Fuera de la ley (57 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

—¡Hola, mamá! —dije mientras me abrazaba, aunque tenía la vista concen­trada en Marshal, que estaba sentado a la mesa.

—¿Marshal está aquí? —me preguntó extrañada mientras yo volvía a sen­tarme.

Yo asentí sin mirarlo.

—Está intentando convencerme para que no lo haga. Al parecer sufre de un caso agudo del síndrome del caballero andante. —Ella no dijo nada y, algo inquieta, levanté la vista. Sus ojos verdes estaban muy abiertos y presentaban un atisbo de pánico.
Ella también, no
—. No pasa nada, mamá —le espeté—. De verdad.

Dejando la caja con un sorprendente golpe, se dejó caer en la silla terrible­mente abatida.

—Estoy muy preocupada por ti —susurró, casi partiéndome el corazón. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas y se las limpió rápidamente.
Dios. Qué difícil es esto
.

—Mamá, no me va a pasar nada.

—Eso espero, cariño —dijo inclinándose para darme otro abrazo—. Es como volver a lo que les sucedió al señor Kalamack y a tu padre, solo que esta vez eres tú. —Sin dejar de abrazarme, me susurró al oído—: No puedo perderte. No puedo.

Aspirando su olor a lilas y a secuoya, la sujeté. Sus hombros eran delgados, y pude sentir que se estremecía al intentar controlar sus emociones.

—Todo irá bien —dije—. Además, papá no murió porque viajara a siempre jamás, sino porque intentó librarse del virus vampírico. Esto es diferente. No tiene nada que ver.

Ella se retiró y asintió con la cabeza para darme a entender que sabía cómo había muerto desde el primer momento. Casi pude ver cómo se recolocaba otro ladrillo en su mente, haciéndola más fuerte.

—Eso es cierto, pero Piscary nunca le habría mordido si no hubiera in­tentando ayudar al señor Kalamack —dijo—. Del mismo modo que tú estás ayudando a Trent.

—Piscary está muerto —dije, y ella expiró lentamente.

—Así es.

—Y yo no iría a siempre jamás si no tuviera la garantía de tener un modo de salir de allí —añadí—. Y no lo hago para ayudar a Trent, sino para salvar mi culo.

Ella soltó una carcajada.

—Y eso es diferente, ¿verdad? —dijo necesitada de esperanza.

Yo asentí, necesitando creer que así era.

—Efectivamente. Todo va a salir bien. —
Por favor, Dios mío. Haz que todo salga bien
—. Puedo hacerlo. Tengo buenos amigos.

Ella se giró y me di cuenta de que se quedaba mirando a Ivy y a Jenks, que se encontraban en el cementerio observando con expresión de impotencia que Ceri indicaba a todos dónde debían colocarse. Nos habíamos quedado solas, porque todos los demás se habían congregado en el cementerio alrededor de la extraña estatua del ángel y del trozo de cemento rojizo que la mantenía fija en el suelo.

—Te quieren mucho —dijo apretándome la mano—. ¿Sabes? Nunca entendí por qué tu padre siempre te repetía que debías trabajar sola. Él también tenía amigos. Amigos que habrían dado la vida por él. Aunque al final, no le sirvió de nada.

Yo sacudí la cabeza, avergonzada por su alusión a lo mucho que me querían. Pero mi madre se limitó a sonreír.

—Te he traído esto —dijo dándole un empujoncito con la punta del pie a la caja de cartón—. Debería habértelos dado antes pero, teniendo en cuenta los problemas que te causaron los primeros que te di, creo que he hecho bien en esperar.

¿
Los primeros que me dio
?, pensé cuando mis dedos tocaron el cartón polvoriento y un leve cosquilleo de energía hizo que sintiera un calambre en las articulaciones. Rápidamente levanté una de las tapas y eché un vistazo al interior. El olor a ámbar quemado me golpeó como una bofetada.

—¡Mamá! —dije entre dientes al ver el oscuro cuero y las páginas con las esquinas dobladas—. ¿De dónde los has sacado?

Intentando esquivar mi mirada, frunció el ceño como si se negara a parecer culpable.

—Eran de tu padre —masculló—. Los primeros no parecieron molestarte tanto —dijo poniéndose a la defensiva al ver que la miraba horrorizada—. Y no todos son textos demoníacos. Algunos los compró en la biblioteca de la universidad.

De repente, entendí muchas cosas y cerré la caja.

—Fuiste tú la que puso los libros…

—¿En el campanario? Sí —afirmó ella poniéndose en pie y tirando de mí para que hiciera lo mismo. Ceri había concluido los preparativos y teníamos que ponernos en marcha—. No podía dárselos a una vampiresa a la que no conocía para que te los entregara, y la puerta estaba abierta. Sabía que acaba­rías encontrándolos, con esa manía tuya de buscar sitios en los que estar sola. Te quedaste sin nada cuando la SI maldijo tu apartamento. Además, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Subirlos al coche y presentarme aquí diciéndote que traía una colección de libros demoníacos? —Sus ojos verdes brillaban divertidos—. ¡Habrías hecho que me encerraran!

¡Oh, Dios mio! ¿Mi padre hacía invocaciones demoniacas?

En ese momento Trent y Quen salieron de la casa por la puerta de atrás, y una oleada de pánico recorrió mi cuerpo.

—Mamá —le supliqué con el corazón latiéndome a toda velocidad—, dime que nunca los utilizó. ¡Por favor! Dime que era un simple coleccionista de libros.

Ella sonrió y me dio unos golpecitos en la mano.

—Así es, se limitaba a coleccionarlos. Para ti.

El alivio momentáneo que sentí en un principio se desvaneció, y me quedé helada mientras ella se ponía en pie para que la soltara. Mi padre sabía que yo era capaz de prender magia demoníaca, había reunido toda una colección de libros sobre el tema para mí y me había dicho que trabajara por mi cuenta. ¿Qué demonios me había hecho el padre de Trent?

—Vamos Rachel —dijo mi madre mirándome desde arriba y tocándome el hombro—. Te están esperando.

Yo me puse en pie, tambaleándome. Un pequeño grupo de personas aguar­daba junto al ángel guerrero, en concreto aquellos que habían tenido un mayor impacto en mi vida: Ceri, Keasley, Trent, Quen, Marshal, Jenks e Ivy. Con mi madre a mi lado, empecé a caminar mientras ella parloteaba de cosas sin im­portancia. Me di cuenta de que era un mecanismo de defensa que le servía para ocultar su lucha por asumir el miedo que sentía.

El abrigo de David me envolvía con el intenso y complicado aroma a hombre lobo, una muestra de apoyo en la distancia. A pesar de su fuerza, era consciente de que no podía hacer nada, de modo que me había dado lo que podía y se había marchado para seguir la senda de los de su especie. Yo me arrebujé aún más mientras el dobladillo emitía un silbido al rozar contra el césped. Necesitaba que lo cortaran, y las puntas húmedas de rocío hicieron que el color marrón del dobladillo se volviera más oscuro.

Cuando me acerqué, todos se giraron, y mi madre me dio un último abrazo antes de apartarse para situarse en el césped junto a Marshal. Trent y Ceri se encontraban ya en la losa roja, sobre la cual había dibujado tres círculos concéntricos y, observando el nuevo conjunto del elfo, me uní a ellos. Se había puesto una especie de mono negro con bolsillos, y de no ser por los mechones de pelo claro que asomaban por debajo de una gorra de tela, a simple vista no hubiera sido capaz de reconocerlo.

—Pareces el típico militar de una película de serie B —le dije. Él frunció el ceño—. Ya sabes… el humano secundario al que siempre se comen el primero.

—¿Y tú qué? ¿De verdad piensas ir vestida así? —me reprochó él—. Cual­quiera diría que quieres hacerte pasar por el detective.

—Allí hace frío —alegué en mi defensa—, y si tengo que caer de cierta al­tura, el cuero evitará que acabe hecha pedacitos. Además, si me echan encima alguna pócima, no penetrará. Y si me golpea una maldición demoníaca, estaré muerta. Yo no puedo permitirme comprarme ropa de Kevlar ni ningún material resistente a los hechizos.

Trent me miró de arriba abajo y se giró ofendido. Ivy se adelantó y me en­tregó una bolsa de tela en la que había metido todas mis cosas.

—Te he puesto dentro el mapa de Ceri —dijo con las pupilas totalmente dilatadas por la preocupación—. No sé hasta qué punto os será útil, pero al menos sabrás qué dirección tomar.

—Gracias —respondí agarrando el macuto. En su interior estaba mi pis­tola de bolas con una docena de bolas adormecedoras, tres amuletos de calor de Marshal, un hechizo de aroma de David, que me había prestado hacía un tiempo, una bolsita con sal, un trozo de tiza magnética, y un par de objetos más procedentes del viejo alijo de material para manipular líneas luminosas de mi padre. Apenas un puñado de cosas. Lo indispensable para conseguir que Al se hiciera con mi nombre de invocación y quedarme con el suyo. En cuanto tuviera la muestra, iba a utilizarlo.

—Y algunas botellas de agua —añadió—, unas cuantas barritas energéticas y un poco de crema para que te pongas en el cuello.

—Gracias —dije quedamente.

Ella me miró fijamente a los ojos y apartó la mirada.

—Keasley te ha metido unos cuantos amuletos para el dolor y yo he encon­trado una aguja para punciones en el cajón del baño.

—Me será muy útil.

—Y una linterna con pilas de repuesto —añadió.

Ninguna de aquellas cosas serviría de nada si nos capturaban, pero sabía por qué lo hacía. Trent se removió impaciente y yo fruncí el ceño.

—Una gorra —dije de pronto mirando la larga gabardina marrón—. Necesito una gorra.

Ivy sonrió.

—Está dentro.

Intrigada, solté la bolsa, descorrí la cremallera y, escarbé entre los rotuladores de colores de Ivy, que no iba a necesitar, y el viejo juego de herramientas de Jenks, que había utilizado la primavera pasada, cuando era grande. Entonces saqué una desconocida gorra de cuero negro y me la ajusté por encima de mis rizos. Me quedaba perfecta, y me pregunté si la había comprado a propósito para mí.

—Gracias —dije cogiéndome el pelo para retirármelo de la cara.

Ceri miraba hacia el horizonte. El sol se había puesto, y me di cuenta de que quería ponerse manos a la obra.

—¿Rachel? —me instó, y mi corazón empezó a latir con fuerza. Casi espe­raba que Trent no fuera capaz de cerrar el trato de pagar por mi viaje y poder retirarme de aquello sin quedar como una cobarde. Pero entonces tendría que luchar por mi vida cada vez que alguien invocara a Al.

Ivy me puso la mano en el hombro y, sin importarme lo que pudieran pensar los demás, dejé caer la mochila y la abracé con fuerza. El olor a incienso vampírico me inundó los sentidos y, mientras cerraba los ojos para evitar que se me escapara una lágrima, inspiré profundamente y no sentí ni la más mínima punzada en mis cicatrices. La amargura se apoderó de mí y la posibilidad de que aquel fuera nuestro último adiós me partió el corazón.

—Nos vemos al amanecer —dije. Ella asintió y se apartó.

Con un nudo en la garganta y sin poder mirar a nadie, agarré la bolsa y me introduje en la losa de cemento. Entonces miré a Trent, cuyo rostro mostraba una expresión deliberadamente vacía. ¿Por qué demonios me interesaba lo que pudiera pensar?

Ceri se introdujo en el primer círculo y yo alcé las cejas.

—Yo puedo ocuparme del círculo de Minias —dije. A continuación, tragué saliva, y añadí—: A menos que creas que Newt se vaya a presentar.

Ella se rodeó la cintura con los brazos. Era evidente que deseaba refu­giarse en terreno consagrado, pero resultaba igual de evidente que planeaba quedarse donde estaba.

—Si no lo encerramos en un círculo y lo retenemos hasta el amanecer, Mi­nias te perseguirá. —Luego, tras cerrar las mandíbulas con fuerza, concluyó—: Camina todo lo rápido que puedas.

En ese momento eché un rápido vistazo a mi madre al recordar la tortura mental a la que le había sometido Al cuando había hecho lo mismo.

—Ceri…

—Puedo hacerlo —dijo ella. Sus ojos mostraban miedo y le toqué el brazo. No había nada a este lado de las líneas que pudiera evitar que Minias nos acusara si descubría lo que pensábamos hacer.

—Gracias —le dije.

Ella me dedicó una sonrisa temerosa.

—Si pasar toda una noche hablando con un demonio es todo lo que tengo que soportar para mantenerte con vida y contribuir a reparar el daño que los demonios hicieron a mi especie, las trece horas estarán bien empleadas.

—Gracias de todos modos —dije preocupada.

—Yo cerraré el círculo exterior —dijo empezando a balbucear por los ner­vios—. De ese modo, nadie podrá interferir. Y dado que será Trent el que se ocupe de la invocación y de la negociación, hará el interior para contener a Minias. Yo me ocupare del intermedio para retenerlo y evitar que salga tras vosotros una vez que os marchéis.

—¡Trent! —exclamé lanzándole una mirada a su encantador mono y pro­vocando que se sonrojara—. Yo puedo hacer un círculo mucho más fuerte con una mano atada a la espalda.

Ceri sacudió la cabeza.

—Trenton será el que negocie para conseguir los saltos, así que será el que sostenga el círculo —dijo ella frunciendo sus suaves rasgos al descubrir que po­nía pegas a su plan—. Y será mejor que tengas la boca cerrada mientras habla, o Minias lo utilizará en tu contra.

Cabreada, apreté los labios con fuerza.

—¡Y ahora, cállate de una vez! —dijo Ceri en un arrebato de rabia. A continuación indicó a Trent que se acercara. Suspirando, este agarró con más fuerza su mochila y superó la línea de tiza exterior para unirse a nosotras. Ceri lo exhortó para que se pusiera a mi lado y, con expresión nerviosa, el elfo se aproximó aún más. Yo me pregunté hasta qué punto el mal humor de Ceri se debía a la preocupación. Le tenía terror a Newt, y Minias se encontraba solo a un pequeño paso de la chiflada diablesa.

En un abrir y cerrar de ojos, una brillante cortina negra de siempre jamás se elevó a nuestro alrededor a partir del círculo exterior grabado de forma permanente en el cemento rojizo. Cuando Ceri había contactado la línea cercana, había sentido un tirón en mi mente, y me concentré en evitar que el enorme huso de siempre jamás, que yo había almacenado anteriormente, se desplegara. Trent no parecía muy contento de que Ceri lo encerrara con la misma bruja que lo había entregado a las autoridades para que lo juzgaran por asesinato, y que seguramente no tendría inconveniente en entregarlo a un demonio con tal de librarse de sus propias marcas demoníacas.
Confianza
, pensé. Él confiaba en mí, al menos, hasta un cierto punto.

Inspiré profundamente para calmar mis nervios, mientras miraba los otros dos círculos que tenía a mis pies. Su función era la de actuar como una especie de cámara estanca. Trent fijaría el círculo interior para contener a Minias pero, cuando nos fuéramos, caería. A partir de ese momento sería el círculo intermedio, fijado por Ceri, el que contendría al demonio.

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