Read Fuera de la ley Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (61 page)

—¡Déjalo en paz, Jenks! —dije maldiciéndome a mí misma—. En caso de que solo quede un viaje, será para Trent.

—¡Pero Rache! ¡Él puede negociar para conseguir más! Además, debería haberme incluido de todos modos…

—No pienso pedirle que negocie con nadie más. Es suyo y punto —le re­criminé sintiendo que un miedo negro y espeso me invadía—. Él hizo el trato. Tú lo has roto.

—Rache… —Estaba asustado, yo extendí la mano para que se posara encima.
Maldita sea
.

—Me alegro de que estés aquí —le dije con ternura reprimiendo un respingo al oír un nuevo desprendimiento—. Deja que se quede con su jodido viaje. Él nos trajo aquí y nosotros nos las arreglaremos para salir. Además, es posible que no haga falta. Si Minias no sabe que has venido a escondidas, es probable que sigamos teniendo dos pasajes.

Las alas de Jenks habían adquirido un sombrío tono azul.

—Los pixies no contamos, Rachel. Jamás se nos ha tenido en cuenta.

Pero para mí sí que contaba. Y mucho.

—¿Podrías ocuparte de la cerradura? —le pregunté para cambiar de tema—. Tenemos que abandonar este lugar cuanto antes.

El pixie emitió un sonido petulante y descendió hasta la cerradura oxidada.

—¡Por los tampones de Campanilla! —exclamó abriéndose paso a través de la herrumbre hasta desaparecer por completo dejando atrás un débil resplan­dor—. Esto es como avanzar por una duna. ¡Mierda! Matalina me va a matar. La única cosa peor que la sangre es el óxido.

Preocupada, apoyé la espalda en la puerta y recé una oración en silencio para pedir que los demonios de superficie aguantaran un poco más. No podía elevar un círculo ni dibujarlo en una línea, aunque percibía una en las proximidades, en la zona del río seco en la que debía encontrarse Edén Park. Si la interceptaba, podría presentarse un demonio para investigar lo que estaba pasando. Entonces miré a Trent. No iba a pedirle que renegociara para conseguir otros viajes para salir de allí, pero el miedo hizo que se me encogiera el estómago.
Maldita sea, Jenks
.

Al elfo le temblaban las manos y parecía preocupado. ¿
Porqué estoy haciendo esto otra vez
?

—¿Qué tal va todo, Jenks? —pregunté entre dientes.

—Dame un minuto —oí que respondía desde la distancia—. Está lleno de orín. Y no te preocupes por el viaje de vuelta, Rache. Me fijé en cómo lo hacía Minias.

La esperanza provocó una oleada de adrenalina, y mis ojos buscaron la mirada sorprendida de Trent.

—¿Podrías enseñarme?

Jenks salió de la cerradura y se posó en la manivela para sacudirse el óxido con un movimiento brusco de las alas.

—No lo sé —respondió—. Tal vez, si nuestro querido amiguito me dejara usar el hechizo para volver, podría intentar reunirme de nuevo con vosotros.

—No —sentenció Trent con gravedad—. No pienso renegociar solo porque tu perrito faldero decidiera acoplarse.

La indignación hizo que las mejillas se me encendieran.

—¡Jenks no es ningún perrito faldero!

El pixie echó a volar y aterrizó en mi hombro.

—No le hagas caso, Rache. Trent no podría comprar una pista ni aunque tu­viera un millón de dólares en un almacén de billetes. Vi lo que sucedía cuando Minias nos empujó a través de las líneas. Siempre jamás es como una gota de tiempo que hubiera sido eliminada y que hubiera quedado suspendida sin un pasado que la empuje hacia delante ni un futuro que tire de ella. Es como si pendiera de nosotros gracias a las líneas luminosas. Vuestros círculos no están hechos de realidades diferentes entre sí, sino de la sustancia elástica que nos mantiene unidos a siempre jamás y que impide que se desvanezca, como debería haber hecho ya. Pero bueno, me ha parecido oír que alguien se acerca, así que, ¿por qué no entramos?

¿
Una gota de tiempo
?, pensé, abriendo la puerta de un empujón y revelando una sosegada oscuridad. Inmediatamente percibí un fuerte olor a engrudo seco, y cuando un aullido gutural rompió el hálito del viento, el miedo descendió hasta el fondo de mi alma y me arrebató hasta el más mínimo soplo de valentía. Procedía de algún lugar lejano, pero no me cabía la menor duda de que había provocado cierta agitación a nuestro alrededor.

—¡Vamos! —le susurré a Trent, y el elfo se metió de lleno sin pensárselo dos veces. Yo agarré mi bolsa y lo seguí, moviéndome como si el monstruo de debajo de la cama estuviera a punto de alargar el brazo y agarrarme el tobillo. Trent se había detenido al entrar, y me di de bruces contra él. Ambos caímos al suelo bajo la luz mortecina que entraba por la puerta, y cuando Jenks soltó una maldición y nos dijo que la cerráramos, inspiré llenándome los pulmones de un aire polvoriento e intenté ponerme en pie.

Trent se me adelantó y se encargó de cerrar la puerta de un portazo impidien­do que la luz de la luna siguiera penetrando. La ausencia de viento hacía que la temperatura fuera más agradable. No veía nada, y escuché cómo sus dedos escarbaban en la cerradura mientras respiraba afanosamente.
Joder. Lo hemos conseguido
. Paralizada, presté atención esperando un golpe seco que nunca llegó.

—No os podéis imaginar la pinta tan ridícula que tenéis ahí de pie —dijo Jenks sacudiéndose hasta que empezó a brillar—. Voy a examinar las puertas. Si es cierto que se trata de la basílica, sé exactamente dónde se encuentran. Enseguida vuelvo.

En cuanto salió disparado, el brillo puro y reluciente que despedía dejó una estela de polvo que poco a poco se desvaneció. Dios. Cuánto me alegraba de que estuviera allí.

En ese momento hizo su aparición un rayo de luz roja que provenía de la linterna de Trent. Tenía el rostro demacrado y cubierto de polvo, mientras que el mono estaba revestido de una cenicienta capa blanca. La luz apenas conseguía iluminar nada más, y nos pusimos en pie.
El señor Elfo tiene una tarjeta para salir sin problemas del encierro y yo no. Francamente, hubiera preferido estar acompañada de Jenks
.

—Tengo una linterna más potente —sugirió—. ¿Quieres que espere a usarla hasta que sepamos algo de… Jenks?

Sus palabras hicieron que relajara el entrecejo y que adoptara una actitud algo más benevolente.

—Me parece una idea excelente —dije deseando que enfocara a nuestro al­rededor con todas las luces de que disponíamos, especialmente hacia arriba. En las películas nadie alzaba la vista hasta que empezaban a caerle gotas de saliva.

Estaba escarbando en la bolsa en busca de mi propia linterna cuando el im­ponente ruido que caracterizaba la activación de la corriente eléctrica retumbó por toda la iglesia. Tanto Trent como yo nos pusimos en cuclillas cuando se hizo la luz. A continuación nos alzamos con los ojos guiñados y paseamos la mirada por el interior de la pequeña catedral.

Tiempo
, pensé de nuevo entreabriendo la boca. ¿
Siempre jamás es una gota ajena al tiempo
? ¿
Y pende de nosotros gracias a las líneas luminosas sin que podamos deshacernos de él
?
Entonces
, ¿
a qué obedecen los paralelismos
?

No tenía ni idea, pero aquel templo era idéntico a la basílica de la que había sacado a rastras a Trent. Bueno, no del todo. Una mugrienta espuma amarilla cubría el interior de las vidrieras de colores para evitar que cualquier tipo de luz entrara o saliera. Los bancos estaban apilados al fondo del santuario, reducidos a un cúmulo de madera barnizada y medio chamuscada, mientras que las paredes y el techo mostraban los estragos del humo y del fuego. Y en cuanto a la pila bautismal… ¡Santo Dios! La habían profanado llenándola de lo que parecía un montón de pelo y de huesos ennegrecidos y estaba rodeada de una espantosa mancha negra. Parecía sangre, pero no pensaba acercarme para comprobarlo.

Finalmente miré hacia arriba con los ojos humedecidos. El hermoso enma­derado seguía allí, y también la lámpara de araña, que parpadeaba débilmente. De ella emanaba una nube de polvo, el flujo de electricidad liberaba las motas que aterrizaban sobre las baldosas del suelo, la mayoría de las cuales habían sido arrancadas.

Trent se movió y yo miré hacia el altar, situado detrás de él. Se encontraba sobre una tarima y también estaba cubierto de manchas negras. Allí había ocurrido algo espantoso. Sentí que el rostro se me crispaba y cerré los ojos. Una de dos, o se había roto la santidad, o los brujos y los elfos lo habían profanado. Si nos encontrábamos en un momento cronológico diferente, ¿cuánto tiempo faltaría para que se produjeran aquellos hechos?

Mientras seguía a Trent hacia la tribuna, me negué a mirar al altar profa­nado. Al pisar terreno consagrado, tuve la impresión de que un escalofrío me atravesaba el aura, y cuando miré a Trent, este asintió con la cabeza.

—Sigue siendo sagrado —dijo con la vista puesta en el altar—. Cojamos las muestras y larguémonos de aquí.

Para ti es fácil decirlo
, pensé amargamente sin fiarme de la opinión de Jenks de que él no contaba.

Los chasquidos secos de las alas de pixie interrumpieron mis cavilaciones, y mi alivio casi se transforma en dolor cuando Jenks regresó de las estancias posteriores. No obstante, cuando se posó todo gris y macilento sobre la palma de mi mano, gris y pálida, el descanso que había sentido se esfumó.

—No entres ahí, Rachel —susurró. Los surcos de su rostro cubierto de herrumbre evidenciaban que había estado llorando—. Te lo pido por favor. Quédate aquí. Ceri dice que las muestras están en terreno consagrado. No necesitas ir a ningún otro sitio. Prométemelo. Prométeme que no dejarás esta zona del templo.

El miedo hizo que me diera un vuelco el corazón y asentí. Me quedaría allí.

—¿Dónde están las muestras? —pregunté girándome hacia Trent, que en ese momento deslizaba la mano por la madera como si buscara un panel secreto. La espuma amarilla de los ventanales parecía absorber la luz.

Yo inspiré emitiendo un silbido y Trent se quedó paralizado al percibir el ruido de las uñas. Algo se desplazaba a rastras por el exterior del cristal.

—Dios mío —exclamé reculando hacia el altar para apoyar en él la espalda mientras alzaba la vista—. Trent, ¿tienes algún arma? ¿Una pistola, por ejemplo?

Él me miró con cara de asco.

—Estás aquí para protegerme —dijo poniéndose a mi lado tras acortar la distancia que nos separaba—. No me digas que no has traído un arma.

—Pues claro que he traído un arma —le espeté sacando la pistola de bolas y apuntando hacia la zona del techo de la que provenían los ruidos—. Simple­mente creí que un jodido asesino como tú también llevaría una pistola. Por lo que más quieras, Trent. Dime que tienes una.

Con las mandíbulas apretadas, negó con la cabeza, pero se llevó la mano a un amplio bolsillo lateral. Tal vez no llevaba pistola, pero era evidente que tenía algo. Bien. El señor Kalamack disponía de un arma secreta que no quería com­partir. Esperaba de corazón que no se viera obligado a usarla. Con el corazón latiendo con fuerza, me quedé mirando la espuma amarillenta e intenté serenar mi respiración. ¿Cómo íbamos a llevar a cabo nuestra misión si nos atacaban? Si alzaba un círculo, los demonios reales se nos echarían encima.

—¡Jenks! —grité al percibir un nuevo movimiento al otro lado de la iglesia. Mierda. Eran dos—. ¿Oyes algo que pueda recordarte a un disco duro o algo similar? Ceri dijo que los archivos estaban computerizados. Necesitamos acabar con esto cuanto antes.

Con el rostro macilento, Jenks se elevó rodeado por una delgada nube de destellos dorados que adquirió un tinte ambarino. Era casi como si el resplandor rojizo del exterior estuviera filtrándose.

—Echaré un vistazo.

A continuación se alejó a toda prisa y yo, con las manos empapadas de sudor, intenté seguirle el rastro al segundo ruido de uñas mientras recorría el techo en dirección al lugar donde escarbaba el primero. Quizá conseguía que los siete primeros bichos acabaran echándose una siestecita pero, a menos que fueran caníbales y se comieran a sus muertos, no disponía de suficientes hechizos de sueño como para hacer frente a todos los demonios de superficie a los que tendríamos que enfrentarnos.

Los dos sonidos chirriantes se unieron, y cuando se oyó un crujido agudo se­guido de un golpetazo, me puse rígida. Entonces nos llegó un alarido y después el rápido movimiento de unas garras desplazándose a toda velocidad por la piedra y el cristal en dirección al suelo. ¿
Una gárgola
?, pensé. ¿Era posible que hubiera gárgolas? Eran extremadamente leales a sus iglesias y estaban dispuestas a de­fenderlas con uñas y dientes ante cualquier ataque. Era la única explicación, salvo que los dos hubieran caído, pero había sonado como si solo fuera uno.

Trent suspiró aliviado, pero yo no perdí de vista los ventanales. No me fiaba de que se tratara simplemente de dos torpes demonios de superficie y de que no se presentaran más.

—Creo que estamos a salvo —dijo Trent. Yo lo miré con incredulidad.

—¿Quieres apostar algo?

—¿Chicos? Venid para acá —gritó revoloteando delante de una talla blanca de la virgen María—. Aquí debajo se oye un zumbido electrónico.

Tras echarle un último vistazo a Trent, me metí la pistola de bolas en la parte trasera del pantalón y abandoné el altar para reunirme con Jenks. El pixie había tomado asiento en el hombro de la estatua, y en cierto modo parecía situado justo entre su corazón y el halo. Trent también se había acercado, y antes de que pudiera decir nada, estiró los brazos para ponerle las manos en las rodillas con el claro propósito de volcarla de un empujón.

—¡No! —exclamé sin entender por qué era la única cosa en contacto con el suelo que no había sido manchada y profanada.

Pero Trent la miraba con cara de pocos amigos, y cuando le agarré del hombro para tirar de él, extendió los brazos.

El miedo me subió hasta el hombro y se asentó en mi pecho haciendo que los músculos se me agarrotaran como si hubiera sufrido una descarga eléctrica. Trent soltó un grito y debí de perder el conocimiento, porque lo siguiente que recuerdo es estar tumbada bocarriba a más de un metro de distancia con Jenks revoloteando delante de mí.

—¡Rachel! —gritó. Al oírlo me llevé la mano a la cabeza para aliviar el dolor moviendo el brazo más lentamente de lo normal para apoyarlo en el suelo—. ¿Te encuentras bien?

Inspiré lentamente dos veces seguidas y mi mirada errante se topó con la ima­gen de Trent, que estaba sentado con las piernas cruzadas sujetándose la cabeza con las manos. La nariz le sangraba.

Other books

The Boss' Bad Girl by Donavan, Seraphina
The Rose Thieves by Heidi Jon Schmidt
The Extinction Code by Dean Crawford
Hollywood Madonna by Bernard F. Dick
One Dead Seagull by Scot Gardner
Challenging Andie by Clements, Sally