Fragmentos de una enseñanza desconocida (67 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

"Según este diagrama, cada clase de criatura, cada grado de ser, se define a la vez
por lo que le sirve de alimento y por aquello a lo cual él sirve de alimento
. En efecto, en el orden cósmico, cada clase de criatura se alimenta de una clase determinada de criaturas inferiores, y ella misma sirve de alimento a una clase determinada de criaturas superiores."

G. trazó un diagrama en forma de escalera compuesta de once cuadrados; y en cada cuadrado, con excepción de los dos superiores, trazó tres círculos con números.

—Cada cuadrado representa un grado de ser, dijo. El hidrógeno del círculo inferior muestra de qué se alimentan las criaturas de esta clase. El hidrógeno del círculo superior designa la clase que se alimenta de estas criaturas. Y el hidrógeno del círculo intermedio es el hidrógeno promedio de esta clase, que determina lo que son estas criaturas.

"El sitio del hombre es el séptimo cuadrado partiendo de abajo, o el quinto partiendo de arriba. Según este diagrama, el hombre
es
hidrógeno 24, se alimenta de hidrógeno 96, y él mismo sirve de alimento a hidrógeno 6. El cuadrado debajo de él será el de los vertebrados, el siguiente el de los invertebrados. La clase de los invertebrados es hidrógeno 96. Por consiguiente el hombre se alimenta de invertebrados.

"Por el momento, no busquen contradicciones, sino traten de comprender lo que podría significar. Tampoco comparen este diagrama con los otros. Según el diagrama de nutrición, el hombre se alimenta de hidrógeno 768; según este diagrama, de hidrógeno 96. ¿Por qué? ¿Qué significa esto? Ambos son igualmente justos. Más tarde, cuando hayan comprendido, podrán hacer la síntesis.

"El cuadrado debajo del anterior representa las «plantas»; el siguiente los «minerales», el siguiente los «metales», que constituyen un grupo cósmico distinto entre los minerales. Y el último cuadrado no tiene nombre en nuestro idioma, porque en la superficie de la tierra nunca encontramos materia en este estado. Este cuadrado entra en contacto con el Absoluto. Recordarán lo que hemos dicho a propósito del Dios Fuerte. Éste es el Dios Fuerte."

En la parte inferior de este cuadrado, trazó un pequeño triángulo invertido con la punta hacia abajo.

—Tomemos ahora el cuadrado que se encuentra a la derecha del hombre: el cuadrado «3, 12, 48». Se trata de una clase de criaturas que no conocemos. Llamémoslas «ángeles». El siguiente cuadrado «1, 6, 24» representa seres que llamaremos «arcángeles»."

En el siguiente cuadrado, colocó las cifras 3 y 12, después dos círculos concéntricos donde marcó el centro común, y lo llamó "Eterno Inmutable". En el último cuadrado, colocó las cifras 1 y 6, dibujó un círculo en el medio, en este círculo un triángulo conteniendo otro círculo cuyo centro marcó igualmente y lo llamó "Absoluto".

—Este diagrama no les será comprensible de inmediato, concluyó, pero aprenderán a descifrarlo poco a poco. Pero tendrán que estudiarlo durante largo tiempo, tomándolo por separado de todo el resto."

Esto fue, de hecho, todo lo que G. nos dijo sobre este extraño diagrama, que parecía contradecir muchas ideas que nos había dado anteriormente.

En nuestras conversaciones sobre el diagrama, pronto convinimos en considerar a los "ángeles" como planetas, y a los "arcángeles" como soles. Muchos otros puntos se aclararon así. Pero lo que nos preocupaba bastante, era la aparición de hidrógeno 6144, que no figuraba en la otra gradación de hidrógenos, en esa tercera gradación que terminaba en hidrógeno 3072. Y sin embargo, G. subrayaba que la enumeración de los hidrógenos había sido hecha conforme a la tercera gradación.

Mucho tiempo después le pregunté lo que eso significaba.

—Es un hidrógeno incompleto, me respondió; un hidrógeno sin el Espíritu Santo. También pertenece a la misma gradación, es decir a la tercera, pero queda sin realizarse.

"Cada hidrógeno completo se compone de carbono, de oxígeno y de nitrógeno. Tome ahora el último hidrógeno de la tercera gradación, hidrógeno 3072; este hidrógeno está compuesto de carbono 512, de oxígeno 1536 y de nitrógeno 1024.

"Más lejos aún, el nitrógeno se convierte en el carbono de la siguiente tríada, pero no hay para él ni oxígeno ni nitrógeno. Entonces, por condensación, él mismo se vuelve hidrógeno 6144.
Pero es un hidrógeno muerto
, sin ninguna posibilidad de transformarse en otra cosa, es un hidrógeno sin el Espíritu Santo."

Esta fue la última visita de G. a San Petersburgo. Traté de hablarle de los acontecimientos inminentes. Pero no me dijo nada preciso, y me quedé sin saber qué hacer.

A raíz de su partida se produjo un acontecimiento excepcional. Todos lo habíamos acompañado a la estación de Nicolaesvsky. G. estaba con nosotros en el andén cerca del vagón, y hablábamos. Era el hombre que siempre habíamos conocido. Después del segundo toque de campana, subió a su compartimiento y se asomó a la ventana.

¡Otro hombre, éste era otro hombre! Ya no era el que habíamos acompañado al tren. En el espacio de algunos segundos, había cambiado. Pero ¿cómo describir en qué consistía la diferencia? Sobre el andén, era como todo el mundo, pero desde la ventana del vagón nos miraba un hombre totalmente de otro orden. Cada mirada, cada movimiento de este hombre estaban impresos de una importancia excepcional y de una dignidad increíble, como si súbitamente se hubiera convertido en un príncipe reinante o en el soberano de algún reino desconocido, que volvía a sus dominios, y a quien habíamos venido a saludar antes de su partida.

Algunos de los nuestros no se dieron cuenta claramente en el mismo momento de lo que pasaba, pero todos vivimos emocionalmente algo que trascendía el curso ordinario de la vida. Esto no duró sino algunos segundos. El tercer toque de campana siguió casi inmediatamente al segundo y el tren se puso en movimiento. Cuando nos quedamos solos, no recuerdo quién habló primero de esta "transfiguración" de G., pero resultó que cada uno de nosotros lo había notado, aunque no todos nos dimos cuenta en el mismo grado de su carácter extraordinario. Pero todos, sin excepción, habíamos sentido algo que rayaba en lo milagroso.

G. nos había explicado anteriormente que, si se dominaba el arte de la plástica, se podía cambiar completamente la propia apariencia. Él había hablado de la posibilidad de dar belleza o fealdad a los rasgos, de forzar a la gente a que reparen en uno, o aun de la posibilidad de volverse
realmente invisible.

¿Qué había pasado entonces? Tal vez era un caso ejemplar de esta "plástica".

Pero aquí no termina la historia. Al mismo vagón que G., había subido A., un conocido periodista que partía ese día de San Petersburgo en un viaje de encuesta (esto era justamente antes de la revolución). Tenía su asiento en el mismo compartimiento. Hicimos adiós a G. cerca de uno de los extremos del vagón, mientras que cerca del otro un grupo se despedía de A.

Yo no conocía a A. personalmente, pero entre los que lo despedían se encontraban algunos de mis amigos; dos o tres de ellos que habían venido a nuestras reuniones, se pasaban de un grupo al otro.

Algunos días después, el diario del cual A. era corresponsal publicó un artículo llamado "En camino", en el cual relataba sus pensamientos y sus impresiones de viaje. En su compartimiento se encontraba un extraño oriental que lo había impresionado por su extraordinaria dignidad, que resaltaba claramente entre la masa de especuladores bulliciosos que llenaban el vagón; los miraba exactamente como si estas personas no fueran para él sino pequeñas moscas. A. suponía que debía ser un "rey del petróleo" de Baku, y en el curso de la conversación que tuvo luego con él, algunas frases enigmáticas reforzaron aún más su convicción de que se trataba de un hombre cuyos millones se amontonaban durante su sueño, y que miraba desde muy alto a las personas afanadas por ganarse la vida, o por hacer dinero.

"Mi compañero de viaje, escribió A., se mantenía apartado, silencioso. Era un persa o un tártaro, que llevaba en la cabeza un gorro de astrakán de cierto valor. Tenía bajo el brazo una novela francesa. Bebía té, enfriando cuidadosamente su vaso sobre la mesita delante de la ventana. A veces, con el mayor desprecio, dejaba caer su mirada sobre sus vecinos ruidosos y gesticulantes. Éstos lo miraban con gran atención, y hasta con respeto mezclado de temor. Lo que más me interesó es que parecía ser del mismo tipo oriental del Sur que el resto de los viajeros, un grupo de buitres que habían emprendido vuelo para ir a despedazar su carroña. Tenía la tez curtida, los ojos de un negro azabache, y un bigote como el de Zelim Khan.. . ¿Por qué entonces evita él y desprecia así su propia carne y su propia sangre? Pero tuve la suerte de que me comenzara a hablar.

—Se preocupan mucho, —dijo.

En su rostro aceitunado, imperturbable, sus ojos negros impresos de una cortesía totalmente oriental, sonreían ligeramente.

Guardó silencio un instante y luego continuó:

—Sí, hay en Rusia hoy una cantidad de negocios de los cuales un hombre inteligente podría sacar mucho dinero.

Y después de un nuevo momento de silencio, explicó:

—Después de todo, es la guerra. Todos quisieran volverse millonarios. En su tono, tranquilo y frío, me parecía sorprender cierta jactancia fatalista y bárbara que se aproximaba al cinismo, y le pregunté bruscamente:

—¿Y usted?

—¿Qué? —respondió.

—¿No desea usted también volverse millonario? Respondió con un gesto vago y algo irónico. Me pareció que no había oído o que no había comprendido, y le repetí:

—¿No está usted también ansioso de sacar provecho? Sonrió de una manera particularmente tranquila, y respondió con gravedad:

—Sacamos provecho de todo. Nada lo puede impedir. Guerra o no guerra, es siempre lo mismo para nosotros. Sacamos provecho siempre.

—Pero entonces, ¿en qué trafica usted?

—En energía solar..."

Naturalmente G. se refería al trabajo esotérico, a la "adquisición" del conocimiento, y a la formación de grupos. Pero A. entendió que hablaba de "petróleo". Y concluyó así el pasaje dedicado en su artículo al "rey del petróleo":

"Me hubiera interesado prolongar la conversación y conocer más la psicología de un hombre cuyo capital depende enteramente del orden del sistema solar —aparentemente imposible de ser trastornado— y cuyos intereses, por esta razón, parecen estar muy por encima de la guerra y de la paz..."

—Un detalle en particular nos sorprendió: la "novela francesa" de G. o bien lo había inventado A., o G. le había hecho "ver", o suponer, que el pequeño volumen amarillo que llevaba en la mano y que tal vez ni siquiera era amarillo, era una novela francesa. Pues G. no leía francés.

* * *

De vuelta a Moscú, durante el lapso que precedió la revolución, sólo una o dos veces recibimos noticias de G.

En cuanto a mis, todos mis planes se habían trastornado. No había logrado publicar mis libros. No había preparado nada para las ediciones extranjeras, aunque me había dado cuenta, desde el comienzo de la guerra, que en lo sucesivo debería continuar mi trabajo de escritor en el extranjero. Durante estos dos últimos años había consagrado todo mi tiempo a la obra de G., a sus grupos, a las conversaciones relativas al trabajo, a viajar fuera de San Petersburgo, y había descuidado completamente mis propios asuntos.

La atmósfera era cada vez más sombría. Se sentía en el aire una amenaza inminente. Sólo aquéllos de quienes parecía depender el curso de los acontecimientos, no veían ni sentían nada. Los títeres son igualmente insensibles a los peligros que los amenazan; tampoco comprenden que el mismo hilo que hace salir al bandido, cuchillo en mano, de detrás del matorral, los hace volver la espalda y mirar a la luna. Escenas análogas se representaban en el teatro de los acontecimientos.

Finalmente la tormenta estalló. Fue la "gran revolución sin sangre" —entre todas las mentiras, la más absurda y la más clamorosa. Pero la cosa más extraordinaria fue la fe que esta mentira suscitó en la gente que se encontraba allí, en medio de todos esos asesinatos.

Recuerdo que hablábamos en ese momento del "poder de las teorías". Los que habían puesto todas sus esperanzas en la revolución, que habían esperado alguna especie de liberación, ya no querían o ya no podían ver
los hechos:
sólo veían lo que debería haber pasado según su opinión.

Cuando leí en una pequeña hoja impresa solamente por un lado, la noticia de la abdicación de Nicolás II, sentí que allí se encontraba el centro de gravedad de todo.

"Ilovaisky puede salir de su tumba y escribir en la última página de su libro: «Marzo 1917, fin de la Historia de Rusia»", me dije.

Yo no alimentaba ningún afecto particular por la dinastía, simplemente no quería engañarme como tantos otros.

Siempre había sentido interés por la persona del emperador Nicolás II; me parecía un hombre notable en muchos aspectos, pero incomprendido incluso por él mismo. Yo estaba en lo cierto, como lo probó el final de su diario publicado por los bolcheviques y que data de la época en la cual, traicionado y abandonado por todos, mostró una fuerza y hasta una grandeza de alma maravillosas.

Sin embargo, no se trataba de la persona del emperador, sino del principio de la
unidad de poder
, y de la responsabilidad de todos respecto al poder que él representaba. Ahora bien, este principio había sido desechado por una parte considerable de la
"inteligentzia"
rusa. En cuanto a la palabra "zar", había perdido desde mucho tiempo atrás todo sentido para la gente. Pero tenía todavía una gran significación para el ejército y para la máquina burocrática, que, aunque muy imperfecta, no obstante trabajaba y mantenía todo. El "zar" era la parte central, absolutamente indispensable, de esta máquina. La abdicación del "zar" en tal momento debía acarrear entonces el hundimiento de toda la máquina.
No teníamos otra cosa.
La famosa "ayuda pública mutua" cuya creación había necesitado tantos sacrificios, naturalmente reveló ser un "bluff". No se podía ni siquiera pensar en "improvisar" cualquier cosa. Los acontecimientos se sucedían demasiado rápidamente. En pocos días el ejército se desmembró. La guerra, en realidad, ya había terminado. Pero el nuevo gobierno se negaba a reconocerlo. Recurrió a una nueva mentira. ¡Y lo más sorprendente era que la gente todavía encontraba motivos para alegrarse! No estoy hablando de los soldados que se habían escapado de los cuarteles o de los trenes que los llevaban al matadero, sino de nuestra
"inteligentzia".
Ésta, que era "patriota", súbitamente se reveló "revolucionaria" y "socialista". Hasta el
Novoe Vremya
se convirtió en periódico socialista. Y el célebre Menshikov escribió un artículo "Sobre la libertad". Pero él mismo evidentemente no pudo tragárselo y abandonó la partida.

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