Fragmentos de una enseñanza desconocida (71 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

Los bolcheviques eran los agentes de la destrucción. Ni entonces ni después, podían ni pueden hacer otra cosa, a pesar de sus jactancias y del apoyo de sus amigos declarados u ocultos. Pero podían y pueden destruir muy bien, no tanto por su actividad como por su existencia misma, que corrompe y desintegra todo alrededor de ellos. Esta cualidad especial que les es propia explicaba su éxito creciente y todo lo que debía pasar mucho más tarde.

Nosotros, que mirábamos las cosas desde el punto de vista de la enseñanza, podíamos ver no solamente el hecho de que cada cosa
sucede,
sino también
cómo
es que sucede, es decir, cuán fácilmente baja la pendiente y se hace pedazos cada cosa desde que ha recibido el más pequeño impulso.

No me quedé en Moscú, pero conseguí entrevistarme con algunas personas mientras esperaba el tren de la tarde para San Petersburgo, y les transmití el encargo de G. Luego me fui a San Petersburgo y transmití el mismo mensaje a los miembros de nuestros grupos.

Doce días después estaba de vuelta en el Cáucaso. Me enteré de que G. no vivía en Kislovodsk sino en Essentuki, y dos horas más tarde me reuní con él en una pequeña villa.

G. me preguntó largamente sobre todas las personas que había visto, lo que cada una me había dicho, los que se preparaban para venir y los que no vendrían, etc. Al día siguiente llegaron tres de San Petersburgo, luego dos más y así sucesivamente. En total se reunieron así doce personas alrededor de G.

Capítulo
diecisiete

Agosto de 1917. Las seis semanas en Essentuki. G. nos expone el plan de todo el trabajo. Imperiosa necesidad de escuelas. "Super-esfuerzos". La simultaneidad del trabajo de los centros es la principal dificultad en el trabajo sobre sí. El hombre es esclavo de su cuerpo. Desperdicio de energía que resulta de la tensión muscular inútil. G. nos muestra ejercicios de control muscular y de relajación. El ejercicio del "stop". Las exigencias del "stop". Un "stop" del cual G. fue testigo en Asia Central. La práctica del "stop" en Essentuki y su influencia. El hábito del parloteo. Un experimento de ayuno. ¿Qué es pecado? G. nos muestra ejercicios de atención. Un experimento sobre la respiración. Medimos las dificultades del Camino. Exige un gran saber, esfuerzos y ayuda. ¿No hay camino fuera de los "caminos"? Los caminos como ayuda proporcionada a cada uno según su tipo. Los caminos "subjetivo" y "objetivo". El obyvatel. ¿Qué significa "ser serio"? Sólo una cosa es seria. ¿Cómo alcanzar la verdadera libertad? El camino arduo de la esclavitud y de la obediencia. ¿Qué es lo que uno está dispuesto a sacrificar? El cuento armenio del lobo y las ovejas. Astrología y tipos. Una demostración. G. anuncia la liquidación del grupo. Último viaje a San Petersburgo.

Cada vez que evoco esa primera estada en Essentuki, tengo un extraño sentimiento. En total permanecimos allí seis semanas; pero ahora eso me parece totalmente increíble, y cada vez que hablo con uno de los que estuvieron allá, también a él le cuesta creer que aquello duró sólo seis semanas. Este período estuvo tan cargado que aún en seis años sería difícil encontrar espacio para todo lo que se relaciona con él.

G. se había instalado en una casita en los alrededores del pueblo, y la mitad de nosotros, incluyéndome a mí, vivíamos con él; los otros llegaban por la mañana temprano y se quedaban allí hasta una hora avanzada. Nos acostábamos muy tarde y nos levantábamos muy temprano. Dormíamos cuatro horas, cinco como máximo. Hacíamos todos los trabajos de la casa, y el resto del tiempo lo llenaban los ejercicios, de los cuales hablaré más tarde. En diversas ocasiones, G, organizó excursiones a Kislovodsk, Jeleznovodsk, Pyatigorsk, Beshtau, etc....

G. vigilaba la cocina y a menudo preparaba él mismo las comidas. Demostró ser un cocinero sin par: conocía centenares de recetas orientales, y cada día nos obsequiaba con nuevos platos tibetanos, persas y otros.

No trataré de describir todo lo que pasó en Essentuki; haría falta un libro entero, G. nos conducía a pasos agigantados, sin perder un solo minuto. Nos daba muchas explicaciones mientras nos paseábamos por el parque municipal, a la hora de la música, o durante nuestros trabajos domésticos.

En el transcurso de nuestra breve estada, G. nos desarrolló el plan de todo el trabajo. Nos enseñó los orígenes de todos los métodos, de todas las ideas, sus vínculos, sus relaciones mutuas y su dirección. Muchas cosas permanecieron oscuras para nosotros y muchas otras no fueron tomadas en su verdadero sentido, sino al revés; en todo caso recibimos directivas generales que consideré nos podrían guiar más adelante.

Todas las ideas que llegamos a conocer en esa época nos pusieron frente a una cantidad de preguntas concernientes a la realización práctica del trabajo sobre sí, y claro está, éstas provocaban entre nosotros numerosas discusiones.

G. siempre tomaba parte en ellas y nos explicaba entonces los diversos aspectos de la organización de las escuelas.

—Las escuelas son indispensables, dijo un día, antes que nada debido a lo complejo de la estructura humana. Un hombre es incapaz de
vigilar la totalidad de sí mismo,
es decir de sus diferentes lados —esto sólo lo pueden hacer las escuelas, los métodos de escuela y la disciplina de escuela. El hombre es demasiado perezoso. Casi todo lo hará sin la intensidad necesaria, o no hará nada, imaginando que hace algo; trabajará con intensidad en algo que no lo exige y dejará pasar los momentos en que la intensidad es indispensable. En estos momentos, se las arregla, teme hacer cualquier cosa que sea desagradable. Jamás alcanzará por sí mismo la intensidad requerida. Si se han observado bien, estarán de acuerdo con lo que acabo de decir. Cuando un hombre se impone una tarea, cualquiera que sea, de inmediato comienza a ser indulgente consigo mismo. Trata de cumplir su tarea con el menor esfuerzo posible: esto no es trabajar. En el trabajo sólo cuentan los
super-esfuerzos,
más allá de lo normal, más allá de lo necesario. Los esfuerzos ordinarios no cuentan.

—¿Qué entiende usted por super-esfuerzo? preguntó alguien.

—Significa un esfuerzo más allá de lo que es necesario para alcanzar una meta dada.

Imagínense que yo haya caminado todo el día y que esté muy cansado. Hace mal tiempo, llueve, hace frío. Por la noche, llego a casa. Tal vez he caminado más de 40 kilómetros. En la casa la cena está lista; hay fuego y el ambiente es agradable. Pero, en lugar de sentarme a la mesa, salgo de nuevo bajo la lluvia y decido no volver antes de haber caminado 4 o 5 kilómetros más. Esto es lo que se puede llamar un super-esfuerzo. Mientras me daba prisa por llegar a la casa, era simplemente un esfuerzo, esto no cuenta. Regresaba, y el frío, el hambre y la lluvia impulsaban mis pasos. En el segundo caso, camino porque yo mismo he decidido hacerlo. Pero esta clase de super-esfuerzo se vuelve todavía más difícil al no ser yo quien decide, al obedecer a un maestro que, cuando menos lo espero, cuando creía haber hecho bastante por un día, exige de mí nuevos esfuerzos.

"Otra forma de super-esfuerzo consiste en efectuar cualquier trabajo a una velocidad mayor de lo que su naturaleza lo exige. Digamos que están ocupados en algo, lavando platos o cortando leña. Tienen trabajo para una hora. Háganlo en media hora; eso será un super-esfuerzo.

"Pero en la práctica, un hombre nunca puede imponerse a sí mismo super-esfuerzos consecutivos o de larga duración; se necesita la voluntad de otra persona que no tenga piedad y que posea un método.

"Si el hombre fuese capaz de trabajar sobre sí mismo, todo sería muy sencillo y las escuelas serían inútiles. Pero no puede hacerlo, y hay que buscar las razones en las profundidades mismas de su naturaleza. Por el momento dejaré de lado la falta de sinceridad hacia sí mismo, las perpetuas mentiras que se fabrica, etc., y hablaré solamente de los centros y de su divergencia. Esto es suficiente para que un trabajo independiente sobre si se vuelva imposible para el hombre. Deben comprender que los tres centros principales: intelectual, emocional y motor, son interdependientes y que, en un hombre normal, siempre trabajan simultáneamente. Esta es precisamente la mayor dificultad en el trabajo sobre sí. ¿Qué significa esta simultaneidad? Significa que el trabajo del centro intelectual está ligado a otro trabajo, el de los centros emocional y motor, es decir que cierta clase de pensamiento está ligado
inevitablemente
a cierta clase de emoción (o estado mental), y a cierta clase de movimiento (o postura), y que una pone en marcha a la otra; dicho de otra manera, que una clase de emoción (o estado mental) desencadena ciertos movimientos o actitudes, y ciertos pensamientos, del mismo modo que cierta clase de movimientos o de posturas ponen en marcha ciertas emociones, o estados mentales, etc.... Todas las cosas están conectadas, y una no puede existir sin otra.

"Ahora imaginemos que un hombre decide
pensar
de una manera nueva. No por eso deja de sentir en la misma forma que antes. Supongamos que sienta antipatía por R. (señaló a uno de nosotros). Esta antipatía por R. inmediatamente suscita en él viejos pensamientos, y olvida así su decisión de pensar de una manera nueva. O bien, imaginemos que tenga la costumbre de fumar cigarrillos cada vez que quiere pensar. Este es un hábito motor. Decide pensar de una manera nueva, comienza por fumar un cigarrillo y vuelve a caer en su pensar rutinario, aun sin darse cuenta. El gesto habitual de encender un cigarrillo ya ha llevado sus pensamientos a su antiguo diapasón. Ustedes deben recordar que un hombre nunca puede destruir tales vínculos por sí mismo. Se necesita la voluntad de otro, y los palos también son necesarios. Lo único que puede hacer un hombre que desea trabajar sobre sí mismo, hasta que logre un cierto nivel, es obedecer. Nada puede hacer por sí mismo.

"Más que cualquier otra cosa, necesita ser observado y controlado constantemente. No puede observarse a sí mismo
constantemente.
También necesita reglas estrictas, cuyo cumplimiento exige ante todo cierta clase de recuerdos de sí, reglas que luego le proporcionan una ayuda en la lucha contra los hábitos. El hombre solo no puede imponérselas. En la vida, todo se arregla demasiado cómodamente como para permitirle trabajar. En una escuela, el hombre ya no está solo, y ni siquiera la elección de sus compañeros depende de él; le es a veces muy difícil vivir y trabajar con ellos —y más aún, en condiciones casi siempre incómodas y desacostumbradas. Todo esto crea una tensión entre él y los otros; tensión, que también es indispensable, porque poco a poco suaviza las «aristas».

Por lo tanto, sólo en una escuela se puede organizar de manera conveniente el trabajo sobre el centro motor. Como ya lo he dicho, el trabajo incorrecto, aislado o automático del centro motor, priva de sostén a los otros centros; puesto que los otros siguen involuntariamente al centro motor. Por lo tanto, muy a menudo la única posibilidad de hacerlos trabajar de una manera nueva es comenzando por el centro motor, es decir, por el cuerpo. Un cuerpo perezoso, automático, y lleno de hábitos estúpidos, detiene toda clase de trabajo.

—Pero ciertas teorías afirman que uno debe desarrollar el lado moral y espiritual de su naturaleza, dijo uno de nosotros, y que si se obtienen resultados en esta dirección, no habrá obstáculos de parte del cuerpo. ¿Es posible esto o no?

—Lo es y a la vez no lo es, dijo G. Todo está en el «si». Si un hombre alcanza la perfección de su naturaleza moral y espiritual sin impedimentos de parte del cuerpo, el cuerpo no se opondrá a realizaciones ulteriores. Desgraciadamente, esto nunca sucede, porque el cuerpo interfiere desde los primeros pasos; interfiere por su automatismo, por su apego a los hábitos, y ante todo por su mal funcionamiento. El desarrollo de la naturaleza moral y espiritual sin oposición de parte del cuerpo es teóricamente posible, pero sólo en el caso de un funcionamiento ideal del cuerpo. Y, ¿quién puede decir que su cuerpo funciona idealmente?

"Además, hay un error en el sentido de las palabras «moral» y «espiritual». He explicado anteriormente que a menudo el estudio de las
máquinas
no comienza ni por su «moralidad» ni por su «espiritualidad», sino por el de su mecanicidad y el de las leyes que rigen esta mecanicidad. El ser de los hombres números 1, 2 y 3 es el ser de máquinas que tienen la posibilidad de dejar de ser máquinas, pero que todavía no han dejado de serlo.

—Pero, ¿no es posible que una ola de emoción transporte de inmediato al hombre a otro nivel de ser? preguntó alguien.

—No lo sé, dijo G. Nuevamente hablamos lenguajes diferentes. Es indispensable una ola de emoción, pero ella no puede cambiar los hábitos motores; por sí sola no puede hacer trabajar correctamente a centros que toda su vida han funcionado al revés. Cambiar estos hábitos, reparar estos centros, exige un trabajo especial bien definido, y de larga duración. Y ahora usted dice: llevar al hombre a otro nivel de ser. Pero desde este punto de vista, el
hombre
no existe para mí: sólo veo un mecanismo complejo, compuesto de diversas partes igualmente complejas. Una «ola de emoción» se apropia de una de estas partes, pero puede ser que las otras no estén afectadas en lo más mínimo. Para una máquina no hay posibilidad de milagro. Es ya suficientemente milagroso que una máquina sea capaz de cambiar. Pero usted querría que se violasen todas las leyes.

—¿Y qué decir del buen ladrón en la cruz? preguntó alguien.

¿Hay algo válido en esto, o no?

—No guarda ninguna relación, respondió G. Es la representación de una idea totalmente diferente. Primeramente, esto tuvo lugar
en la cruz,
es decir en medio de sufrimientos terribles, los cuales no tienen comparación en la vida ordinaria; segundo, era el momento de la muerte. Esto se relaciona con la idea de las últimas emociones y pensamientos del hombre en el momento de la muerte. En la vida, tales pensamientos son fugaces y pronto dan lugar a los pensamientos habituales. Ninguna ola de emoción puede durar en la vida, ninguna ola de emoción puede entonces provocar el menor cambio de ser.

"Además, hay que comprender que aquí no hablamos de excepciones, ni de accidentes que pueden ocurrir o no, sino de principios generales, de lo que a cada uno le pasa cada día. El hombre ordinario es esclavo de su cuerpo aunque llegue a la conclusión de que el trabajo sobre sí es indispensable. No es solamente esclavo de la actividad visible y reconocida de su cuerpo, sino esclavo de sus actividades invisibles y no reconocidas, y son éstas las que más particularmente lo tienen en su poder. Por consiguiente, cuando el hombre decide luchar para liberarse, debe combatir antes que nada contra su propio cuerpo.

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