.2012

Título: Festín de cuervos

© 2005, George R.R. Martin

Título original:
A Feast for Crows

Traducción de Cristina Macía

Serie: Canción de hielo y fuego 4

Editorial: Gigamesh

Corrección de erratas: Batera, Xarxa, Coco, Garland, Postnuke, xtrangis

PRESENTACIÓN

¿Hace cuánto tiempo esperábamos algo así? Una saga inteligente, atractiva, formidablemente escrita y dotada de una capacidad adictiva superior a la de la metanfetamina. ¿Cómo puede ser un éxito de ventas una obra que parece más extensa que la Biblia de Jerusalén? ¿Por qué es imposible dejar de leer? ¿Por qué te arrastra la historia como un proyectil teledirigido? ¿Cuál es el secreto? George R. R. Martin no es un escritor como los demás. Su fuente de inspiración no proviene tan sólo del mundo de la espada y brujería, ni del universo Tolkien, ni siquiera de la ciencia ficción. Tampoco se trata de su profunda investigación sobre la Inglaterra feudal y la guerra de las Dos Rosas. Su motor es otro. Estoy hablando de la televisión por cable.

Es difícil de reconocer para los sectores más ortodoxos del público, pero las series de televisión están a la cabeza de la creación audiovisual desde hace ya unos años. El cine no consigue adaptarse al ritmo secuencial que exige el espectador medio, acostumbrado a un bombardeo ininterrumpido de imágenes y estímulos. Las cosas van demasiado deprisa para que entreguemos nuestro preciado tiempo libre, cada día más escaso, a una narración tradicional, autoconclusiva, con personajes de arco evolutivo cerrado. Necesitamos grandes emociones, porque nuestro umbral de percepción cada día es más alto. Por eso triunfan las series de televisión: porque no se encuentran atadas, en principio, a cerrar sus tramas. Siempre puede haber una temporada más que te permita resolver los conflictos que generaste en la anterior. En segundo lugar, los personajes tienen un tiempo infinito para desarrollar su carácter. Un personaje puede sorprender en cada capítulo con un cambio de trayectoria, y como no hay un protagonista diferenciado, cabe la posibilidad real de que este muera. Eso genera una tensión extraordinariamente más poderosa que en el formato «planteamiento-nudo-desenlace» habitual, porque, literalmente, puede ocurrir cualquier cosa.

Y ahí llega GRRM con sus juegos de tronos. Diez años en Hollywood le permiten recoger la información suficiente para intentar lo que para todos es algo nuevo: trasladar la manera de estructurar un episodio de televisión a su formato adorado: la saga de fantasía. Cada novela es como una temporada de la serie. Cada temporada está protagonizada por varios personajes; cada personaje protagoniza un capítulo diferenciado. Los capítulos son siempre breves, de lectura rápida, y de una duración determinada (aproximadamente 10-20 páginas). Eso facilita terriblemente la lectura, que siempre es amena, al pasar, por corte directo, de un personaje a otro. Diríamos que este montaje permite avanzar sin tiempos muertos, consiguiendo un ritmo trepidante.

Pero el éxito de GRRM no se circunscribe a su talento formal, a su habilidad para articular una narración compleja en sí misma, es decir, a su capacidad de realización, edición y producción de la serie; también es un soberbio guionista. Cada novela tiene un punto de giro que obliga literalmente a empezar la siguiente. Los personajes no parecen tener una filiación moral definida. Los que son hipotéticamente legales tienden a un comportamiento caótico. Los claramente malignos sorprenden por su neutralidad. Todos parecen ser cualquier cosa menos buenos, y eso hace maravillosamente verosímil la historia y deliciosamente divertida la lectura. Ya llevamos tres. Tienes en tus manos el cuarto y parece que nos esperan tres más. Da la sensación de que Tyrion nos acompañará hasta la muerte, hasta la suya o hasta la nuestra. Mi adorado enano, inteligente y cruel, aficionado al amor y al sufrimiento, feo y despiadado, noble y pendenciero. Él es mi preferido, no puedo negarlo. Sí, hay docenas de personajes inolvidables: los grandiosos Stark, empezando por Jon Nieve, y su padre, que en paz descanse. Esas mujeres maravillosas: Cersei, Brienne... No quiero contaros nada de esta última entrega. Echo tanto de menos a Tyrion... Seguro que lo sabéis todo de haberlo leído en Internet. Si no es así, mucho mejor. Coged el libro y encerraos en un lugar cómodo y silencioso. O llevaos el libro a cualquier parte y leed hasta en el metro. Disfrutadlo como si se tratase de un amor de verano. Dulce, apasionado, efímero, como todo lo bueno. Sabéis que se va a acabar, y eso os angustia, incluso os aterroriza, pero también sabéis que dentro de un tiempo volveréis, por muy largo que sea el invierno. Promete ser muy, muy largo. Y después, cuando este libro se acabe, que no cunda el pánico: pronto danzaremos con los dragones a la luz de la luna...

Á
LEX
D
E
L
A
I
GLESIA

A Stephen Boucher
,

mago del Windows, dragón del DOS.

De no ser por él habría escrito

este libro con lápices de colores.

 

Este ha sido jodido.

Ofrezco de nuevo mi gratitud y reconocimiento a esas almas perseverantes, mis supervisores editoriales: Nita Taublib, Joy Chamberlain, Jane Johnson y en especial Anne Lesley Groell, por su apoyo, su sentido del humor y su inmensa tolerancia. También agradezco a mis amables lectores todos sus mensajes de correo electrónico de apoyo, así como la paciencia. En particular, inclino mi yelmo ante Lodey de los Tres Puños; Pod el Conejito Diabólico; Trebla y Daj, los Reyes del Trivial; la encantadora Caress del Muro; Lannister el Mataardillas, y el resto de la Hermandad Sin Estandartes, esa ebria y alocada compañía de valientes caballeros y damas adorables que año tras año tras año organizan las mejores fiestas de la Worldcon. Y suenen fanfarrias en honor de Elio y Linda, quienes parecen conocer los Siete Reinos mejor que yo; la base de datos de concordancia de su web westeros.org es una gozada y una maravilla que me ayuda a mantener la coherencia de la serie.

Y gracias a Walter Jon Williams por su guía en nuevas mares océanas; a Sage Walker por las sanguijuelas, las fiebres y los huesos rotos; a Pati Nagle por el HTML, los escudos giratorios y su rapidez a la hora de subir mis noticias, y a Melinda Snodgrass y Daniel Abraham por servicios que van mucho más allá del deber. Voy saliendo del paso con un poco de ayuda de mis amigos.

Para Parris no me bastan las palabras: me ha soportado tanto en los días buenos como en los malos, durante todas y cada una de estas condenadas páginas. Sólo me cabe decir que no podría cantar esta Canción sin ella.

PRÓLOGO

—Dragones —dijo Mollander.

Cogió del suelo una manzana arrugada y se la pasó de una mano a otra.

—Lánzala —le dijo Alleras
el Esfinge
, apremiante.

Sacó una flecha del carcaj y la centró en la cuerda del arco.

—Cuánto me gustaría ver un dragón. —Roone era el menor de todos, tan sólo un chiquillo regordete al que aún le faltaban dos años para llegar a la edad viril—. No sabéis cuánto me gustaría.

«Y a mí me gustaría dormir abrazado a Rosey —pensó Pate. Cambió de postura en el banco, inquieto. Tal vez la chica fuera suya al amanecer—. Me la llevaré lejos de Antigua, al otro lado del mar Angosto, a una de las Ciudades Libres.» Allí no había maestres; allí nadie lo acusaría.

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