Fuego mental (8 page)

Read Fuego mental Online

Authors: Mathew Stone

Tags: #Juvenil, Ciencia ficción

—No, Joey —mintió María—. No pasa nada…

Capítulo octavo

Huída

El Proyecto
Miércoles 10 de mayo, 20:20 h

EL Proyecto estaba a oscuras. Nadie había visitado a Joey desde hacía varias horas excepto María, que había comprobado regularmente su temperatura y pulsaciones antes de volver a sus tareas en alguna otra parte de la base subterránea.

Joey sabía por experiencia que Mascarilla Blanca volvería aproximadamente en una hora para llevarle a la celda donde pasaría la noche. Si quería huir, debía hacerlo ahora.

Se retorció y giró sobre el banquillo, intentando sacar los brazos de las correas de cuero que María había aflojado. Fue una tarea difícil, pero al final consiguió zafarse de sus ataduras a costa de hacerse heridas en las muñecas.

Joey contuvo un grito de triunfo. Pulsó una serie de botones del casco, tal como se lo había visto hacer muchas veces a Mascarilla Blanca, y se quitó aquel artilugio de la cabeza.

Se oyó el pitido de uno de los monitores a los que el casco estaba conectado. Joey permaneció inmóvil durante unos instantes, pero nadie entró en la cámara. Se sentó en el banquillo y se inclinó para desatar las correas de los tobillos.

De pronto oyó cómo unos pasos se acercaban por el pasillo. Rápidamente se volvió a tumbar en el banquillo, se colocó de nuevo el casco y puso las correas sobre sus muñecas y tobillos para dar la impresión de que estaba todavía atado.

La puerta de la cámara se abrió con un chirrido. Pensó que sería Mascarilla Blanca, pero quien entró en la cámara fue Omar. Joey miró desafiante al matón elegantemente vestido.

—¿Dónde está Mascarilla Blanca esta noche?

—Con el Director Adjunto.

—¿Y quién es el Director Adjunto?

—Lo sabrás a su debido tiempo. Quieren verte ahora mismo.

Omar tendió la mano hacia el casco. Afortunadamente para Joey, aquel hombre no era científico y no se dio cuenta de que el aparato ya había sido desconectado. Omar dejó el casco a un lado y se acercó a los pies del banquillo.

Cuando se inclinó para desatar las correas de cuero de los tobillos, Joey vio su oportunidad y le dio una patada en la cara. Omar gritó de dolor y cayó hacia atrás mientras lanzaba maldiciones en árabe.

Joey se levantó del banquillo y corrió hacia la puerta abierta. Pero Omar era demasiado rápido para él, incluso sangrando por la nariz. Agarró a Joey y lo estrujó hábilmente con los dos brazos.

Pero Joey tenía los puños libres y se defendió pegándole puñetazos en el estómago. Durante un instante, Omar aflojó el abrazo que lo aprisionaba. Un instante era todo lo que Joey necesitaba. Se escurrió entre los brazos de su agresor y salió corriendo hacia la puerta abierta, para después cerrársela a Omar en las narices.

Joey se concedió medio segundo para mirar en ambas direcciones del pasillo vacío. Sabía que una de ellas llevaba hasta su celda y no había salida, así que no tenía más remedio que avanzar por la otra. Omar ya había abierto la puerta y le estaba siguiendo. 

Alguien había apilado unas cajas de cartón contra una de las paredes del pasillo. Al pasar junto a ellas, Joey las arrojó al paso de Omar, que perdió el equilibrio y cayó ,al suelo estrepitosamente entre maldiciones.

Joey dobló una esquina. El pasillo se dividía ahora en tres direcciones. Miró nervioso hacia atrás. Omar debía de estar a punto de alcanzarlo. No podía perder tiempo. Tenía que escoger un camino, y debía hacerlo rápidamente.

Se decidió por el pasillo de la izquierda según oía como Omar se levantaba del suelo. Los pasos del hombre se acercaban. Joey empezó a correr y enseguida escuchó el eco de las pisadas de otras dos personas que se acercaban desde la otra dirección. Consiguió esconderse detrás de unas cajas de embalaje justo antes de que Omar se encontrara con los dos los recién llegados en la intersección del pasillo.

—¿Qué ha pasado? —dijo la voz de Mascarilla Blanca.

—El mocoso Williams se ha escapado —respondió Omar—. Alguien ha debido liberarle.

—¡María! —adivinó Mascarilla Blanca.

—Ya le dije que era demasiado blanda para trabajar en el Proyecto —dijo Omar.

A Joey se le heló la sangre cuando oyó la voz del Director Adjunto del Proyecto. Era una voz ronca, fría, malvada:

—Encuentren al mocoso. Captúrenlo vivo si pueden. Todavía podemos sacar provecho de sus poderes paraméntales. Pero mátenlo si es necesario. ¡Ah!, y, caballeros…

—¿Sí? —preguntaron a un tiempo Mascarilla Blanca y Omar.

—Si fracasan, será un gran placer para mí liquidar personalmente hasta la última gota de vida que les quede.

Joey suspiró aliviado al oír alejarse los pasos de los tres. Cuando estuvo seguro de que se habían marchado, salió de su escondite y miró a su alrededor.

Al parecer, el camino que había elegido era un callejón sin salida. Sin embargo, unos metros más allá había una serie de peldaños en la pared. Joey se extrañó. ¿Para qué servían unos peldaños que no llevaban a ninguna parte? Joey se subió al primer escalón y miró hacia arriba.

En el techo había una gran losa rectangular. A Joey le recordaba la trampilla que llevaba al viejo ático en casa de su tía, en Nueva York. A lo mejor ésa era una de las salidas de los túneles subterráneos del Proyecto.

Joey subió al segundo peldaño de piedra y extendió la mano hasta tocar la trampilla. No consiguió moverla.

Miró a su alrededor buscando algún tipo de mecanismo de apertura. Tampoco encontró nada.

Quizá si mirase un poco más de cerca… Subió al tercer escalón, y después al cuarto.

En cuanto puso el pie en el último escalón sintió que se hundía un poco bajo su peso. Se oyó el sonido de un mecanismo oculto y la losa que se encontraba sobre su cabeza se deslizó.

Joey alzó los brazos y se encaramó a la apertura del techo. ¡Por fin iba a ser libre! Haciendo un último esfuerzo salió por el agujero.

Con sumo cuidado, volvió a deslizar la losa hasta dejarla en su sitio. Debía de estar montada sobre pequeñas ruedas, porque, a pesar de su aparente peso, se podía mover con facilidad. Miró a su alrededor. Aparte de la luz que entraba por una rendija a unos tres metros de él la habitación en la que se encontraba estaba a oscuras. Las paredes de piedra eran frías y húmedas, tan frías y húmedas como las de una tumba. Pero aquello no preocupó demasiado a Joey. Lo único que le importaba era conseguir alejarse del Proyecto… y lo más rápidamente posible.

De pronto oyó un ruido procedente de la otra esquina de la habitación y se quedó paralizado. Escudriñó en la penumbra, pero no consiguió ver nada.

—¿Quién anda ahí?

No hubo más respuesta que el chillido de una rata o de un ratón que se escondía, más asustado de lo que podía estarlo Joey.

La habitación estaba vacía, aparte de lo que parecía ser una enorme mesa de piedra en una esquina sobre la que alguien había desplegado un mapa, varios lápices, un par de transportadores antiguos y una escuadra. En el suelo de piedra, al lado de la mesa, había un montón de mapas más.

Joey no pudo resistir la curiosidad y acercó el mapa a la luz que entraba por la rendija para así verlo con mayor claridad.

Se trataba de un croquis de Brentmouth y sus alrededores, editado por el servicio oficial de cartografía del Reino Unido. Algunos puntos del mapa estaban marcados con un círculo rojo: la iglesia de Saint Michael, el círculo de piedras de Darkfell Rise, la iglesia de Saint Wulfrida, en el pueblo vecino de Fletchwood, el Instituto…, así como un par de prominentes colinas al noroeste. Alguien había trazado líneas entre todos y cada uno de aquellos puntos.

Estaba claro que esos trazos tenían algún significado, pero Joey no tenía tiempo de pararse a pensarlo. Mascarilla Blanca y Omar no tardarían en darse cuenta de dónde estaba y vendrían por él. Se dirigió hacia la rendija por la que entraba la luz, que resultó proceder de una puerta medio abierta.

Pero, antes, Joey quiso echar un vistazo al montón de mapas que estaba en el suelo. La curiosidad pudo más que él. Eran de El Cairo y los distritos circundantes, Ayers Rock, en Australia, Kuwait, y Salisbury Plain, que Joey imaginó se encontraría en algún rincón de Inglaterra. Se preguntó qué tendrían en común todos aquellos lugares.

Joey se maldijo a sí mismo: cuando no había tiempo que perder y sólo debía preocuparse por huir de allí, no se le ocurría otra cosa que ponerse a revisar viejos mapas. Empujó la pesada puerta para abrirla y de repente se encontró inmerso en el frescor de la noche.

Joey sintió hierba bajo sus pies y vio las estrellas del firmamento sobre su cabeza. Miró hacia atrás. La construcción de la que acababa de salir parecía una minúscula caseta de piedra. Pensó que tal vez antaño fuera utilizada por los agricultores para almacenar la cosecha.

A unos mil metros podía percibir las luces del Instituto, o de lo que imaginó que debía de ser el Instituto. A pesar de la falta de luz, creyó reconocerlo por las fotos que había visto. Probablemente la doctora Molloy estaría allí. Ella podía ayudarle. ¡Qué diablos, era la única que podía hacerlo!

Estaba a punto de echar a correr hacia los edificios del Instituto cuando de pronto cayó en la cuenta de que fue precisamente la doctora Molloy quien lo organizó todo para que él ingresara allí. ¿Cómo podía estar seguro de que no era la responsable de que le hubieran secuestrado para recluirlo en la base subterránea del Proyecto?

Aunque quizá hubiese otra persona en la que podría confiar. Recordó a la chica que continuamente aparecía en su mente. Era blanca y más o menos de su edad. Tenía el pelo rubio y corto, y una mirada despierta. Parecía guapa. Miró hacia el sur y vio las luces de las ventanas de una casa grande a lo lejos, al otro lado de Darkfell Rise. A pesar de que no sabía el nombre de la persona que vivía allí, a pesar de que sólo había visto su cara en un periódico el día en que mataron a su hermana y los dolores de cabeza se agudizaron como nunca lo habían hecho antes, Joey empezó a correr hacia la casa de Colette Russell. En realidad, no tenía otra opción. Se sentía como el hierro atraído por un imán, o como una mosca atraída hacia una telaraña…

Estaba tan concentrado en sus pensamientos que no reparó en que la puerta de la caseta de piedra se habla vuelto a abrir. Tampoco vio las tres figuras que aparecieron bajo la luz de la luna. Omar metió la mano en su chaqueta, sacó un revólver y apuntó hacia la figura de Joey, que ya se alejaba. Pero el Director Adjunto le detuvo con un gesto.

—No.

—Creí que usted había dicho que lo quería muerto —dijo Omar, decepcionado. Hacía tiempo que no había eliminado a nadie y estaba deseando hacerlo.

—Pero aún no, aquí no. El Proyecto ha sobrevivido durante cincuenta y un años gracias a su discreción. Sígale, Omar. Averigüe adonde va.

—¿Y qué hacemos con María? —preguntó Mascarilla Blanca al Director Adjunto una vez que Omar desapareció en la oscuridad de la noche.

—Lo dejo en sus manos, profesor —respondió el Director Adjunto con una sonrisa glacial—. El mocoso Williams todavía tiene valor para nosotros, pero la enfermera ya no es de utilidad alguna. Asegúrese de que nadie encuentre su cuerpo.

—Muy bien, Director Adjunto —dijo Mascarilla Blanca mientras entraba en la caseta de piedra.

El Director Adjunto del Proyecto contempló la luna llena durante unos instantes y después avanzó en dirección opuesta a Joey y Omar. Tenía muchas cosas de las que ocuparse en el Instituto. Y Joey Williams y el Fuego Mental no eran más que una de ellas.

Fiveways
Miércoles 10 de mayo, 23:11 h

—¿Quién anda ahí? —preguntó Colette algo nerviosa.

Estaba al pie de la escalera de Fiveways, la casa de sus padres, mirando hacia la puerta de la cocina. Detrás del cristal empañado se divisaba una forma oscura que llamaba a la puerta.

—¡Colette! ¡Colette!

Colette se estremeció. Era otra vez aquella voz, la misma que llevaba semanas oyendo en su mente, la misma que había oído en la iglesia de Saint Michael. ¿Estaba soñando? Esperaba que fuera así. Aunque había otra alternativa: tal vez se estaba volviendo loca.

—¡Colette! ¡Colette!

—¡Vete! —gritó Colette—. ¡No quiero saber nada de ti! ¡Sólo estás en mi imaginación!

Volvió la mirada escaleras arriba preguntándose si no debería volver a la cama y cerrar con llave la puerta de su dormitorio. Había oído la voz mientras dormía, y cuando despertó creyó que era su madre quien la llamaba. Pero entonces recordó que su madre había salido a una de sus reuniones benéficas y que no volvería hasta tarde.

Entonces pensó que podría tratarse de la señorita Kerr, el ama de llaves. Pero Colette también recordó que la había visto salir de la casa a hurtadillas para irse al pub del pueblo justo después de que ella se fuera a la cama.

—¡Colette! ¡Colette! ¡Abre la puerta!

Colette sabía que no debía abrir la puerta a extraños. Pero aquel extraño parecía tan asustado… Y la ver-dad es que no era realmente un extraño. ¿Cómo puede uno considerar a alguien como un extraño cuando lleva semanas oyendo su voz en la mente?

Por fin, giró la llave en la cerradura. La puerta se abrió de golpe y Joey entró en la cocina tambaleándose.

—¡Rápido! ¡Cierra la puerta!

—¿Por qué? —preguntó Colette—. No te entiendo… —pero aun así cerró la puerta.

—Mascarilla Blanca, ésa es la razón —dijo el chico con tono áspero antes de mirar a Colette como si la reconociera por primera vez—. Eres Colette, ¿verdad?

—Claro que lo soy —dijo Colette—. ¿Pero tú cómo lo sabes?

—He soñado contigo —dijo él—, desde lo de Sara…

—¡Pero si no te he visto en toda mi vida!

—Ya lo sé.

Joey examinó la cara de Colette con mucho más detenimiento. Recordó cómo se había desmayado en la calle al comprobar que su hermana estaba muerta. Recordó que lo último que alcanzó a ver fue la fotografía en el periódico de aquel hombre de negocios y de su joven y guapa hija asistiendo a una función en algún lugar de Nueva York.

La insistente mirada de Joey hizo que Colette se sintiese incómoda, así que le devolvió el gesto observando a su vez la cara del chico.

—Tienes un moratón debajo del ojo izquierdo.

—Así es —dijo Joey, acordándose de que Mascarilla Blanca le había pegado.

—Yo también.

—No veo nada —dijo Joey.

—Me he puesto maquillaje de mamá para disimularlo —explicó ella.

Other books

Don't Ask Alice by Judi Curtin
Claiming the Highlander by Mageela Troche
Phoenix Noir by Patrick Millikin
Crystal Rebellion by Doug J. Cooper
The Golden Gypsy by Sally James
Lucky Break by Carly Phillips
Always a Scoundrel by Suzanne Enoch