Fuera de la ley (27 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

—Bueno… —dije colocando el mantel—. ¿Cómo te han ido las últimas entrevistas?

Cuando Jenks consiguió abrir la bolsa liberando un intenso olor a salsa agridulce, Marshal se acercó.

—Muy bien —dijo mientras empezaba a sacar los recipientes de plástico. Yo levanté la vista de repente, consciente de que nuestros hombros estaban a punto de tocarse—. Al final he conseguido el trabajo —dijo mirándome direc­tamente a los ojos.

—¡Marshal, eso es genial! —exclamé con una sonrisa, dándole una inocente palmadita en el hombro—. ¿Cuándo empiezas? —añadí esquivando su mirada y girándome para ponerme a servir la comida. Quizás el gesto había resultado algo excesivo.

Él dio un paso atrás y se pasó la mano por el incipiente pelo que empezaba a crecerle en lo alto de la cabeza.

—El uno de noviembre —dijo—, pero voy a estar en nómina, así que, en caso de que fuera necesario, podré regresar a vender el negocio hasta el comienzo de las clases, después del solsticio de invierno.

Jenks me lanzó una mirada de advertencia y yo lo miré con el ceño fruncido y, aprovechando que me levantaba para coger un par de cucharas de servir, le di un golpe a la mesa haciéndole dar un salto. Marshal despedía el típico aro­ma a secuoya de los brujos que, mezclado con el olor a aceite y a gasolina, lo convertían en un apetecible ejemplar del típico tío bueno. Tanto su ropa como su olor eran completamente diferentes a los de los hombres con los que estaba acostumbrada a tratar y, de alguna manera, que hubiera irrumpido en mi iglesia como si fuera su casa había permitido que nos saltáramos la fase de incomodidad con la que daban comienzo la mayoría de mis citas. Con ello no quería decir que lo nuestro fuera una cita. Y, probablemente, esa era la razón por la que me sentía tan cómoda. Lo había invitado a cenar sin ninguna pretensión de empezar una relación, así que los dos podíamos relajarnos. No obstante, esperaba que la sensación de confianza se debiera a que nos había ayudado a Jenks y a mí cuando realmente lo necesitamos.

En ese momento Marshal agarró la silla de Ivy, la arrastró hacia el espacio que quedaba libre en la mesa y tomó asiento con un suspiro.

—Ha sido una de las entrevistas de trabajo más extrañas en las que he participado —dijo mientras yo hurgaba en la bolsa de espaldas a él en busca de los palillos—. Durante todo el proceso tuve la impresión de que les estaba gustando, pero que le iban a dar el trabajo al otro chico, aunque no conseguía entender el porqué. Había puesto en marcha un programa de natación en un instituto de Florida, pero carecía de las horas de buceo y de la experiencia con líneas luminosas, dos requisitos indispensables para conseguir el puesto.

Yo me senté al otro lado de la esquina, en diagonal a él y vi que se quedaba mirando los palillos.

—De repente —continuó—, sin motivo aparente, tomaron una decisión y me ofrecieron el trabajo.

—Conque sin motivo aparente, ¡eh! —intervino Jenks. Yo le lancé una mirada asesina para que cerrara la boca. Marshal no había conseguido el trabajo gracias a la intervención de Rynn Cormel, sino más bien al contrario. Me hubiera jugado lo que fuera a que el vampiro había presionado a la universidad para que cogieran al otro candidato hasta que yo me puse como un energúmeno con él de modo que, al final, habían elegido a quien les había dado la gana.

Marshal, por su parte, seguía sin quitarle ojo a los palillos.

—Fue algo bastante extraño. Cuando les dije que sí, me lo agradecieron como si les hubiera hecho un gran favor aceptando el trabajo. —A continuación, apartó la vista de los palillos y, mirándome a la cara, dijo—: Creo que voy a necesitar un tenedor.

Yo solté una carcajada y me puse en pie de nuevo.

—Lo siento.

Mientras me acercaba a coger un par de cubiertos, sentí que me seguía con la mirada.

—¿Sabes una cosa? —pregunté con un tono algo descarado—. Ahora que Al se ha largado, ya no tenemos por qué quedarnos aquí toda la noche.

—Rachel… —me recriminó Jenks. Yo me giré y cerré el cajón con un golpe de cadera.

—¿Qué pasa? —protesté—. Sabes muy bien que no volverá. Llevo varias horas en terreno no consagrado y no ha pasado nada.

—Y cuando Ivy se entere, va a empezar a echar hadas por el culo —concluyó Jenks.

Yo me dejé caer sobre la silla evitando la mirada de los demás. Marshal nos miró a Jenks y a mí alternativamente mientras repartía el arroz en los platos. El diminuto pixie se sentía fatal y sus alas iban adquiriendo un tono rojizo confor­me aumentaba su disgusto. Enfadada, yo dejé caer los tenedores sobre la mesa.

—Esta noche no volverá a molestarme.

—¿Por qué? ¿Porque no llamaste a Minias para que se lo llevara de aquí cuando tu estúpida manía de ponerte de parte del más débil te hizo pensar que estaba cansado y que te estaría agradecido si confiabas en él? ¡Por el amor de Campanilla, Rachel! Eso no son más que chorradas. Un montón de chorradas, una sobre otra con una baba encima. Que sepas que, si mueres esta noche, no será por mi culpa.

Marshal siguió repartiendo la comida, pero el fuerte olor no consiguió dis­minuir la tensión del ambiente.

—¡Ah, Rachel! ¿Qué me dices si vamos a patinar mañana? —preguntó claramente incómodo por tener que presenciar la discusión entre Jenks y yo. Era evidente que intentaba cambiar de tema y, de repente, mi rabia se evaporó, descrucé las piernas y decidí ignorar al pixie.

—¡Madre mía! ¿Sabes cuánto tiempo hace que no voy a patinar? —dije.

El pixie descendió en dirección a su diminuto recipiente con los brazos cru­zados despidiendo chispas plateadas.

—Si hacemos caso de lo que dice tu madre, desde que te prohibieron volver por golpear…

—¡Ya vale! —le interrumpí intentando darle un rodillazo por debajo de la mesa. Desgraciadamente la pieza de madera era tan gruesa que el pixie ni siquiera se inmutó—. ¿No tienes nada mejor que hacer? Tal vez podías irte a espiar a la gárgola o algo así —le espeté con las mejillas encendidas. Era impo­sible que todavía se acordaran de mí en Aston's, ¿verdad?

—Pues no —respondió Jenks. Tenía el rostro crispado por la irritación y, cuando se dio cuenta de que tanto Marshal como yo lo estábamos mirando, hizo todo lo posible por serenarse—. ¿Te importaría ponerme un poco de ese sake que estoy oliendo en mi plato, Marsh-man? —preguntó de pronto. No me fiaba demasiado de aquel repentino cambio de humor, pero decidí seguirle la corriente.

Abochornado, Marshal sacó un termo desgastado del bolsillo de su chaqueta.

—Se suponía que debía ser una sorpresa —admitió secamente dejándolo sobre la mesa.

—Pues yo estoy sorprendida —dije levantándome para coger las tazas de té de cerámica translúcida que solía utilizar Ivy porque no le gustaban mis toscos tazones. No eran los típicos recipientes para el sake, pero me parecieron más apropiadas que los vasos para chupitos.

—Perfecto —dijo Marshal cuando me vio disponerlas sobre la mesa. A continuación las llenó hasta la mitad y, tras coger la suya, la volcó con cuidado sobre el plato de Jenks hasta que la bebida alcanzó el borde.

Kisten nunca hubiera hecho algo así
, pensé sintiendo un atisbo de paz interior mientras alzaba la taza para brindar. Jenks nunca se quedaba cuando Kisten y yo estábamos juntos y, aunque me resultaba muy agradable mirar a Marshal, todavía me sentía muy verde para que la cosa se volviera seria. No tener que afrontar el estrés de no saber lo que esperaba de la relación había resultado un inesperado placer.

—¡Por los nuevos trabajos! —dijo él. A continuación todos tomamos un trago, y yo tuve que contener la respiración para no ponerme a toser.

—¡Uau! ¡Está buenísimo! —exclamé intentando contener las lágrimas mientras sentía cómo aquel desagradable brebaje me quemaba el esófago conforme descendía.

Marshal dejó la taza en la mesa con lenta delicadeza, y la sutil relajación de su postura me dio a entender que le bastaba una pequeña cantidad de alcohol para que se le subiera a la cabeza. Aun así, había que reconocer que el sake era realmente fuerte.

Las alas de Jenks empezaron a moverse a toda velocidad y la suave estela de polvo que desprendía cesó.

—Os agradezco mucho que me hayáis invitado —dijo Marshal agarrando un tenedor y disponiéndose a comer—. La verdad es que la habitación del hotel está… vacía. Además, necesitaba un poco de normalidad después de un día tan estresante.

Jenks esbozó una sonrisa y agitó las alas enviándome el aroma del olor del arroz.

—Rachel ha conseguido reducir a un demonio con ayuda de Rynn Cormel. Yo no llamaría a eso ser normal, Marsh-man.

Sus palabras parecían contener una especie de advertencia, y la risa de Mar­shal se detuvo cuando vio mi expresión meditabunda.

—¿Rynn Cormel? —preguntó como si no estuviera seguro de si Jenks le estaba tomando el pelo—. Te refieres al vampiro, ¿verdad?

Yo me incliné sobre el plato y me metí algo de comida en la boca. Cuando el arroz era de buena calidad, los granos solían mantenerse unidos, pero no pensaba utilizar los palillos si Marshal no lo hacía.

—Eeeeh, sí —reconocí cuando me di cuenta de que estaba esperando una respuesta—. Se hizo con la camarilla de Piscary, lo que significa que se ha con­vertido en el nuevo maestro de mi compañera de piso, y vino para averiguar cuáles eran mis intenciones respecto a Ivy.

Aunque no le había dicho ninguna mentira, contarle toda la verdad me hubiera resultado demasiado violento.

—¡Ah!

Su exclamación dio a entender que empezaba a sentirse incómodo y, al le­vantar la vista, me di cuenta de que sus ojos mostraban cierto recelo, lo que, aparentemente, aumentó la satisfacción de Jenks, puesto que la velocidad de sus alas se incrementó.

—La verdad es que no fue de gran ayuda —dije intentando quitarle impor­tancia—. Para serte sincera, fue más un estorbo que otra cosa.

Cuando terminé, me di cuenta de que aquel comentario no había sido muy afortunado, porque vi que Marshal tragaba de golpe y empezaba a tener mala cara. Entonces me recosté sobre el respaldo con el plato en la mano y estiré la otra para agarrar la taza de sake.

—¿Prefieres que nos vayamos a la zona consagrada? Si quieres podemos ver un poco la tele. Tenemos conexión por cable.

Marshal sacudió la cabeza.

—No es necesario. Si tú dices que el demonio no se presentará de nuevo, yo te creo.

Jenks se rio por lo bajo, cabreándome todavía más. Entonces bebí un segundo trago de sake, y seguido tomé un bocado de arroz con un poco de carne. Esta vez no me quemó y, mientras masticaba, me quedé pensando. Todo aquello apestaba. Marshal quería llevarme a patinar. ¿Qué tipo de amigo obliga a otro a esconderse en una iglesia por miedo a que lo ataquen los demonios?

Con los labios apretados, me puse en pie y, consciente de que Marshal no me quitaba ojo de encima, saqué el cuaderno de notas del bolso y agarré uno de los rotuladores de punta fina del portalápices de Ivy. Estaba segura de tener un palo de tejo por allí cerca, e imaginaba que el sake podía ser un buen substituto del vino.

—¿Qué estás haciendo, Rachel? —preguntó Jenks.

—Estoy cansada de pasar el tiempo aquí encerrada —dije pensando que ten­dría que llevarme el espejo adivinatorio para recordar cómo era el glifo si quería reproducir el hechizo para hacer un círculo de invocación—. Falta demasiado poco para Halloween como para quedarse aquí sentados.

—Rache…

—Si quieres venir con nosotros y hacerme de niñera —dije sin levantar la vista—, a mí me da lo mismo. Al no se va a presentar. Además, me necesita viva, no muerta. Y yo quiero salir.

Marshal apoyó el tenedor en el plato provocando un chirrido.

—¿Qué estás haciendo?

—Algo que, probablemente, no debería.

Tras desistir de la idea de hacerlo de memoria, saqué el espejo adivinatorio de debajo de la isla central y lo deposité cuidadosamente. Yo siempre había albergado un sentimiento de culpa por considerar que aquel objeto era her­moso, con aquellas cristalinas hileras de símbolos grabados en la superficie que mostraban la aguda claridad de un diamante en contraste con las profundidades del color del vino que reflejaban la realidad. Algo tan perverso no debería ser hermoso. Ceri me había ayudado a hacer este después de que hubiera roto el primero en la cabeza de Minias.
Maldita sea
, ¿
por qué vuelve a arriesgar su alma de ese modo
?

Marshal se quedó mirándolo en silencio.

—Es un círculo de invocación —dijo finalmente—. Bueno, eso creo. La verdad es que nunca he visto ninguno.

En ese momento el polvo que despedía Jenks se volvió dorado y, con una actitud casi chulesca, dijo:

—Lo necesita porque viaja por las líneas luminosas para invocar demonios.

Yo le lancé una mirada asesina, pero el daño ya estaba hecho. Marshal se puso rígido y se llenó la boca de arroz y verduras como si no le impor­tara lo que acababa de oír. Exasperada, me quedé mirando el sake y decidí que estaba hasta las narices. De Jenks, no del sake. ¿Qué coño le pasaba aquella noche?

—No invoca demonios, solo me permite hablar con ellos. Y abre un canal por el que pueden viajar. Marshal, soy una bruja blanca. Te lo aseguro. —Seguidamente me quedé mirando el pentáculo y me estremecí—. El caso es que tengo un demonio empeñado en arrastrarme hasta siempre jamás y tener un círculo de invocación me permite llamar a alguien para que venga a por él cuando aparece, Se supone que debería estar en la cárcel. De todos modos, a partir de mañana todo se arreglará, porque he quedado con David para obligar a entrar en razón a quienquiera que esté liberando a Al.

Incluso yo misma me di cuenta de lo patético que sonó, y Marshal siguió masticando el arroz sin apartar la vista de mí mientras sopesaba lo que acababa de oír. Seguidamente dirigió la mirada hacia el círculo de invocación y luego de nuevo hacia mí.

—¿Lo llamas Al? —preguntó suavemente.

Yo respiré hondo y decidí que lo mejor era contarle todo el drama de mi vida. Si iba a largarse por eso, quería saberlo cuanto antes, y no cuando ya hubiera empezado a encariñarme con él.

—La mancha de mi alma la obtuve cuando usé una maldición demoníaca para salvar a mi exnovio —dije. Bueno, esa era la razón principal—. Y las dos marcas demoníacas fueron accidentes.

Al fin y al cabo, todas lo eran
, pensé en tono de burla, pero Marshal había tomado un trago de su bebida y se había recostado sobre el respaldo.

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