Fuera de la ley (53 page)

Read Fuera de la ley Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

—Así que emprendí el camino del éxito —dijo Takata con un suspiro—. No tenía ni la menor idea de hasta qué punto había echado a perder mi vida. Ni siquiera la noche en que tu madre vino a uno de mis conciertos. Me dijo que quería tener otro hijo, y yo acepté la propuesta.

Sus ojos se quedaron mirando sus largas manos, que colocaban cuidadosa­mente la cuchara en el cuenco.

—Aquel fue mi gran error —dijo, más para sí mismo que para mí—. Robbie había sido un accidente que tu padre me robó, pero contigo fue diferente, yo te entregué a él. Y ver su sonrisa entusiasmada cuando te cogió en brazos por primera vez me hizo darme cuenta de lo patético que era y de que mi vida ha sido un completo fracaso. Y lo sigue siendo.

—No es cierto que tu vida haya sido un fracaso —dije sin saber por qué—. Tu música emociona a miles de personas.

Él sonrió amargamente.

—¿Y de qué me sirve? Desde un punto de vista egoísta, ¿qué es lo que tengo? —preguntó agitando las manos con frustración—. ¿Una casa enorme? ¿Un magnífico autobús para ir de gira? Cosas. Mira lo que podía haber sido mi vida. Lo eché todo a perder. Y mira lo que Monty y tu madre consiguieron.

Poco a poco había ido alzando la voz, y yo miré por encima de su hombro en dirección al pasillo, preocupada porque pudiera despertarla.

—Mírate —dijo haciendo que volviera a concentrarme en él—. A ti y a Rob­bie. Sois algo real, algo a lo que poder señalar y decir: «Yo contribuí a que estas personas se convirtieran en algo grande. Les cogí de la mano hasta que fueron capaces de valerse por sí mismos. Hice algo real e irrefutable».

Claramente frustrado, apoyó los brazos sobre la mesa y se quedó mirando al vacío.

—Se me presentó la oportunidad de formar parte de algo real, y se lo regalé a otro, fingiendo que sabía lo que era la vida, cuando todo lo que tengo es lo que puedo conseguir mirando a través de la ventana de otra gente.

Mirando por la ventana, con lazos rojos ocultando mi rostro.

En aquel momento aparté el plato. Se me había quitado el hambre.

—Lo siento.

Takata me miró a los ojos con el ceño fruncido.

—Tu padre siempre dijo que yo era un cabrón egoísta. Y tenía razón.

Moví la cuchara dibujando un ocho. Ni en dirección de las agujas del reloj, ni al contrario. De una forma equilibrada y vacía de intención.

—Tú das algo —dije suavemente—. Lo que pasa es que lo entregas a los extraños por miedo a que, si se lo das a las personas que amas, lo puedan rechazar. —Al no obtener respuesta, levanté la vista—. Nunca es demasiado tarde —añadí—. ¿Cuántos años tienes? ¿Cincuenta y algo? Aún dispones de otros cien años más.

—No puedo —respondió con una expresión que parecía buscar comprensión—. Por fin Alice está considerando la idea de dedicarse de nuevo a la investigación y a la creación, y no puedo pedirle que lo deje para formar una nueva familia. —Un suspiro hizo que sus hombros se movieran—. Sería demasiado duro.

Yo me quedé mirándolo y levanté la taza de café, aunque no bebí.

—¿Qué es lo que sería duro? ¿Que aceptara, o que no?

Separó los labios. Parecía como si quisiera decir algo, pero tenía miedo. Luego levantó un hombro, y lo relajó y yo tomé un trago y miré por la ventana. En ese momento me asaltaron los recuerdos de luchar por mi vida junto a Jenks e Ivy. Jenks iba a estar muy cabreado por haberlo olvidado en casa de Trent.

—Todo lo que merece la pena entraña una dificultad —susurré.

Takata inspiró lentamente.

—Se suponía que debía ser yo el que aportara toda esa mierda filosófica de la sabiduría de los ancianos, no tú.

Cuando lo miré, me percaté de que sonreía lánguidamente. No podía ocuparme de aquello en aquel momento. Tal vez, cuando hubiera tenido la oportunidad de descubrir lo que significaba. Entonces empujé la silla hacia atrás y me levanté.

—Gracias por la cena. Tengo que volver a casa a coger unas cosas. ¿Podrías quedarte hasta que vuelva?

Takata abrió los ojos con expresión interrogante.

—¿Qué vas a hacer?

Tras colocar el cuenco y la cuchara en el fregadero, estrujé la servilleta y la tiré a la basura.

—Tengo que preparar unos hechizos, y como no quiero dejar a mi madre sola, hasta que se despierte, voy a trabajar aquí. Necesito acercarme un momento a la iglesia para coger algunas cosas. ¿Podrías esperar a que vuelva? ¿
Te importaría hacerme ese enorme favor
?, pensé amargamente.

—¡Uh! —farfulló con su largo rostro vacío de expresión, como si le hubiera pillado desprevenido—. Pensaba quedarme hasta que se despertara precisamente para que no tuvieras que volver. Pero tal vez puedo ayudarte. No sé cocinar, pero puedo picar hierbas.

—No. —Mi respuesta fue algo brusca, y al ver que le había dolido, añadí amablemente—: Si no te importa, prefiero preparar los hechizos yo sola. Lo siento, Takata.

Me sentía incapaz de mirarlo a los ojos, por miedo a que pudiera adivinar por qué quería estar sola. ¡Maldita sea! No tenía ni idea de cómo negociar para intercambiar nombres de invocación, pero sabía que requería una maldición. Pero Takata, por lo visto, torció el gesto por una razón completamente diferente.

—¿Te importaría llamarme por mi verdadero nombre? —me preguntó, pillán­dome por sorpresa—. Es una tontería, pero oírte llamarme Takata es aún peor.

Yo me detuve en la puerta.

—¿Y cuál es?

—Donald.

Casi olvidé mi sufrimiento.

—¿Donald? —repetí haciendo que se sonrojara.

Entonces se puso en pie, recordándome lo alto que era, y se metió la camisa en el pantalón vaquero con torpeza.

—Rachel, ¿no estarás pensando en hacer alguna tontería, verdad?

Me detuve y me puse a buscar mis zapatos hasta que recordé que estaban en casa de Trent.

——Desde tu punto de vista, es probable.

Al había estado torturando a mi madre por mi culpa. No le había dejado marcas, pero las heridas estaban en su mente y las había sufrido para evitar que me las hiciera a mí.

—Espera.

Me había puesto la mano en el hombro y, cuando me quedé mirándolo fijamente, la retiró.

—No soy tu padre —dijo pasando mirando de reojo mi cuello con sus ma­gulladuras y las cicatrices de los mordiscos—, y no voy a intentar ejercer ese papel, pero llevo observando toda tu vida, y sé que has hecho cosas terribles.

El sentimiento de traición volvía a crecer. No le debía nada, y no consideraba que hubiera estado presente en mi vida. Había crecido teniendo que ser fuerte por mi madre porque era incapaz de manejar las cosas.

—No me conoces de nada —le dije dejando entrever un atisbo de mi rabia.

Con el ceño fruncido, alargó el brazo para tocarme, pero lo dejó caer.

—Sé que harías cualquier cosa por tus amigos y por la gente que amas, ig­norando tu vulnerabilidad y que la vida es frágil. No lo hagas —me suplicó—. No tienes que enfrentarte a esto tú sola.

Estaba a punto de montar en cólera e intenté refrenarla.

—No tengo ninguna intención de hacerlo sola —le respondí en un tono cor­tante—. Tengo amigos a los que recurrir. —Levanté el brazo y señalé hacia la parte de la casa que no se veía—. Pero mi madre ha sido sometida a una tortura durante casi trece horas por mi culpa, y tengo que hacer algo. —Estaba alzando la voz, pero no me importaba—. Ha tenido que soportar cómo ese cabrón se hacía pasar por mi padre. Y lo soportó porque sabía que, si lo dejaba salir del círculo o escapar, vendría a por mí. Puedo detenerlo, y lo haré.

—Baja la voz —dijo Takata a punto de sacarme de mis casillas. Con las man­díbulas apretadas, me acerqué a su rostro con aire desafiante.

—No permitiré que mi madre tenga que pasarse la vida escondiéndose en terreno consagrado por algo que hice yo —dije bajando el tono, pero con la misma resolución—. Si no hago algo, la próxima vez es posible que la agreda físicamente. O que empiece a descargar su rabia con extraños. Tal vez contigo. Aunque, sinceramente, no es que me importe gran cosa.

A continuación me dirigí al pasillo y escuché sus pasos firmes detrás de mí.

—¡Maldita sea, Rachel! —iba diciendo—. ¿Qué te hace pensar que puedes matarlo cuando ni siquiera la sociedad demoníaca al completo puede?

Yo recogí las llaves del lugar donde las había dejado junto a la puerta, y me vino a la cabeza que probablemente la SI ya debía de estar buscando el coche de Trent.

—Estoy convencida de que sí que pueden —musité—. El problema es que no tienen agallas para hacerlo. Además, en ningún momento he dicho que tu­viera intención de matarlo. —No, solo iba a tomar su nombre.
Que Dios se apiade de mí
.

—Rachel. —Me cogió el brazo y me detuve, alzando la vista y descubriendo su expresión profundamente preocupada—. Existe una razón por la que nadie se dedica a cazar demonios.

Yo le busqué el rostro con la mirada, viéndome reflejada en cada uno de sus rasgos.

—Quítate de en medio.

Él me apretó con más fuerza, y yo le agarré el brazo, le puse la zancadilla por detrás y lo tiré al suelo aguantándome las ganas de darle un puñetazo en el estómago, o tal vez algo más abajo.

—¡Au! —exclamó mirando al techo con los ojos muy abiertos. Tenía la mano en el pecho e intentaba recuperar la respiración mientras trataba de comprender cómo había acabado en el suelo.

Yo lo miré desde arriba y observé su expresión aturdida.

—¿Te encuentras bien?

—Sí —respondió palpándose la parte inferior del pecho.

Me estaba cortando el paso y esperé a que se apartara.

—¿Quieres saber lo que significa tener hijos? —le dije mientras se sentaba—. Pues significa que a veces tienes que dejar que tu hija haga cosas que te parecen estúpidas, confiando en que, el hecho de que tú no seas capaz de hacerlas no quiere decir que ella tampoco. Que tal vez ella es lo suficientemente sensata como para salir del embrollo en que se ha metido.

Sentí que se me nublaba la vista al comprender que eso era lo que había hecho mi madre, y aunque había sido difícil y había supuesto dejar que me enterara de cosas que no eran propias de una niña de trece años, era más capaz de afrontar los peligros en los que me metía gracias a mi tendencia a buscarme problemas.

—Lo siento —me disculpé mientras Takata se arrastraba hacia atrás para apoyarse en la pared—. ¿Le echarás un vistazo a mi madre mientras soluciono esto?

—Por supuesto —respondió asintiendo con la cabeza y agitando las rastas.

Yo miré a través del cristal alargado del lateral de la puerta para intentar adivinar la hora. Al menos tenía la seguridad de poder preparar los hechizos en casa.

—Llévamela a la iglesia unas horas después del crepúsculo —dije—. Si yo no estuviera, estará Marshal. Siempre que consiga localizarlo. Ahora se ha convertido en un objetivo, y probablemente, también tú. Lo siento mucho. No pretendía poner tu vida en peligro.

No me extrañaba que no me hubiera dicho que era hija suya. No era algo que contribuyera a alargar su vida.

—No te preocupes —respondió.

Yo vacilé, jugueteando con los pies descalzos en la alfombra.

—¿Te importa que coja tu coche? Lo más probable es que la SI esté buscando el de Trent.

Una débil sonrisa asomó a sus delgados labios y, sin levantarse del suelo, se metió la mano en el bolsillo, sacó un juego de llaves y me las entregó.

—Nunca imaginé que fuera a oírte pidiéndome las llaves del coche —dijo—. Es de Ripley, así que procura no saltarte ningún semáforo en rojo.

Tras juguetear un poco más, solté el pomo de la puerta y me agaché para mirarlo cara a cara.

—Gracias —le dije de todo corazón—, pero esto no significa que te haya perdonado o algo así —añadí. Seguidamente le di un abrazo indeciso. Tenía los hombros huesudos y olía a metal. Estaba demasiado sobresaltado como para responder, así que me levanté y salí de la casa cerrando la puerta con cuidado.

24.

El claro resplandor del sol del mediodía inundaba la cocina, y yo estaba sentada con el codo apoyado en la mesa con la mano sujetándome la frente. La otra mano, la que tenía la marca demoníaca, asía con fuerza el frío cristal del espejo adivinatorio. A través de la ventana abierta entraban los gritos de los pixies jugando. Prácticamente no había dormido nada en toda la noche, y me sentía exhausta. Y Minias, el demonio del tribunal infernal, no se estaba mostrando muy colaborador.

—¿A qué te refieres con que no harás la maldición? —pregunté en voz alta y provocando que Ivy, que estaba sentada en la encimera junto al fregadero, pudiera oír, al menos, el final de la conversación—. ¡Pero si fue idea tuya!

Un pensamiento teñido de irritación se deslizó por mi mente, seguido de la sensación sobrecogedora de oír unas palabras ajenas en mi mente. Al cerró un trato hace dos días. Accedió a someterse a un juicio, de manera que se encuentra en libertad bajo fianza.

—¿Un juicio? —grité, e Ivy descruzó las piernas mostrando preocupación. Sin embargo, que Al llevara dos días campando a sus anchas explicaba el hecho de que hubiera tenido tiempo para crear un disfraz para hacerse pasar por mi padre. En realidad no me hacía ninguna gracia tener que recurrir a los demonios, pero si Ceri modificaba la maldición, si es que todavía estaba dispuesta a hacerlo, una de nosotras tendría que cargar con la mancha, y hacerlo a través de ellos me permitiría negociar la manera de que me la quitaran. Me sacaba de quicio que Minias incumpliera el acuerdo que no habíamos llegado a concluir—. ¿Y cuándo se celebrará el juicio? —pregunté intentando no perder los estribos.

La presencia de Minias pareció desvanecerse mientras, supuestamente, buscaba la respuesta, y yo apreté con fuerza el espejo. Estaba encantada de que el glifo de invocación funcionara tan bien cuando era de día. De hecho, era el mejor momento para usarlo, porque Minias no podía seguir la conexión y… presentarse así como así.

Aquí lo tengo
, me dijo la voz de Minias con desgana, zambulléndose en mis vanas cavilaciones como un chorro de agua helada.
Está previsto que se celebre alrededor del treinta y seis
.

Yo cerré los ojos intentando recobrar fuerzas.

—¿El treinta y seis? ¿Y cuándo sería eso? ¿Este mes? —Nuestros meses no tenían más de treinta y un días, pero ellos eran demonios.

No. Estamos hablando del año
.

—¿Cómo? ¿El año treinta y seis? —grité, y el rostro de Ivy se tiñó de preocu­pación—. ¡Pero eso no es justo! ¡Fuiste tú el que recurrió a mí! Te dije que me lo pensaría y lo he hecho. ¡Quiero hacerlo! ¡Está aterrorizando a mi madre!

Other books

Holiday with a Stranger by Christy McKellen
The Mission War by Wesley Ellis
Ink by Amanda Sun
037 Last Dance by Carolyn Keene
Rough Edges by Ashlynn Pearce