Fuera de la ley (55 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por primera vez en todo el día, mi sonrisa se volvió auténtica. Al verla, Ceri rompió a llorar. Con el aspecto de un ángel caído, se rodeó la cintura con los brazos como si estuviera a punto de derrumbarse. Sus lágrimas fluían sin control, haciendo que pareciera aún más bella.

—Gracias, Dios mío —farfulló, e Ivy se inclinó para acercarle una caja de pañuelos de papel.

Mis músculos protestaron cuando me levanté, pero Trent se me adelantó y rodeó la encimera para ponerle una mano en el hombro. Ceri alzó la barbilla de golpe, y lo miró con los ojos increíblemente verdes por efecto de las lágrimas.

—Rachel lo salvó —dijo, y yo me quedé maravillada al ver la buena pareja que hacían. Eran casi de la misma altura, y ambos tenían el mismo color de pelo y la misma figura esbelta. Miré a Ivy con intención de pedirle opinión, y ella, con expresión avinagrada, se encogió de hombros, cruzó las piernas y echó la silla hacia atrás sobre las dos patas traseras hasta apoyarse en la pared.

Ceri se apartó de Trent. El miedo que intentaba ocultar le producía un dolor mayor del que le hubiera causado una reacción sincera por su parte.

—Estaba segura de que ella lo conseguiría —dijo mirándome con una sonrisa mientras se secaba las lágrimas.

Independientemente de que esa fuera su intención, Trent se lo tomó como una reprimenda y dio un paso atrás. Una fuerte animadversión empezó a apo­derarse de mí. Trent era un canalla absolutamente patético. No tenía tiempo para él y decidí que tenía que largarse. Estaba demasiado ocupada.

—De nada, Trent —le dije con acritud—. Y ahora vete.

El elfo se mostró reacio. Sabía que se sentía indefenso sin sus lacayos, y me pregunté por qué había venido solo. Entonces Ivy se puso en pie para acompañarlo hasta la puerta y él reculó.

—Morgan, tenemos que hablar —dijo intentando zafarse de Ivy, que lo sujetaba por el brazo sin apretar demasiado.

—Ya hemos hablado —le respondí mientras la amargura de la frustración se cernía sobre mí—. No tengo tiempo de volver sobre el mismo tema. Tengo que idear la manera de mantener con vida a las personas que amo y solo dispongo de seis horas. Si no quieres convertirte en pasto de un demonio, te sugiero que te marches.
Lo siento, Marshal. Nunca debí dejar que entraras en mi vida
.

Ivy me miró para que le diera instrucciones, y yo negué con la cabeza. No quería que lo tocara. Mi amiga tenía mucho dinero, pero Trent disponía de mejores abogados. Con los labios apretados, dejó que sus pupilas se dilataran para dejarle claro que era el momento de irse. Él dio un paso atrás, pero luego se envalentonó y su expresión adquirió una mirada peligrosa.

Ignorándonos, Ceri se había acercado a los hornillos para rellenar la tetera como si no nos encontráramos en medio de una discusión.

—Deberías intercambiarte el nombre con el de Al —dijo consciente de que aquella afirmación haría que Trent le tuviera aún más miedo, pero dejando claro que no le importaba lo más mínimo. Tal vez incluso estaba orgullosa de ello.

—Ya lo he intentado —dije dando un nuevo empujón al espejo para después rodear con las manos la cálida taza de café y disfrutar de la agradable sensación en mis dedos—. Al ha hecho un trato. Le han concedido la libertad condicional y me matará antes del treinta y seis, que es la fecha prevista para el juicio. El año treinta y seis.

Cuando se giró hacia mí, advertí que los ojos húmedos de Ivy, brillantes al saber que Quen seguía vivo, tenían un hermoso color verde. Nada podría empañar su sosegada felicidad.

—Aun así, todavía puedes modificar la maldición —dijo. A continuación apretó las mandíbulas al darse cuenta de la expresión horrorizada de Trent al oírla hablar de esos temas con total tranquilidad—. Te dije que te ayudaría y lo haré. Solo necesitas un objeto de Al que te sirva como foco. La mácula es casi inexistente. La naturaleza no asigna nombres, así que no pasa nada si se intercambian.

Yo tragué saliva y la miré con gratitud. Hasta aquel momento, y después de que la hubiera censurado por haber trabajado para Al, no estaba segura de que quisiera ayudarme. Ella me devolvió la sonrisa dándome a entender que era lo suficientemente juiciosa para dejar a un lado las diferencias cuando estaban en juego asuntos realmente serios. Yo había salvado al hombre que amaba, y ella me ayudaría a salvar a mi familia y a mis amigos.

Trent estaba pálido y yo me quedé mirándolo hasta que bajó la cabeza. Quizás entendía de una vez por todas por qué hacía invocaciones demoníacas. Nadie más iba a salvarme, y tenía que combatirles con sus mismas armas. Pero entonces caí en la cuenta de que quizá también él tenía motivos para hacer lo que hacía. ¡Maldita sea! Estaba demasiado ocupada para aprender otra jodida «lección de vida».

De pronto Ivy se levantó, sobresaltándonos a todos. Con expresión tensa, sacó la basura de debajo del fregadero y empezó a revolver en su interior.

—¿Ivy? —exclamé avergonzada.

—¿Recuerdas el mechón de pelo que le arrancaste a Al? —preguntó.

Yo me acerqué a toda prisa y, de un codazo, la obligué a dejarme sitio.

—¡Rachel, espera! —me detuvo Ceri—. Eso no funcionará. El pelo de Al no es una muestra fiable de su ADN. Ha sido modificado.

Ivy colocó la basura en su lugar de origen con un empujón y cerró el armario de un portazo. Con una serie de movimientos bruscos por culpa de la frustración, abrió el grifo a tope y se lavó las manos.

Yo me apoyé en la mesa, deprimida. ¡Hubiera sido tan sencillo!

—Tendría que haberlo matado —farfullé.

—No puedes —dijo Ceri poniéndome la mano en el hombro haciendo que la certeza de su voz me llegara a lo más profundo—. Hasta ahora, la única persona que ha conseguido matar a un demonio ha sido Newt, y aquello provocó que perdiera la razón.

Tiene bastante sentido
, pensé irguiéndome. De acuerdo. La siguiente opción…

Ceri me apretó con más fuerza.

—Todavía puedes hacer la maldición —dijo provocando que girara la cabeza—. Todo lo que necesitas es una muestra, y yo sé dónde las guardan.

—¿Qué? —le espetó Ivy.

Ceri apartó la vista de mi rostro y se la quedó mirando. Seguidamente asintió con la cabeza.

—Hay una muestra del ADN de Al en los archivos. Existe una de cada uno de los demonios y de sus familiares. El problema es cómo conseguirla.

Los zapatos de Trent volvieron a rechinar sobre la sal del suelo. Seguía allí de pie, con el rostro inexpresivo, mientras todos los demás lo ignorábamos, tratándolo casi como si fuera un estorbo.

—Se incluye una muestra en el registro cada vez que alguien se convierte en familiar —continuó Ceri haciendo caso omiso de su repentino silencio—. Empezaron a hacerlo cuando Newt se volvió loca y empezó a matar demonios. Era el único modo de saber a quién se había cargado.

Yo miré a Ivy, en el silencio que proporcionaba la ausencia de pixies, y sentí que mi cuerpo se inundaba de esperanza.

—¿Dónde? —pregunté. Faltaba muy poco para que se pusiera el sol—. ¿Donde las guardan?

—En un pequeño trozo de tierra consagrada en siempre jamás para evitar entrar en contacto con ellas —dijo—. Puedo dibujarte un mapa…

¿
Hay un trozo de tierra consagrada en siempre jamás
? Con el corazón a mil, miré hacia el lugar en el que solía guardar mis libros de hechizos y me alegré de que estuvieran en el campanario, donde Trent no podía verlos. Entonces levanté la vista y me quedé mirando el círculo de invocación que estaba en la mesa. Tenía que hablar con Minias.

—Ceri, ¿me ayudarías a negociar con Minias? —dije alzando tanto la voz que tuve la sensación de que proviniera de algún lugar fuera de mí. Trent me miraba estupefacto. No me importaba que creyera que trataba con demonios. Aparentemente, era lo que estaba haciendo—. Seguro que tengo algo que le interese —expliqué cuando la vi dudar, confundida—. Si se niega a conseguirme la muestra, tal vez acceda a ayudarme a viajar por las líneas para que pueda cogerla yo misma.

—No, Rachel —protestó Ceri, y su pelo suelto se agitó cuando me cogió las manos—. No es eso lo que quería decir. No puedes hacer eso. Ya tienes dos marcas demoníacas, y con una tercera, alguien podría reclamarlas y se apoderarían de ti. ¡Me prometiste que no irías a siempre jamás! ¡No es seguro!

Técnicamente, no lo había hecho, pero estaba asustada y la obligué a soltar­me, sorprendida.

—Lo siento, Ceri. Tienes razón. No es seguro, pero quedarme sin hacer nada tampoco lo es. Y dado que la vida de todas las personas que amo está en juego, tengo que tomar cartas en el asunto —concluí desplazándome de forma inestable hacia delante, pues la tensión me impedía estar quieta.

—¡Espera! —dijo Ceri interponiéndose en mi camino. Luego miró a Ivy en busca de apoyo, pero la vampiresa siguió apoyada en la encimera con los tobillos cruzados y una sonrisa de impotencia.

—¡Tengo que hacer algo! —exclamé. De pronto, se me ocurrió una alter­nativa—. ¡Trent! —le grité haciéndole dar un respingo—. ¿Tienes el teléfono de Lee? —Él se me quedó mirando con sus grandes ojos verdes. Parecía desco­locado—. Quiero que me enseñe a saltar líneas luminosas —añadí—. Él sabe cómo hacerlo. Y yo puedo aprender.

Luego eché mano del amuleto que rodeaba mi cuello, nerviosa. Antes del crepúsculo. Tenía que aprender antes de que se pusiera el sol. ¡Maldita sea! Estaba temblando. ¿Qué tipo de cazarrecompensas era?

—Él no sabe —dijo Trent con voz distante—. Se lo pregunté cuando lo pusiste en libertad y me reconoció que había estado comprándole viajes a Al.

—¡Mierda! —exclamé. A continuación inspiré profundamente. ¿Cómo iba a entrar y salir de siempre jamás sin acumular el suficiente desequilibrio para obtener algunas ganancias? Y todo eso antes del crepúsculo, porque si no hacía algo aquella noche, Al la emprendería con mi familia.

—Yo te llevaré —dijo Trent. Ceri se giró llevándose su pequeña y blanca mano a la boca. Trent se la agarró y, sin soltarla, me miró a mí.

Tal vez pueda averiguar por mi misma cómo viajar por las líneas
, pensé al recordar que Newt había dicho que yo no disponía de tiempo suficiente para descubrirlo, lo que significaba que podía hacerlo. Tiempo. ¡Tiempo! ¡No tenía tiempo!

De repente, asimilé lo que Trent acababa de decir y me detuve en seco. Después me giré y advertí una expresión severa y decidida que casi conseguía ocultar por completo el miedo de sus ojos. Ceri se había soltado y parecía muy enfadada.

—Yo te llevaré y te traeré de vuelta, pero tienes que dejar que te acompañe —dijo.

Ceri le chistó y le hizo un gesto para que cerrara la boca.

Yo miré a Ivy en el momento en que Jenks aterrizaba en su hombro haciendo que su pelo ondeara con la brisa que levantó el batir de sus alas.

—¿Por qué? —pregunté sin poder dar crédito a lo que estaba pasando.

—Pagaré por ello —añadió con los pies firmemente plantados en el suelo de linóleo cubierto de sal—. Cargaré con la mancha. Con la de los dos.

—Trenton —intervino Ceri con voz suplicante—. Tú no lo entiendes. Hay muchas cosas que tú no sabes.

Él la miró y el miedo de sus ojos se mitigó.

—Puedo hacerlo. Lo necesito. Si no lo hago, nunca aprenderé a agarrarme al once por ciento. —Entonces dirigió la vista hacia mí, y advertí en ella una nueva luz—. Pagaré por tu viaje de ida y vuelta, pero voy a ir.

Con un resoplido de incredulidad, di un paso atrás. ¿Por qué lo hacía? ¿Para impresionar a Ceri?

—Esto es una estupidez —dije con aspereza—. Ceri, dile que es una estupidez.

Trent se acercó a mi cara con el pelo revuelto y la mandíbula apretada. Casi parecía una persona diferente.

—Pagaré por tu viaje, pero tú te encargarás de mantenerme con vida mientras me hago con una muestra de tejido élfíco.

Yo me quedé boquiabierta y parpadeé. Ceri se puso de puntillas y luego volvió a apoyar los talones. Con la mano en la cabeza, se volvió hacia nosotros, en silencio. Desde el hombro de Ivy, Jenks empezó a maldecir soltando entre dientes toda una retahíla de improperios. Era el único ruido que se oía a ex­cepción del viento agitando las ramas desnudas y los alegres chillidos de los niños jugando en el exterior.

—Antes de que estallara la guerra, los elfos ejercían la misma función de los familiares —dijo Trent poniendo una mano en el hombro de Ceri mientras ella se ponía a temblar en silencio—. Si existe una muestra de elfo en los archivos que tenga más de dos mil años de antigüedad, tengo que conseguirla.

25.

El aire frío del atardecer se filtraba a través del abrigo de cuero que me había prestado David, y el olor a hamburguesas a la parrilla hacía que me doliera el estómago. Estaba demasiado preocupada para comer. Demasiado preocupada y demasiado cansada. Llevaba la ropa de cuero que solía ponerme para trabajar, y estaba sentada sola, en una silla plegable situada bajo un árbol del jardín casi desnudo. Los demás se agrupaban alrededor de la mesa de madera y saboreaban sus perritos calientes fingiendo que no pasaba nada mientras llegaba el momento de invocar a un demonio en el cementerio.

Mis dedos jugueteaban con el hechizo que me colgaba del cuello, y me pasé la lengua por encima de la cicatriz del interior del labio. No sabía por qué me preocupaba la posibilidad de atarme a un vampiro. Lo más probable es que al día siguiente estuviera muerta.

Deprimida, me quité el amuleto para detectar magia de alto nivel. ¿Qué sentido tenía? Entonces desvié la mirada del torbellino de seda y risas de los hijos de Jenks y la dirigí al recuadro de tierra blasfema del cementerio justo delante de la misteriosa estatua que representaba a un ángel guerrero. En aquel momento reinaba la tranquilidad, pero en cuanto se pusiera el sol, iba a experimentar el toque de los demonios. Podría haber llamado a Minias en la cocina, pero me gustaba la idea de tener lo suficientemente cerca la zona consagrada como para escapar en caso de necesidad. Había una razón para la existencia de aquella zona no santificada, y yo iba a uti­lizarla. Además, tratar de embutir en mi cocina tres elfos, tres brujos, una vampiresa asustada, una familia de pixies y un demonio enfadado no parecía una buena idea.

Gracias a Glenn, disponía de un breve respiro. El detective de la AFI había estado indagando en el pasado de Betty, y aunque yo pensaba que la excusa del criadero ilegal de cachorros no tenía mucho peso, los defensores de los anima­les se habían mostrado más que dispuestos a autorizar una redada en su casa después de que yo firmara un documento asegurando que la había visto patear a su perro. La distracción les tendría demasiado ocupados como para invocar a Al, de modo que, a menos que lo hiciera algún otro (algo muy poco probable el día después de Halloween), disponía de tiempo hasta el crepúsculo del día siguiente. Decirle a mi madre que no tenía que esconderse en terreno consagrado aquella noche había sido lo mejor de la jornada.

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