Al llegar al patio, Victarion se encontró con Gorold Goodbrother y el viejo Drumm, que hablaban en voz baja con Rodrik Harlaw. Nute
el Barbero
lanzó un grito al verlos.
—¡Eh, Lector! ¿A qué viene esa cara tan larga? Te has preocupado por nada. ¡Hemos vencido y tenemos la recompensa!
Lord Rodrik apretó los labios.
—¿Te refieres a estas rocas? No tienen el tamaño de Harlaw ni juntando las cuatro. Lo que hemos ganado son unas cuantas piedras, árboles y baratijas, y la enemistad de la Casa Tyrell.
—¿Las rosas? —Nute se echó a reír—. ¿Qué daño le puede hacer una rosa al kraken de las profundidades? Les hemos quitado los escudos y se los hemos hecho pedazos. ¿Quién los protegerá de ahora en adelante?
—Altojardín —replicó el Lector—. Todo el poder del Dominio se nos vendrá encima muy pronto, Barbero, y tal vez entonces descubras que hay rosas con espinas de acero.
Drumm asintió con una mano en el puño de su
Lluvia Roja
.
—Lord Tarly lleva el mandoble
Veneno de Corazón
, forjado con acero valyrio, y siempre está en la vanguardia de Lord Tyrell.
La rabia de Victarion estalló.
—Que venga. Me quedaré con su espada, igual que tu antepasado consiguió
Lluvia Roja
. Que vengan todos; que vengan también los Lannister si quieren. El león puede ser muy fiero en tierra, pero en el mar, el kraken no tiene rival.
Daría la mitad de los dientes por la oportunidad de probar su hacha contra el Matarreyes o el Caballero de las Flores. Esas eran las batallas que comprendía. El asesino de su propia sangre estaba maldito a los ojos de los dioses y los hombres, pero el guerrero recibía honras y reverencias.
—No temáis, Lord Capitán —dijo el Lector—. Vendrán. Es lo que quiere Su Alteza. Si no, ¿por qué nos habría ordenado que dejáramos volar los cuervos de Hewett?
—Lees demasiado y peleas demasiado poco —le dijo Nute—. Tienes la sangre aguada.
Pero el Lector le hizo caso omiso.
Cuando Victarion entró en la sala se estaba celebrando un banquete de lo más bullicioso. Los hijos del hierro ocupaban las mesas, bebían, gritaban, se daban empujones, y alardeaban de los hombres que habían matado, las hazañas que habían realizado y los trofeos que habían conseguido. Muchos se habían ataviado con el botín. Lucas Codd,
el Zurdo
, y Quellon Humble habían arrancado tapices de las paredes y se los habían puesto de capa. Germund Botley llevaba una sarta de perlas y granates por encima de la coraza dorada de los Lannister. Andrik
el Taciturno
se tambaleaba con una mujer debajo de cada brazo. Seguía tan taciturno como siempre, pero llevaba anillos en todos los dedos. Los capitanes comían en bandejas de plata maciza, no en cuencos tallados en pan duro.
Nute
el Barbero
miró a su alrededor con el rostro desencajado por la rabia.
—Ojo de Cuervo nos manda a enfrentarnos a los barcoluengos mientras sus hombres toman los castillos y los pueblos, y se quedan con el botín y las mujeres. ¿Qué nos han dejado?
—Tenemos la gloria.
—La gloria está bien —replicó Nute—, pero el oro es mejor.
Victarion se encogió de hombros.
—Ojo de Cuervo dice que nos apoderaremos de todo Poniente: el Rejo, Antigua, Altojardín... Ahí tendrás todo el oro que quieras. Pero basta de charla. Tengo hambre.
Por derecho de sangre, Victarion podía exigir un asiento en el estrado, pero no le apetecía comer con Euron y su gente, de modo que se sentó al lado de Ralf
el Cojo
, el capitán del
Lord Quellon
.
—Una gran victoria, Lord Capitán —dijo el Cojo—. Una victoria digna de un título de señor. Tendrían que darte una isla.
«Lord Victarion. Sí, ¿por qué no?» No se trataría del Trono de Piedramar, pero algo era algo.
Hotho Harlaw estaba al otro lado de la mesa, arrancando carne de un hueso. Lo tiró a un lado y se inclinó hacia delante.
—El Caballero se queda con el Escudo Gris. Mi primo. ¿Te lo habían dicho?
—No. —Victarion miró hacia el otro extremo de la sala, donde Ser Harras Harlaw bebía vino en una copa de oro. Era un hombre alto, de rostro largo y austero—. ¿Por qué le va a dar Euron una isla?
Hotho alzó la copa vacía, y una joven pálida con un vestido de terciopelo azul y encaje dorado se la volvió a llenar.
—El Caballero se ha quedado con Grimston. Plantó su estandarte bajo el castillo y desafío a los Grimm a que se le enfrentaran. Salió uno, luego otro, luego otro... Los mató a todos. Bueno, a casi todos; dos se rindieron. Cuando cayó el séptimo hombre, el septón de Lord Grimm decidió que los dioses habían hablado y rindió el castillo. —Hotho se echó a reír—. Será el señor del Escudo Gris; con su pan se lo coma. Eso me convierte en el heredero del Lector. —Se golpeó el pecho con la copa de vino—. Hotho
el Jorobado
, señor de Harlaw.
—Siete, ¿eh? —Victarion se preguntó cómo se comportaría la
Anochecer
contra su hacha. Nunca había luchado contra nadie que fuera armado con una hoja de acero valyrio, aunque le había dado más de una paliza a Harras Harlaw cuando ambos eran jóvenes. De niño, Harlaw había sido muy amigo de Rodrik, el hijo mayor de Balon, que había muerto ante los muros de Varamar.
El banquete era muy bueno. El vino era excelente; había asado de buey muy poco hecho, sangrante, así como patos rellenos y cubos de cangrejos frescos. El Lord Capitán no dejó de advertir que las criadas llevaban ropa de lana fina y opulento terciopelo. Pensó que llevaban la ropa de Lady Hewett y sus damas, hasta que Hotho le dijo que eran Lady Hewett y sus damas. Por lo visto, a Ojo de Cuervo le resultaba divertido verlas servir. En total eran ocho: la señora, todavía atractiva aunque algo rellenita, y siete mujeres más jóvenes, entre los veinticinco y los diez años: sus hijas y ahijadas.
Lord Hewett ocupaba su asiento habitual en el estrado, con sus mejores galas. Le habían atado los brazos y las piernas a la silla, y le habían metido un rábano blanco entre los dientes para que no pudiera hablar, aunque lo veía y oía todo. Ojo de Cuervo estaba sentado en el asiento de honor, a la derecha del señor. Tenía en el regazo a una muchacha bonita, regordeta, de diecisiete o dieciocho años, descalza y despeinada, que le echaba los brazos al cuello.
—¿Quién es? —les preguntó Victarion a los que lo rodeaban.
—La hija bastarda del señor —rió Hotho—. Antes de que Euron tomara el castillo, la obligaban a servirles la mesa y a comer con los criados.
Euron le puso los labios azulados en la garganta, y la chica dejó escapar una risita y le susurró algo al oído. Él sonrió y le volvió a besar la garganta. Tenía la piel blanca cubierta de marcas allí por donde había pasado su boca; eran como un collar rosado en torno al cuello y los hombros. Otro susurro al oído, y fue el turno de Ojo de Cuervo de soltar una carcajada. Luego dio un golpe con la copa de vino para pedir silencio.
—Mis señoras —llamó a las nobles sirvientas—, Falia está preocupada por vuestras hermosas túnicas. No quiere que se manchen de grasa o vino, ni de los dedos de mis hombres, ya que le he prometido que, después del banquete, puede elegir la ropa que quiera y quedársela. Será mejor que os desnudéis.
Un rugido de carcajadas retumbó en el salón, y Lord Hewett se puso tan rojo que Victarion pensó que le iba a reventar la cabeza. Las mujeres no tuvieron más remedio que obedecer. La más pequeña lloró un poco, pero su madre la consoló y la ayudó a soltarse los lazos de la espalda. Después siguieron sirviendo, pasando entre las mesas con frascas de vino para llenar las copas vacías, pero iban desnudas.
«Humilla a Hewett igual que me humilló a mí», pensó el capitán, recordando como había sollozado su esposa cuando la golpeaba. Sabía que los hombres de los Cuatro Escudos concertaban enlaces entre familias próximas, igual que los hijos del hierro. Tal vez alguna de las sirvientas desnudas fuera la esposa de Ser Talbert Serry. Una cosa era matar a un enemigo, y otra, deshonrarlo. Victarion apretó el puño. Tenía la mano ensangrentada; la herida había empapado el lino.
En el estrado, Euron dejó a un lado a la ramera y se puso de pie en la mesa. Los capitanes empezaron a entrechocar las copas y patear el suelo.
—¡EURON! —gritaron—. ¡EURON! ¡EURON! ¡EURON!
Era otra vez como en la asamblea.
—Juré que os entregaría Poniente —dijo Ojo de Cuervo cuando cesaron los gritos—, y ya lo estáis catando. Es sólo un bocado, ¡pero será un banquete antes de que llegue la noche! —A lo largo de las paredes, las antorchas ardían brillantes, igual que él, labios azules, ojos azules—. El kraken no suelta nunca lo que agarra. Estas islas fueron nuestras y ahora vuelven a serlo. Pero necesitamos hombres fuertes para defenderlas. Así que levantaos, Ser Harras Harlaw, señor del Escudo Gris. —El Caballero se puso en pie, con una mano en el puño de adularias de Anochecer—. Levantaos, Andrik
el Taciturno
, señor del Escudo del Sur. —Andrik empujó a un lado a sus mujeres y se puso en pie como una montaña que se alzara repentinamente del mar—. Levantaos, Maron Volmark, señor del Escudo Verde. —Volmark, un muchacho imberbe de dieciséis años, se levantó titubeante; más bien parecía el señor de los conejos—. Y levantaos, Nute
el Barbero
, señor del Escudo de Roble.
Nute tenía los ojos cargados de desconfianza, temeroso de que fuera alguna broma cruel.
—¿Señor? —graznó.
Victarion había pensado que Ojo de Cuervo entregaría los señoríos a los suyos: Mano de Piedra; el Remero Rojo; Lucas Codd,
el Zurdo
...
«Un rey tiene que ser generoso», trató de decirse. Pero otra voz le susurraba: «Los regalos de Euron están envenenados». Cuando le dio vueltas en la cabeza lo vio todo claro. «El Caballero era el heredero elegido por el Lector, y Andrik
el Taciturno
, el brazo derecho de Dunstan Drumm. Volmark es un niño inexperto, pero gracias a su madre, por sus venas corre la sangre de Harren
el Negro
. Y el Barbero...»
Victarion lo agarró por el antebrazo.
—¡Recházalo!
Nute lo miró como si se hubiera vuelto loco.
—¿Que lo rechace? ¿Las tierras y el título? ¿Tú vas a nombrarme señor?
Se liberó de su brazo y se levantó para disfrutar de las aclamaciones.
«Y ahora me roba a mis hombres», pensó Victarion.
El rey Euron llamó a Lady Hewett para que le llenara la copa de vino, y la alzó bien alta.
—¡Capitanes y reyes, levantad vuestras copas por los señores de los Cuatro Escudos!
Victarion bebió como todos.
«No hay vino más dulce que el que se le arrebata a un enemigo.» Eso le había dicho alguien, su padre, o tal vez su hermano Balon. «Algún día beberé tu vino, Ojo de Cuervo, y te arrebataré todo lo que te es querido.» Pero ¿había algo que Euron amara de verdad?
—Por la mañana nos dispondremos a hacernos a la mar una vez más —iba diciendo el Rey—. Llenaremos los barriles de agua dulce; cogeremos sacos de cereales y toneles de carne en salazón, y tantas cabras y ovejas como podamos transportar. Los heridos que tengan fuerzas suficientes irán a los remos. Los demás se quedarán aquí, para ayudar a sus nuevos señores a defender estas islas. Torwold y el Remero Rojo volverán pronto con más provisiones. En la travesía hacia el este, nuestras cubiertas apestarán a cerdos y a pollos, pero volveremos con dragones.
—¿Cuándo? —La voz pertenecía a Lord Rodrik—. ¿Cuándo volveremos, Alteza? ¿Dentro de un año? ¿De tres? ¿De cinco? Vuestros dragones están a un mundo de distancia, y ya tenemos encima el otoño. —El Lector se adelantó, enumerando todos los peligros—. Hay galeras guardando los estrechos del Tinto. La costa dorniense es árida e inhóspita: cuatrocientas leguas de remolinos, acantilados y bancos de arena, sin un lugar seguro donde atracar. Más allá está Peldaños de Piedra, con sus tormentas y sus nidos de piratas lysenos y myrienses. Si zarpan mil barcos, puede que trescientos lleguen al otro lado del mar Angosto. Y luego, ¿qué? Lys no nos dará la bienvenida, y tampoco Volantis. ¿De dónde sacaremos agua dulce y provisiones? La primera tormenta nos dispersará por medio mundo.
Una sonrisa bailó en los labios azules de Euron.
—Yo soy la tormenta, mi señor. La primera tormenta y también la última. He capitaneado el
Silencio
en viajes más largos que este, y mucho más peligrosos. ¿Lo habéis olvidado? He navegado por el mar Humeante y he visto Valyria.
Todos los presentes sabían que la Maldición imperaba todavía en Valyria. Allí, el mismísimo mar hervía y humeaba, y los demonios dominaban las tierras. Se decía que el marinero que divisara las montañas de fuego de Valyria por encima de las olas moriría pronto, y la suya sería una muerte terrible, pero Ojo de Cuervo había estado allí y había regresado.
—¿De veras? —le preguntó el Lector con voz suave.
La sonrisa de Euron se esfumó.
—Lector —dijo en medio del silencio—, harías mejor en volver a hundir la nariz en tus libros.
Victarion percibía la inquietud de los presentes. Se puso en pie.
—¡Hermano! —gritó—. No has respondido a las preguntas de Harlaw.
Euron se encogió de hombros.
—El precio de los esclavos está subiendo. Venderemos los nuestros en Lys y en Volantis. Con eso y con lo que hemos saqueado aquí tendremos suficiente oro para comprar provisiones.
—¿Ahora somos esclavistas? —preguntó el Lector—. ¿Y todo por qué? ¿Por unos dragones que no ha visto nadie? ¿Vamos a perseguir las fantasías de algún marinero borracho hasta el otro extremo de la tierra?
Sus palabras provocaron murmullos de asentimiento.
—La bahía de los Esclavos está demasiado lejos —gritó Ralf
el Cojo
.
—Y demasiado cerca de Valyria —gritó Quellon Humble.
—Altojardín está más cerca —aportó Fralegg
el Fuerte
—. Propongo que busquemos dragones aquí. ¡De los de oro!
—¿Por qué navegar por medio mundo si tenemos el Mander delante de las narices? —dijo Alvyn Sharp.
Ralf Stonehouse
el Rojo
se puso en pie.
—Antigua tiene más riquezas, y el Rejo, todavía más. La flota de Redwyne está muy lejos. Sólo tenemos que alargar la mano y coger la fruta más madura de Poniente.
—¿Fruta? —El ojo del Rey parecía más negro que azul—. Sólo un cobarde robaría fruta pudiendo hacerse con el huerto.
—Lo que queremos es el Rejo —dijo Ralf
el Rojo
, y muchos gritaron lo mismo.