Ojo de Cuervo dejó que los gritos le resbalaran. Luego saltó de la mesa, agarró a la ramera por el brazo y la sacó de la sala.
«Huye como un perro. —De repente, el derecho de Euron al Trono de Piedramar no parecía tan asentado como unos momentos antes—. No lo seguirán a la bahía de los Esclavos. Puede que no sean tan zafios ni tan estúpidos como me temía.» Era una idea tan grata que Victarion quiso acompañarla de vino. Bebió una copa con el Barbero para demostrarle que no le guardaba rencor por haber aceptado el título, aunque fuera de manos de Euron.
En el exterior se había puesto el sol. La oscuridad se hacía más densa al otro lado de los muros, pero dentro, las antorchas ardían con un brillo anaranjado, y su humo se acumulaba bajo las vigas como una nube gris. Los borrachos empezaron a bailar la danza del dedo. En determinado momento, Lucas Codd,
el Zurdo
, decidió que le gustaba una hija de Lord Hewett, así que la poseyó encima de una mesa mientras sus hermanas gritaban y sollozaban.
Victarion sintió un toquecito en el hombro. Uno de los hijos mestizos de Euron estaba detrás de él; era un niño de diez años, con el pelo lanudo y la piel del color del barro.
—Mi padre quiere hablar contigo.
Victarion se levantó, inseguro. Era corpulento, con gran capacidad para el vino, pero aun así, había bebido demasiado.
«La maté a golpes, con mis propias manos —pensó—, pero fue Ojo de Cuervo quien la mató al entrar en ella. A mí no me dejó alternativa.» Siguió al bastardo por el pasillo y subió con él por la escalera de caracol. Los sonidos de la jarana y las violaciones se fueron amortiguando a medida que ascendían, hasta que al final sólo se oyó el tenue roce de las botas contra la piedra.
Ojo de Cuervo se había quedado con el dormitorio de Lord Hewett, además de con su hija bastarda. Cuando entró, la muchacha estaba despatarrada en la cama y respiraba profundamente. Euron estaba junto a la ventana, bebiendo de una copa de plata. Llevaba la capa de marta que le había quitado a Blacktyde y el parche de cuero rojo, y nada más.
—De pequeño soñaba que podía volar —le dijo—. Pero cuando despertaba, no era así... O eso decía el maestre. Pero ¿y si mentía?
A Victarion le llegó el olor del mar a través de la ventana abierta, aunque la habitación apestaba a vino, sangre y sexo. El frescor del aire salado lo ayudó a despejarse.
—¿Qué quieres decir?
Euron se volvió hacia él con los magullados labios azules curvados en un atisbo de sonrisa.
—Tal vez podamos volar. Todos. ¿Cómo lo sabremos si no saltamos de una torre muy alta? —El viento entraba a ráfagas por la ventana y le agitaba la capa de marta. Su desnudez tenía algo de obsceno, de turbador—. Nadie sabe qué puede hacer de verdad a menos que se atreva a saltar.
—Ahí tienes una ventana. Salta. —Victarion no tenía paciencia para aquello. La herida de la mano le dolía cada vez más—. ¿Qué quieres?
—El mundo. —La luz del fuego refulgía en el ojo de Euron. «Su ojo sonriente»—. ¿Quieres una copa del vino de Lord Hewett? No hay vino más dulce que el que se arrebata a un enemigo vencido.
—No. —Victarion apartó la vista—. Cúbrete.
Euron se sentó y dobló la capa de manera que le tapara las partes íntimas.
—Ya se me había olvidado lo cortos de miras y lo escandalosos que son mis hijos del hierro. Les ofrezco dragones y me piden uvas a gritos.
—Las uvas existen. Las uvas se pueden comer. Su zumo es dulce, y sirven para hacer vino. ¿Para qué sirven los dragones?
—Para provocar dolor. —Ojo de Cuervo bebió un trago de la copa de plata—.Una vez tuve un huevo de dragón en esta mano. Un mago myriense juraba que lo podría incubar si le daba un plazo de un año y todo el oro que necesitara. Cuando me harté de sus excusas, lo maté. Cuando vio que las entrañas se le escurrían entre los dedos, me dijo: «¡Pero si no ha pasado un año!». —Se echó a reír—. No sé si lo sabrás, Cragorn ha muerto.
—¿Quién?
—El hombre que hizo sonar mi cuerno de dragón. Cuando el maestre lo abrió, tenía los pulmones chamuscados y negros como el hollín.
Victarion se estremeció.
—Enséñame ese huevo de dragón.
—Lo tiré al mar en uno de mis días negros. —Euron se encogió de hombros—.Puede que el Lector no ande desencaminado. Una flota demasiado grande no se mantendría unida en una travesía tan larga. El viaje es demasiado prolongado, demasiado peligroso. Sólo nuestros mejores barcos y tripulaciones pueden llegar a la bahía de los Esclavos y volver. La Flota de Hierro.
«La Flota de Hierro es mía», pensó Victarion. No dijo nada.
Ojo de Cuervo llenó dos copas con el extraño vino negro espeso como la miel.
—Bebe conmigo, hermano. Prueba. —Le tendió una copa a Victarion.
El capitán cogió la otra y olfateó el contenido con desconfianza. Visto de cerca, parecía más azul que negro. Era espeso y aceitoso, y olía a carne podrida. Probó un traguito y lo escupió al instante.
—Es asqueroso. ¿Qué quieres? ¿Envenenarme?
—Quiero abrirte los ojos. —Euron bebió un largo trago de su copa y sonrió—. Color-del-ocaso, el vino de los brujos. Había un barril en cierta galera que capturé cerca de Qarth. También había clavo, nuez moscada, cuarenta balas de seda verde y cuatro brujos que me contaron algo de lo más curioso. Uno de ellos se atrevió a amenazarme, así que lo maté y se lo serví a los otros tres. Al principio se negaron a comerse a su amigo, pero cuando tuvieron suficiente hambre cambiaron de opinión. Los hombres son de carne.
«Balon estaba loco; Aeron, más loco todavía, y Euron es el más loco de todos.» Victarion iba a dar la vuelta para marcharse cuando Ojo de Cuervo lo detuvo.
—Un rey necesita una esposa que le dé herederos —dijo—. Te necesito, hermano. ¿Te importaría ir a la bahía de los Esclavos y traerme a mi amada?
«Yo también tuve una amada. —Victarion apretó los puños, y una gota de sangre cayó al suelo—. Tendría que matarte a ti de una paliza y echarte de comer a los cangrejos, como hice con ella.»
—Ya tienes hijos —le dijo a su hermano.
—Mestizos ilegítimos, nacidos de prostitutas y de chicas que gritaban mucho.
—Proceden de tu cuerpo.
—Igual que el contenido de mi orinal. Ninguno de ellos es digno de sentarse en el Trono de Piedramar, no digamos ya en el Trono de Hierro. No, para engendrar un heredero digno de él necesito a otra mujer. Hermano..., cuando el kraken se una al dragón, el mundo se rendirá.
—¿Qué dragón? —preguntó Victarion con el ceño fruncido.
—El último de la estirpe. Dicen que es la mujer más bella del mundo. Su cabello es de oro plateado; sus ojos son amatistas... Pero no hace falta que me creas, hermano. Ve a la bahía de los Esclavos, contempla su belleza, y tráemela.
—¿Por qué? ¿Por qué tengo que hacerlo?
—Por amor. Porque es tu deber. Porque lo ordena tu rey. —Euron dejó escapar una risita—. Y por el Trono de Piedramar. Será tuyo cuando yo ocupe el Trono de Hierro. Me sucederás, igual que yo sucedí a Balon... Y de la misma manera, algún día te sucederán tus hijos legítimos.
«Mis hijos legítimos. —Pero para tener un hijo legítimo, antes necesitaba una esposa. Victarion no tenía suerte con las esposas—. Los regalos de Euron están envenenados —se recordó—, pero aun así...»
—Tú eliges, hermano. Vivir como siervo o morir como rey. ¿Te atreves a volar? A menos que saltes, no lo sabrás nunca. —El ojo sonriente de Euron brillaba con sarcasmo—. ¿O te estoy pidiendo demasiado? Sé que da miedo navegar más allá de Valyria.
—Si hiciera falta, podría llevar la Flota de Hierro al mismísimo infierno. —Victarion abrió la mano; tenía la palma roja de sangre—. Sí, iré a la bahía de los Esclavos, buscaré a la dragona y la traeré.
«Pero no será para ti. Me robaste a mi esposa y la mancillaste, así que me quedaré con la tuya. La mujer más bella del mundo será para mí.»
Los campos que se extendían tras las murallas de Darry se volvían a cultivar. Los arados habían enterrado las cosechas quemadas, y los exploradores de Ser Addam informaban de haber visto a mujeres escardando los surcos mientras una yunta rompía nuevos terrones al borde de un bosque cercano. Una docena de hombres barbudos con hachas velaba por su seguridad mientras trabajaban.
Cuando Jaime y su columna llegaron al castillo, ya se habían refugiado todos tras sus murallas. Se encontró cerradas las puertas de Darry, igual que se había encontrado las de Harrenhal.
«Fría bienvenida para ser de mi sangre.»
—Haced sonar el cuerno —ordenó.
Ser Kennos de Kayce descolgó el Cuerno de Herrock y lo tocó. Mientras aguardaba a que respondieran los ocupantes del castillo, Jaime se fijó en el estandarte marrón y carmesí que ondulaba en la barbacana de su primo. Al parecer, Lancel había cuartelado el león de Lannister con el labrador de Darry. Vio la mano de su tío en aquello, al igual que en la esposa elegida para Lancel. La Casa Darry había gobernado en aquellas tierras desde que los ándalos expulsaron a los primeros hombres. Sin duda, Ser Kevan se había dado cuenta de que los campesinos aceptarían mejor a su hijo si lo consideraban una continuación de la antigua estirpe, si poseía aquellas tierras por derecho de matrimonio, no por decreto real.
«Kevan debería ser la Mano de Tommen. Harys Swyft es un inútil, y si mi hermana no se da cuenta, es porque se ha vuelto idiota.»
Las puertas del castillo empezaron a abrirse.
—Mi primo no tendrá sitio para acoger a un millar de hombres —le dijo Jaime al Jabalí—. Montaremos campamento al pie de la muralla oeste. Quiero zanjas y estacas en el perímetro; aún quedan bandidos por aquí.
—Tendrían que estar locos para atacar a un ejército como el nuestro.
—O muertos de hambre. —Mientras no tuviera una idea aproximada de las fuerzas con que contaban los bandidos, no estaba dispuesto a correr el menor riesgo con sus defensas—. Zanjas y estacas —repitió antes de espolear a
Honor
hacia la puerta.
Ser Dermont cabalgaba a su lado con el estandarte real del venado y el león, y Ser Hugo Vance, con el blanco de la Guardia Real. Jaime le había encomendado a Ronnet
el Rojo
la misión de llevar a Wylis Manderly a Poza de la Doncella, para no tener que volver a verle la cara.
Pia cabalgaba con los escuderos de Jaime, a lomos de un caballo castrado que le había conseguido Peck.
—Parece un castillo de juguete —le oyó decir Jaime.
«No ha conocido más hogar que Harrenhal —reflexionó—. Todos los castillos del reino, excepto la Roca, le van a parecer pequeños.»
Josmyn Peckleton estaba comentando lo mismo.
—No podéis compararlo con Harrenhal. Harren
el Negro
lo construyó demasiado grande.
Pia escuchó con la solemnidad de una niña de cinco años que atendiera a las lecciones de su septa.
«Y eso es, una niñita en el cuerpo de una mujer, herida y asustada.» Pero Peck se había encariñado con ella. Jaime sospechaba que el chico no había estado nunca con una mujer, y Pia seguía siendo bastante bonita, siempre que mantuviera la boca cerrada. «En fin, no tiene nada de malo que se acuesten, mientras a ella le parezca bien.»
Uno de los hombres de la Montaña había intentado violarla en Harrenhal, y cuando Jaime ordenó a Ilyn Payne que lo decapitara, su perplejidad había parecido sincera.
—Ya me la he tirado cien veces —repetía sin cesar mientras lo obligaban a arrodillarse—. Cien veces, mi señor. Igual que todos.
Cuando Ser Ilyn le entregó su cabeza a Pia, la muchacha mostró los dientes destrozados al sonreír.
Darry había cambiado de mano varias veces durante las batallas; el castillo ardió en una ocasión y lo saquearon al menos dos veces, pero al parecer, Lancel se había apresurado a arreglarlo todo. Las puertas eran nuevas: grandes planchas de roble reforzadas con clavos de hierro. Se estaba erigiendo un establo nuevo sobre los restos quemados del anterior. Habían sustituido los escalones de acceso al edificio principal, así como los postigos de muchas ventanas. Las piedras ennegrecidas delataban los lugares donde las habían lamido las llamas, pero el tiempo y las lluvias las limpiarían.
Dentro de las murallas, los ballesteros patrullaban por los baluartes, unos con capa color carmesí y yelmo con cimera en forma de león, y otros vestidos con el azul y el gris de la Casa Frey. Cuando Jaime cruzó el patio al trote, las gallinas huyeron bajo los cascos de
Honor
, las ovejas balaron y los campesinos le lanzaron miradas hoscas.
«Campesinos armados», no pudo dejar de advertir. Unos llevaban guadañas; otros, cayados; otros, azadones bien afilados. También se veían hachas, y divisó a varios hombres barbudos con estrellas rojas de siete puntas cosidas a las túnicas sucias y andrajosas.
«Joder, más gorriones. ¿De dónde salen tantos?»
De quien no vio rastro fue de su tío Kevan. Ni de Lancel. El único que salió a recibirlo fue un maestre con una túnica gris que el viento le enredaba en las piernas flacas.
—Lord Comandante, para Darry es un honor esta visita tan... inesperada. Perdonad que no hayamos hecho ningún preparativo; teníamos entendido que ibais directamente a Aguasdulces.
—Darry me cogía de camino —mintió Jaime. «Aguasdulces puede esperar.» Y si por casualidad acababa el asedio antes de que llegara al castillo, se ahorraría tener que alzar las armas contra la Casa Tully. Desmontó y le tendió a un mozo de cuadras las riendas de
Honor
—. ¿Está mi tío?
No dijo su nombre. Ser Kevan era el único tío que le quedaba, el único hijo superviviente de Tytos Lannister.
—No, mi señor. Ser Kevan nos dejó después de la boda. —El maestre se tironeó de la cadena, como si de repente le apretara demasiado—. Sé que Lord Lancel se alegrará mucho de veros, y también a... A vuestros galantes caballeros. Aunque lamento confesaros que Darry no puede dar de comer a tantos hombres.
—Traemos provisiones. ¿Quién sois?
—El maestre Ottomore, si a mi señor le parece bien. Lady Amerei habría querido recibiros en persona, pero está supervisando los preparativos del banquete que se celebrará en vuestro honor. Espera que compartáis la mesa con nosotros: vos y vuestros principales caballeros y capitanes.
—Una comida caliente será muy de agradecer. —Los días se habían vuelto fríos y húmedos. Jaime echó un vistazo al patio, a los rostros barbudos de los gorriones. «Son demasiados. Y también hay demasiados Frey»—. ¿Dónde está Peñafuerte?