Fragmentos de una enseñanza desconocida (75 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

"Cuando digo que un
obyvatel
es más serio que un «vagabundo» o que un «lunático», quiero decir que un
obyvatel,
acostumbrado a manejar valores reales, evalúa las posibilidades de los «caminos», las posibilidades de «liberación» y de «salvación», mejor y más rápido que un hombre que toda su vida está preso en el círculo habitual de valores imaginarios, intereses imaginarios y posibilidades imaginarias.

"Para el
obyvatel,
no son serios los que viven de ilusiones y sobre todo de la ilusión de que son capaces de hacer algo. El
obyvatel
sabe que éstos no hacen más que engañar a la gente que los rodean, prometiéndoles Dios sabe qué, mientras que en realidad están simplemente arreglando sus pequeños asuntos; o lo que es aún mucho peor, son lunáticos, gente que cree todo lo que se les dice.

—¿A qué categoría pertenecen los políticos que hablan desdeñosamente del
obyvatel,
de las opiniones del
obyvatel,
y de los intereses del
obyvatel?
preguntó alguien.

—Son los peores
obyvatels,
dijo G., es decir los
obyvatels
que no tienen en ellos nada positivo, nada que los redima —son charlatanes, lunáticos o bribones.

—Pero, ¿no puede haber hombres honestos y decentes entre los políticos? preguntó otro.

—Ciertamente que puede haberlos, dijo G., pero en ese caso, no son hombres prácticos, son soñadores, y otros los utilizarán como cortinas para esconder sus propios asuntos sospechosos.

"El
obyvatel,
aun cuando no lo sepa de una manera filosófica, es decir aun cuando no sea capaz de formularlo, sabe sin embargo que las cosas «suceden» solas, lo sabe por su propia perspicacia; por consiguiente, se ríe por dentro de aquellos que creen o que quisieran hacerle creer que ellos mismos significan algo, que algo depende de su decisión y que pueden cambiar, o en general hacer algo. Para él eso no se llama ser serio, y la comprensión de lo que no es serio puede ayudarlo a apreciar lo que es serio."

A menudo volvíamos al tema de las dificultades del camino. Nuestra propia experiencia de la vida en común y de un trabajo constante nos ponía sin cesar en nuevas dificultades interiores.

—Toda la cuestión estriba en esto: estar dispuesto a sacrificar su propia libertad, decía G. El hombre, consciente o inconscientemente, lucha por la libertad tal como la imagina, y es esto, sobre todo, lo que le impide alcanzar la verdadera libertad. Pero el que es capaz de alcanzar algo, tarde o temprano llega a la conclusión de que su libertad es una ilusión, y consiente en sacrificar esta ilusión. Voluntariamente, se vuelve esclavo. Hace lo que le dicen que haga, repite lo que le dicen que repita, y piensa lo que le dicen que piense. Nada teme perder, porque sabe que no posee nada. Y de esta manera adquiere todo. Lo que le era real, en su comprensión, en sus simpatías, sus gustos y sus deseos, todo le vuelve, con nuevas propiedades que él no tenía y que no podía tener antes, asociadas con un sentimiento interior de unidad y de voluntad. Pero para llegar a esto, el hombre debe pasar por el duro camino de la esclavitud y de la obediencia. Y si desea resultados, tiene que obedecer no sólo exterior, sino interiormente. Esto exige una fuerte determinación y esta determinación requiere a su vez una gran comprensión del hecho de que no hay otro camino, que un hombre no puede hacer nada
por sí mismo,
y que por lo tanto algo se tiene que hacer.

"Cuando un hombre llega a la conclusión de que no puede ni quiere vivir más tiempo como ha vivido hasta entonces, cuando realmente ve en qué consiste su vida y decide trabajar, debe ser sincero consigo mismo para no caer en una situación aún peor. Porque no hay nada peor que comenzar el trabajo sobre sí, luego abandonarlo y encontrarse entre dos sillas: más vale ni siquiera comenzar.

"Y para no comenzar en vano, ni correr el riesgo de engañarse por propia cuenta, un hombre tendrá que poner su decisión a prueba más de una vez. Ante todo, debe saber hasta dónde quiere ir y lo que está dispuesto a sacrificar. Nada es más fácil, ni más vano, que responder: todo. El hombre nunca puede sacrificar todo y esto no se le puede pedir jamás. Pero debe definir exactamente lo que está listo a sacrificar y no regatear más sobre este asunto en lo sucesivo. Si no, le pasará como al lobo del cuento armenio."

¿Conocen ustedes el cuento armenio del lobo y las ovejas?

"Había una vez un lobo que hacía grandes matanzas de ovejas. sembrando la desolación en los pueblos.

"A la larga, no sé bien por qué, fue preso súbitamente de remordimientos y se arrepintió; es así que decidió reformarse y no degollar más ovejas.

"A fin de mantener seriamente su promesa, fue a buscar al cura y le pidió que le celebrara una misa de acción de gracias.

"El cura comenzó la ceremonia; el lobo asistía, sollozando y rezando. La misa duró largo rato. El lobo había exterminado muchas ovejas del cura y por lo tanto éste rezaba con ardor a fin de que el lobo se enmendara de verdad. De pronto el lobo, al echar un vistazo por la ventana, vio a las ovejas que volvían al redil. Ya no podía quedarse quieto; pero el cura se eternizaba en sus oraciones.

"Por último, el lobo no pudo contenerse más y gritó:

"«¡Terminemos, cura! o todas las ovejas habrán entrado y ya no tendré nada que comer.»

"Es un cuento muy sabroso, porque describe admirablemente al hombre: el hombre está dispuesto a sacrificar todo, pero en cuanto a su comida de hoy, eso es ya otra historia...

"El hombre siempre quiere comenzar por algo grande. Pero es imposible; no tenemos alternativas, tenemos que comenzar por las cosas de hoy día."

Anotaré otra conversación como muy característica de los métodos de G. Estábamos paseando por el parque. Éramos cinco además de él. Uno de nosotros le preguntó cuáles eran sus puntos de vista en materia de astrología, si había algo de valor en las teorías más o menos conocidas de esta ciencia.

—Sí, dijo G., todo depende de la manera en que se la comprenda. Puede tener valor, o por el contrario no tener ninguno. La astrología sólo se refiere a una parte del hombre,
su tipo,
su esencia —no se refiere a la personalidad, a sus cualidades adquiridas. Si comprenden esto, comprenderán lo que puede haber de valor en la astrología."

Ya habíamos, tenido en nuestros grupos conversaciones sobre el tema de los tipos, y nos parecía que la ciencia de los tipos era una de las partes más difíciles del estudio del hombre, debido a que G. no nos había dado sino unos pocos elementos, exigiendo de nosotros observaciones personales acerca de nosotros mismos y de los demás.

Continuamos paseándonos, mientras G. trataba de explicarnos lo que en el hombre podía depender de las influencias planetarias y lo que se les escapaba.

Cuando salimos del parque, G. se calló y se adelantó. Lo seguimos, mientras hablábamos entre nosotros. Al pasar detrás de un árbol G. dejó caer su bastón —era un bastón de ébano con pomo de plata caucasiano— y uno de nosotros se agachó. lo recogió y se lo dio. G. caminó unos pasos más, luego, volviéndose hacia nosotros, dijo:

—Eso fue astrología, ¿comprenden? Todos me han visto dejar caer mi bastón. ¿Por qué sólo uno de ustedes lo recogió? Que cada uno responda por sí mismo."

Uno dijo que no había visto caer el bastón porque estaba mirando hacia otro lado. El segundo, que se había dado cuenta de que G. no había dejado caer su bastón accidentalmente, como cuando un bastón se engancha con algo, sino que lo había soltado a propósito. Eso había excitado su curiosidad y había esperado para ver qué pasaba. El tercero dijo que había visto caer el bastón, pero que estaba demasiado absorbido en sus pensamientos sobre astrología para prestar suficiente atención, tratando sobre todo de acordarse de lo que G. había dicho una vez sobre este tema. El cuarto también había visto caer el bastón y pensó en recogerlo pero, justo en ese momento, el otro lo había recogido y se lo había dado a G. El quinto dijo que al ver caer el bastón se había visto inmediatamente recogiéndolo y entregándolo a G. G. sonrió al escucharnos.

—Esto es astrología, dijo. En la misma situación, un hombre ve y hace una cosa, otro otra cosa, un tercero una tercera, y así sucesivamente. Y cada uno actúa según su tipo. Observen a los otros, obsérvense a sí mismos de esta manera, y tal vez hablaremos después de una astrología diferente."

El tiempo pasó muy rápidamente. El breve verano de Essentuki terminaba. Comenzamos a pensar en el invierno y a hacer toda clase de planes.

Y de repente todo cambió. Por una razón que me pareció accidental y que era el resultado de roces entre algunos de nuestros camaradas, G. anunció la disolución del grupo entero y la detención de todo trabajo. De primera intención, simplemente rehusamos creerle, pensando que nos sometía a alguna prueba. Y cuando dijo que se iba solo con Z. a la costa del mar Negro, todos —con excepción de un pequeño número de los nuestros que debía regresar a Moscú o a San Petersburgo— anunciaron que lo seguirían dondequiera que fuese. G. consintió, pero dijo que de ahora en adelante cada uno debía ocuparse de sí mismo y que no habría ningún trabajo, cualquiera que fuese el deseo que tuviésemos.

Todo esto me sorprendió mucho. Me parecía que no hubiera podido escoger peor momento para una "comedia" y si lo que G. decía era en serio, entonces, ¿por qué había sido emprendida esta obra? Durante este período, nada nuevo había aparecido en nosotros. Y si G. había comenzado a hacernos trabajar tal como éramos, ¿por qué entonces dejaba ahora de hacerlo?

Para mí eso no cambiaba nada materialmente. Había decidido pasar de todas maneras el invierno en el Cáucaso. Pero trastornaba los proyectos de algunos miembros de nuestro grupo que se encontraban en la incertidumbre; para ellos, la dificultad se tornaba insuperable. Y debo confesar que desde entonces mi confianza en G. comenzó a debilitarse. ¿De qué se trataba? ¿Y qué fue lo que me chocó particularmente? Aún ahora tengo dificultad para definirlo, pero el hecho es que a partir de ese momento empecé poco a poco a separar a G. mismo de sus ideas. Hasta entonces nunca los había separado.

Al fin de agosto, seguí a G. primero a Tuapsé y de allí fui a San Petersburgo con la intención de llevarme algunos objetos. Por desgracia, había tenido que dejar todos mis libros, pensando entonces que hubiera sido arriesgado llevarlos conmigo al Cáucaso. Pero en San Petersburgo, por supuesto todo se perdió.

Capítulo
dieciocho

San Petersburgo: octubre 1917. La revolución bolchevique. Regreso de G. al Cáucaso. La actitud de G. hacia uno de sus alumnos. Los que acompañaron a G. a Essentuki. Otros miembros de nuestro grupo se reúnen de nuevo con él. Recomienzo del trabajo. Ejercicios más difíciles y más variados que antes. Ejercicios físicos y mentales, danzas derviches, estudios de "trucos" psíquicos. Negocio de seda. Lucha interior y decisión. La elección de gurus. Tomo la decisión de irme. G. sale para Sochi. Un momento difícil: guerra y epidemias. Nuevo estudio del eneagrama. Los "acontecimientos" no permiten quedarse más tiempo en Rusia. Londres, objetivo final. Resultados prácticos del trabajo sobre si: sensación de un nuevo "Yo"; "una extraña confianza". Constitución de un grupo en Rostov y exposición de las ideas de G. G. abre un Instituto en Tiflis. Viaje a Constantinopla. Reúno auditores. Llegada de G. Nuevo grupo presentado a G. "Traducción" de un canto derviche. G. el artista y G. el poeta. Comienzos del Instituto en Constantinopla. G. me autoriza para escribir y publicar un libro. Él parte para Alemania. 1921: decido continuar en Londres mi trabajo de Constantinopla. G. organiza su Instituto en Fontainebleau. Trabajo en el Castillo du Prieuré. Conversación con Katherine Mansfield. G. habla de las diferentes clases de respiración. "Respiración a través de los movimientos". Demostraciones en el Teatro de Campos Elíseos. Salida de G. para América en 1924. Decisión de seguir independientemente mi trabajo en Londres.

No logré salir de San Petersburgo hasta el 15 de octubre, una semana antes de la revolución bolchevique. Era imposible quedarse un día más. Algo viscoso e inmundo se aproximaba. Había en el aire una tensión mórbida y en todas partes se podía sentir la expectativa de sucesos inevitables. Los rumores se deslizaban, cada cual más absurdo, más estúpido que el otro. Un estado de embrutecimiento general. Nadie comprendía nada, nadie podía imaginarse el futuro. El "gobierno provisional", habiendo ya vencido a Kornilov, negociaba de la manera más correcta con los bolcheviques, quienes no disimulaban su desprecio por los "ministros socialistas" y solamente trataban de ganar tiempo. Por alguna razón, los alemanes no habían marchado sobre San Petersburgo, a pesar de estar abierto el frente. Muchos ponían su confianza en éstos, para que los salvaran tanto del "gobierno provisional" como de los bolcheviques. Pero yo no compartía esas esperanzas, porque, a mi parecer, lo que estaba sucediendo en Rusia comenzaba a escapar a todo control.

En Tuapsé todavía reinaba una calma relativa. Una especie de soviet sesionaba en la casa de campo del Shah de Persia, pero todavía no habían comenzado los saqueos. G. se había instalado bastante lejos de allí, en el Sur, a unos treinta kilómetros de Sochi. Había alquilado una casa que miraba hacia el mar, había comprado un par de caballos, y vivía allí, con un pequeño grupo de unas diez personas.

Me reuní con ellos. El sitio era maravilloso, lleno de rosas, por un lado el mar, por el otro cadenas de montañas que ya estaban cubiertas de nieve. Sentía pena por los amigos que todavía se encontraban en San Petersburgo y en Moscú.

Pero ya desde el día siguiente de mi llegada, noté que algo no iba bien. No había nada de la atmósfera de Essentuki. Me asombró particularmente la actitud de Z. Cuando lo dejé a principios de septiembre para ir a San Petersburgo, Z. estaba lleno de entusiasmo; continuamente me apremiaba para que no me demorase allá, temiendo que pronto sería casi imposible regresar.

—¿No piensa usted volver a ver jamás San Petersburgo? le pregunté.

—¡El que vuela hacia las montañas no regresa! me había respondido.

Y ahora, apenas llegado a Uch Dere, me enteré de que Z. tenía intención de partir hacia San Petersburgo.

—¿Para qué regresa allá? Ya dejó su empleo. ¿Por qué quiere irse? le pregunté al doctor Sh.

—No sé. G. no está contento con él y dice que lo mejor es que se vaya."

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