Fuego mágico (18 page)

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Authors: Ed Greenwood

—Jhessail! —le gritó Florin—. ¡Una balhiir..., el arte no tiene efecto alguno!

—Ya lo veo —respondió Jhessail con voz calma ignorando los bramidos de Rauglothgor que llenaban la caverna—. Bien hecho, Narm. ¿Cómo está tu compañera? Parece que nuestros esfuerzos merecen la pena.

Shandril dejó escapar una sonrisa:

—Bien hallada seáis, lady Jhessail.

Jhessail se acercó hasta ella y la abrazó:

—Tienes buen ojo, Narm. Vayamos a otra parte, ahora, o no podremos disfrutar nunca de otra comida donde poder seguir conociéndonos.

Florin y el elfo, Merith, se quedaron haciendo frente al dracolich con sus espadas en ristre. La nube se alejó en remolino de Jhessail y voló hacia el arma del elfo.

—Tu espada —le avisó Florin.

—Si está seca, que lo esté —se oyó decir a Merith alegremente. Y ambos guerreros cargaron contra el monstruo de hueso.

Una y otra vez el elfo esquivó los zarpazos del dracolich mientras Florin giraba y brincaba también en la misma danza mortal.

Shandril y Narm miraron a su alrededor justo a tiempo para ver descender, como en grises ráfagas de movimiento, a un hombrecillo delgado que saltaba de roca en roca en dirección hacia ellos.

—¡Cuidado! —gritó Jhessail.

Hubo un súbito resplandor y un rugido, y el suelo saltó para encontrarse con todos ellos.

Alguien lo estaba sacudiendo por el hombro.

—¡Arriba, Narm! —dijo Jhessail con firmeza—. Ya no podemos estar por más tiempo en este lugar.

—Yo tengo a Shandril —se oyó la voz de Lanseril desde alguna parte—. Pesa más de lo que esperaba.

Narm luchó por moverse, por levantarse. Una mano cálida le agarraba un hombro.

—¿Y el dracolich? —dijo el joven.

—Rauglothgor vive —dijo Jhessail con tono resignado—. La balhiir perjudica a ambos lados en esta lucha. La guarida del dracolich tiene trampas y alberga criaturas sujetas a su voluntad. Se ha desplazado a las cavernas superiores para cortarnos el paso.

—¿Acaso no podéis con su arte? —preguntó Narm, y enseguida se retractó—. Oh, pido perdón, la...

—Nada que perdonar —respondió Jhessail guiándolos por entre rocas caídas—. Lo dudo, aquí en su guarida. Solo, conjuro contra conjuro, quizás. Mis conjuros son más numerosos y más fuertes, pero los suyos son inusitados y apropiados para la defensa.

Treparon por un lado de la caverna hacia donde los esperaba Merith. Su espada desenvainada ya no refulgía.

—Buen combate —dijo éste besando a Jhessail.

—¿Dónde está Torm? —preguntó Narm tras esperar cortésmente a que terminara de besarla.

Merith y Jhessail intercambiaron miradas y se echaron a reír.

—Creemos que utilizó algo de una pequeña bolsa de trucos que lleva para trasladarse fuera de aquí cuando vio a la balhiir, sin duda para conservar toda la magia que posee. Espero que también haya ido a contarle a Elminster lo que nos ha acaecido y recibamos alguna ayuda —explicó Jhessail.

—¿Y si no viene ninguna ayuda? —preguntó Narm.

—Entonces, nuestra inevitable victoria será un poco más difícil —dijo Lanseril—. Si no te importa decirlo, ¿qué arte invocas actualmente?

Narm sonrió:

—Yo no soy más que un evocador, señor. Sólo me queda un sortilegio de poca utilidad.

Las palabras apenas habían abandonado sus labios cuando hubo un gran estruendo de movimiento de rocas. De pronto, el mundo volvía a caerse sobre sus cabezas.

Le dolía todo el cuerpo. ¿Por qué ninguno de los relatos de aventuras había mencionado nunca aquel dolor y fatiga constantes? Shandril rodó lentamente sobre un costado para colocarse boca arriba; sentía muchos dolores y punzadas. Debían de haberle caído piedras encima, pero no parecía tener nada roto, gracias a los dioses. Estaba oscuro y sentía como si estuviese en algún lugar subterráneo. Por el frío resplandor de los beljurilos en torno a ella pudo comprobar que se hallaba todavía en la gruta del dracolich. ¿Dónde estaba Narm? Entonces una gema lanzó un destello cerca de ella y vio una mano a pocos centímetros de la suya. ¡Narm!

Un llanto desconsolado la cegó. La mano estaba fría, exánime. De pronto, otro resplandor de la mágica balhiir iluminó la mano... Unos gruesos dedos cubiertos de pelo negro... No era Narm. Con alivio y repulsión, soltó aquella cosa muerta. ¿Adónde ir? ¿Qué hacer?

A su izquierda oyó entonces el más tenue escarbar que jamás oyera. Alguien se movía en silencio entre las piedras.

—¿Quién hay ahí? —preguntó Shandril a la oscuridad mientras palpaba su pierna en busca de su daga—. ¿Qué quieres?

—Molestar es divertido —graznó una voz cascada detrás de su hombro.

Shandril dio un respingo, sobresaltada.

La voz cobró entonces un tono más humano en la oscuridad:

—Bien hallada, jovencita. Yo soy Torm, de los caballeros de Myth Drannor. No hagas ningún ruido ahora. Es mejor que nadie sepa que estás viva. Yo seré tus ojos, oídos y manos hasta que podamos salir de esta trampa. Espera aquí.

Shandril sintió renacer su esperanza. Estiró su brazo a tiempo para rozar una ropa que se retiraba con rapidez:

—Gracias, Torm. ¿Por qué ayudas a un extranjero?

La respuesta fue llegando más apagada a medida que él se alejaba:

—Tengo debilidad por las bellas damiselas que sacan cuchillos de las botas y se enfrentan a lo desconocido. Ahora calla y espera.

Ella se sentó sobre la piedra más cómoda que pudo encontrar y se dispuso a esperar.

Al cabo de un buen rato oyó algo moverse en la oscuridad.

—¿Torm?

—Los conjuros de Rauglothgor nos siguen buscando aún en estos momentos —le susurró Torm al oído—. Tu Narm vive y está ileso. Te llevaré con él tan pronto como el dracolich se calme. Por ahora, debemos permanecer aquí.

Ambos tomaron asiento, y Shandril tocó de nuevo la mano muerta:

—Torm, hay un hombre muerto a mi lado. —Tomó la mano de Torm y la guió hasta la otra en la oscuridad.

—¡Dioses! —susurró él—. Debe de ser Lanseril. Jhessail me dijo que Lanseril te estaba llevando a ti.

Torm se deslizó detrás de ella para examinarlo y Shandril lo oyó gruñir con el esfuerzo, pues había comenzado a levantar las piedras.

—Te echaré una mano. Si tú haces rodar las piedras hacia mí, yo las pararé aquí y así no tendrás que llevarlas tan lejos.

—Peligroso —masculló él con los dientes apretados.

Entonces, con el destello de una gema, vio a otro hombre que avanzaba agachado con una daga en la mano.

—¡Un enemigo! —susurró.

Tras ella hubo un súbito gruñido seguido de un gimoteo gutural. Torm habló en voz alta:

—Un seguidor del dragón, sin duda. Ya no molestará. Ahora, jovencita, necesito tu ayuda. Debemos rescatar el cuerpo de Lanseril a toda prisa. No importa el ruido; el tiempo del sigilo ha pasado.

Torm pasó a Shandril una lámpara con capuchón y puso de golpe una daga en su mano. Luego se echó el cuerpo de Lanseril al hombro y se alejaron a toda prisa de allí a través de los escombros. Varias veces oyeron ruidos de combate, pero nunca encontraron un enemigo.

Pronto vieron la luz de una antorcha y una voz les gritó alegremente desde más allá:

—En el nombre de la Señora, ¿dónde habéis estado?

—Por aquí y por allá —respondió Torm—. Encontré a Shandril y ella encontró a Lanseril, pero
éste
necesita ayuda. ¿Te queda todavía algún conjuro?

—Sí, mientras no se acerque la maldita balhiir por aquí —refunfuñó Rathan apresurándose hacia ellos.

Jhessail iba detrás de él, y Merith... ¡y Narm! Sin palabras, Shandril se precipitó a abrazarlo pasando como una tromba por delante de Torm.

éste
sonrió y dijo:

—He vuelto a toda prisa para deciros que unos setenta jinetes vienen hacia aquí con intención de acabar con nosotros. Esbirros del culto al dragón, con toda probabilidad. ¿Los atacamos con nuestros conjuros o los cogemos por sorpresa aquí abajo?

—No nos queda ninguna magia en la que podamos confiar —le dijo Florin con tono preocupado.

—Bien —sonrió Torm—. Yo no tenía pensado morir de viejo, de todos modos.

Shandril y Narm seguían abrazados, sintiendo que podrían emprender cualquier cosa con tal de que pudieran contar el uno con el otro.

Torm dio a Narm unas palmaditas en el hombro:

—Si alguna vez te encuentras fatigado y necesitas a alguien que te suplante, limítate a pronunciar mi nombre.

La mirada de Shandril le hizo soltar una carcajada. Fuera como fuese, Narm no encontró la oferta nada graciosa.

—El único lugar donde, siendo tan pocos, podemos defendernos contra tantos es aquel callejón sin salida donde Florin os encontró a vosotros dos. ¡Andando! —dijo Jhessail.

Las antorchas parpadearon mientras se apresuraban a través de los retorcidos túneles en cauteloso silencio. No vieron ninguna criatura viviente. No había rastro de la balhiir tampoco. Por fin, alcanzaron su atrincheramiento y prepararon las armas.

—Supongo que regresaste al Valle de las Sombras para mantener alejada tu magia —preguntó Florin a Torm—. ¿Pediste ayuda a Elminster?

El ladrón sonrió de oreja a oreja:

—Sí, pero él siempre sospecha de excesiva exaltación juvenil. No se cuán seria cree que es nuestra situación. Le hablé del dracolich y eso le intrigará lo bastante, espero, para hacer su aparición por aquí.

—Hecho —murmuró Rathan incorporándose junto al yaciente Lanseril—. Aún vivirá un poco más.

Lanseril se sentó, dio un suspiro y miró a Shandril:

—Permitidme presentarme, buena señora. Después de todo, si uno tiene que morir, es mejor que lo haga entre buenos amigos. Yo soy Lanseril Manto de Nieve, de... de... —las palabras del druida se perdieron en el aire y él cayó tumbado de nuevo con los ojos cerrados.

—¿Está muerto? —preguntó alarmado Narm.

—Está bien; sólo necesita dormir. Uno tiene que dormir para curarse. Pero, dejemos a un lado a estos druidas imprudentes y hablemos de los elegidos de los dioses..., los clérigos. Como yo, por ejemplo —y estiró su cuerpo, con toda su gordura, con aire de grandeza—. Yo soy Rathan Thentraver, servidor de Tymora.

—Es un placer —dijo cortésmente Shandril.

Rathan se inclinó para llevarse la mano de la muchacha a los labios:

—Señora, con todas estas corridas y matanzas, apenas hemos tenido tiempo para conocernos. Aunque yo me atrevería a decir que vosotros dos sí os las habéis arreglado. Sé lo que es ser joven y con prisas.

—Debo preguntaros... Vos sois un clérigo... —dijo Shandril—. Sin embargo, parecéis tan..., perdonadme la expresión..., tan normal, tan... semejante a los hombres que yo veía en la posada cada noche. ¿El culto a la diosa Tymora no lo hace cambiar a uno?

Rathan respondió con un cabeceo de asentimiento:

—No todos vivimos como rezan las conmovedoras historias. Detrás de toda la gloria de las victorias y los tesoros ganados hay penosos días de marcha y dolor, de yacer heridos o blandir nuestras espadas y mazas en hastiada práctica. La Señora ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos. No les pide que cambien; sólo les pide que lo hagan lo mejor que puedan.

—Sí —dijo Merith frotando su espada con un trapo engrasado—, los dioses son extraños. Esos que vienen hacia nosotros ahora adoran al monstruo que casi nos mata a todos.

—El Culto del Dragón —dijo Shandril muy despacio—. ¿Por qué querrá nadie adorar a un dragón muerto?

—No os preocupéis por ellos —alardeó Torm—. Aún guardo conmigo unos cuantos recursos mágicos que sin duda los harán... ¡Maldición! —La nube chisporroteante se arremolinó en torno a él—. Bien, tenía algunos recursos... —concluyó entristecido.

—¿Por qué nos dejó marchar delante? —preguntó Narm con curiosidad viendo cómo la nube se volvía a elevar en espiral por encima de Torm y se deslizaba a lo largo del techo por encima de todos ellos. Parecía ahora más grande y más luminosa.

—Creo que fue a donde está la mayor concentración de magia —dijo Rathan sin despegar un instante sus ojos de la balhiir—, bien a los tesoros escondidos del dracolich o a los conjuros de Rauglothgor. ¿Setenta seguidores, dijiste? —gruñó el clérigo.

—Y el dracolich. No olvidemos al dracolich —añadió Merith con tono cortante.

—¡Basta! ¡Algo se acerca! —intervino severamente Florin.

El explorador se levantó y blandió su espada con las dos manos como si se tratase de un penacho de plumas. A su espalda, los caballeros apagaban las antorchas y se preparaban para la batalla. Merith, caminando a gatas sobre las rocas, se unió a Florin. Jhessail se situó tras las rocas que se alineaban con la entrada. Rathan corrió a escudar a Lanseril diciéndole con suavidad:

—Despierta ahora.

Los ojos del druida parpadearon. Shandril lo oyó susurrar «a las armas» mientras Torm la cogía de la mano y los conducía, a ella y a Narm, hacia el lado izquierdo. El druida se convirtió en una silueta desdibujada, y la balhiir avanzó hacia la desvaneciente figura. Un pequeño pájaro gris apareció en el lugar donde había estado el druida.

Torm indicó a la pareja un montón de piedras del tamaño de una mano:

—Una piedra lanzada puede frustrar conjuros y flechas apuntadas mejor que el arte más poderoso.

Shandril observó que la balhiir se había desplazado hasta formar una delatadora nube encima de Jhessail.

—No os precipitéis con esas piedras —susurró Torm—. Si ellos no nos descubren a primera vista, los dejaremos aproximarse hasta que algunos se encuentren en medio de nuestro círculo. Tiradles en cuanto nos vean por primera vez, no antes.

Más allá de la entrada podía verse una esfera de luz danzarina flotando en el aire, que se acercaba poco a poco al tiempo que bailaba y jugueteaba como una luciérnaga indiscreta. La balhiir se enroscó como una culebra y, después, se precipitó silenciosamente hacia la luz a lo largo del techo de la caverna.

La luz brillaba sobre el hombro oscuro de un hombre que llevaba una especie de sombrero grande. éste parecía estar solo cuando trepó sobre las rocas de la entrada. Tenía una barba blanca y llevaba un nudoso cayado de madera, una cabeza más alto que él. La balhiir alcanzó la esfera luminosa que colgaba sobre su hombro. La luz de la esfera penetró con una llamarada en la titilante nube y se desvaneció.

—Aparta ese pincho tan largo, Florin, y enciéndeme una antorcha —dijo una voz bastante familiar con tono malhumorado—. De modo que tenemos una balhiir. Por una vez el joven Torm se las arregló para decir la verdad.

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