Fuego mental (9 page)

Read Fuego mental Online

Authors: Mathew Stone

Tags: #Juvenil, Ciencia ficción

—¿Te ha pegado tu padre?

—¡Claro que no! —contestó Colette, indignada ante tal sugerencia—. Apareció esta tarde, sin motivo alguno.

—Más o menos cuando me salió a mí —dijo Joey al darse cuenta de la coincidencia.

—Oye, ¿cómo es que sabes mi nombre? ¿Quién eres? ¿De quién estás huyendo?

—Me han tenido encerrado bajo tierra —le explicó Joey—. Me mantenían atado y conectado a una máquina extrañísima. La usan para provocar lo que llaman el Fuego Mental.

Colette sintió cómo le daba un vuelco el corazón.

—¿Has dicho fuego?

—Sí —respondió Joey mirando una vez más hacia la puerta cerrada—. No lo entiendo muy bien, pero de alguna forma mi mente puede desencadenar una especie de fuerza elemental. Lo probaron en Oriente Próximo, o al menos eso me dijo María.

—Papá consiguió su fortuna con CompuDisk diseñando equipos de seguridad… —empezó a explicar Colette mientras acompañaba a Joey hasta el salón.

—Mira, éste no es el momento de charlar sobre el trabajo de tu padre… —empezó a decir Joey, pero Colette le hizo callar con una mirada.

—Hace unos meses le llamaron de Kuwait para que estudiase los sistemas de seguridad en algunos de los pozos petrolíferos —prosiguió Colette—. Se habían incendiado sin razón aparente y los magnates del petróleo sospechaban de agentes terroristas.

—Probablemente se trataba de aquellos otros chicos que capturó Mascarilla Blanca —adivinó Joey—. Aquellos otros chicos que murieron…

—Tenemos que contárselo a la policía —decidió Colette.

—¡Ni hablar! —negó rotundamente Joey—. Los tipos que me recogieron en el aeropuerto llevaban placas oficiales. Créeme, tienen influencias en todas partes.

—Pero tenemos que contárselo a alguien.

—Esperaremos hasta mañana, ¿vale? Oye…, ¿podría pasar aquí la noche?

—Puedes quedarte en la habitación de invitados. Allí estarás seguro.

De pronto se oyó un ruido en la entrada de la casa y los dos se quedaron paralizados. Colette se acercó a la ventana y apartó la cortina. Alguien se acercaba por el camino de coches. Por un momento creyó que se trataba de uno de los hombres de los que Joey le había hablado, pero suspiró de alivio.

—No hay problema, es mi madre. Más vale que subas a la habitación de invitados antes de que te vea.

Mientras Joey subía las escaleras corriendo, Colette no reparó en que había otra persona escondida detrás de uno de los árboles del camino. Omar maldijo al ver cómo la señora Russell abría la puerta principal y entraba en la casa. Con dos chicos aún se las podía arreglar, pero un adulto planteaba más problemas. Tendría que vigilar la casa y esperar el momento oportuno para atacar.

Capítulo noveno

Tormenta de fuego

El Instituto, laboratorio de química 2B
Jueves 11 de mayo, 8:22 h

MARC fue uno de los primeros en llegar al Instituto aquel día. Había tardado cinco minutos andando desde la residencia de los chicos, en la parte noreste, hasta el laboratorio de química. Llevaba en el bolsillo de su chaqueta de cuero el trozo de tungsteno que había encontrado en el patio. La cruz que se adivinaba en el centro era suave y fría al tacto.

El edificio del Instituto y los laboratorios habían permanecido cerrados con llave hasta hacía media hora, y los avanzados sistemas de seguridad y alarma que rodeaban el complejo habían sido desconectados. La instalación de aquel sofisticado sistema de seguridad había sido idea de Eva, recordó Marc.

Entró en el espacioso laboratorio y se sorprendió de que no estuviera vacío. Eva estaba sentada en una mesa, trabajando en uno de los ordenadores. Alzó la vista al oír entrar a Marc y le miró a través de sus gafas oscuras mientras él se dirigía hacia el espectroscopio que se encontraba en el otro extremo del laboratorio. Luego volvió a su trabajo, pero durante la media hora siguiente Marc fue muy consciente de su presencia.

Estaba inmerso en su tarea cuando se abrió la puerta y entró Rebecca. Antes de cruzar el laboratorio para acercarse a Marc, lanzó una mirada desconfiada a Eva.

—¿Qué hace ella aquí? —le preguntó a Marc en voz baja.

—Me ha dicho que el PC de la oficina de Axford se ha estropeado y que quería usar uno de los ordenadores del laboratorio —le contó él.

—¿Y tú la has creído?

—No. ¿Qué haces aquí tan temprano?

—Iba a hacerte la misma pregunta —dijo Rebecca . Llamé a la residencia de los chicos y me dijeron que estabas aquí. ¿Qué estás haciendo?

Marc miró hacia atrás para asegurarse de que Eva no estaba escuchando.

—Estoy practicando un análisis espectroscópico al tungsteno para ver si contiene hierro.

—¿Y si no lo hay?

—Entonces se habrían violado todas las leyes conocidas de la física —dijo alegremente.

—Ya han sido violadas —le recordó Rebecca—. Y hay algo más. He estado hablando con la doctora Molloy de Joey Will…

—Buenos días, señorita Storm. Buenos días de nuevo, señor Price.

Rebecca y Marc se dieron la vuelta. Eva se había acercado sigilosamente a ellos. Tenía en la mano un disquete y un listado de ordenador y estaba mirando con curiosidad el experimento de Marc.

—¿Y qué es esto?

—Un pequeño proyecto nuestro —respondió Marc rápidamente.

—Me alegra ver que empiezan a trabajar tan temprano —dijo Eva mientras asentía con la cabeza en señal de aprobación—, pero creo que es casi la hora de su clase de física —añadió dirigiéndose a Rebecca.

Rebecca miró su reloj. Como de costumbre, Eva tenía razón. Su clase de física empezaba cinco minutos después.

—¿Cómo es que se sabe tan bien mi horario?

—Porque me intereso por todo lo que sucede aquí, en el Instituto —la informó—. Tengo interés por todo lo que hacen ustedes… —dijo mientras salía del laboratorio con paso elegante.

Rebecca sintió unos enormes deseos de sacarle la lengua a Eva, y aunque pensó que aquello resultaría muy inmaduro por su parte, lo hizo de todas formas.

—¡Te ha puesto en tu sitio, Bec!

—Eva sabe demasiado, más que el general Axford, te apuesto lo que quieras —aseguró Rebecca—. ¡No parece que podamos mover un dedo sin que ella lo sepa! A veces no me sorprendería que fuese… —empezó a decir, pero se contuvo al darse cuenta de lo ridículo que sonaría lo que estaba pensando.

—¿Que fuese… qué?

—A veces me da la impresión de que no es humana.

Fiveways
Jueves 11 de mayo, 8:30 h

—Joey, ¿estás despierto?

Colette llamó suavemente a la puerta de la habitación de invitados. Esta se abrió y Joey asomó la cabeza. Parecía cansado. No había dormido bien. En sus sueños veía constantemente a Mascarilla Blanca inclinado sobre él, y a su hermana Sara atropellada por aquella limusina.

—¿Hay moros en la costa?

—Mi madre ha ido a ver a unos amigos, la señorita Kerr está en el pueblo y mi tutor llegará más o menos dentro de una hora.

—Tengo que marcharme de aquí. Mascarilla Blanca y Omar estarán buscándome.

—¿Adónde vas a ir? ¿Tienes dinero?

—Omar y sus matones me quitaron todo mi equipaje cuando me pillaron en Heathrow.

—Podemos ir al Instituto —dijo Colette—. Marc y Rebecca nos ayudarán.

—¿Quiénes son?

—Amigos míos. Científicos. A lo mejor saben para qué sirve la máquina a la que ese al que llamas Mascarilla Blanca te conectaba. Por lo menos hablaremos de otra cosa que no sea monjas fantasma y bolas de fuego.

—¿Qué has dicho?

—Bolas de fuego.

—¡El Fuego Mental!

Joey no le había contado a Colette exactamente lo que le había ocurrido en la base subterránea secreta del Proyecto, y ya se lo iba a explicar cuando alguien llamó a la puerta principal.

—No te preocupes —dijo Colette mirando su reloj—. Debe de ser mi tutor.

—Has dicho que no le esperabas hasta dentro de una hora.

—Se habrá adelantado —dijo Colette mientras bajaba las escaleras para abrir la puerta—. Tranquilo, Joey, nadie intentaría, atacarte aquí, y a plena luz del día.

—Quizá tengas razón.

En cuanto Colette descorrió el cerrojo, la puerta se abrió de golpe y la hizo caer al suelo. Omar irrumpió en el vestíbulo empuñando una pistola. Se agachó y tiró bruscamente de Colette. Ella se defendió, pero Omar la tenía bien sujeta por el brazo. Sus dedos se le clavaban en la piel.

—El chico. ¿Dónde está? —exigió Omar.

—No sé de qué me está hablando.

—Le seguí anoche hasta aquí —gruñó Omar—. ¿Dónde está ese mocoso de Williams?

—Se ha ido —mintió Colette a la vez que miraba nerviosamente hacia las escaleras en cuyo rellano estaba escondido Joey.

Aquél fue un error de funestas consecuencias. Omar tiró a Colette al suelo y ésta se golpeó la cabeza contra la mesa del vestíbulo. Un pequeño reguero de sangre se deslizó desde su sien. Ignorando si estaba malherida o no, Omar se lanzó escaleras arriba.

Joey echó a correr. Pensaba que si al menos pudiese llegar al dormitorio, quizá podría atrincherarse allí, o incluso escaparse por una de las ventanas del piso de arriba.

—¡Corre, Joey, corre! —gritó Colette, aún aturdida a causa del golpe.    

Omar alargó el brazo y cogió a Joey por un pie. Éste le dio una patada para desasirse y se dirigió hacia la puerta del dormitorio.

De repente se oyó un sonido ensordecedor y Joey cayó de bruces al suelo. Desde el suelo del vestíbulo, Colette alzó la mirada y vio cómo Omar guardaba la pistola aún humeante en la funda bajo su chaqueta. Acto seguido levantó el cuerpo inerte de Joey, bajó lentamente las escaleras, pasó por delante de Colette sin mirarla y se dirigió a la puerta.

—¡Lo has matado! —chilló Colette—. ¡Has matado a Joey!

—No —dijo Omar sin volverse siquiera—. Pero cuando acabemos con él va a desear estar muerto.

El Instituto, laboratorio de química 2B
Jueves 11 de mayo, 10:45 h

Marc se secó el sudor de la frente y comprobó la lectura del espectrógrafo. Ésta constaba de varias tiras de papel sensible a la luz con bandas de color verticales. Examinando el color y la anchura de las bandas, Marc podía determinar la composición química de cualquier sustancia.

No había duda alguna. Todas las pruebas demostraban que no existía el menor rastro de mineral de hierro en el trozo de tungsteno que habían encontrado en el patio. ¿Qué podía haber causado entonces aquella desviación magnética que Rebecca, Colette y él habían presenciado?

Miró por la ventana del laboratorio. A lo lejos, la luz del sol se reflejaba en el pararrayos de Saint Michael. Marc pensó en aquellas líneas «ley» que según algunos cruzaban la Tierra como una gigantesca red eléctrica. Colette las había descrito como cables eléctricos subterráneos. El padre Kimber había dicho que eran tonterías, a pesar de que parecía saber bastante sobre ellas. Quizá debiera hacer otra visita al párroco. Se apartó de la frente el mechón rubio, exasperado.

—¡Ah, hermana Uriel! ¿Por qué no puedes ser tú la que esté detrás de todo esto? —exclamó—. ¡Si así fuera, lo único que tendríamos que hacer es llevar a cabo un simple exorcismo y todos nuestros problemas se habrían resuelto!

—¿Decías algo? —preguntó Antonio Degrossi mirándole con curiosidad. Era uno de sus compañeros de química, y la única persona que estaba en el laboratorio.

—Perdona, Tony, me has pillado hablando solo.

—Este calor está empezando a afectarte a ti también, ¿eh? —dijo Antonio mientras se desabrochaba el cuello de la camisa—. Está subiendo la temperatura, ¿no te parece?

—Creí que eran imaginaciones mías —respondió Marc mirando otra vez por la ventana.

El cielo estaba apagado y cubierto; en cambio, en el laboratorio hacía más calor que en un día de pleno verano.

—El sistema de calefacción central ha debido de estropearse otra vez —dijo Antonio—. ¿Te apetece una Coca-Cola light?

—¿En plena clase?

—¿Por qué no? —contestó Antonio. El profesor les había dejado solos con sus experimentos y ahora estaba corrigiendo trabajos en la sala de profesores para aprovechar el tiempo.

—¿Y si Eva te pilla saliendo de clase a escondidas para buscar una Coca-Cola? Ya sabes que parece estar en todas partes.

—La vi salir del Instituto hace aproximadamente una hora —le explicó Antonio—. Si no fuera por eso, ¡jamás se me ocurriría!

—En ese caso, me encantaría una Coca-Cola —contestó Marc.

Antonio salió del laboratorio y se dirigió a la sala común, donde se encontraba la máquina expendedora.

De la frente de Marc empezaron a caer gotas de sudor sobre el papel en el que estaba tomando notas. Miró el termómetro de la pared. Marcaba treinta y tres grados.

Y seguía subiendo.

El Proyecto
Jueves 11 de mayo, 10:46 h

—¿Está malherido? —preguntó el Director Adjunto del Proyecto mientras Mascarilla Blanca ajustaba los controles al casco.

Joey tenía el brazo derecho en cabestrillo.

—No, es sólo una herida superficial. Se despertará en cualquier momento.

—Entonces me marcho. Cuanta menos gente vea mi cara, mejor. Y otra cosa…

—¿Sí?

—He sido muy indulgente con usted, profesor. Accedí a que la base se organizara en esta cámara subterránea por expreso deseo suyo.

—Es el sitio idóneo para el tipo de trabajo que queremos realizar —observó Mascarilla Blanca.

—Hay otros lugares —replicó el Director Adjunto—. Y no sólo aquí, en el pueblo de Brentmouth, como usted muy bien sabe. Están Stonehenge y Avebury, El Cairo y Oriente Próximo sobre las líneas que unen las pirámides con Babilonia, donde reparé en usted por primera vez. Lugares sagrados donde las líneas de fuerza geomagnética son tan fuertes que un individuo con las dotes del mocoso Williams puede conectarse a ellas y utilizarlas como nos parezca conveniente.

—Pero yo soy el único que cuenta con la tecnología para canalizar los poderes psíquicos del chico y convertirlos en Fuego Mental —señaló Mascarilla Blanca.

—Eso es cierto —reconoció el Director Adjunto con desagrado—. Profesor, tiene usted permiso para jugar un poco como venganza. Pero, recuerde, ¡no debe hacer daño alguno al Instituto! Al menos hasta que yo lo ordene.

Y diciendo esto, el Director Adjunto del Proyecto se marchó con paso tranquilo a atender otros asuntos.

Mascarilla Blanca soltó una risita y miró a Joey, que estaba volviendo en sí. Le sonrió con crueldad.

—Jamás vuelvas a intentar escaparte del Proyecto —dijo fríamente—. La próxima vez no tendrás tanta suerte y la bala de Omar encontrará tu corazón.

Other books

Game Changer by Melissa Cutler
Fragile Hearts by Colleen Clay
Without Reservations by Langley, J. L.
Rainwater by Sandra Brown
The Forest's Son by Aleo, Cyndy
Hello, Hollywood! by Janice Thompson